La sífilis secundaria es una fase avanzada de la infección por Treponema pallidum, la bacteria responsable de la sífilis, que ocurre generalmente entre seis semanas y seis meses después de la aparición de la úlcera primaria (chancro) característica de la sífilis primaria. En esta etapa, la infección ya no se limita al sitio de entrada del patógeno, sino que se disemina a través del torrente sanguíneo, afectando diferentes órganos y sistemas del cuerpo.
El proceso patológico en la sífilis secundaria está marcado por una intensa respuesta inmunitaria que genera una serie de síntomas sistémicos. Estos pueden incluir erupciones cutáneas, generalmente en la palma de las manos y plantas de los pies, y mucosas, que son típicamente indoloras y pueden estar acompañadas de lesiones conocidas como condilomas planos, que son verrugas de apariencia lisa. También es común la fiebre, dolor de garganta, malestar general, dolores musculares y linfadenopatía (inflamación de los ganglios linfáticos). Las manifestaciones clínicas pueden ser muy variadas y no siempre se presentan de manera uniforme en todos los individuos afectados, lo que puede hacer que el diagnóstico sea complicado sin la realización de pruebas serológicas específicas.
Una característica fundamental de la sífilis secundaria es su naturaleza transitoria. Los síntomas suelen desaparecer sin tratamiento en un plazo de semanas o meses, lo que podría dar la falsa impresión de que la infección se ha resuelto. Sin embargo, si no se recibe un tratamiento adecuado, la bacteria sigue presente en el cuerpo y la infección puede progresar a la fase terciaria, mucho más grave y potencialmente debilitante.
El diagnóstico de la sífilis secundaria se realiza principalmente a través de pruebas serológicas, que detectan anticuerpos contra Treponema pallidum. Estas pruebas son fundamentales, ya que muchas de las manifestaciones clínicas de la sífilis secundaria pueden solaparse con otras condiciones dermatológicas o infecciosas, lo que hace que el diagnóstico clínico por sí solo sea insuficiente.
El tratamiento de la sífilis secundaria se basa en la administración de antibióticos, siendo la penicilina el fármaco de elección debido a su alta eficacia contra el Treponema pallidum. El tratamiento oportuno es crucial para evitar la progresión de la enfermedad hacia fases más graves y para prevenir la transmisión de la infección a otras personas.
Manifestaciones clínicas
La fase secundaria de la sífilis generalmente se presenta entre unas semanas y hasta seis meses después del desarrollo del chancro primario, una úlcera característica de la sífilis inicial. En esta etapa, la diseminación de Treponema pallidum, la bacteria responsable de la enfermedad, da lugar a signos sistémicos, como fiebre y linfadenopatía (inflamación de los ganglios linfáticos), o bien a lesiones infecciosas en sitios alejados del lugar de inoculación. Estas manifestaciones reflejan la capacidad del patógeno para propagar sus efectos más allá de la zona inicial de infección.
Las manifestaciones clínicas más comunes en la sífilis secundaria son las lesiones cutáneas y mucosas. En cuanto a la piel, las lesiones suelen ser no pruriginosas (sin picazón) y pueden presentarse en diversas formas: maculares (manchas planas), papulares (protuberancias elevadas), pustulosas (con pápulas llenas de pus), o foliculares (relacionadas con los folículos pilosos), pudiendo aparecer combinaciones de estas variedades, pero rara vez de tipo vesicular (con ampollas). Estas lesiones suelen ser generalizadas, afectando amplias áreas del cuerpo, y en alrededor del 80% de los casos, también involucran las palmas de las manos y las plantas de los pies. Además, pueden observarse lesiones anulares, de aspecto similar a la tiña, que son típicamente redondeadas o con bordes definidos.
La transiluminación, un método de iluminación de la piel para observar mejor las lesiones, puede ser útil para identificar erupciones sutiles o en personas con tonos de piel más oscuros, donde las manifestaciones cutáneas son menos evidentes. Por otro lado, las lesiones en las membranas mucosas, como las manchas mucosas, son otra característica destacada de la sífilis secundaria. Estas manchas pueden encontrarse en diversas zonas del cuerpo, como los labios, la boca, la garganta, los genitales y el área anal, y son altamente infecciosas. Además, en áreas de la piel y las membranas mucosas más húmedas, pueden desarrollarse condilomas planos, que son pápulas fusionadas que supuran líquido, y que en ocasiones pueden confundirse con las verrugas genitales comunes.
A diferencia de las lesiones dérmicas secas, las lesiones en las membranas mucosas son considerablemente más contagiosas. A medida que la infección progresa, también pueden verse comprometidos otros órganos y sistemas del cuerpo, como el sistema nervioso central, el hígado, los riñones, los huesos y las articulaciones. Esto puede dar lugar a una variedad de complicaciones, entre ellas meningitis aséptica o meningitis basilar aguda, parálisis de los nervios craneales, ictericia (coloración amarillenta de la piel y los ojos), síndrome nefrótico (una condición renal caracterizada por proteínas en la orina, bajos niveles de proteínas en sangre y edemas) y periostitis (inflamación de los huesos).
Además, pueden presentarse signos adicionales, como la alopecia (caída del cabello con un patrón de «aspecto comido por polillas») y uveítis (inflamación de la parte media del ojo). Estas manifestaciones son el resultado de la propagación de la bacteria a diferentes tejidos y órganos, reflejando la naturaleza sistémica de la enfermedad en esta etapa.
Exámenes diagnósticos
Las pruebas serológicas para la sífilis suelen ser casi siempre positivas en individuos infectados, debido a la producción de anticuerpos específicos contra Treponema pallidum, la bacteria causante de la enfermedad. Estas pruebas, que incluyen pruebas como la prueba de reagina plasmática rápida y la prueba de anticuerpos antitreponémicos, son fundamentales para el diagnóstico, ya que detectan la respuesta inmunitaria del organismo frente a la infección. En la fase secundaria de la sífilis, la sensibilidad de estas pruebas es alta, dado que la diseminación del patógeno en el cuerpo activa una fuerte respuesta inmunológica.
Además de las pruebas serológicas, las lesiones cutáneas y de las membranas mucosas características de la sífilis secundaria pueden ser evaluadas mediante examen microscópico con campo oscuro, una técnica que permite visualizar directamente el Treponema pallidum en los fluidos de las lesiones. Esta es una herramienta diagnóstica particularmente útil para detectar la presencia de la bacteria en lesiones húmedas, como las que se observan en las zonas genitales, anales o en las mucosas orales. Sin embargo, la presencia del patógeno en el examen con campo oscuro no es exclusiva de la sífilis secundaria, ya que la técnica puede ser sensible a la presencia de otras infecciones bacterianas, aunque en la sífilis es particularmente reveladora.
En un porcentaje significativo de pacientes con sífilis secundaria, específicamente alrededor del 40%, se observa pleocitosis linfocítica transitoria en el líquido cefalorraquídeo, lo que indica una inflamación leve de las meninges. Esta pleocitosis es relativamente moderada, con un recuento celular que generalmente no supera los 50-100 células por microlitro. Aunque esta condición no suele ser grave, su presencia puede sugerir que la infección está afectando el sistema nervioso central, lo que puede derivar en complicaciones más serias si no se trata adecuadamente.
En términos de otras complicaciones, también puede haber signos de hepatitis o nefritis debido a la formación de complejos inmunitarios circulantes, que se depositan en las paredes de los vasos sanguíneos. Estos complejos inmunitarios, formados por la interacción entre los anticuerpos y los antígenos del Treponema pallidum, pueden inducir una respuesta inflamatoria en varios órganos, en especial en el hígado y los riñones. Esto puede dar lugar a alteraciones en las pruebas de función hepática y renal, lo que es indicativo de que la sífilis secundaria está provocando efectos sistémicos más allá de la piel.
Es importante destacar que las lesiones cutáneas de la sífilis secundaria pueden confundirse con otras erupciones infecciosas, como las que se observan en el exantema viral o la pitiriasis rosada, o incluso con erupciones ocasionadas por reacciones alérgicas a medicamentos. Estas erupciones pueden presentar características similares a las de la sífilis, lo que puede dificultar el diagnóstico clínico sin la confirmación mediante pruebas serológicas.
Asimismo, las lesiones viscerales que afectan órganos internos como el hígado o los riñones pueden ser difíciles de distinguir de enfermedades hepáticas o renales causadas por otras infecciones o condiciones autoinmunitarias. En estos casos, el diagnóstico diferencial debe ser cuidadosamente realizado, ya que los síntomas pueden ser similares a los de otras afecciones, lo que resalta la importancia de una evaluación integral que incluya tanto los hallazgos clínicos como los resultados de las pruebas serológicas y microbiológicas.
Tratamiento
El tratamiento de la sífilis secundaria es en general similar al utilizado para la sífilis primaria, dado que ambas etapas de la infección requieren el mismo enfoque inicial, que se basa en la administración de penicilina, el antibiótico de elección debido a su alta eficacia contra Treponema pallidum, la bacteria responsable de la enfermedad. En la mayoría de los casos, la sífilis secundaria no presenta complicaciones graves si se trata de manera adecuada, por lo que el tratamiento estándar implica una única dosis de penicilina administrada por vía intramuscular. Este tratamiento es capaz de erradicar la infección y prevenir la progresión a formas más graves de la enfermedad, como la sífilis terciaria.
Sin embargo, existen situaciones en las que el tratamiento debe adaptarse si el paciente presenta signos o síntomas que sugieren una complicación más grave, como la afectación del sistema nervioso central o de los ojos. Entre estos signos, se incluyen cefalea persistente, alteraciones visuales, signos neurológicos como debilidad o parálisis, o síntomas de meningitis, que indican que la infección ha alcanzado el sistema nervioso. En estos casos, la sífilis no solo está limitada a la piel y las mucosas, sino que está afectando otros órganos vitales, como el cerebro y la médula espinal.
Cuando se sospecha que el sistema nervioso central está involucrado, es esencial realizar una punción lumbar para obtener una muestra de líquido cefalorraquídeo. Este procedimiento permite analizar el líquido y evaluar la presencia de pleocitosis, que es un aumento anormal de células en el líquido cefalorraquídeo, generalmente linfocitos, lo cual es indicativo de una respuesta inflamatoria en el sistema nervioso central. También se busca la presencia de otros signos que puedan confirmar la infección por Treponema pallidum en el cerebro y la médula espinal, como la positividad en las pruebas serológicas específicas para neurosífilis.
Si la punción lumbar confirma la presencia de neurosífilis, es necesario modificar el tratamiento para incluir una forma más intensiva de penicilina, generalmente administrada por vía intravenosa. Esta modalidad de tratamiento asegura que el antibiótico llegue a través de la barrera hematoencefálica para eliminar de manera efectiva la bacteria del sistema nervioso central. La duración y la dosificación del tratamiento en estos casos son mayores y requieren un seguimiento más riguroso para evaluar la respuesta clínica y los posibles efectos secundarios del tratamiento.
El seguimiento de los pacientes que han sido tratados por sífilis secundaria es fundamental para asegurar la resolución completa de la infección. Es necesario realizar pruebas serológicas de control para verificar que los niveles de anticuerpos disminuyan conforme el tratamiento surte efecto. Estas pruebas también permiten identificar posibles recaídas o fallos terapéuticos. Además, el tratamiento y la evaluación de los contactos sexuales del paciente son aspectos clave, ya que la sífilis es una enfermedad altamente contagiosa y puede ser transmitida a otras personas durante cualquier etapa de la infección. El manejo de los contactos incluye, en la mayoría de los casos, la administración de tratamiento profiláctico para prevenir la transmisión y evitar nuevos casos dentro de la población.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.