Hepatitis virales crónicas
La hepatitis viral crónica se define como una necroinflamación persistente del hígado, cuyo curso se extiende por un periodo de más de tres a seis meses. Este trastorno se caracteriza por la presencia de inflamación y daño celular en el parénquima hepático, lo que se refleja típicamente en niveles elevados de aminotransferasas séricas, que son enzimas indicativas de daño hepático, o en alteraciones histológicas que pueden observarse a través de estudios de biopsia hepática. En muchos casos, la hepatitis crónica se desarrolla de forma insidiosa, sin síntomas evidentes, lo que dificulta su diagnóstico inicial. Sin embargo, el diagnóstico de la enfermedad puede realizarse durante la evaluación de otros trastornos, cuando se detectan alteraciones en los análisis de sangre o en pruebas de función hepática.
Existen múltiples etiologías que pueden desencadenar una hepatitis crónica. Los agentes virales son una causa principal, destacándose el virus de la hepatitis B (VHB), el virus de la hepatitis C (VHC) y, en menor medida, el virus de la hepatitis D (VHD), que solo puede presentarse en presencia de infección por VHB. Además de los virus, existen otras condiciones que pueden originar hepatitis crónica. Entre ellas se incluyen enfermedades autoinmunes, como la hepatitis autoinmune, donde el sistema inmunológico ataca las células hepáticas, y el síndrome de esteatohepatitis asociada al alcohol y a la disfunción metabólica (MASH), que es una forma de enfermedad hepática caracterizada por la acumulación de grasa en el hígado y que se asocia tanto con el consumo excesivo de alcohol como con factores metabólicos, como la obesidad y la resistencia a la insulina.
Otras causas menos comunes incluyen la exposición a ciertos fármacos, como la isoniazida (utilizada en el tratamiento de la tuberculosis) y la nitrofurantoína (empleada en infecciones urinarias), que pueden inducir daño hepático. Además, trastornos metabólicos raros, como la enfermedad de Wilson, caracterizada por la acumulación de cobre en los tejidos, y la deficiencia de alfa-1-antitripsina, una proteína antiproteasa esencial para la protección del hígado, también pueden dar lugar a hepatitis crónica. En circunstancias excepcionales, la enfermedad celíaca, un trastorno autoinmune asociado con la ingestión de gluten, también puede desencadenar una respuesta inflamatoria crónica en el hígado.
La clasificación de la hepatitis crónica se realiza principalmente en función de tres criterios fundamentales: la etiología o causa subyacente, el grado de inflamación hepática, y el estadio de la fibrosis. La inflamación hepática puede manifestarse de diferentes maneras, clasificándose generalmente en grados de mínima a grave, e involucrando zonas específicas del hígado, como el área portal, periportal y lobular. La fibrosis, que hace referencia al desarrollo de tejido cicatricial debido al daño hepático crónico, también se clasifica en distintos estadios que van desde la ausencia de fibrosis hasta la cirrosis, la cual es la fase más avanzada y potencialmente mortal de la enfermedad hepática crónica. En los estadios tempranos de la enfermedad, antes de que se produzca una cirrosis avanzada, los pacientes suelen estar asintomáticos o presentar síntomas leves y no específicos, como fatiga, malestar general o pérdida de apetito.
La hepatitis crónica viral, en particular la causada por los virus de la hepatitis B y C, es una de las principales preocupaciones de salud pública a nivel mundial debido a su alta carga de morbilidad y mortalidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido la importancia de erradicar la hepatitis viral crónica y ha delineado una estrategia ambiciosa para lograrlo antes de 2030. Esta estrategia incluye una serie de medidas preventivas y terapéuticas. Entre ellas se encuentra la vacunación universal contra la hepatitis B, que ha demostrado ser efectiva en la prevención de la transmisión del virus, así como la garantía de la seguridad de la sangre y las inyecciones, que son importantes para prevenir la transmisión nosocomial de los virus de la hepatitis. Además, la administración de la vacuna contra la hepatitis B a los recién nacidos, junto con estrategias de reducción de daños para las personas que consumen drogas inyectadas, son componentes fundamentales para reducir la incidencia de nuevas infecciones. Un aspecto clave de la estrategia es la realización de pruebas de detección y tratamiento de las personas coinfectadas con los virus de la hepatitis y el VIH, dado que la coinfección puede complicar el curso de la enfermedad hepática y aumentar el riesgo de progresión a cirrosis y carcinoma hepatocelular.
Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.