Hepatitis C

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El virus de la hepatitis C (VHC) es un patógeno de tipo ARN de cadena simple, clasificado dentro de la familia Flaviviridae, bajo el género Hepacivirus. Esta clasificación se basa en la similitud en sus propiedades biológicas, genéticas y de replicación con los flavivirus, que incluyen a agentes causantes de enfermedades como el dengue, la fiebre amarilla y el virus del zika. Al igual que los flavivirus, el VHC posee un genoma de ARN de una sola cadena que codifica para una única poliproteína precursora que, al ser procesada por proteasas virales, da lugar a las proteínas estructurales y no estructurales necesarias para la replicación viral. Esta similitud estructural y funcional es un factor clave que ha facilitado su estudio y comprensión en términos de biología molecular y mecanismos de infección.

Desde su identificación en la década de 1980, el VHC ha sido responsable de una proporción significativa de casos de hepatitis postransfusional. Este virus fue la principal causa de hepatitis viral asociada a transfusiones de sangre, representando más del 90% de los casos en este contexto. Sin embargo, la introducción de pruebas de detección de ácido ribonucleico (ARN) del VHC en las donaciones de sangre ha reducido drásticamente la incidencia de hepatitis C postransfusional. Esta medida de control ha sido altamente efectiva en la disminución de los riesgos de transmisión, aunque la prevalencia del VHC sigue siendo un desafío a nivel global.

El VHC se transmite principalmente a través del contacto con sangre infectada, siendo el uso de drogas inyectadas la vía de transmisión más prevalente. De hecho, más del 60% de los casos de infección por VHC se asocian al uso compartido de agujas y otros implementos para la inyección de drogas. Entre las personas que se inyectan drogas de forma activa, la reinfección y la sobreinfección por diferentes genotipos del VHC son comunes, lo que refleja la capacidad del virus para generar variabilidad genética a través de mutaciones en su ARN. Además, prácticas de modificación corporal como el piercing y los tatuajes, así como procedimientos de hemodiálisis, también se reconocen como factores de riesgo importantes para la transmisión del VHC, debido al posible contacto con sangre infectada.

A pesar de que el riesgo de transmisión sexual y materno-neonatal del VHC es relativamente bajo, ciertos factores pueden incrementar esta probabilidad. En parejas sexuales donde uno de los miembros está infectado, el riesgo de transmisión puede ser mayor si existen niveles elevados de ARN del VHC circulante en sangre, lo que indica una mayor carga viral. En particular, en hombres que tienen sexo con hombres (HSH), el riesgo de transmisión aumenta si hay prácticas sexuales de alto riesgo, como el sexo anal receptivo sin protección, la eyaculación en la zona rectal y el consumo de sustancias psicoactivas como las metanfetaminas, que pueden inducir comportamientos sexuales más riesgosos. Aunque el riesgo de transmisión de madre a hijo es bajo, algunos estudios sugieren que en contextos de alta carga viral en la madre, el riesgo podría ser ligeramente mayor, aunque no se ha documentado transmisión del VHC a través de la lactancia materna.

En los países en desarrollo, las prácticas médicas inseguras, como el uso de agujas no esterilizadas y la reutilización de materiales médicos sin un adecuado control de higiene, siguen siendo una causa importante de nuevas infecciones por VHC. En muchos de estos casos, la fuente de la infección puede ser desconocida, lo que complica aún más la prevención y control de la enfermedad.

La coinfección con VIH y VHC es un fenómeno común, presente en al menos el 30% de las personas infectadas por el virus de la inmunodeficiencia humana. Esta coinfección tiene implicaciones clínicas significativas, ya que la presencia del VIH aumenta el riesgo de progresión de la hepatitis C a enfermedades hepáticas más graves, como la cirrosis y el carcinoma hepatocelular. Además, la infección por VIH puede acelerar la insuficiencia hepática aguda en pacientes con VHC y modificar la respuesta inmunológica frente al virus. Por otro lado, el tratamiento antirretroviral para el VIH puede tener efectos hepatotóxicos, empeorando la función hepática en personas coinfectadas, lo que requiere un manejo clínico más complejo.

El VHC presenta una notable diversidad genética, con la identificación de al menos ocho genotipos distintos del virus. Esta variabilidad genética tiene implicaciones tanto para el diagnóstico como para el tratamiento de la infección, ya que los distintos genotipos pueden variar en su capacidad de replicación, su respuesta a los tratamientos antivirales y su capacidad para evadir la respuesta inmunitaria del hospedador. Esta diversidad también dificulta el desarrollo de una vacuna universal contra el VHC, aunque se han logrado avances significativos en el tratamiento antiviral de la infección.

 

Manifestaciones clínicas

El período de incubación de la hepatitis C se refiere al intervalo de tiempo entre la exposición al VHC y la aparición de los primeros síntomas clínicos, si es que estos se manifiestan. En el caso de la hepatitis C, este período de incubación suele ser de 6 a 7 semanas, aunque puede variar entre 2 semanas y 6 meses en algunos casos. La razón de este intervalo relativamente largo y la variabilidad observada están asociadas con la capacidad del virus para replicarse en el organismo, la respuesta inmune del huésped y las características del propio virus.

El VHC ingresa al cuerpo principalmente a través de contacto con sangre infectada, y una vez en el organismo, se dirige hacia el hígado, donde se replica en los hepatocitos. Durante las primeras semanas, el virus puede multiplicarse de manera intensa en el hígado y otros órganos, pero la mayoría de los individuos no muestran signos clínicos evidentes. Esto se debe a que la hepatitis C generalmente no produce una respuesta inflamatoria aguda suficientemente fuerte como para inducir síntomas notables, lo que puede contribuir al largo período de incubación.

El sistema inmunológico responde a la infección activando diferentes mecanismos de defensa, como la producción de interferón y la activación de células T. Sin embargo, la capacidad del VHC para evadir la respuesta inmune es una característica fundamental que permite que el virus se establezca de manera crónica en el organismo. La baja inmunogenicidad y la alta tasa de mutación del VHC dificultan una respuesta inmune efectiva y contribuyen a la falta de síntomas en la fase inicial de la infección. Es por esto que muchas personas infectadas con el VHC no presentan signos clínicos durante las primeras semanas, lo que alarga el período de incubación hasta que eventualmente se desarrollen síntomas o se detecten anomalías en las pruebas de función hepática.

En cuanto a la manifestación clínica de la hepatitis C, en alrededor del 70% de los casos la enfermedad permanece asintomática o se presenta con síntomas leves. Estos síntomas pueden incluir fatiga, malestar general, pérdida de apetito y algunas molestias en el área del abdomen, que suelen ser fáciles de pasar por alto o confundirse con otras afecciones. En muchos casos, se detecta la infección solo cuando se realizan pruebas de función hepática y se observa una elevación intermitente de las aminotransferasas (como la alanina aminotransferasa y la aspartato aminotransferasa), que son enzimas hepáticas que se liberan en el torrente sanguíneo cuando los hepatocitos sufren daño.

Este fenómeno de elevación intermitente de las aminotransferasas es característico en los pacientes con hepatitis C crónica, ya que, en fases tempranas, la infección puede no provocar daño hepático significativo. Sin embargo, con el tiempo, la acumulación de daño hepático debido a la inflamación crónica puede dar lugar a fibrosis, cirrosis y, en casos más graves, carcinoma hepatocelular. Aproximadamente el 80% de los pacientes con hepatitis C desarrollan una infección crónica, lo que aumenta el riesgo de complicaciones a largo plazo si no se trata adecuadamente.

En mujeres embarazadas con hepatitis C crónica, se observa una particularidad en los niveles de aminotransferasas. Durante el embarazo, es común que los niveles séricos de estas enzimas se normalicen, lo que no necesariamente indica una resolución de la infección o una mejora del estado hepático. De hecho, la viremia, que es la presencia del virus en la sangre, suele mantenerse durante el embarazo, a pesar de la normalización de las aminotransferasas. Este fenómeno podría explicarse por los cambios inmunológicos que ocurren durante el embarazo, que tienden a ser inmunosupresores para proteger al feto de posibles rechazos. En este contexto, el sistema inmunológico podría no responder tan agresivamente al virus, lo que lleva a una disminución transitoria de la actividad inflamatoria en el hígado.

Sin embargo, después del parto, los niveles de aminotransferasas pueden aumentar nuevamente, lo que refleja una reactivación de la respuesta inmune al virus. Esta reactivación puede estar relacionada con el restablecimiento de la función inmunológica normal en la madre después del parto, lo que implica una mayor actividad inflamatoria en el hígado. En algunos casos, esto puede resultar en un aumento de la inflamación hepática y un empeoramiento temporal de la función hepática. A pesar de esta variabilidad, el riesgo de transmisión vertical del VHC durante el embarazo es relativamente bajo, con una tasa estimada de transmisión perinatal de aproximadamente el 5% al 10% en mujeres infectadas, aunque la presencia de coinfecciones o condiciones adicionales puede aumentar este riesgo.

 

Exámenes diagnósticos

La diagnóstico de la hepatitis C se basa principalmente en la detección de anticuerpos anti-VHC mediante un ensayo inmunoenzimático, que es la prueba inicial más común para identificar la presencia de la infección por el virus de la hepatitis C (VHC). Los anticuerpos anti-VHC son proteínas producidas por el sistema inmunológico del huésped como respuesta a la infección por el VHC. Esta respuesta inmunológica es una parte normal de la defensa del cuerpo contra la infección viral. Sin embargo, es importante señalar que la presencia de estos anticuerpos no proporciona protección frente a nuevas infecciones, ni garantiza que la persona esté libre del virus, ya que no evitan la reinfección o la persistencia del virus.

El papel de los anticuerpos anti-VHC en el diagnóstico es fundamental, ya que su detección en el suero de un paciente generalmente indica que este ha estado expuesto al virus y que el sistema inmunológico ha producido una respuesta frente a la infección. En el contexto de la hepatitis C, la presencia de estos anticuerpos es un indicativo de que la infección por el VHC ha ocurrido, ya sea en una forma aguda o crónica, aunque en algunas personas los anticuerpos pueden persistir incluso después de que el virus haya sido eliminado del cuerpo, lo que se denomina «recuperación espontánea».

En aquellos pacientes en los que la infección por el VHC está activa, ya sea en su fase aguda o crónica, la detección de anticuerpos anti-VHC en el suero puede ser un marcador útil para confirmar que la causa subyacente de la hepatitis es el VHC. Sin embargo, es crucial entender que la presencia de estos anticuerpos por sí sola no es suficiente para confirmar el diagnóstico de una infección activa, ya que los anticuerpos pueden permanecer en el organismo mucho tiempo después de que el virus haya desaparecido. Esto plantea la necesidad de una confirmación adicional para establecer si la infección está activa o si corresponde a una infección pasada.

Para confirmar el diagnóstico y determinar si el virus sigue presente en el cuerpo, se realiza un análisis de ARN del VHC, mediante técnicas como la reacción en cadena de la polimerasa con transcriptasa reversa (RT-PCR). Este análisis detecta la presencia de ARN viral en el suero del paciente, lo cual es un indicador directo de replicación viral activa. Si el ARN del VHC se detecta, esto indica que el virus aún está presente y se está replicando en el organismo, lo que confirma una infección activa. Este test de ARN es particularmente relevante en pacientes con anticuerpos anti-VHC positivos, ya que permite diferenciar entre una infección crónica activa, una infección aguda reciente o una infección pasada en la que el virus ha sido eliminado de manera espontánea.

Es importante resaltar que, en ciertos casos, algunas personas pueden tener anticuerpos anti-VHC en su suero sin que se detecte el ARN del VHC. Esta situación puede ocurrir en individuos que, a pesar de haber estado infectados en el pasado, han eliminado el virus de su cuerpo de manera espontánea, un fenómeno que ocurre en un pequeño porcentaje de casos. Este grupo de personas presenta anticuerpos que siguen siendo detectables, pero no tienen viremia activa, lo que sugiere que el sistema inmunológico fue capaz de controlar la infección y erradicar el virus sin necesidad de tratamiento específico. La presencia de anticuerpos sin ARN viral en el suero puede ser indicativa de una recuperación completa de una infección pasada, lo que no implica que el individuo siga siendo contagioso ni que tenga enfermedad hepática activa relacionada con el VHC.

 

Complicaciones

El virus de la hepatitis C (HCV) es reconocido no solo como un agente patógeno responsable de la hepatitis crónica, sino también como un factor de riesgo en diversas enfermedades extrahepáticas, algunas de las cuales están asociadas con trastornos autoinmunitarios, hematológicos y metabólicos. El HCV es capaz de inducir una amplia gama de manifestaciones clínicas, que incluyen crioglobulinemia mixta, glomerulonefritis membranoproliferativa, y otras enfermedades autoinmunes y sistémicas, lo que resalta su papel como un patógeno multifacético que afecta no solo al hígado, sino también a otros sistemas orgánicos.

Crioglobulinemia mixta

La crioglobulinemia mixta es una condición patológica caracterizada por la presencia de proteínas anormales en el suero que se precipitan a temperaturas bajas. En esta enfermedad, el HCV juega un papel clave, ya que la infección crónica por el virus induce la producción de crioglobulinas, especialmente de tipo II, que son inmunoglobulinas que se combinan con fragmentos de anticuerpos monoclonales. Estas crioglobulinas pueden depositarse en los vasos sanguíneos y causar inflamación, lo que da lugar a una variedad de síntomas, como lesiones en la piel, neuropatías periféricas y daño renal. La relación entre HCV y la crioglobulinemia mixta es un ejemplo de cómo el virus puede inducir una respuesta inmunitaria aberrante que afecta a otros sistemas orgánicos.

Glomerulonefritis membranoproliferativa

La glomerulonefritis membranoproliferativa (GM) es una enfermedad renal en la que se producen alteraciones en la estructura del glomérulo, lo que resulta en una disminución de la función renal. El HCV, a través de mecanismos inmunológicos complejos, contribuye al desarrollo de GM al inducir una respuesta inmune persistente que da lugar a la formación de complejos inmunes que se depositan en los riñones. Estos complejos causan daño en los glomérulos y pueden provocar proteinuria, hematuria y, eventualmente, insuficiencia renal crónica. La asociación entre el HCV y la glomerulonefritis membranoproliferativa refleja cómo la persistencia de la infección viral puede provocar una respuesta inmunitaria crónica con consecuencias graves para la función renal.

Otras enfermedades autoinmunitarias y sistémicas

El HCV también se ha relacionado con una serie de enfermedades autoinmunes y otras condiciones sistémicas. Entre ellas se incluyen el liquen plano, la tiroiditis autoinmune, la sialadenitis linfocítica, la fibrosis pulmonar idiopática, la porfiria cutánea tarda esporádica, y las gamopatías monoclonales. En estos casos, la infección crónica por HCV puede desencadenar una respuesta inmunitaria desregulada que da lugar a la formación de anticuerpos y la aparición de trastornos autoinmunitarios. Por ejemplo, el liquen plano es una enfermedad inflamatoria crónica que afecta la piel, las mucosas y otras áreas, y en algunos pacientes con HCV, este trastorno cutáneo se observa con mayor frecuencia.

La tiroiditis autoinmune, que incluye afecciones como la enfermedad de Hashimoto, se asocia con la infección por HCV debido a la alteración de la regulación inmune provocada por el virus. Del mismo modo, la sialadenitis linfocítica es una inflamación de las glándulas salivales que puede ocurrir en pacientes con HCV, y se caracteriza por la infiltración de células inflamatorias, lo que puede resultar en sequedad bucal y otros síntomas.

Enfermedades metabólicas y malignidades

El HCV también se ha relacionado con un mayor riesgo de desarrollar diabetes mellitus tipo 2 y enfermedad cardiovascular (ECV). La infección crónica por HCV puede alterar el metabolismo de la glucosa y aumentar la resistencia a la insulina, lo que facilita el desarrollo de diabetes tipo 2. En cuanto a las enfermedades cardiovasculares, el HCV puede contribuir al daño endotelial y al aumento de la inflamación sistémica, lo que incrementa el riesgo de arteriosclerosis y enfermedad cardiovascular en general.

Además, el HCV confiere un riesgo incrementado del linfoma no Hodgkin de células B, un tipo de cáncer hematológico, en pacientes infectados crónicamente. Este aumento de riesgo es de aproximadamente un 20–30% o más en comparación con la población general, y se cree que está relacionado con la activación crónica de las células B del sistema inmunológico, que favorece la proliferación descontrolada y la aparición de linfomas.

Enfermedades renales

El HCV está fuertemente asociado con un mayor riesgo de enfermedad renal terminal (insuficiencia renal crónica) en pacientes con infección crónica, especialmente aquellos infectados con el genotipo 1 del HCV. Este genotipo se asocia con una mayor carga viral y una respuesta inflamatoria más pronunciada, lo que puede contribuir al daño renal progresivo. Los pacientes con hepatitis C crónica, en particular aquellos con comorbilidades como la crioglobulinemia o la glomerulonefritis membranoproliferativa, tienen un riesgo elevado de desarrollar insuficiencia renal terminal, lo que resalta la importancia de un diagnóstico temprano y el tratamiento adecuado para prevenir complicaciones renales.

Estatosis hepática

La esteatosis hepática o acumulación de grasa en el hígado es una característica particular de la infección por genotipo 3 del HCV, aunque también puede presentarse en pacientes infectados con otros genotipos que tienen factores de riesgo para desarrollar enfermedad hepática esteatósica, como la obesidad o la diabetes tipo 2. La esteatosis puede conducir a un daño hepático progresivo, aumentando el riesgo de cirrosis y cáncer hepático. La relación entre el HCV y la esteatosis hepática sugiere que la infección viral no solo afecta al hígado a través de la inflamación y la fibrosis, sino que también interfiere con el metabolismo lipídico, contribuyendo a la acumulación de grasa en el órgano.

Embarazo y complicaciones asociadas

Durante el embarazo, la infección por HCV puede tener implicaciones importantes tanto para la madre como para el feto. Se ha observado que las mujeres embarazadas con hepatitis C crónica tienen un mayor riesgo de parto prematuro y colestasis intrahepática del embarazo. La colestasis intrahepática se caracteriza por la acumulación de bilis en el hígado, lo que provoca picazón, ictericia y otros síntomas. En algunos casos, puede poner en peligro la salud de la madre y el feto, lo que hace que un manejo adecuado de la infección durante el embarazo sea fundamental para prevenir estas complicaciones.

 

Tratamiento

El tratamiento de la hepatitis C aguda con los fármacos antivirales ledipasvir y sofosbuvir durante un periodo de seis semanas ha mostrado resultados positivos en la prevención de la progresión hacia la hepatitis C crónica, particularmente en pacientes infectados con el virus de la hepatitis C (VHC) de genotipo 1, que es uno de los genotipos más prevalentes y difíciles de tratar. Estos medicamentos actúan específicamente sobre el ciclo de vida del virus, inhibiendo dos de las proteínas esenciales para su replicación, lo que resulta en una supresión viral efectiva.

La hepatitis C aguda se caracteriza por una infección reciente por el virus, y en un número significativo de casos, la respuesta inmune del huésped puede llevar a una eliminación espontánea del virus. Sin embargo, en un porcentaje considerable de individuos, especialmente aquellos con un sistema inmunológico comprometido o factores de riesgo específicos, el virus no se elimina de forma natural y la infección progresa hacia una forma crónica. Esto puede ser particularmente grave, ya que la hepatitis C crónica está asociada con complicaciones como cirrosis hepática, cáncer de hígado y insuficiencia hepática.

En pacientes con hepatitis C aguda de genotipo 1 que no logran una eliminación espontánea del virus dentro de los tres primeros meses de infección, el tratamiento antiviral con ledipasvir y sofosbuvir se ha demostrado eficaz para prevenir la cronicidad. Estos fármacos, que actúan en conjunto para inhibir la replicación del VHC, tienen un alto perfil de seguridad y han mostrado tasas de éxito notoriamente altas en la erradicación del virus, incluso en etapas tempranas de la infección. Además, su régimen de tratamiento relativamente corto, con una duración de seis semanas, ha sido suficiente para prevenir la progresión hacia la hepatitis crónica, lo que minimiza el riesgo de complicaciones a largo plazo.

La implementación temprana de un tratamiento antiviral no solo mejora los resultados clínicos, sino que también tiene implicaciones económicas significativas. El tratamiento de la hepatitis C aguda, especialmente en individuos que no logran la eliminación espontánea, puede ser rentable al prevenir la evolución a una hepatitis crónica. La hepatitis C crónica, si no se trata, puede acarrear gastos elevados debido a la necesidad de atención médica prolongada, tratamientos para complicaciones como la cirrosis y el cáncer hepático, y la eventual necesidad de un trasplante de hígado en los casos más graves. Por tanto, tratar la hepatitis C en su fase aguda evita estos costos futuros y mejora la calidad de vida del paciente.

Este enfoque terapéutico resulta aún más crucial en poblaciones de alto riesgo, como las personas que se inyectan drogas. Este grupo tiene una mayor probabilidad de exposición al VHC debido a la práctica de compartir agujas y otros instrumentos, lo que incrementa la propagación del virus. La administración temprana de un tratamiento efectivo puede romper el ciclo de transmisión y reducir la incidencia de nuevas infecciones, contribuyendo de esta manera a una disminución de la carga global de hepatitis C. Además, el tratamiento en este grupo puede ser más efectivo cuando se implementa durante la fase aguda, antes de que el virus se establezca crónicamente en el organismo.

Pronóstico

En muchos pacientes, después de la fase aguda de la infección, la recuperación clínica puede ser completa en un plazo de tres a seis meses. Esto ocurre generalmente en aquellos casos en los que el sistema inmunológico del paciente responde de manera eficaz y elimina el virus del cuerpo, o en situaciones donde la infección no progresa hacia formas más graves. Sin embargo, aunque la mejoría clínica es evidente, los análisis de laboratorio pueden mostrar una persistencia de disfunción hepática, reflejada en parámetros como las transaminasas o la bilirrubina, que pueden seguir alterados durante un período más prolongado. Esta discrepancia entre la recuperación clínica y los resultados de los análisis puede explicarse por la capacidad del VHC de persistir en el organismo y causar daño hepático a lo largo del tiempo, incluso si los síntomas inmediatos desaparecen.

En términos de mortalidad, la tasa global es inferior al 1% para los casos agudos de hepatitis C. Sin embargo, este dato varía considerablemente en función de la edad y las comorbilidades del paciente. En particular, la tasa de mortalidad es más elevada en los individuos mayores. Esto se debe a que, en las personas de edad avanzada, los sistemas inmunológico y hepático pueden ser más vulnerables, y la capacidad del organismo para manejar la infección o las secuelas de esta puede estar comprometida. Además, los pacientes de edad avanzada suelen tener más probabilidades de padecer enfermedades crónicas concomitantes que pueden agravar la hepatitis C, lo que aumenta el riesgo de complicaciones severas.

En cuanto a la evolución a largo plazo de la enfermedad, la hepatitis C tiene la capacidad de convertirse en una infección crónica en muchos pacientes. Se estima que hasta el 85% de los individuos con hepatitis C aguda desarrollan una forma crónica de la enfermedad, que progresa lentamente en el tiempo. La hepatitis C crónica puede permanecer asintomática durante años o incluso décadas, lo que dificulta su diagnóstico temprano y su tratamiento oportuno. Sin embargo, con el tiempo, la inflamación crónica en el hígado puede llevar a la fibrosis y, eventualmente, a la cirrosis hepática, una condición en la cual el hígado pierde su capacidad funcional debido a la acumulación de tejido cicatricial.

En términos de prevalencia, se estima que hasta el 30% de los pacientes con hepatitis C crónica desarrollarán cirrosis hepática. El riesgo de progresión hacia la cirrosis es mayor en aquellos pacientes que están coinfectados con otros virus hepáticos, como el virus de la hepatitis B (VHB), o con el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Estas coinfecciones generan una mayor carga viral y, en muchos casos, alteran la respuesta inmunológica del paciente, lo que acelera la progresión de la enfermedad hepática y aumenta la probabilidad de descompensación hepática, una situación en la cual el hígado deja de funcionar adecuadamente. La descompensación hepática, que se caracteriza por la aparición de complicaciones como ascitis, encefalopatía hepática y hemorragias digestivas, es una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en los pacientes con cirrosis.

Además, la cirrosis hepática en pacientes con hepatitis C crónica aumenta significativamente el riesgo de desarrollar cáncer hepatocelular, que es el tipo más común de cáncer en el hígado. Este riesgo está estrechamente relacionado con la gravedad de la cirrosis y la presencia de otras condiciones asociadas, como el consumo de alcohol o la coinfección con otros virus, que contribuyen a la formación de tumores malignos en el hígado.

Por otro lado, la morbilidad y la mortalidad a largo plazo en los pacientes con hepatitis C crónica también varían en función del genotipo del VHC con el que se haya producido la infección. Los estudios han demostrado que los pacientes infectados con el genotipo 2 del VHC tienen una menor tasa de morbilidad y mortalidad a largo plazo en comparación con aquellos infectados por el genotipo 3. Esta diferencia en la evolución de la enfermedad se debe, en parte, a las características biológicas de cada genotipo, que afectan la respuesta inmunológica del huésped y la replicación viral. El genotipo 2 tiende a asociarse con una menor carga viral y una progresión más lenta de la enfermedad, mientras que el genotipo 3 está relacionado con un mayor riesgo de fibrosis hepática avanzada y cirrosis, lo que aumenta la morbilidad y mortalidad a largo plazo.

 

Prevención

Las personas infectadas por el virus de la hepatitis C deben seguir prácticas de sexo seguro para reducir el riesgo de transmisión del virus. Aunque se ha documentado que el HCV puede ser transmitido por contacto sexual, la probabilidad de que esto ocurra es baja en comparación con otras vías de transmisión, como el uso compartido de agujas. En este sentido, se recomienda el uso de preservativos para disminuir el riesgo de transmisión. Sin embargo, no existen recomendaciones específicas de medidas preventivas adicionales para aquellas personas infectadas que se encuentran en una relación monógama estable, ni para mujeres embarazadas que son portadoras del virus, ya que la transmisión del HCV por vía sexual o perinatal se considera poco frecuente. En el caso de la transmisión perinatal, si bien el riesgo es bajo, existe una posibilidad de transmisión del virus de la madre al bebé durante el embarazo o el parto, especialmente si la madre presenta una carga viral alta.

Por otro lado, la vía más común de transmisión del HCV es a través del uso compartido de agujas y otros utensilios para la inyección de drogas. Esto se debe a que el virus está presente en la sangre, y el intercambio de agujas contaminadas puede facilitar la transmisión entre individuos. Para prevenir esta transmisión, se han implementado políticas de salud pública que recomiendan evitar el uso compartido de agujas y la creación de programas de intercambio de agujas. Estos programas permiten a los usuarios de drogas inyectables cambiar sus agujas usadas por nuevas, lo que reduce significativamente el riesgo de adquirir o transmitir el virus de la hepatitis C, además de prevenir otras infecciones transmitidas por sangre.

En cuanto a la prevención, actualmente no existe una vacuna disponible para la hepatitis C. Sin embargo, se recomienda la vacunación contra la hepatitis A y la hepatitis B en personas que sufren de hepatitis C crónica. Esto se debe a que las infecciones por los virus de la hepatitis A y B pueden empeorar significativamente la función hepática en pacientes con hepatitis C. La vacunación contra estos virus puede ayudar a reducir el riesgo de complicaciones adicionales en el hígado, como la cirrosis o el carcinoma hepatocelular. Es importante realizar una evaluación previa de la inmunidad del paciente, especialmente en el caso de la hepatitis A, para determinar si es necesario administrar la vacuna.

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Bhattacharya D et al. Hepatitis C Guidance 2023 Update: AASLD-IDSA recommendations for testing, managing, and treating hepatitis C virus infection. Clin Infect Dis. 2023:ciad319. [Epub ahead of print] [PMID: 37229695]
  2. Chen P-H et al. Trends in the prevalence of hepatitis C infection during pregnancy and maternal-infant outcomes in the US, 1998 to 2018. JAMA Netw Open. 2023;6:e2324770. [PMID: 37477918]
  3. Martinello M et al. Hepatitis C. Lancet. 2023;402:1085. [PMID: 37741678]

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