Tratamiento de pacientes con fiebre

Tratamiento de pacientes con fiebre
Tratamiento de pacientes con fiebre

El tratamiento de pacientes con fiebre es un tema crucial en la atención médica, ya que la fiebre es un síntoma común que puede estar asociado con una amplia variedad de condiciones médicas, desde infecciones hasta trastornos inflamatorios y otras patologías. En la mayoría de los casos, las fiebres son bien toleradas por el organismo y forman parte de la respuesta natural del cuerpo a la enfermedad. Sin embargo, en ciertas circunstancias, es necesario abordar la fiebre para prevenir complicaciones y mejorar el bienestar del paciente.

Es importante tener en cuenta que no todas las fiebres requieren tratamiento activo. Muchas fiebres, especialmente aquellas con una temperatura inferior a 40°C, pueden manejarse únicamente con medidas sintomáticas, como la ingesta adecuada de líquidos, el descanso y el control ambiental de la temperatura. En estos casos, el objetivo principal del tratamiento es aliviar el malestar del paciente y permitir que el cuerpo combata la infección o la enfermedad subyacente.

El uso de antipiréticos, como el paracetamol o el ibuprofeno, para reducir la fiebre es común en la práctica clínica. Sin embargo, la evidencia científica sugiere que el tratamiento con antipiréticos puede no tener un impacto significativo en la mortalidad de los pacientes críticamente enfermos ni en el número de días libres de cuidados intensivos (UCI). Esto significa que, aunque los antipiréticos pueden ayudar a reducir la temperatura corporal, su efecto en el resultado clínico general puede ser limitado en ciertos contextos, como en pacientes gravemente enfermos.

Hay que destacar que una temperatura corporal superior a 41°C puede indicar hipertermia, en lugar de fiebre mediada por citoquinas. La hipertermia es una emergencia médica que requiere un manejo inmediato para prevenir daños graves en el organismo, como el golpe de calor y el daño cerebral. En estos casos, se pueden utilizar medidas físicas para enfriar rápidamente el cuerpo, como compresas de alcohol, compresas frías, bolsas de hielo, enemas de agua fría y baños de hielo. Estas medidas son más efectivas en la hipertermia que en la fiebre relacionada con citoquinas, ya que los pacientes con fiebre pueden intentar compensar activamente la reducción de la temperatura corporal.

El tratamiento farmacológico de la fiebre es una parte fundamental del manejo clínico de los pacientes, especialmente aquellos que presentan un estado hemodinámico marginal o que experimentan un malestar significativo debido a la elevación de la temperatura corporal. Los fármacos antipiréticos, como la aspirina o el acetaminofeno, son ampliamente utilizados para reducir la fiebre y proporcionar alivio sintomático a los pacientes.

La aspirina y el acetaminofeno son dos opciones efectivas para reducir la fiebre, con dosis típicas que oscilan entre 325 a 650 mg por vía oral cada 4 horas. Sin embargo, es importante destacar que el tratamiento antipirético solo se considera necesario en pacientes con un estado hemodinámico marginal, es decir, aquellos cuya capacidad de mantener la presión arterial y la perfusión tisular está comprometida. Para otros pacientes, el tratamiento antipirético puede ser utilizado únicamente para aliviar el malestar asociado con la fiebre.

La administración temprana de acetaminofeno puede ser beneficiosa para tratar la fiebre asociada con una infección probable. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la evidencia sugiere que la administración temprana de acetaminofeno no afecta el número de días libres de cuidados intensivos (UCI), lo que indica que su impacto en el resultado clínico global puede ser limitado en ciertos casos.

Es crucial seguir un horario regular de dosificación de los fármacos antipiréticos, administrándolos cada 4 horas durante el día, en lugar de administrarlos “según sea necesario”. La dosificación “según sea necesario” puede conducir a fluctuaciones en la temperatura corporal y causar escalofríos y sudores periódicos debido a niveles variables del fármaco en el cuerpo.

Además del tratamiento antipirético, en ciertos casos se puede considerar la terapia antimicrobiana profiláctica o empírica. La terapia antimicrobiana profiláctica se recomienda para pacientes con neutropenia prolongada (menos de 100 neutrófilos/mcL durante más de 7 días), mientras que la terapia antimicrobiana empírica puede ser indicada para pacientes febriles con inestabilidad hemodinámica, neutropenia grave, esplenectomía o inmunosupresión, incluso antes de que se pueda confirmar la presencia de una infección.

Los pacientes febriles con neutropenia representan un grupo de alto riesgo en el ámbito clínico, ya que tienen un sistema inmunológico debilitado debido a una disminución significativa en el número de neutrófilos, células esenciales en la defensa del cuerpo contra las infecciones bacterianas. Dada esta vulnerabilidad, es crucial que estos pacientes reciban una atención rápida y adecuada para prevenir complicaciones graves, como la sepsis y el shock séptico.

El inicio temprano de la terapia antibacteriana empírica es fundamental en estos casos, ya que puede ayudar a prevenir la progresión de una infección potencialmente mortal. Se ha establecido un estándar para administrar dosis iniciales de terapia antibacteriana dentro de una hora desde el triaje de estos pacientes febriles con neutropenia. Este enfoque busca abordar rápidamente la posible causa infecciosa de la fiebre y reducir el riesgo de complicaciones graves.

Además, es esencial que estos pacientes sean monitoreados de cerca durante al menos 4 horas después de la administración inicial de la terapia antibacteriana. Este seguimiento permite evaluar la respuesta del paciente al tratamiento y determinar si son candidatos adecuados para el manejo ambulatorio o si necesitan ser ingresados en el hospital para una vigilancia y tratamiento más intensivos.

Aunque se ha establecido un estándar para la admisión hospitalaria de pacientes febriles con neutropenia, algunos pacientes cuidadosamente seleccionados pueden ser manejados de manera ambulatoria, siempre que se identifiquen como de bajo riesgo mediante una evaluación sistemática. Esta evaluación considera varios factores de riesgo, como la edad, la carga de la enfermedad, el estado ambulatorio y la presencia de comorbilidades, para determinar la idoneidad del manejo ambulatorio.

En términos de tratamiento antimicrobiano, se ha demostrado que la terapia antimicrobiana parenteral ambulatoria es efectiva y segura en pacientes de bajo riesgo. Se pueden utilizar varios agentes antimicrobianos, como cefepime, piperacilina/tazobactam, imipenem, meropenem o doripenem, dependiendo de la susceptibilidad del patógeno y las consideraciones clínicas específicas de cada paciente.

Para los pacientes de alto riesgo, que pueden presentar factores de riesgo específicos o sospecha de infección fúngica, se recomienda la derivación para el manejo hospitalario con terapia antimicrobiana parenteral combinada. En casos de sospecha de infección fúngica, el fluconazol se considera una alternativa efectiva y menos tóxica que la anfotericina B.

 

 

 

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