Heridas por mordedura de animales y humanos
Heridas por mordedura de animales y humanos

Heridas por mordedura de animales y humanos

Las mordeduras de perro ocurren con mayor frecuencia durante los meses de verano. Este aumento estacional puede explicarse por diversos factores, entre ellos un mayor tiempo de exposición al aire libre, tanto de humanos como de animales, lo que incrementa las oportunidades de interacción. Durante el verano, las personas tienden a realizar más actividades al aire libre, como caminar, correr o acudir a parques, lo que eleva la probabilidad de encuentros entre perros y humanos. Asimismo, el calor puede influir en el comportamiento de los animales, volviéndolos más irritables o propensos a reaccionar de forma agresiva ante estímulos menores.

La mayoría de los animales que muerden son conocidos por sus víctimas, y en gran parte de los casos, las mordeduras son provocadas. Es decir, suelen producirse mientras se juega con el animal, cuando este es sorprendido comiendo o al ser despertado bruscamente del sueño. La importancia de identificar si existió una provocación radica en que la ausencia de un desencadenante evidente eleva la sospecha de rabia, una enfermedad viral grave transmitida por animales infectados y que puede ser mortal si no se trata oportunamente.

Las mordeduras humanas, por otro lado, son más frecuentes en contextos sociales específicos. En los niños, suelen ocurrir durante juegos o peleas, mientras que en adultos están frecuentemente asociadas al consumo de alcohol y a lesiones típicas de confrontaciones físicas, como las heridas por puño cerrado. Este tipo de lesiones, en las que los nudillos impactan contra los dientes del oponente, tienen una alta tasa de infección debido a la introducción de bacterias en planos profundos.

La especie del animal agresor, la localización anatómica de la mordedura y el tipo de herida resultante son factores determinantes en el riesgo de infección. Las mordeduras de gato, por ejemplo, presentan una alta probabilidad de infección, con tasas que oscilan entre el 30% y el 50%, probablemente debido a que los gatos suelen infligir heridas punzantes y profundas, que dificultan la limpieza adecuada. En comparación, las mordeduras humanas muestran una variabilidad considerable: las infligidas por niños rara vez se infectan debido a que tienden a ser superficiales, mientras que las producidas por adultos pueden infectarse en un 15% a 30% de los casos, siendo especialmente elevadas las tasas en las lesiones por puño cerrado.

Curiosamente, las mordeduras de perro presentan una tasa de infección significativamente menor, cercana al 5%, aunque las razones de esta diferencia no están completamente claras. Es posible que el tipo de herida que causan—generalmente laceraciones amplias—permita una mejor irrigación y limpieza, reduciendo el riesgo de infección.

La localización de la mordedura también influye en la probabilidad de infección. Las heridas en la cabeza, el rostro y el cuello tienen una menor tendencia a infectarse que aquellas ubicadas en las extremidades. Las mordeduras que atraviesan completamente una estructura, como las que comprometen tanto la mucosa como la piel (por ejemplo, en la cavidad oral), tienen tasas de infección similares a las de las heridas por puño cerrado. Las heridas punzantes, por su naturaleza cerrada y profundidad, tienden a infectarse más frecuentemente que las laceraciones, que son más fáciles de irrigar y desbridar.

La bacteriología de las infecciones causadas por mordeduras es compleja y de naturaleza polimicrobiana, lo que significa que involucra múltiples especies bacterianas, tanto aerobias como anaerobias. Esta diversidad microbiana refleja la flora normal presente en la cavidad oral de los animales y los seres humanos, así como en la piel de la víctima. La transmisión ocurre cuando las bacterias penetran en los tejidos blandos a través de una herida causada por una mordedura, donde encuentran un ambiente propicio para proliferar, especialmente si existe tejido necrótico, hematomas o un entorno poco oxigenado.

En el caso específico de las mordeduras de perro y gato, más del 50% de las infecciones involucran una combinación de bacterias aerobias y anaerobias. Aproximadamente el 36% de los casos son causados únicamente por bacterias aerobias, mientras que las infecciones exclusivamente anaerobias son poco frecuentes. Esto se debe, en parte, a que las condiciones en el sitio de la herida no siempre favorecen el crecimiento exclusivo de bacterias anaerobias, las cuales requieren un entorno con muy bajo nivel de oxígeno.

Bacteriología

Dentro de los microorganismos más comúnmente aislados, las especies del género Pasteurella ocupan un lugar destacado. Estas bacterias gramnegativas facultativas son responsables de aproximadamente el 75% de las infecciones por mordeduras de gato y del 50% de las asociadas a mordeduras de perro. Pasteurella multocida es la especie más frecuente y se asocia con infecciones rápidamente progresivas, que pueden incluir celulitis, linfangitis y abscesos.

Además de Pasteurella, otros patógenos aerobios comúnmente aislados incluyen Streptococcus spp., Staphylococcus aureus, Moraxella catarrhalis y Neisseria spp. Por su parte, entre los anaerobios más frecuentes se encuentran Fusobacterium, Bacteroides, Porphyromonas y Prevotella, todos ellos microorganismos que forman parte de la microbiota oral normal de los animales.

En cuanto a las mordeduras humanas, estas también presentan una microbiota infecciosa diversa. El número mediano de microorganismos aislados por cada infección es de cuatro: tres aerobios y uno anaerobio. De manera similar a las infecciones por mordedura de animales, la mayoría de las infecciones humanas (54%) son mixtas, es decir, involucran tanto aerobios como anaerobios, mientras que el 44% son exclusivamente aerobias.

En las mordeduras humanas, los aerobios más frecuentes son Streptococcus spp. y Staphylococcus aureus, mientras que entre los anaerobios destacan Eikenella corrodens—una bacteria gramnegativa que puede encontrarse en hasta el 30% de los pacientes—Prevotella y Fusobacterium. Estas bacterias, al provenir de la flora oral humana, pueden causar infecciones graves si alcanzan tejidos profundos, sobre todo en heridas como las ocasionadas por golpes de puño cerrado, donde el hueso y la articulación pueden estar involucrados.

Aunque las bacterias mencionadas son las más comúnmente asociadas a infecciones por mordedura, se ha logrado aislar una amplia variedad de otros microorganismos, como Capnocytophaga canimorsus (común en mordeduras de perro y gato), Pseudomonas aeruginosa y Haemophilus spp., lo cual subraya la importancia de realizar cultivos microbiológicos en todas las heridas infectadas. Solo a través del cultivo es posible identificar con precisión los agentes etiológicos responsables, lo que permite establecer un tratamiento antimicrobiano dirigido y eficaz.

Cabe señalar que, aunque es muy poco frecuente, existe la posibilidad de transmisión del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) a través de una mordedura. Esta transmisión puede ocurrir tanto si una persona infectada muerde a otra, como si una persona no infectada muerde a alguien que vive con VIH. No obstante, los casos documentados son extremadamente raros, y la transmisión requiere condiciones muy específicas, como la presencia simultánea de lesiones abiertas en ambas personas.

Tratamiento

El cuidado local adecuado de una herida causada por mordedura es un componente fundamental en la prevención de complicaciones infecciosas. La limpieza enérgica y la irrigación abundante de la herida representan las medidas más eficaces para reducir la carga bacteriana en el sitio de la lesión y, por tanto, disminuir significativamente la incidencia de infección. Durante este proceso, se busca remover no solo contaminantes visibles como suciedad o saliva, sino también tejido desvitalizado, cuerpos extraños microscópicos y microorganismos que puedan haber sido inoculados en los planos profundos.

El desbridamiento del tejido necrótico cumple un papel igualmente esencial. El tejido muerto no solo impide una cicatrización adecuada, sino que también constituye un medio ideal para el crecimiento bacteriano, especialmente de anaerobios, y puede convertirse en un foco persistente de infección si no se elimina. La combinación de una irrigación meticulosa con solución salina y un desbridamiento mecánico adecuado crea un entorno tisular menos favorable para el desarrollo de infección, favorece la cicatrización por segunda intención y prepara el lecho de la herida para futuras intervenciones quirúrgicas si son necesarias.

Además del manejo inmediato de la herida, es indispensable realizar estudios por imagen, en particular radiografías simples, para descartar la presencia de fracturas, cuerpos extraños retenidos (como fragmentos dentales, astillas de hueso o partículas del medio ambiente) y para evaluar la integridad ósea. La presencia de materiales extraños o lesiones óseas no diagnosticadas puede perpetuar la inflamación, aumentar el riesgo de osteomielitis y comprometer la función a largo plazo.

Una exploración clínica detallada de la herida es igualmente crítica. Esta debe incluir una valoración cuidadosa de la profundidad de la lesión, con atención especial a la posible laceración de tendones, penetración en cavidades articulares o afectación neurovascular. Las lesiones que involucran estructuras profundas requieren una evaluación especializada, ya que pueden tener implicaciones quirúrgicas y funcionales importantes.

En cuanto al cierre de heridas, la decisión de suturar debe ser cuidadosamente considerada. En situaciones donde existe una necesidad estética importante—por ejemplo, en el rostro—o razones mecánicas como la inestabilidad de tejidos, puede justificarse el cierre primario mediante sutura. No obstante, existen principios fundamentales que deben respetarse: bajo ninguna circunstancia se debe suturar una herida que presente signos clínicos de infección, ya que esto puede atrapar microorganismos en el interior del tejido, limitar el drenaje natural y favorecer la progresión de la infección hacia planos más profundos.

Particular precaución debe tenerse con las heridas localizadas en la mano. Debido a la anatomía compartimental de esta región, incluso una infección leve puede evolucionar rápidamente hacia un absceso en espacios cerrados, comprometiendo estructuras como tendones, vainas sinoviales y articulaciones. Una infección profunda en la mano puede producir pérdida funcional permanente, por lo que el cierre mediante sutura en esta localización generalmente está contraindicado, a menos que se haya descartado por completo la posibilidad de infección y el riesgo sea muy bajo.

Profilaxis antimicrobiana

El uso de antibióticos profilácticos en el contexto de mordeduras animales y humanas constituye una estrategia clave en la prevención de infecciones graves, especialmente en situaciones consideradas de alto riesgo tanto por la localización de la mordedura como por las características del paciente afectado. La administración profiláctica de antibióticos no está indicada en todos los casos, pero sí es fundamental en circunstancias específicas donde la probabilidad de complicaciones infecciosas supera los beneficios de evitar el uso de antimicrobianos.

Las mordeduras de gato, independientemente de su localización anatómica, son una indicación clara para la profilaxis antibiótica. Esto se debe a que los gatos infligen heridas punzantes profundas que inoculan bacterias directamente en tejidos subcutáneos o incluso en planos más profundos, dificultando su irrigación y limpieza adecuadas. Además, las mordeduras de gato se asocian con una elevada tasa de infección, con Pasteurella multocida como principal patógeno involucrado.

Del mismo modo, todas las mordeduras en la mano—independientemente del animal involucrado, incluso en el caso de mordeduras humanas—deben tratarse con antibióticos profilácticos. La mano presenta múltiples compartimentos cerrados, escaso tejido blando y estructuras críticas como tendones, nervios y vasos sanguíneos en espacios reducidos. Una infección en esta zona puede progresar rápidamente y conllevar consecuencias funcionales graves, incluyendo rigidez permanente o pérdida de función.

La presencia de comorbilidades también influye decisivamente en la indicación de profilaxis. Pacientes con enfermedades como diabetes mellitus o hepatopatías crónicas presentan una respuesta inmunológica alterada y una capacidad reducida para contener infecciones localizadas, lo que los hace más susceptibles a complicaciones sistémicas. En estos casos, incluso mordeduras consideradas de bajo riesgo en pacientes sanos deben tratarse profilácticamente.

Asimismo, los pacientes sin bazo funcional (asplénicos o con esplenectomía previa) constituyen un grupo especialmente vulnerable. Estas personas tienen una mayor predisposición a desarrollar sepsis fulminante ante infecciones por bacterias encapsuladas, siendo Capnocytophaga canimorsus—una bacteria presente en la flora oral de perros y gatos—un patógeno particularmente preocupante en este contexto. Por ello, en este grupo de pacientes, la profilaxis está claramente indicada, incluso ante lesiones menores.

El régimen antimicrobiano de elección es amoxicilina con ácido clavulánico (comercialmente conocido como Augmentin), administrado por vía oral a dosis de 500 miligramos tres veces al día durante un período de cinco a siete días. Esta combinación proporciona una cobertura adecuada tanto contra bacterias aerobias como anaerobias, y es eficaz frente a Pasteurella, Fusobacterium, Eikenella, Streptococcus y Staphylococcus aureus.

En pacientes con alergia grave a la penicilina, se recomienda una combinación alternativa que incluya clindamicina, con buena actividad frente a bacterias anaerobias, junto con un agente que cubra aerobios gramnegativos. Las opciones incluyen doxiciclina, trimetoprima-sulfametoxazol (en dosis doble) o una fluoroquinolona como ciprofloxacino o levofloxacino. Otra alternativa válida como monoterapia en estos casos es la moxifloxacina, una fluoroquinolona con excelente cobertura frente a bacterias aerobias y anaerobias, administrada una vez al día.

Es importante señalar que ciertos antimicrobianos, como dicloxacilina, cefalexina, macrólidos (como la eritromicina o la azitromicina) y la clindamicina en monoterapia, no deben utilizarse para profilaxis de mordeduras, ya que carecen de eficacia frente a Pasteurella spp., uno de los patógenos más comunes y agresivos en estas infecciones. De igual forma, trimetoprima-sulfametoxazol no debe emplearse solo, debido a su escasa actividad frente a bacterias anaerobias.

En lo que respecta a la posible transmisión del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) a través de una mordedura, el riesgo es extremadamente bajo. Por esta razón, no se recomienda la profilaxis postexposición de forma rutinaria. Sin embargo, cada caso debe ser evaluado de manera individualizada, y se puede considerar la profilaxis antirretroviral si la exposición ha ocurrido dentro de las 72 horas, si se sabe que la persona que ha mordido está infectada por el VIH y si las características de la mordedura sugieren un riesgo elevado (por ejemplo, exposición de mucosas a sangre infectada o mordeduras con sangrado profundo).

Terapia antimicrobiana

El uso de antibióticos en el tratamiento de infecciones establecidas tras una mordedura es una intervención terapéutica fundamental. A diferencia de la profilaxis, donde los antimicrobianos se administran de manera preventiva en contextos de alto riesgo, el tratamiento antibiótico está claramente indicado en presencia de signos clínicos de infección, tales como eritema, edema, calor local, dolor progresivo, secreción purulenta, fiebre o síntomas sistémicos.

La vía de administración del tratamiento antibiótico—oral o intravenosa—y la necesidad de hospitalización deben determinarse con base en la evaluación clínica integral del paciente. Factores como la extensión de la infección, la profundidad del compromiso tisular, el estado inmunológico del paciente, la presencia de comorbilidades y la posibilidad de complicaciones locales o sistémicas influyen en esta decisión. Por ejemplo, pacientes con infecciones superficiales limitadas y en buen estado general pueden ser manejados ambulatoriamente con antibióticos orales, mientras que aquellos con infecciones extensas, compromiso de estructuras profundas, signos sistémicos o inmunosupresión pueden requerir terapia intravenosa y hospitalización.

Los patógenos más frecuentemente aislados en infecciones por mordedura incluyen una mezcla de bacterias aerobias y anaerobias, como Pasteurella spp., Streptococcus spp., Staphylococcus aureus, Fusobacterium, Prevotella y Capnocytophaga. Dada esta diversidad, el tratamiento debe cubrir adecuadamente ambos tipos de microorganismos.

Entre las opciones terapéuticas de primera línea se encuentra la combinación de ampicilina con sulbactam (Unasyn), administrada por vía intravenosa a dosis de 1.5 a 3.0 gramos cada 6 a 8 horas. Esta combinación proporciona una cobertura amplia y eficaz frente a los patógenos más comunes. Otra alternativa eficaz para el manejo ambulatorio es la combinación oral de amoxicilina con ácido clavulánico (Augmentin), a dosis de 500 miligramos tres veces al día. En casos más complejos, especialmente si se requiere hospitalización o existe una resistencia bacteriana conocida o sospechada, puede utilizarse ertapenem, un carbapenémico de amplio espectro, administrado a razón de 1 gramo por vía intravenosa una vez al día.

En pacientes con alergia grave a los antibióticos betalactámicos, se recomienda una combinación alternativa que asegure una cobertura adecuada. En este contexto, se puede emplear clindamicina intravenosa a dosis de 600 a 900 miligramos cada 8 horas, combinada con una fluoroquinolona, como ciprofloxacino (400 miligramos intravenosos cada 12 horas) o levofloxacino (500 a 750 miligramos intravenosos una vez al día). Esta combinación permite una cobertura adecuada contra aerobios y anaerobios, incluyendo Pasteurella y Eikenella, que no son adecuadamente cubiertos por clindamicina en monoterapia.

La duración del tratamiento antibiótico depende de la evolución clínica del paciente y de la presencia o ausencia de complicaciones. En infecciones no complicadas, el tratamiento suele mantenerse durante un período de dos a tres semanas. No obstante, si se desarrolla artritis séptica, se recomienda una duración mínima de cuatro semanas, y en casos de osteomielitis, el tratamiento debe extenderse por al menos seis semanas. Estas infecciones profundas requieren un seguimiento clínico estrecho, y muchas veces intervenciones quirúrgicas complementarias, como drenaje o desbridamiento.

Además del manejo antibiótico, es imperativo evaluar a todos los pacientes con mordeduras respecto a su estado inmunológico frente al tétanos y la necesidad de profilaxis contra la rabia. La indicación de toxoide tetánico o inmunoglobulina antitetánica depende del estado de vacunación del paciente y de las características de la herida. La profilaxis contra la rabia debe considerarse si la mordedura proviene de un animal salvaje, de un animal doméstico con comportamiento sospechoso o cuyo estado de vacunación sea desconocido, especialmente en regiones donde la rabia es endémica. La evaluación y el tratamiento oportuno en estos casos son esenciales, ya que ambas enfermedades pueden tener consecuencias graves o incluso fatales si no se tratan adecuadamente.

🎴Tarjeta de repaso: Microorganismos Comúnmente Aislados en Mordeduras
🎴Tarjeta de repaso: Microorganismos Comúnmente Aislados en Mordeduras

 

 

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Guías de estudio. Homo medicus.
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Fuente y lecturas recomendadas:
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