Enfermedad oclusiva de la aorta y las arterias ilíacas comunes

Enfermedad oclusiva de la aorta y las arterias ilíacas comunes
Enfermedad oclusiva de la aorta y las arterias ilíacas comunes

La enfermedad oclusiva de la aorta y las arterias ilíacas comunes, también conocida como arteriosclerosis oclusiva, es un proceso patológico que afecta principalmente a las arterias de la región distal de la aorta y las arterias ilíacas comunes proximales. Esta enfermedad está asociada con la formación de placas ateroscleróticas que obstruyen el flujo sanguíneo y, en su forma más avanzada, pueden provocar la oclusión completa de estas arterias principales que suministran sangre a la pelvis y las extremidades inferiores.

En términos epidemiológicos, esta condición es más prevalente en hombres blancos, especialmente aquellos de entre 50 y 60 años, con un historial significativo de tabaquismo. El consumo de cigarrillos es un factor de riesgo clave, ya que el tabaco favorece el desarrollo de aterosclerosis al inducir inflamación crónica, dañar las paredes arteriales, aumentar los niveles de colesterol y promover la formación de trombos. El tabaquismo, en combinación con otros factores de riesgo como la hipertensión arterial y la dislipidemia, acelera el proceso de formación de placas ateroscleróticas, las cuales, con el tiempo, pueden estrechar progresivamente la luz de las arterias y comprometer el suministro sanguíneo.

La progresión de esta enfermedad puede llevar a la obstrucción total de una o ambas arterias ilíacas comunes, lo que a su vez puede resultar en la oclusión completa de la aorta abdominal. Este fenómeno es particularmente grave, ya que compromete el flujo sanguíneo hacia los órganos abdominales y las extremidades inferiores. Si la oclusión se extiende hasta el nivel de las arterias renales, puede dar lugar a una insuficiencia renal isquémica, además de insuficiencia de órganos que dependen del flujo sanguíneo adecuado desde la aorta.

Desde el punto de vista patofisiológico, la aterosclerosis en estas áreas comienza con la acumulación de lipoproteínas de baja densidad (LDL) y otros componentes en el interior de las arterias, lo que induce una respuesta inflamatoria. A medida que la enfermedad progresa, las placas ateroscleróticas se transforman en estructuras más duras y fibrosas que no solo estrechan el lumen de las arterias, sino que también alteran la elasticidad arterial, lo que aumenta el riesgo de trombosis y embolia. En casos más avanzados, la oclusión total de las arterias puede inducir la isquemia crónica de las extremidades inferiores, lo que se manifiesta clínicamente en forma de claudicación intermitente, dolor en las piernas al caminar, y en fases más avanzadas, en dolor en reposo y úlceras.

Además de la disminución del flujo sanguíneo a las extremidades, la obstrucción de la aorta abdominal puede desencadenar otros síntomas sistémicos. La insuficiencia de perfusión renal, por ejemplo, puede llevar a hipertensión renovascular y deterioro de la función renal, lo que complica aún más el pronóstico de la enfermedad.

El diagnóstico de la enfermedad oclusiva de la aorta y las arterias ilíacas comúnmente se realiza mediante métodos de imagen como la ecografía Doppler, la angiografía por tomografía computarizada o la angiografía por resonancia magnética, los cuales permiten visualizar la extensión de la obstrucción y planificar el tratamiento adecuado.

En cuanto al tratamiento, este depende de la gravedad de la oclusión. En casos tempranos, la modificación de los factores de riesgo, como la cesación del tabaquismo, la mejora del control de la presión arterial, la reducción de los niveles de colesterol y el control de la diabetes, son medidas fundamentales para prevenir la progresión de la enfermedad. En casos más avanzados, donde ya se ha producido una obstrucción significativa o completa, puede ser necesaria la intervención quirúrgica, que incluye procedimientos como la endarterectomía, el bypass aorto-ilíaco o el uso de stents para restablecer el flujo sanguíneo.

 

Manifestaciones clínicas

El dolor derivado de las lesiones aortoilíacas puede irradiar hacia áreas cercanas como el muslo y los glúteos, debido a la alteración en el flujo sanguíneo y la isquemia que se genera por la obstrucción de las arterias en la región aortoilíaca. Esta distribución del dolor está relacionada con la anatomía de los vasos sanguíneos que irrigan la pelvis, las extremidades inferiores y los órganos cercanos. En condiciones de obstrucción o estrechamiento significativo de la aorta o de las arterias ilíacas comunes, la disminución del flujo sanguíneo hacia las extremidades inferiores y los tejidos circundantes puede inducir una serie de síntomas, que incluyen dolor y debilidad muscular.

Cuando hay una obstrucción en ambas arterias ilíacas comunes, el dolor puede extenderse más allá de las piernas, afectando el muslo y los glúteos, dado que estas arterias son las principales responsables de proporcionar el suministro sanguíneo a estas áreas. La isquemia en estos territorios produce una sensación de dolor profundo, que puede ser de tipo cólico o de tipo muscular, y tiende a aumentar con el esfuerzo físico, cuando los músculos requieren más oxígeno y nutrientes. Este dolor se alivia temporalmente con el reposo, ya que al cesar la actividad física se reduce la demanda de oxígeno y el cuerpo no necesita un flujo sanguíneo tan intenso.

En casos de enfermedad bilateral de las arterias ilíacas comunes, el suministro sanguíneo hacia los genitales y la pelvis se ve comprometido, lo que puede dar lugar a disfunción eréctil. La disfunción eréctil asociada con esta patología suele estar relacionada con la insuficiencia del flujo sanguíneo hacia los órganos sexuales, lo que impide una adecuada erección. Esta condición es particularmente notable cuando la obstrucción es bilateral, ya que la reducción del flujo sanguíneo afecta ambos lados del cuerpo y, por ende, disminuye la perfusión de las estructuras involucradas en la función eréctil.

Además de estos síntomas, los pacientes con lesiones aortoilíacas pueden presentar debilidad en las piernas al caminar, una manifestación clínica conocida como claudicación intermitente. Esta debilidad se caracteriza por la incapacidad de caminar durante un período prolongado sin experimentar dolor o fatiga extrema en las piernas. Este fenómeno ocurre debido a que el estrechamiento de las arterias reduce el suministro de oxígeno y nutrientes a los músculos de las extremidades inferiores, especialmente durante la actividad física, cuando los músculos requieren un mayor flujo sanguíneo. El dolor y la fatiga se aligeran con el reposo, ya que la demanda metabólica disminuye y se recupera parcialmente el flujo sanguíneo. Sin embargo, una vez que el paciente retoma la actividad, los síntomas se reproducen de manera predecible, lo que es característico de la claudicación intermitente.

En cuanto a los hallazgos físicos, los pulsos femorales y distales suelen estar ausentes o muy débiles, debido a la obstrucción del flujo sanguíneo en las arterias principales de las piernas. La falta de pulsos en estas áreas es un signo clínico importante que indica una circulación comprometida, y es un hallazgo frecuente en los pacientes con enfermedad aortoilíaca avanzada. La disminución o ausencia de pulsos periféricos es un indicio de que la sangre no fluye adecuadamente hacia las extremidades inferiores.

Asimismo, los ruidos vasculares, también conocidos como soplos o bruits, pueden ser audibles en la aorta, las arterias ilíacas y las arterias femorales cuando se realiza un examen físico adecuado. Los bruits son sonidos anómalos que se producen cuando el flujo sanguíneo a través de un vaso sanguíneo estrechado se vuelve turbulento. Estos ruidos pueden ser indicativos de la presencia de una obstrucción parcial en las arterias, lo que aumenta la velocidad del flujo sanguíneo local y crea turbulencias que se pueden escuchar con un estetoscopio. La presencia de bruits en las arterias aortoilíacas es un signo importante de la enfermedad aterosclerótica y puede ser utilizado para confirmar el diagnóstico de lesiones aortoilíacas.

 

Exámenes complementarios

El índice tobillo-brazo, conocido como índice de presión arterial en el tobillo (relación entre la presión sistólica en el tobillo y la presión sistólica en la arteria braquial), es una herramienta diagnóstica clave para evaluar la presencia de enfermedad arterial periférica, particularmente en casos de lesiones aortoilíacas. En condiciones normales, este índice suele encontrarse en un rango de entre 0.9 y 1.2. Un valor por debajo de 0.9 indica una disminución del flujo sanguíneo en las extremidades inferiores, lo que es característico de una obstrucción arterial significativa. En los pacientes con enfermedad aterosclerótica de las arterias aortoilíacas, este índice tiende a estar reducido, ya que la obstrucción o el estrechamiento de las arterias dificulta el paso de la sangre a las extremidades inferiores.

Una característica importante de este índice es que la diferencia entre las presiones sistólicas en el tobillo y en la arteria braquial se ve exacerbada por el ejercicio. Durante la actividad física, los músculos de las piernas requieren un mayor flujo sanguíneo, lo que pone a prueba la capacidad de las arterias de suministrar sangre adecuadamente. En un paciente con lesiones aortoilíacas, debido a la obstrucción de las arterias, el flujo sanguíneo no puede aumentar de manera eficiente con el ejercicio, lo que produce una caída significativa en la presión en el tobillo en comparación con la arteria braquial. Este fenómeno, conocido como «blunting» o «aplanamiento» del índice, es un indicador claro de la insuficiencia de circulación periférica.

Para realizar el cálculo del índice tobillo-brazo, se miden las presiones en las arterias dorsales del pie y tibial posterior, que son las principales arterias que irrigan el pie y el tobillo. Se utiliza la presión más alta de ambas arterias para el cálculo, ya que esto proporciona una medición más representativa del flujo sanguíneo en la extremidad. Este enfoque permite una evaluación más precisa de la función circulatoria en los pacientes con insuficiencia arterial periférica.

Además de la medición del índice tobillo-brazo, las ondas segmentarias y los registros de volumen del pulso obtenidos mediante la tecnología de galgas extensométricas, a través de manguitos de presión arterial, proporcionan información adicional sobre la dinámica del flujo sanguíneo en las extremidades inferiores. Estos registros permiten observar cómo se altera la onda arterial en respuesta a los cambios de presión, mostrando una disminución de la amplitud y una forma de onda «aplanada» en los pacientes con lesiones aortoilíacas, lo que indica una circulación comprometida en las arterias de la pierna. Este fenómeno refleja la dificultad de las arterias para expandirse y contraerse adecuadamente debido a la presencia de obstrucciones, lo que reduce la eficiencia del sistema arterial.

En cuanto a la evaluación anatómica de las lesiones arteriales, la tomografía computarizada por angiografía (angiografía por tomografía computarizada) y la angiografía por resonancia magnética (angiografía por resonancia magnética) son modalidades de imagen avanzadas que permiten identificar con precisión la localización de la enfermedad. Estos estudios de imagen proporcionan representaciones detalladas de las arterias afectadas, permitiendo visualizar la extensión de las obstrucciones y ayudar en la planificación de intervenciones terapéuticas, como procedimientos endovasculares o quirúrgicos. La tomografía computarizada por angiografía y la resonancia magnética son especialmente útiles para localizar áreas específicas de enfermedad en la aorta y las arterias ilíacas, lo que facilita una intervención más dirigida y eficaz.

Por otro lado, la ecografía Doppler duplex, aunque es una herramienta comúnmente utilizada para evaluar el flujo sanguíneo y la presencia de obstrucciones en las arterias periféricas, tiene limitaciones importantes cuando se trata de evaluar las arterias aortoilíacas debido a la interferencia de los gases intestinales. La presencia de aire en los intestinos puede dificultar la visualización clara de las arterias aortoilíacas, lo que reduce la utilidad de esta técnica en la evaluación de la enfermedad en esta región. Por esta razón, la ecografía Doppler tiene un valor limitado para la evaluación de la enfermedad aortoilíaca, siendo más eficaz en la evaluación de las arterias más periféricas, como las femorales y las tibiales.

La necesidad de realizar estudios de imagen, como la tomografía computarizada por angiografía, la resonancia magnética o incluso la angiografía, generalmente solo se plantea cuando los síntomas del paciente sugieren que se requiere una intervención. En casos de sospecha de enfermedad aortoilíaca, una historia clínica detallada, acompañada de un examen físico adecuado y pruebas vasculares, pueden ser suficientes para localizar los niveles específicos del árbol arterial comprometido. Es decir, la evaluación clínica y funcional puede orientar eficazmente el diagnóstico, y los estudios de imagen solo se requieren en situaciones donde los síntomas sean lo suficientemente graves como para justificar una intervención o cuando se necesite una visualización anatómica más precisa para guiar el tratamiento.

 

Tratamiento

El tratamiento de la enfermedad aortoilíaca se basa en dos pilares fundamentales: la reducción de los factores de riesgo cardiovascular y la implementación de un programa de ejercicio. Ambos componentes son esenciales para controlar la progresión de la enfermedad, mejorar los síntomas y reducir la morbilidad y mortalidad asociadas con la enfermedad arterial periférica.

Reducción de los factores de riesgo

La primera estrategia en el tratamiento de la enfermedad aortoilíaca es la modificación de los factores de riesgo cardiovascular, que son determinantes clave en la progresión de la aterosclerosis. Entre los factores de riesgo más importantes que deben ser abordados se encuentran el tabaquismo, la dislipidemia, la hipertensión arterial y la obesidad.

  1. Cese del consumo de tabaco: El tabaquismo es un factor de riesgo modificable crucial para la enfermedad arterial periférica, ya que favorece la formación de placas ateroscleróticas, la inflamación vascular y la disfunción endotelial. El abandono del hábito de fumar tiene beneficios inmediatos para la salud cardiovascular y es fundamental para frenar la progresión de la enfermedad aortoilíaca. Existen múltiples estrategias para ayudar a los pacientes a dejar de fumar, como la terapia de reemplazo de nicotina, el uso de medicamentos como el bupropión o la vareniclina, y la orientación conductual. Estos enfoques han demostrado ser efectivos para aumentar las tasas de abandono del hábito.
  2. Terapia antiplaquetaria: Aunque los medicamentos antiplaquetarios, como la aspirina o el clopidogrel, ya no se recomiendan para la prevención primaria de las enfermedades cardiovasculares en la población general, sí son de suma importancia en la prevención secundaria en pacientes con enfermedad arterial periférica. Estos medicamentos reducen el riesgo de eventos cardiovasculares mayores, como infartos de miocardio o accidentes cerebrovasculares, y ayudan a reducir la morbilidad vascular periférica. En pacientes con enfermedad arterial periférica sintomática, el uso de un régimen combinado de aspirina (81 miligramos al día) o clopidogrel (75 miligramos al día) es recomendado. Además, la combinación de rivaroxabán a dosis bajas (2.5 miligramos dos veces al día) junto con aspirina (81 miligramos al día) ha mostrado beneficios adicionales en la reducción de eventos cardiovasculares mayores y complicaciones relacionadas con las extremidades, como amputaciones o lesiones graves.
  3. Manejo del colesterol y la presión arterial: Los pacientes con enfermedad aortoilíaca deben recibir un tratamiento intensivo para controlar la dislipidemia y la hipertensión. Los estatinas, como la atorvastatina (80 miligramos al día si es bien tolerada), son esenciales para reducir los niveles de colesterol LDL y para disminuir la inflamación arterial, lo que ayuda a estabilizar las placas ateroscleróticas y prevenir eventos adversos. El control de la presión arterial es igualmente importante, ya que la hipertensión contribuye a la lesión endotelial y acelera la progresión de la aterosclerosis.
  4. Tratamiento farmacológico específico: En cuanto a los fármacos para mejorar los síntomas, el cilostazol es una opción efectiva. Este fármaco, a una dosis de 100 miligramos dos veces al día, ha demostrado mejorar la distancia de caminata en aproximadamente dos tercios de los pacientes. Sin embargo, su efecto completo puede tardar entre 2 y 4 semanas en manifestarse, y puede tomar hasta 12 semanas para alcanzar su máxima eficacia. Aunque en muchos casos los pacientes experimentan alivio sintomático significativo, en casos más avanzados de la enfermedad la tasa de recurrencia de los síntomas puede aumentar entre un 30 y un 50 por ciento.
Programas de ejercicio

Además de la modificación de los factores de riesgo y el tratamiento farmacológico, el ejercicio supervisado es un componente clave en el manejo de la enfermedad aortoilíaca. Los programas de ejercicio, especialmente aquellos que se enfocan en el aumento de la capacidad funcional y la mejora de la circulación periférica, han demostrado ser eficaces para mejorar la calidad de vida de los pacientes, aliviar el dolor asociado con la claudicación intermitente, y aumentar la distancia que el paciente puede caminar sin experimentar molestias.

Los estudios han mostrado que el ejercicio supervisado es incluso más efectivo que el tratamiento endovascular aislado en muchos casos. El objetivo mínimo de estos programas es que los pacientes caminen durante al menos 30 a 45 minutos, tres veces por semana, durante un período de al menos 12 semanas. El ejercicio regular promueve la formación de nuevos vasos sanguíneos (angiogénesis) y mejora la eficiencia del transporte de oxígeno a los músculos, lo que reduce la sintomatología dolorosa de la claudicación.

Existen programas de ejercicio tanto comunitarios como domiciliarios que pueden ser igualmente efectivos. Además, ejercicios alternativos, como el ciclismo o la ergometría de la parte superior del cuerpo, también pueden ser útiles, especialmente cuando el paciente no puede caminar debido al dolor o a la falta de movilidad. En los últimos años, algunas aplicaciones digitales han mostrado promesa como herramienta de apoyo para mejorar la distancia de caminata y ayudar a los pacientes a manejar su enfermedad de manera más efectiva, proporcionando seguimiento y motivación adicional.

Terapia Endovascular

El tratamiento endovascular, que incluye la angioplastia y el uso de stents, ha demostrado ser una opción efectiva para el manejo de las lesiones ateroscleróticas focales en la aorta y las arterias ilíacas. Estas intervenciones mínimamente invasivas tienen la ventaja de ser menos traumáticas que la cirugía abierta y suelen tener resultados comparables a los de la cirugía convencional para el tratamiento de estenosis únicas. En casos de estenosis focal, la angioplastia con balón, que implica la expansión del vaso ocluido mediante un balón inflado dentro del vaso, seguida de la colocación de un stent para mantener el vaso abierto, ha demostrado ser altamente eficaz. Los stents son dispositivos metálicos o poliméricos que se colocan dentro de la arteria para mantenerla abierta y prevenir el colapso posterior, lo que asegura una mayor patencia del vaso a largo plazo.

Sin embargo, la efectividad y durabilidad de la terapia endovascular disminuyen en el contexto de lesiones más complejas, como aquellas que involucran estenosis más largas o múltiples. En estos casos, las arterias pueden presentar un daño más extenso y un patrón de obstrucción más difuso, lo que dificulta la colocación de un stent que garantice una resolución completa del problema. La longitud de la estenosis también puede dificultar la expansión completa del vaso o la colocación adecuada del stent, lo que aumenta el riesgo de recurrencia de la obstrucción. Además, la posibilidad de restenosis (reapertura de la obstrucción) es más alta en estos casos, especialmente cuando las lesiones abarcan segmentos largos de la arteria. Por lo tanto, aunque la angioplastia y el stent son efectivos en muchas situaciones, en casos de lesiones extensas o múltiples, la opción de cirugía puede ser más adecuada.

Intervención Quirúrgica

Cuando la terapia endovascular no es suficiente o las lesiones son más extensas, la intervención quirúrgica sigue siendo una opción fundamental para el tratamiento de la enfermedad aortoilíaca. Un tratamiento quirúrgico altamente efectivo y duradero es el injerto de bypass aortofemoral prostético, que se utiliza para desviar el flujo sanguíneo a través de un injerto artificial, evitando así los segmentos de la aorta o las arterias ilíacas que están afectados por la enfermedad aterosclerótica. Este procedimiento implica la creación de una vía alternativa para el flujo sanguíneo mediante la inserción de un injerto de material sintético, generalmente un tubo de poliéster o teflón, que conecta la aorta con las arterias femorales. Este bypass permite restaurar el flujo sanguíneo adecuado a las extremidades inferiores y reduce significativamente los síntomas de claudicación y la posibilidad de complicaciones isquémicas graves, como úlceras o gangrena.

El bypass aortofemoral es especialmente efectivo en casos de enfermedad aortoilíaca extensa o cuando hay múltiples lesiones en estas arterias. Este tipo de cirugía tiene una alta tasa de éxito a largo plazo y es considerado uno de los tratamientos más duraderos disponibles. La principal desventaja es que es un procedimiento quirúrgico mayor que requiere una intervención en el abdomen y el uso de anestesia general, lo que implica ciertos riesgos asociados con la cirugía, como infecciones, hemorragias o complicaciones cardiovasculares.

En situaciones en las que la enfermedad se localiza de manera unilateral en las arterias ilíacas, existen otras alternativas quirúrgicas menos invasivas. Una de estas es el injerto de bypass axillofemoral, que se utiliza cuando la arteria ilíaca está obstruida de manera unilateral. Este procedimiento consiste en crear un bypass que conecta la arteria axilar (en la parte superior del cuerpo) con la arteria femoral afectada, eludiendo la arteria ilíaca enferma. De manera similar, el bypass femoral-femoral es una técnica quirúrgica que se emplea cuando la obstrucción es unilateral, pero en este caso, se conecta la arteria femoral de un lado del cuerpo con la arteria femoral del lado opuesto, evitando así la necesidad de tratar la arteria ilíaca afectada.

Una de las ventajas de estos procedimientos alternativos, como el bypass axillofemoral y el bypass femoral-femoral, es que implican menos riesgos operativos en comparación con el bypass aortofemoral, ya que no requieren acceso al abdomen ni la manipulación directa de la aorta, lo que reduce el riesgo de complicaciones graves, como la trombosis o la embolia. Además, al no ser necesario el cruce de la aorta ni la manipulación de la cavidad abdominal, el riesgo de complicaciones postoperatorias, como infecciones abdominales o problemas relacionados con la circulación intestinal, es menor.

Sin embargo, aunque estos procedimientos alternativos son menos invasivos, también tienen limitaciones en cuanto a durabilidad. Los injertos axillofemorales y femoral-femorales, aunque efectivos en el corto y mediano plazo, tienden a ser menos duraderos que el bypass aortofemoral. Los injertos realizados fuera de la cavidad abdominal pueden tener una mayor tasa de fallo a largo plazo debido a factores como la infección, la compresión mecánica o la trombosis en el sitio del injerto. Por lo tanto, aunque los riesgos operativos son menores, la durabilidad de los injertos axillofemorales y femoral-femorales es limitada en comparación con el bypass aortofemoral.

Complicaciones

El bypass aortofemoral es una intervención quirúrgica mayor que implica la creación de una vía alternativa para el flujo sanguíneo mediante un injerto que conecta la aorta con la arteria femoral, desviando el flujo alrededor de las arterias aortoilíacas afectadas por la aterosclerosis. Al tratarse de una cirugía de gran envergadura, las complicaciones asociadas a este procedimiento son similares a las que se presentan en cualquier cirugía abdominal mayor, y deben ser consideradas en pacientes con enfermedades cardiovasculares preexistentes, que son comunes en esta población.

En términos de mortalidad, el riesgo asociado con el bypass aortofemoral es relativamente bajo, con tasas que oscilan entre el 2 y el 3%. Sin embargo, la morbilidad asociada con esta cirugía es mayor. Entre las complicaciones más frecuentes se encuentran los infartos de miocardio (ataques cardíacos), que ocurren en un 5 a un 10% de los pacientes. Este riesgo elevado de infarto refleja la alta prevalencia de enfermedad cardiovascular (CVD, por sus siglas en inglés) en estos pacientes, que ya pueden tener arterias coronarias comprometidas o antecedentes de insuficiencia cardíaca. La cirugía abdominal mayor, además de la manipulación de grandes vasos como la aorta, puede aumentar el estrés cardiovascular y precipitar eventos adversos como el infarto de miocardio, especialmente en aquellos con una función cardíaca ya comprometida.

A pesar de estas complicaciones, el bypass aortofemoral sigue siendo uno de los tratamientos más efectivos para la enfermedad aortoilíaca extensa, con una alta tasa de éxito en términos de restauración del flujo sanguíneo y alivio de los síntomas.

Por otro lado, los enfoques endovasculares, como la angioplastia y la colocación de stents, han ganado popularidad debido a su menor invasividad en comparación con la cirugía abierta. Estas técnicas suelen tener un riesgo de complicaciones mucho menor, con tasas de complicaciones que oscilan entre el 1 y el 3%. Esto se debe a que el procedimiento no requiere una apertura abdominal y tiene un enfoque menos invasivo, lo que reduce el riesgo de infecciones, hemorragias y complicaciones relacionadas con la anestesia general.

Sin embargo, aunque las terapias endovasculares presentan un perfil de seguridad más favorable, su durabilidad es inferior, especialmente cuando las lesiones son extensas. En estos casos, los stents pueden no ser suficientes para mantener el vaso abierto a largo plazo, y existe un mayor riesgo de restenosis o reapertura de la obstrucción. Esto hace que los enfoques endovasculares sean menos adecuados en pacientes con enfermedad aortoilíaca extensa o con múltiples obstrucciones. A pesar de su menor tasa de complicaciones inmediatas, la recurrencia de los síntomas y las complicaciones asociadas con la obstrucción arterial pueden ser más frecuentes con el tiempo.

Pronóstico

El pronóstico de los pacientes con enfermedad aortoilíaca depende en gran medida de la extensión de la enfermedad y de los comorbilidades presentes, particularmente las enfermedades cardiovasculares asociadas. En pacientes con enfermedad aortoilíaca aislada, los síntomas pueden progresar hacia una mayor limitación en la distancia de caminata sin intervención, pero rara vez evolucionan hacia dolor en reposo o una amenaza significativa para la extremidad afectada. El dolor en reposo o la pérdida de extremidad suelen ser más comunes en casos más avanzados de la enfermedad, especialmente en aquellos con múltiples áreas de oclusión que comprometen el flujo sanguíneo en las extremidades.

La esperanza de vida de estos pacientes está principalmente determinada por la presencia de enfermedades cardiovasculares concomitantes. De hecho, la mortalidad a 5 años en pacientes con enfermedad arterial periférica es relativamente alta, con tasas que varían entre el 25% y el 40%. Esto refleja el impacto que la enfermedad cardiovascular sistémica, como la insuficiencia coronaria, el infarto de miocardio y los accidentes cerebrovasculares, tiene sobre la supervivencia de estos pacientes. Por lo tanto, aunque los síntomas a nivel de las extremidades pueden ser controlados efectivamente con tratamientos, la esperanza de vida de los pacientes se ve principalmente afectada por su salud cardiovascular global.

En términos de alivio sintomático, los resultados son generalmente excelentes, ya sea a través de programas de ejercicio supervisado o tras la intervención quirúrgica. En el caso del bypass aortofemoral, la tasa de patencia (el mantenimiento del injerto abierto y funcional) a los 5 años es del 90%. Esto significa que la mayoría de los pacientes continúan experimentando una circulación adecuada en las extremidades inferiores, lo que les permite mantener una calidad de vida mejorada y aliviar la claudicación intermitente.

Para las lesiones más cortas y focales, las técnicas endovasculares, como la angioplastia con balón y la colocación de stents, también proporcionan buenos resultados en términos de alivio de los síntomas y mantenimiento de la patencia del vaso. Aproximadamente el 80% de los pacientes tratados con enfoques endovasculares para estenosis cortas están libres de síntomas a los 3 años, lo que indica que estas técnicas son particularmente efectivas en lesiones menos extensas. Sin embargo, cuando la enfermedad es más extensa o cuando se presentan múltiples estenosis, las tasas de recurrencia de los síntomas son más altas, alcanzando entre un 30% y un 50% en los siguientes 3 a 5 años. Esto resalta la menor durabilidad de los tratamientos endovasculares en comparación con las opciones quirúrgicas para la enfermedad aortoilíaca extensa.

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Bonaca M P et al. Rivaroxaban in peripheral artery disease after revascularization. N Engl J Med. 2020;382:1994. [PMID: 32222135]
  2. Dittman JM et al. Medical optimization of the peripheral artery disease patient. Semin Vasc Surg. 2022;35:113. [PMID: 35672101]

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