Existe una alta incidencia de infecciones entre las personas con trastorno por consumo de opioides, especialmente entre aquellas que se inyectan drogas. Esta vulnerabilidad aumentada a las infecciones se debe a una combinación de factores biológicos, conductuales y sociales que actúan de manera sinérgica para comprometer la salud de este grupo poblacional.
Uno de los principales factores que contribuyen a este riesgo elevado es la higiene deficiente en el proceso de inyección. Muchas personas que consumen drogas por vía parenteral lo hacen en contextos precarios, sin acceso adecuado a agua limpia, desinfectantes o materiales estériles, lo que favorece la introducción de bacterias y otros microorganismos en el organismo. A esto se suma la colonización de la piel y mucosas por microorganismos potencialmente patógenos, como Staphylococcus aureus, que puede penetrar fácilmente en el torrente sanguíneo durante el acto de la inyección.
Además, las drogas y el equipo utilizado para su administración pueden estar contaminados. En muchos casos, las sustancias son manipuladas en ambientes insalubres o diluidas con agentes no estériles, lo cual representa una fuente directa de agentes infecciosos. El uso compartido de agujas, jeringas y otros utensilios también incrementa el riesgo de transmisión de infecciones virales como el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y el virus de la hepatitis C.
A nivel conductual, es común que las personas que se inyectan drogas participen en prácticas sexuales de riesgo, muchas veces sin protección y con múltiples parejas, lo cual constituye otra vía importante de adquisición de infecciones. Estas conductas pueden estar influenciadas por la necesidad de obtener drogas, el entorno social, o la alteración del juicio causada por el uso de sustancias.
El consumo crónico de opioides puede afectar directamente las defensas inmunológicas del organismo. Se ha demostrado que los opioides tienen efectos inmunosupresores, reduciendo la capacidad del cuerpo para combatir infecciones bacterianas, virales y fúngicas. Esta alteración del sistema inmunológico, sumada a los factores previamente mencionados, crea un entorno propicio para la aparición y propagación de enfermedades infecciosas.
Manifestaciones clínicas
Las infecciones cutáneas son una complicación frecuente entre las personas que se inyectan drogas, y su aparición está estrechamente relacionada con prácticas de higiene inadecuadas y técnicas de inyección no estériles. Estas condiciones favorecen la introducción de microorganismos en los tejidos blandos a través de la piel, dando lugar a infecciones de diferente gravedad. Entre los agentes etiológicos más comúnmente implicados se encuentra Staphylococcus aureus, incluyendo cepas resistentes a la meticilina adquiridas en la comunidad, así como microorganismos que forman parte de la flora oral como Streptococcus, Eikenella, Fusobacterium y Peptostreptococcus. En personas que se inyectan en la región inguinal, también se observan con mayor frecuencia bacterias gramnegativas de origen entérico, probablemente debido a la proximidad al área perianal y a una mayor probabilidad de contaminación fecal.
Las manifestaciones clínicas más comunes son la celulitis y los abscesos subcutáneos. Estas infecciones se asocian particularmente con inyecciones subcutáneas (“skin-popping”) o intramusculares, y con el uso de mezclas de cocaína y heroína. En estos casos, se ha propuesto que la isquemia tisular inducida por los vasoconstrictores contenidos en la cocaína puede predisponer al desarrollo de infecciones más profundas, al comprometer la perfusión local y la respuesta inmunitaria en los tejidos afectados.
Aunque con menor frecuencia, pueden ocurrir infecciones musculares graves como la miositis, la mionecrosis clostridial y la fascitis necrosante. Estas condiciones son potencialmente letales y requieren una intervención médica urgente. Asimismo, se ha documentado botulismo por heridas, especialmente en usuarios de heroína tipo “black tar” (heroína alquitranada), el cual se presenta de manera esporádica pero a menudo en forma de brotes, debido a la contaminación del producto y al uso compartido de equipos.
Las infecciones respiratorias también son una complicación relevante. La neumonía por aspiración y sus consecuencias —como el absceso pulmonar, el empiema y el absceso cerebral— están asociadas al estado de conciencia alterado inducido por el consumo de drogas, que favorece la aspiración de contenido orofaríngeo. Estas infecciones suelen estar causadas por una flora mixta aerobiana y anaerobiana, proveniente de la cavidad bucal.
Además, la tuberculosis continúa siendo un problema importante entre las personas que consumen drogas, en parte por las condiciones sociales precarias en las que viven muchas de estas personas, y también por la elevada prevalencia de infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) en esta población. La coinfección por VIH facilita la diseminación de Mycobacterium tuberculosis y se asocia con mayores tasas de morbilidad y mortalidad. En estos pacientes, las manifestaciones clínicas y radiográficas pueden ser atípicas, lo que dificulta el diagnóstico. Por ello, debe sospecharse tuberculosis en cualquier persona que presenta infiltrados pulmonares y no responde adecuadamente al tratamiento antibiótico convencional.
Las hepatitis virales también son altamente prevalentes entre quienes se inyectan drogas, siendo las variantes B, C y D transmitidas principalmente por vía parenteral. La hepatitis A, en cambio, se transmite por vía fecal-oral, y puede presentarse en contextos de higiene deficiente. Es frecuente que una misma persona haya tenido múltiples episodios de hepatitis, causados por diferentes virus. En particular, la hepatitis C presenta una elevada tasa de transmisión, y se ha documentado incluso en usuarios de drogas que no recurren a la inyección, como en el caso del consumo intranasal de heroína u otras sustancias. Se cree que esta vía de transmisión podría estar relacionada con el uso compartido de pajillas o instrumentos contaminados con sangre.
Los émbolos sépticos pulmonares representan una complicación grave en personas que se inyectan drogas y se originan comúnmente a partir de trombos venosos infectados o de endocarditis infecciosa del lado derecho del corazón. En estos casos, los microorganismos presentes en el torrente sanguíneo colonizan válvulas cardiacas, especialmente la válvula tricúspide, formando vegetaciones que pueden desprenderse y viajar hacia los pulmones a través de la circulación venosa, donde causan áreas de infarto séptico, neumonía necrotizante o abscesos pulmonares.
Aunque las infecciones de transmisión sexual no están directamente causadas por el consumo de drogas, existen conductas asociadas al uso de sustancias que aumentan considerablemente su prevalencia. Entre estas conductas se incluye el intercambio de sexo por drogas o dinero, en contextos de alta vulnerabilidad social, donde el uso de preservativos es escaso y las relaciones sexuales son múltiples y de riesgo. Las infecciones más comunes en este contexto son la sífilis, la gonorrea y el chancroide. Estas enfermedades, además de su carga sintomática, aumentan la susceptibilidad a la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana, al comprometer la integridad de las mucosas genitales.
El virus de la inmunodeficiencia humana y el síndrome de inmunodeficiencia adquirida tienen una alta incidencia entre las personas que se inyectan drogas, sus parejas sexuales, y los hijos nacidos de mujeres infectadas. La transmisión puede ocurrir tanto por vía parenteral, a través del uso compartido de jeringas, como por vía sexual o vertical (de madre a hijo durante el embarazo, parto o lactancia). Esta infección compromete de manera significativa la función inmunológica, aumentando la vulnerabilidad frente a infecciones oportunistas y complicaciones sistémicas.
La endocarditis infecciosa en personas que se inyectan drogas representa una manifestación clínica particularmente frecuente y grave. El agente etiológico más común es Staphylococcus aureus, incluyendo cepas resistentes a la meticilina. También se observan infecciones causadas por hongos del género Candida, en especial Candida albicans y Candida parapsilosis, así como por Enterococcus faecalis, diversos estreptococos y bacterias gramnegativas como Pseudomonas aeruginosa y Serratia marcescens. Esta diversidad de patógenos refleja el uso de técnicas de inyección no estériles y la contaminación del material utilizado. La endocarditis puede conducir no solo a émbolos sépticos pulmonares, sino también a diseminación hematógena hacia otros órganos y tejidos.
Otras infecciones vasculares frecuentes en este grupo poblacional incluyen la tromboflebitis séptica y los aneurismas micóticos. Estos últimos pueden desarrollarse por dos mecanismos: el trauma directo a un vaso sanguíneo durante la inyección, seguido de infección secundaria, o la diseminación hematógena de microorganismos que se depositan en la pared vascular previamente dañada. Los aneurismas micóticos por inoculación directa ocurren con mayor frecuencia en las arterias femorales, aunque también pueden observarse en vasos del cuello. En cambio, los aneurismas de origen hematógeno suelen localizarse en vasos intracerebrales y están comúnmente asociados a casos de endocarditis.
La osteomielitis y la artritis séptica también son complicaciones significativas en personas que se inyectan drogas, y suelen deberse a la diseminación hematógena de patógenos o a trombos venosos sépticos. Estas infecciones afectan con frecuencia vértebras, articulaciones esternoclaviculares, sínfisis púbica, articulaciones sacroilíacas y otras localizaciones atípicas. El dolor y la fiebre son los síntomas predominantes, y frecuentemente preceden a los hallazgos radiográficos por varias semanas, lo que puede retrasar el diagnóstico. Staphylococcus aureus, a menudo en su forma resistente a meticilina, es el agente más frecuente. No obstante, en este contexto también se identifican patógenos poco habituales en infecciones óseas espontáneas, como Serratia, Pseudomonas y diversas especies de Candida, incluyendo aquellas que no pertenecen al complejo Candida albicans.
Tratamiento
El manejo clínico de una persona con fiebre conocida por inyectarse drogas representa un reto frecuente y complejo en la práctica médica. Este escenario requiere una evaluación sistemática, meticulosa y basada en criterios clínicos y microbiológicos debido a la alta probabilidad de que la fiebre esté relacionada con una infección grave y potencialmente diseminada, como la endocarditis infecciosa, los émbolos sépticos pulmonares, la osteomielitis, o infecciones de tejidos blandos.
El primer paso ante la presencia de fiebre en esta población es la obtención de cultivos microbiológicos adecuados, lo que incluye hemocultivos, urocultivo y cultivo de esputo si la radiografía de tórax presenta hallazgos anormales. Esta recolección de muestras debe realizarse antes de iniciar el tratamiento antimicrobiano empírico, con el fin de aumentar la probabilidad de identificar el agente etiológico y guiar una terapia específica.
Si la radiografía de tórax sugiere una consolidación pulmonar, compatible con una neumonía adquirida en la comunidad, se inicia tratamiento empírico con un régimen que cubra los patógenos respiratorios habituales. En este contexto, se administra ceftriaxona a razón de 1 gramo por vía intravenosa cada 24 horas, en combinación con un macrólido como la azitromicina (500 miligramos, por vía oral o intravenosa cada 24 horas) o con doxiciclina (100 miligramos, por vía oral o intravenosa dos veces al día), dependiendo de la disponibilidad y tolerancia del paciente.
Por otro lado, si la imagen radiológica muestra infiltrados nodulares, lo que sugiere la presencia de émbolos sépticos pulmonares, debe asumirse la posibilidad de una endocarditis infecciosa, dado que estos émbolos suelen originarse en vegetaciones del corazón derecho. En este caso, se inicia tratamiento empírico con vancomicina a una dosis de 15 miligramos por kilogramo cada 12 horas por vía intravenosa, debido a la alta prevalencia de Staphylococcus aureusresistente a meticilina (MRSA) y la posibilidad de infección por Enterococcus.
Si la radiografía de tórax es normal y no se identifica un foco claro de infección en la exploración clínica, se debe asumir endocarditis como diagnóstico presuntivo mientras se esperan los resultados de los hemocultivos. En este contexto, también se inicia vancomicina como tratamiento empírico. Si los cultivos sanguíneos resultan positivos para microorganismos frecuentemente implicados en endocarditis en personas que se inyectan drogas —como Staphylococcus aureus, Candida, Enterococcus faecalis, Pseudomonas o Serratia marcescens— se confirma el diagnóstico de endocarditis y se ajusta el tratamiento según la sensibilidad del patógeno.
Cuando los cultivos indican la presencia de Staphylococcus aureus sensible a meticilina, se debe suspender la vancomicina y sustituirla por un antibiótico más específico, como cefazolina o una penicilina antistafilocócica (por ejemplo, nafcilina u oxacilina), que presentan mejor eficacia bactericida y menor toxicidad renal. Si los hemocultivos identifican un microorganismo que no suele ser causa típica de endocarditis, debe buscarse otra fuente oculta de infección, para lo cual un ecocardiograma transesofágico resulta una herramienta fundamental. Este estudio tiene una sensibilidad cercana al 90 % para detectar vegetaciones, y un resultado negativo ofrece evidencia sólida en contra del diagnóstico de endocarditis.
En el caso de que los cultivos sean negativos pero el paciente presente mejoría clínica con el tratamiento antimicrobiano empírico, se considera que la infección probablemente no está relacionada con endocarditis. En estos pacientes, se puede continuar el tratamiento por un período total de 7 a 14 días, pasando a terapia oral una vez se haya logrado una respuesta clínica inicial. No obstante, en todos los casos debe llevarse a cabo una búsqueda activa de focos ocultos de infección, incluyendo evaluación del tracto genitourinario, dentadura, senos paranasales y vesícula biliar.
Es fundamental destacar el rol clave que los profesionales de la salud pueden desempeñar en el abordaje integral del trastorno por consumo de opioides en este tipo de pacientes. La presentación con una complicación infecciosa puede ser una oportunidad crucial para intervenir. Esto incluye la realización de un tamizaje sistemático para identificar el trastorno por consumo de opioides, la capacitación del personal médico en el manejo de esta condición, la prescripción de medicamentos específicos como buprenorfina o metadona, el tratamiento de los síntomas de abstinencia y, posteriormente, la vinculación del paciente con programas comunitarios de tratamiento tras el alta hospitalaria. Abordar de forma simultánea la infección y la dependencia a opioides es esencial para mejorar los resultados clínicos, prevenir recurrencias infecciosas y reducir la mortalidad asociada.

Fuente y lecturas recomendadas:
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