Fiebre recurrente
Fiebre recurrente

Fiebre recurrente

La fiebre recurrente es una enfermedad infecciosa causada por espiroquetas del género Borrelia, un grupo de bacterias con morfología helicoidal que tienen la capacidad de invadir el sistema circulatorio humano. Esta enfermedad se manifiesta clínicamente por episodios repetidos de fiebre, intercalados con periodos afebriles, resultado de la capacidad del microorganismo para variar sus antígenos de superficie y evadir así la respuesta inmune del huésped. Existen dos formas principales de fiebre recurrente, diferenciadas por el vector que transmite la infección: una transmitida por garrapatas y otra por piojos.

En la forma transmitida por garrapatas, los roedores silvestres actúan como el principal reservorio de las espiroquetas, y las garrapatas del género Ornithodoros funcionan como vectores. La infección puede perpetuarse dentro de las poblaciones de garrapatas a través de la transmisión transovárica, lo que significa que las hembras infectadas pueden transmitir las bacterias a su descendencia. Los seres humanos pueden infectarse al ser picados por garrapatas infectadas, aunque también es posible la transmisión si se introduce en una herida material contaminado, como tejidos triturados o excrementos del vector. Esta forma de fiebre recurrente es endémica en varias regiones del mundo donde, aunque las garrapatas infectadas están ampliamente distribuidas, los casos clínicos en humanos son relativamente raros. Cabe destacar que esta modalidad de la enfermedad no se transmite directamente de persona a persona.

En contraste, la fiebre recurrente transmitida por piojos se asocia principalmente a condiciones socioeconómicas precarias y es casi exclusiva de los países en desarrollo. En este caso, el piojo corporal (Pediculus humanus humanus) actúa como vector, y los seres humanos constituyen el único reservorio natural de la infección. La transmisión ocurre típicamente cuando el piojo es aplastado en la piel del huésped, permitiendo la entrada de las bacterias a través de excoriaciones cutáneas. A diferencia de la forma transmitida por garrapatas, esta variante puede generar brotes epidémicos de gran magnitud, particularmente en poblaciones expuestas al hacinamiento, la desnutrición y las bajas temperaturas. Estos factores favorecen la proliferación del vector y la rápida propagación de la enfermedad entre los individuos infestados.

 

Manifestaciones clínicas

Tanto en la fiebre recurrente transmitida por garrapatas como en la transmitida por piojos, el inicio del cuadro clínico suele ser repentino y se manifiesta con un conjunto de síntomas sistémicos intensos que reflejan una respuesta inflamatoria aguda del organismo frente a la diseminación de las espiroquetas en el torrente sanguíneo. Entre los primeros signos destacan la aparición brusca de fiebre elevada, acompañada de escalofríos intensos, aumento de la frecuencia cardíaca, náuseas, vómitos, dolor articular y cefalea severa. Estos síntomas pueden aparecer tan solo tres días después del contacto con el agente infeccioso, lo que pone de manifiesto el corto período de incubación de esta enfermedad.

Durante el curso del episodio febril, es común que se produzca una afectación sistémica más amplia. El hígado y el bazo pueden aumentar de tamaño, manifestando hepatomegalia y esplenomegalia, respectivamente, lo cual indica una respuesta inmunológica activa, así como la destrucción y recambio celular acelerado propios de las infecciones bacterianas diseminadas. En algunos casos, se observa la aparición de lesiones cutáneas de diversos tipos —como erupciones maculares, papulares o petequiales— que suelen coincidir con la fase final del episodio febril. Estas manifestaciones cutáneas reflejan la afectación vascular y el compromiso endotelial provocados por la bacteriemia.

En los casos más graves, especialmente cuando la fiebre alcanza temperaturas elevadas de forma sostenida, puede presentarse un estado de delirio, resultado del compromiso neurológico inducido tanto por la hipertermia como por los efectos tóxicos de la infección. Asimismo, pueden manifestarse alteraciones neurológicas y trastornos psicológicos transitorios, que abarcan desde confusión y agitación hasta síntomas más complejos relacionados con la función cortical.

Cada episodio febril tiende a resolverse de forma abrupta después de un período que oscila entre tres y diez días, seguido por una fase afebril de duración variable. No obstante, debido a la capacidad de las bacterias del género Borrelia para modificar sus antígenos de superficie, el sistema inmunológico no logra eliminar completamente la infección, lo que permite la reaparición de los síntomas. Esta característica da lugar a recaídas, las cuales suelen ocurrir entre una y dos semanas después de la remisión del episodio inicial. En la fiebre recurrente transmitida por garrapatas, estas recaídas son más frecuentes, pudiendo presentarse entre tres y hasta diez recurrencias antes de alcanzar la recuperación definitiva. En cambio, la forma transmitida por piojos, aunque clínicamente similar, tiende a provocar un menor número de recaídas, generalmente una o dos, lo que sugiere diferencias tanto en la dinámica de la infección como en la respuesta inmune inducida por las distintas especies de Borrelia involucradas.

 

Exámenes diagnósticos

Durante los episodios febriles de la fiebre recurrente, las espiroquetas del género Borrelia alcanzan concentraciones elevadas en la sangre periférica, lo que permite su visualización directa mediante el examen microscópico de extensiones sanguíneas. Para ello, se emplean coloraciones específicas como la de Wright o la de Giemsa, que permiten resaltar la morfología helicoidal característica de estos microorganismos. La presencia de espiroquetas en las muestras de sangre, especialmente durante la fase aguda, constituye un criterio diagnóstico directo de gran valor, ya que estas bacterias tienden a desaparecer del torrente sanguíneo durante los intervalos afebriles.

Si bien las Borrelia pueden cultivarse en medios especiales diseñados para favorecer su crecimiento, su mantenimiento en cultivo presenta limitaciones, ya que estas bacterias pierden rápidamente su virulencia y, por lo tanto, su utilidad tanto diagnóstica como experimental. En modelos animales de laboratorio, como ratones o ratas, la inoculación de sangre infectada permite la multiplicación de las espiroquetas, que luego pueden ser observadas en la sangre de los animales hospedadores. Esta técnica ha sido históricamente utilizada tanto en la investigación como en el diagnóstico, aunque en la actualidad su uso se ha reducido por razones éticas y prácticas.

Durante el curso de la enfermedad, el sistema inmunológico del huésped genera una variedad de anticuerpos dirigidos contra diferentes antígenos de Borrelia, reflejando la intensa estimulación inmunológica inducida por la infección. Sin embargo, esta respuesta serológica puede tener implicancias diagnósticas complejas. Es relativamente frecuente la aparición de resultados falsamente positivos en pruebas serológicas utilizadas para otras infecciones, como el test de Weil–Felix, empleado tradicionalmente en el diagnóstico de rickettsiosis, o los ensayos nontreponémicos empleados para detectar sífilis, como el VDRL o el RPR. Estas reacciones cruzadas se deben a similitudes estructurales entre antígenos de distintas bacterias.

Además, los anticuerpos generados frente a Borrelia recurrentis o Borrelia hermsii pueden interferir con pruebas serológicas diseñadas para detectar Borrelia burgdorferi, el agente etiológico de la enfermedad de Lyme. En consecuencia, es posible que algunos casos de fiebre recurrente se interpreten erróneamente como enfermedad de Lyme si no se consideran adecuadamente el contexto clínico y epidemiológico del paciente.

Las técnicas de biología molecular, como la reacción en cadena de la polimerasa, permiten la detección directa del material genético de las espiroquetas en muestras de sangre, líquido cefalorraquídeo o tejidos. Estas pruebas ofrecen alta sensibilidad y especificidad, pero su disponibilidad suele ser limitada en las regiones endémicas donde la enfermedad es más prevalente, lo que restringe su utilidad diagnóstica a contextos especializados.

En los casos con afectación del sistema nervioso central, particularmente cuando existe compromiso meníngeo, el análisis del líquido cefalorraquídeo puede revelar alteraciones inespecíficas, tales como pleocitosis moderada o elevación de proteínas, compatibles con una meningoencefalitis leve. En cuanto al perfil hematológico, es común observar anemia leve y trombocitopenia, reflejo del impacto sistémico de la infección, aunque el recuento total de leucocitos en sangre periférica suele permanecer dentro de rangos normales. Estos hallazgos contribuyen al diagnóstico integral de la enfermedad cuando se interpretan en conjunto con la clínica y la historia epidemiológica.

 

Diagnóstico diferencial

El diagnóstico diferencial de la fiebre recurrente representa un desafío clínico importante debido a la similitud en la presentación sintomática con diversas enfermedades infecciosas que también cursan con fiebre alta y manifestaciones sistémicas inespecíficas. Los episodios febriles abruptos, acompañados de síntomas como escalofríos, cefalea, mialgias, náuseas y alteraciones neurológicas, pueden confundirse fácilmente con otras patologías endémicas en regiones donde la fiebre recurrente está presente, lo que hace imprescindible un enfoque diagnóstico cuidadoso y multidisciplinario.

Una de las enfermedades más frecuentemente consideradas en el diagnóstico diferencial es la malaria, especialmente en zonas tropicales y subtropicales. La malaria causada por parásitos del género Plasmodium comparte con la fiebre recurrente la característica de episodios febriles cíclicos y signos sistémicos semejantes, aunque el patrón temporal y la respuesta a la terapia antipalúdica pueden ayudar a distinguirlas. La identificación de parásitos en frotis sanguíneos específicos para malaria es esencial para su confirmación.

Otra entidad clínica que puede confundirse con la fiebre recurrente es la leptospirosis, causada por espiroquetas del género Leptospira. Esta enfermedad también cursa con fiebre alta, cefalea intensa, mialgias y, en ocasiones, afectación hepática y renal, además de posibles manifestaciones hemorrágicas y meníngeas, lo que dificulta la diferenciación clínica. Las pruebas serológicas y el aislamiento del microorganismo son fundamentales para establecer el diagnóstico correcto.

La meningococcemia, causada por Neisseria meningitidis, se presenta con fiebre alta súbita, cefalea intensa, petequias y signos de compromiso sistémico severo, características que pueden solaparse con los síntomas de la fiebre recurrente. Sin embargo, la rápida progresión hacia el shock y la presencia de exantema característico ayudan a orientar el diagnóstico.

En regiones endémicas de fiebre amarilla, la infección viral puede manifestarse con fiebre, ictericia, dolor abdominal, y alteraciones hemorrágicas, signos que pueden coincidir en parte con la fiebre recurrente, aunque la historia epidemiológica y las pruebas específicas para flavivirus permiten su diferenciación.

El tifus, en particular el transmitido por piojos (Rickettsia prowazekii), comparte con la fiebre recurrente el patrón epidemiológico y algunos aspectos clínicos, como la fiebre prolongada y el exantema. La confirmación serológica y el contexto epidemiológico son esenciales para distinguir estas enfermedades.

Finalmente, la fiebre por mordedura de rata, causada por bacterias como Streptobacillus moniliformis, también puede simular la fiebre recurrente debido a la presencia de fiebre, artralgias y exantema. La historia de contacto con roedores y la identificación bacteriológica contribuyen a su diagnóstico.

Tratamiento

El tratamiento de la fiebre recurrente varía según la forma de transmisión, pero en ambos casos el objetivo fundamental es la erradicación de las espiroquetas responsables para controlar la infección y prevenir complicaciones. En la fiebre recurrente transmitida por garrapatas, el manejo inicial se basa en la administración de penicilina G, en dosis de tres millones de unidades por vía intravenosa cada cuatro horas, o ceftriaxona, en una dosis de un gramo intravenoso una vez al día. Estos antibióticos de amplio espectro son efectivos para reducir rápidamente la carga bacteriana y aliviar los síntomas clínicos. Una vez que el paciente muestra mejoría clínica significativa, se puede completar un ciclo terapéutico de diez días con la administración oral de tetraciclina o eritromicina, a razón de 0,5 gramos cuatro veces al día, lo que facilita la continuación del tratamiento fuera del entorno hospitalario.

Cuando se sospecha compromiso del sistema nervioso central, debido a síntomas neurológicos o signos meníngeos, se recomienda prolongar la terapia intravenosa con penicilina G o ceftriaxona durante un periodo de diez a catorce días. Esta prolongación asegura la penetración adecuada del antibiótico en el líquido cefalorraquídeo y la eliminación efectiva de las bacterias en el sistema nervioso, reduciendo el riesgo de secuelas neurológicas.

Un aspecto clínico relevante durante el tratamiento es la aparición frecuente del fenómeno conocido como reacción de Jarisch–Herxheimer, una respuesta inflamatoria aguda provocada por la rápida destrucción masiva de espiroquetas que libera endotoxinas y otros mediadores inflamatorios. Esta reacción puede manifestarse con fiebre, escalofríos, hipotensión y exacerbación de los síntomas, y en algunos casos puede ser potencialmente fatal. Por ello, es imprescindible la vigilancia estrecha de los pacientes durante las primeras horas después de iniciar la terapia antimicrobiana. En la fiebre recurrente transmitida por piojos, se ha observado que la administración previa de anticuerpos contra el factor de necrosis tumoral puede disminuir la severidad de esta reacción, constituyendo una estrategia preventiva en algunos contextos clínicos.

En el caso particular de las mujeres embarazadas con fiebre recurrente transmitida por garrapatas, la recomendación es un tratamiento más prolongado de catorce días, preferiblemente con penicilina o ceftriaxona intravenosas, debido a la necesidad de garantizar una terapia segura y eficaz que proteja tanto a la madre como al feto, minimizando riesgos de complicaciones obstétricas o infecciosas.

Por otra parte, en la fiebre recurrente transmitida por piojos, la terapia suele ser más breve y sencilla. Un solo dosis oral de tetraciclina o eritromicina, con 0,5 gramos administrados una vez, o una dosis intramuscular única de penicilina G procaína en un rango de 600,000 a 800,000 unidades, generalmente es suficiente para controlar la infección. No obstante, algunos especialistas recomiendan cursos de tratamiento más prolongados para evitar la persistencia bacteriana y reducir la probabilidad de recaídas, lo que debe evaluarse de acuerdo con la presentación clínica y las condiciones del paciente.

Prevención

La prevención de la fiebre recurrente, tanto en su forma transmitida por garrapatas como en la transmitida por piojos, depende fundamentalmente del control de los vectores responsables de la transmisión y de la implementación de medidas dirigidas a minimizar el contacto humano con estos agentes. En el caso de la fiebre recurrente transmitida por garrapatas, la estrategia preventiva se basa en evitar las picaduras mediante el uso de ropa protectora adecuada, aplicación de repelentes específicos y la adopción de prácticas de higiene ambiental que reduzcan la presencia de garrapatas en áreas frecuentadas por humanos. Estas recomendaciones son similares a las aplicadas en la prevención de enfermedades rickettsiales, dado que comparten vectores comunes. Además, es importante educar a las poblaciones en riesgo sobre la identificación de las garrapatas y la correcta remoción de las mismas para evitar la inoculación del patógeno.

Por otro lado, en la fiebre recurrente transmitida por piojos, la prevención se enfoca en la erradicación y control de las infestaciones masivas a través de procedimientos de despiojamiento que pueden aplicarse de manera colectiva, especialmente en contextos de hacinamiento, pobreza y condiciones de higiene precaria. Estos procedimientos incluyen la utilización de pediculicidas tópicos, lavado frecuente de la ropa y la ropa de cama, así como medidas para mejorar las condiciones sanitarias y de vivienda, lo que contribuye a reducir la transmisión y prevenir brotes epidémicos.

Actualmente, no existen vacunas disponibles que confieran protección contra las diferentes especies de Borrelia causantes de la fiebre recurrente, por lo que la prevención se basa exclusivamente en estas estrategias de control vectorial y ambiental.

En zonas con alta incidencia de fiebre recurrente transmitida por garrapatas, se ha estudiado la eficacia de la profilaxis postexposición mediante la administración de antibióticos. Un régimen basado en la administración oral de doxiciclina, con una dosis inicial de 200 miligramos seguida de 100 miligramos diarios durante cuatro días, ha demostrado ser eficaz para prevenir el desarrollo de la enfermedad tras la exposición a picaduras infectantes. Esta medida profiláctica puede ser especialmente útil en situaciones de riesgo elevado, como trabajadores agrícolas, militares o personas que transitan por áreas endémicas durante períodos prolongados, contribuyendo a reducir la morbilidad asociada a esta infección. Sin embargo, su uso debe evaluarse cuidadosamente para evitar la generación de resistencia bacteriana y debe complementarse siempre con las medidas de prevención primaria mencionadas.

 

Pronóstico

El pronóstico de la fiebre recurrente varía considerablemente en función de la disponibilidad y oportunidad del tratamiento antimicrobiano adecuado. En ausencia de terapia, la mortalidad asociada a esta enfermedad puede ser considerablemente alta, oscilando entre un cinco por ciento en casos leves hasta cifras que alcanzan el cincuenta a setenta por ciento en pacientes con mayor vulnerabilidad. Esta elevada tasa de mortalidad refleja la gravedad de la infección sistémica causada por las espiroquetas del género Borrelia, que puede desencadenar complicaciones severas, incluyendo shock, insuficiencia multiorgánica y compromiso neurológico, especialmente cuando no se aborda oportunamente.

Los grupos de población más afectados y con mayor riesgo de desenlace fatal son aquellos con condiciones predisponentes como edad avanzada, presencia de enfermedades crónicas o estados de inmunosupresión, así como los lactantes y niños pequeños. En estos pacientes, la capacidad del organismo para montar una respuesta inmunitaria eficaz se encuentra comprometida, lo que facilita la diseminación rápida y severa del microorganismo y la aparición de complicaciones que dificultan la recuperación.

La instauración precoz del tratamiento antimicrobiano adecuado, basado en antibióticos efectivos contra Borrelia, reduce significativamente la duración y severidad del episodio inicial de fiebre recurrente. Además, la terapia apropiada disminuye la probabilidad de recaídas al eliminar la mayoría de las bacterias presentes, aunque no siempre garantiza la prevención total de episodios subsecuentes debido a la capacidad de las espiroquetas para alterar sus antígenos superficiales y evadir la respuesta inmune. Sin embargo, en general, el tratamiento oportuno mejora el pronóstico, reduce la morbilidad y previene complicaciones graves, contribuyendo a la recuperación completa del paciente en la mayoría de los casos.

Por lo tanto, la clave para un pronóstico favorable radica en la identificación temprana de la enfermedad y la administración rápida y adecuada de la terapia antimicrobiana, acompañada de un manejo clínico cuidadoso, especialmente en los grupos de mayor riesgo. La falta de tratamiento o el retraso en su inicio incrementan notablemente la tasa de mortalidad y la gravedad de las secuelas asociadas a esta infección.

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Faccini-Martínez ÁA et al. Historical overview and update on relapsing fever group Borrelia in Latin America. Parasit Vectors. 2022;15:196. [PMID: 35676728]
  2. Lopez J et al. Pathogenesis of relapsing fever. Curr Issues Mol Biol. 2021;42:519. [PMID: 33372163]
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