Quemaduras térmicas
Quemaduras térmicas

Quemaduras térmicas

A nivel mundial, las quemaduras constituyen una causa frecuente de lesiones y representan una amenaza significativa para la salud debido a su potencial de generar morbilidad y mortalidad considerables. La evolución clínica y el pronóstico de los pacientes con quemaduras están estrechamente relacionados con el entorno en el que ocurre la lesión. En contextos de recursos limitados —como áreas rurales, zonas silvestres o regiones con bajos niveles socioeconómicos— es común que existan demoras en la atención inicial y dificultades para acceder a tratamientos especializados y oportunos, lo cual repercute negativamente en los desenlaces clínicos.

Los primeros dos días tras una quemadura térmica son cruciales, ya que durante este periodo se concentra la mayor posibilidad de intervenir de manera eficaz para mejorar la supervivencia del paciente. En este marco temporal, las acciones clínicas precoces como la intervención quirúrgica temprana para desbridamiento o cobertura de heridas, el cuidado meticuloso de los tejidos lesionados, el inicio temprano de la alimentación enteral, el control estricto de los niveles de glucosa y la optimización del metabolismo adquieren un papel fundamental. Asimismo, la prevención de complicaciones graves como la hipotermia y el síndrome compartimental, junto con estrategias eficaces de control de infecciones, ha demostrado reducir de forma significativa la mortalidad y acortar la duración de la hospitalización.

Estudios clínicos basados en diversas escalas validadas para la evaluación de la gravedad de las quemaduras han puesto de manifiesto la importancia de las enfermedades preexistentes en la evolución de los pacientes con quemaduras extensas. Las comorbilidades influyen de manera directa en la respuesta fisiológica al trauma térmico y en la capacidad del organismo para sobreponerse a las complicaciones asociadas, lo que subraya la necesidad de un enfoque integral que considere tanto la lesión aguda como el estado basal del paciente.

 

Clasificación

La clasificación de las quemaduras es un componente esencial para establecer un manejo clínico adecuado, ya que permite determinar la gravedad de la lesión, predecir la evolución del paciente y orientar las decisiones terapéuticas. Esta clasificación se basa en múltiples factores interrelacionados, entre los que destacan la extensión de la superficie corporal afectada, la profundidad de la quemadura, la edad del paciente y la presencia de enfermedades preexistentes o lesiones concomitantes. Una estimación precisa de la magnitud y profundidad de la quemadura es fundamental para definir con exactitud las necesidades de reanimación, el tipo de tratamiento quirúrgico, y los requerimientos de cuidados intensivos.

En cuanto a la extensión de la quemadura, se utiliza comúnmente la llamada “regla de los nueves” en pacientes adultos, la cual permite realizar una evaluación rápida de la superficie corporal comprometida por la lesión. Esta regla divide el cuerpo en secciones que representan aproximadamente el 9% de la superficie total, facilitando el cálculo inicial de la zona afectada. No obstante, esta evaluación debe ser realizada con el paciente completamente expuesto, ya que algunas lesiones pueden ser pasadas por alto si se omiten áreas del cuerpo durante el examen físico. Además, una guía práctica consiste en considerar que la palma de la mano del propio paciente representa aproximadamente el 1% de su superficie corporal total. Es importante destacar que este cálculo se realiza únicamente para quemaduras de espesor parcial y de espesor total, ya que las quemaduras superficiales no se incluyen en la valoración total de la superficie quemada.

En lo que respecta a la profundidad de la lesión, su evaluación clínica puede ser compleja y requiere experiencia. Las quemaduras superficiales suelen presentar un color rojo o grisáceo, conservan una buena perfusión capilar y no desarrollan ampollas en las fases iniciales. Estas lesiones afectan únicamente la epidermis y, por lo general, cicatrizan sin intervención quirúrgica. Las quemaduras de espesor parcial superficial, en cambio, se manifiestan con ampollas, un color rosado y una superficie húmeda. Estas heridas conservan la sensibilidad al tacto y una vascularización adecuada. Las quemaduras de espesor parcial profundo afectan capas más profundas de la dermis, tienen un aspecto blanquecino y húmedo, y al ser manipuladas pueden sangrar; sin embargo, la sensibilidad cutánea aún está presente. Por su parte, las quemaduras de espesor total comprometen toda la dermis y las estructuras anexas de la piel, como folículos pilosos y glándulas sudoríparas. Estas lesiones se presentan como zonas secas, rígidas y de aspecto blanco amarillento o carbonizado, y no sangran ni presentan sensibilidad al tacto.

El tratamiento de las quemaduras más profundas —aquellas de espesor parcial profundo y de espesor total— es similar, ya que ambas requieren intervenciones quirúrgicas tempranas, como el desbridamiento del tejido necrótico y el injerto cutáneo, para favorecer una cicatrización adecuada. En ausencia de estas medidas, la piel lesionada tiende a cicatrizar de forma deficiente, generando zonas atróficas y cicatrices hipertróficas que comprometen tanto la función como la estética. Por lo tanto, una valoración minuciosa de la extensión y profundidad de la lesión resulta indispensable para establecer un pronóstico preciso y una estrategia terapéutica eficaz.

 

Supervivencia tras una lesión por quemadura

El pronóstico de un paciente quemado ha mejorado significativamente en las últimas décadas, gracias a los avances en el manejo integral de este tipo de lesiones. Sin embargo, ciertos criterios clínicos determinan cuándo un paciente debe ser transferido a una unidad especializada en quemados, donde puede recibir un nivel de atención altamente especializado. Esta transferencia se indica en casos de quemaduras extensas —cuando afecta un gran porcentaje de la superficie corporal total—, quemaduras de carácter circunferencial (que rodean completamente una extremidad o el torso, comprometiendo el retorno venoso o respiratorio), lesiones que involucran articulaciones o zonas anatómicas críticas (como cara, manos, pies, genitales o periné), así como en pacientes con enfermedades preexistentes que puedan complicar la evolución.

Los avances terapéuticos han logrado una reducción notable en las tasas de mortalidad asociadas a quemaduras graves. Entre estos avances destacan el perfeccionamiento de las técnicas de cuidado de heridas, la detección y el tratamiento precoz de infecciones, la escisión temprana del tejido necrótico (lo que limita la respuesta inflamatoria y reduce la carga bacteriana), el uso de sustitutos dérmicos o injertos biosintéticos, y el inicio temprano de soporte nutricional enteral, fundamental para mantener el metabolismo y favorecer la regeneración tisular.

Lesiones o enfermedades asociadas a las quemaduras

Las quemaduras no siempre ocurren de forma aislada. Es frecuente que se presenten junto con otras formas de trauma, lo que complica el manejo clínico. Uno de los cuadros más comunes y graves es la inhalación de humo, que puede producir desde irritación de las vías aéreas hasta una lesión térmica directa del árbol respiratorio, edema laríngeo o incluso intoxicación por monóxido de carbono o cianuro, lo cual puede llevar a una insuficiencia respiratoria aguda. Asimismo, las lesiones eléctricas, aunque pueden mostrar escasos signos externos, pueden provocar daño profundo en tejidos musculares, comprometer órganos internos y alterar la conducción cardíaca. Las lesiones traumáticas concomitantes, como fracturas o traumatismos cerrados, también son frecuentes en el contexto de incendios o accidentes de alto impacto.

Independientemente de la causa inicial, las quemaduras extensas pueden desencadenar una serie de complicaciones sistémicas comunes, tales como infecciones severas (debido a la pérdida de la barrera cutánea), compromiso respiratorio, disfunción multiorgánica, tromboembolismo venoso y complicaciones gastrointestinales, incluyendo íleo paralítico, úlceras por estrés y translocación bacteriana.


Reacciones sistémicas ante una lesión por quemadura

Cuando una quemadura compromete más del 20% de la superficie corporal total, el organismo experimenta una respuesta inflamatoria sistémica de gran magnitud. Esta reacción, conocida como «respuesta hipermetabólica», implica una activación masiva del sistema inmunológico e inflamatorio, que puede derivar en un estado de shock caracterizado por hipovolemia, disminución del gasto cardíaco y perfusión tisular inadecuada. Este fenómeno se ve exacerbado por la pérdida de líquidos a través de los tejidos lesionados y la permeabilidad capilar aumentada.

Además, se pueden desarrollar alteraciones en la coagulación (coagulopatía), que aumentan el riesgo de sangrado o, paradójicamente, de trombosis. Estos trastornos requieren vigilancia estrecha y soporte intensivo, incluyendo manejo hemodinámico, reposición de líquidos, monitoreo de parámetros metabólicos y tratamiento de cualquier disfunción orgánica incipiente. El manejo de estos pacientes debe ser llevado a cabo en unidades especializadas con experiencia en cuidados críticos, debido a la complejidad y rapidez con la que pueden evolucionar las complicaciones sistémicas.

En conjunto, la atención de pacientes con quemaduras graves exige un enfoque multidisciplinario, altamente protocolizado, que permita prevenir complicaciones, optimizar la recuperación funcional y mejorar los índices de supervivencia y calidad de vida a largo plazo.

 

Tratamiento

A. Reanimación inicial en pacientes con quemaduras graves

La atención inicial de un paciente con quemaduras extensas debe seguir los principios del manejo avanzado del trauma, dado que estas lesiones frecuentemente se asocian a traumatismos múltiples, inestabilidad hemodinámica y riesgo de deterioro rápido. El abordaje comienza con una evaluación primaria sistemática, conocida como el enfoque «ABCDE», el cual permite identificar y tratar de forma inmediata las amenazas vitales.

1. Evaluación primaria («ABCDE»)

a. Vía aérea (Airway)

El control de la vía aérea es la prioridad en todo paciente quemado, especialmente si existe sospecha de lesión por inhalación. Esta puede comprometer la vía aérea superior debido al calor, al edema o a la inhalación de gases tóxicos. Aunque el paciente pueda hablar y respirar inicialmente, el compromiso de la vía aérea puede desarrollarse en las horas siguientes, por lo que se requiere vigilancia constante. Si hay estridor, ronquera, quemaduras faciales, o esputo carbonáceo, se debe anticipar la necesidad de intubación orotraqueal temprana antes de que la vía aérea se cierre por edema progresivo. También debe vigilarse el desarrollo de síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA), particularmente en casos de inhalación significativa de humo.

b. Respiración (Breathing)

Es fundamental valorar la mecánica ventilatoria y la oxigenación. Las quemaduras circunferenciales en el tórax pueden limitar la expansión pulmonar y causar hipoventilación. En estos casos, puede ser necesario realizar incisiones de escarotomía para aliviar la presión. La oxigenoterapia debe iniciarse de forma inmediata si hay sospecha de inhalación de humo, hasta descartar intoxicación por monóxido de carbono o cianuro.

c. Circulación

Se debe evaluar rápidamente el estado hemodinámico. Las quemaduras extensas provocan una pérdida significativa de fluidos hacia el espacio intersticial y una vasodilatación sistémica, lo cual puede generar shock por quemaduras. La hipotensión, taquicardia y la alteración del llenado capilar son indicadores clave de hipovolemia. Por tanto, es prioritario establecer un acceso vascular seguro y eficaz, idealmente con dos vías intravenosas de gran calibre periféricas o, si es necesario, mediante acceso central o intraóseo.

2. Reanimación con líquidos

a. Indicaciones

Todo paciente con quemaduras que afecten más del 15% de la superficie corporal total (TBSA) debe recibir reanimación con líquidos intravenosos. El objetivo es mantener la perfusión tisular, preservar la función orgánica y prevenir el colapso circulatorio.

b. Fórmula de Parkland

El esquema más utilizado para estimar las necesidades iniciales de líquidos es la fórmula de Parkland, que calcula la cantidad de solución cristaloide (usualmente Ringer lactato) a administrar durante las primeras 24 horas desde el momento de la quemadura, no desde el ingreso hospitalario. La fórmula es la siguiente:

4 mL × peso corporal (kg) × % de superficie corporal quemada (TBSA)

La mitad de este volumen debe administrarse en las primeras 8 horas desde el momento de la lesión, y la otra mitad durante las siguientes 16 horas. Por ejemplo, un adulto de 70 kg con una quemadura del 30% de TBSA requerirá 8.400 mL de cristaloides en 24 horas.

c. Consideraciones clínicas

Es importante ajustar la reposición de líquidos según la evolución clínica, monitorizando el gasto urinario, el estado mental, los signos vitales y la perfusión periférica. Aunque los cristaloides son la base del tratamiento, en casos de shock resistente puede considerarse el uso de coloides como complemento, para mejorar la precarga cardíaca y evitar la sobrecarga de volumen.

No obstante, el exceso de líquidos también puede ser perjudicial, ya que favorece el desarrollo de edema pulmonar, síndrome compartimental (por aumento de la presión en extremidades o en el abdomen) y complicaciones respiratorias. El ajuste cuidadoso del volumen administrado es esencial, especialmente en quemaduras eléctricas o con lesiones por inhalación, donde las pérdidas son mayores y las necesidades pueden superar lo estimado por la fórmula de Parkland.

Manejo

1. Control del dolor

El control eficaz del dolor es un componente esencial del manejo de las quemaduras, ya que estas lesiones son extremadamente dolorosas, tanto en reposo como durante las curas y manipulaciones. El dolor no solo compromete el bienestar físico y emocional del paciente, sino que también interfiere con la cicatrización, la nutrición y el cumplimiento del tratamiento. Se utilizan analgésicos antiinflamatorios no esteroideos (como el ibuprofeno o el ketorolaco) y opioides (como la morfina o el fentanilo), por vía oral o intravenosa según la intensidad del dolor y la extensión de la quemadura. En pacientes hospitalizados, es frecuente el uso de analgesia controlada por el paciente (PCA) y, en casos de dolor intratable, puede recurrirse a sedación o anestesia regional.

2. Quimioprofilaxis

a. Inmunización contra el tétanos

Dado que las quemaduras comprometen la barrera cutánea, existe riesgo de infección por Clostridium tetani. Por lo tanto, es imprescindible verificar el estado de inmunización antitetánica de todos los pacientes quemados y actualizarla si no se ha administrado una dosis de refuerzo en los últimos cinco años.

b. Antibióticos

Aunque las quemaduras son heridas abiertas, no se recomienda el uso rutinario de antibióticos sistémicos como profilaxis, ya que no previenen infecciones y contribuyen al desarrollo de resistencia bacteriana. En cambio, todas las quemaduras no superficiales deben ser tratadas con antibióticos tópicos, los cuales reducen la carga bacteriana local y ayudan a prevenir infecciones cutáneas. Antibióticos tópicos modernos como el acetato de mafenida o preparaciones con plata (distintas de la sulfadiazina de plata) son preferidos actualmente.

3. Manejo quirúrgico

a. Escarotomía

En quemaduras de espesor total que forman un escara rígida y no elástica, particularmente cuando son circunferenciales en extremidades, cuello o tórax, el tejido puede actuar como un torniquete, comprometiendo la circulación distal o la ventilación. En estos casos, se realiza una escarotomía, es decir, incisiones quirúrgicas longitudinales a través del escara para liberar la presión. Este procedimiento puede ser salvador de extremidades o incluso de la vida.

b. Fasciotomía

Cuando la presión dentro de un compartimento muscular aumenta hasta comprometer la perfusión (síndrome compartimental), se requiere una fasciotomía, que consiste en incisiones más profundas para liberar la presión. Esta situación se observa especialmente en quemaduras eléctricas o en pacientes con reanimación excesiva con líquidos. La detección temprana es esencial y se basa en el monitoreo frecuente del dolor, pulso, llenado capilar y sensibilidad distal.

c. Desbridamiento, curaciones y terapia antimicrobiana

Incluso las quemaduras menores deben ser cuidadosamente desbridadas para evaluar la profundidad real del daño. Posteriormente, es necesario establecer un régimen diario de curaciones, que incluye limpieza meticulosa, aplicación de antibióticos tópicos y colocación de apósitos. La adherencia del paciente y un control adecuado del dolor son clave para el éxito del tratamiento ambulatorio. Es imperativo que el paciente sea reevaluado entre las primeras 24 a 72 horas para detectar signos de infección. El objetivo es proteger la herida de la desecación y de nuevas agresiones, al tiempo que se favorece la cicatrización ordenada. Se debe evitar el uso de sulfadiazina de plata, ya que su eficacia ha sido superada por opciones más modernas.

d. Cierre de heridas y sustitución cutánea

El objetivo final tras la reanimación con líquidos es lograr un cierre rápido y estable de la herida. Las quemaduras que no muestran signos de cicatrización en un plazo de 7 a 10 días, como las de espesor parcial profundo o total, requieren intervención quirúrgica con resección del tejido desvitalizado e injerto autólogo de piel. Esto previene la formación excesiva de tejido de granulación, reduce el riesgo de infección y acorta el tiempo de hospitalización. Las quemaduras profundas regeneradas presentan una dermis delgada y de calidad inferior, por lo que el tratamiento especializado es esencial. En quemaduras extensas, los injertos de queratinocitos alogénicos cultivados pueden ser utilizados para proporcionar cobertura temprana. Aunque la dermis regenerada muestra elementos histológicos similares a los normales, carece de estructuras anexas como folículos pilosos y glándulas, y contiene pocas fibras elásticas, lo que limita la funcionalidad y elasticidad de la piel nueva.

e. Síndrome compartimental abdominal

El síndrome compartimental abdominal es una complicación grave que puede presentarse en pacientes críticamente quemados, especialmente tras una reanimación agresiva con líquidos. Se manifiesta por aumento de la presión intraabdominal (confirmada por presiones vesicales mayores a 30 mmHg), lo cual compromete la perfusión de órganos abdominales y la función respiratoria. A pesar de la descompresión quirúrgica, que puede mejorar la ventilación y el retorno venoso, este síndrome se asocia con una tasa de mortalidad alta (alrededor del 60%), lo que refleja su gravedad y lo limitado de las opciones terapéuticas.

 

Soporte del paciente

Uno de los aspectos fundamentales en el cuidado de estos pacientes es la regulación de la temperatura corporal central. En individuos con quemaduras que abarcan más del 20% de la superficie corporal total, la pérdida de la barrera cutánea conlleva una pérdida significativa de calor. Por ello, es imprescindible mantener al paciente en un ambiente térmicamente controlado, con temperaturas ambientales superiores a los 30 °C, para prevenir la hipotermia, una complicación que agrava la disfunción orgánica, compromete la coagulación y empeora el pronóstico general.

Estos pacientes también se encuentran en riesgo elevado de desarrollar complicaciones respiratorias, especialmente si hubo inhalación de humo o gases tóxicos. Entre estas complicaciones destacan la lesión pulmonar aguda, el síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA) e incluso la falla respiratoria refractaria al soporte ventilatorio máximo, situaciones que pueden requerir técnicas avanzadas de oxigenación o cuidados intensivos prolongados.

Además, las quemaduras graves desencadenan una respuesta inflamatoria sistémica masiva que puede evolucionar a sepsis, disfunción multiorgánica y trombosis venosa profunda (TVP). Esta última es consecuencia de la inmovilidad prolongada, el estado proinflamatorio y la hiperviscosidad, y constituye una causa importante de morbilidad si no se implementan medidas preventivas como la movilización precoz y la anticoagulación profiláctica.

Las quemaduras extensas inducen un estado hipermetabólico extremo, caracterizado por un aumento del gasto energético basal, catabolismo proteico acelerado y resistencia a la insulina. Este estado se traduce en un deterioro progresivo de la masa muscular, debilidad generalizada, inmunosupresión y retraso en la cicatrización si no se maneja adecuadamente. Por ello, es indispensable realizar una evaluación nutricional temprana y exhaustiva, seguida de la instauración de un apoyo nutricional agresivo, ya sea por vía enteral o, en caso necesario, parenteral.

La nutrición precoz y adecuada se ha asociado con múltiples beneficios: disminución del riesgo de infecciones, reducción del tiempo de recuperación y de la estancia hospitalaria, mejor evolución de las heridas, menor incidencia de complicaciones no infecciosas y reducción de la mortalidad. La administración de nutrientes esenciales —incluyendo proteínas de alto valor biológico, ácidos grasos, vitaminas y oligoelementos— favorece la regeneración de tejidos y mejora la respuesta inmune.

Desde el punto de vista psicológico, los pacientes con quemaduras severas enfrentan un proceso largo y doloroso de recuperación, que con frecuencia incluye múltiples procedimientos quirúrgicos, limitaciones funcionales, alteración de la imagen corporal y dolor crónico. El apoyo psicológico profesional desde las fases iniciales es fundamental para prevenir trastornos como depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático y aislamiento social. La atención debe ser integral, involucrando no solo al paciente, sino también a su entorno familiar.

En cuanto a las secuelas a largo plazo, uno de los desafíos más importantes es la prevención de cicatrices hipertróficas y retracciones. Estas alteraciones estéticas y funcionales pueden requerir rehabilitación intensiva, terapias de presión, uso de apósitos especializados, fisioterapia prolongada y, en muchos casos, cirugía reconstructiva. A pesar de los avances en el tratamiento, la prevención y el manejo de estas secuelas siguen siendo complejos y demandan un enfoque multidisciplinario prolongado.

 

Pronóstico

El pronóstico de un paciente con quemaduras es el resultado de una compleja interacción entre múltiples factores clínicos, fisiopatológicos y sociales. La evolución y desenlace de la lesión no dependen únicamente de la magnitud del daño térmico, sino también de su localización anatómica, de la presencia de lesiones asociadas, del estado de salud previo del paciente, y del desarrollo de complicaciones sistémicas durante el curso clínico.

Uno de los elementos más influyentes es la extensión de la superficie corporal afectada por la quemadura. Cuanto mayor sea el porcentaje de tejido comprometido, mayor será la respuesta inflamatoria sistémica, el riesgo de pérdida de líquidos, la exposición a infecciones y la necesidad de intervenciones quirúrgicas complejas. Sin embargo, no solo la cantidad de piel quemada importa: la localización de la lesión también tiene un impacto crítico. Las quemaduras que afectan zonas funcionales clave como la cara, las manos, los pies, las articulaciones o el periné pueden tener implicaciones funcionales, estéticas y psicológicas significativas, y a menudo requieren rehabilitación prolongada y cirugía reconstructiva.

El pronóstico también se ve afectado por lesiones traumáticas concomitantes (como fracturas, trauma torácico o lesiones por inhalación), así como por comorbilidades preexistentes como diabetes mellitus, enfermedades cardiovasculares, insuficiencia renal o trastornos inmunológicos, que limitan la capacidad del organismo para responder al estrés metabólico y a la agresión inflamatoria inducida por la quemadura.

Un hallazgo clínico particularmente importante en pacientes quemados es la hiperglucemia persistente, incluso en individuos sin antecedentes de diabetes. Esta alteración refleja un estado de resistencia a la insulina inducido por el estrés sistémico y se asocia con mayor riesgo de infecciones, peor cicatrización, disfunción inmunológica y mayor mortalidad. Por tanto, el control estricto de la glucosa forma parte integral del soporte metabólico de estos pacientes y se ha convertido en un marcador pronóstico clave.

Entre las complicaciones más frecuentes y temidas se encuentra la sepsis, resultado de la pérdida de la integridad de la barrera cutánea y de la inmunosupresión secundaria al trauma térmico. Las infecciones graves pueden progresar rápidamente a disfunción multiorgánica y muerte si no se detectan y tratan oportunamente.

En algunos casos, la progresión de la infección o la isquemia tisular severa puede derivar en gangrena, lo cual puede requerir amputaciones de miembros como medida de salvamento. Esta situación tiene un impacto físico y emocional devastador, que puede perpetuar la discapacidad funcional y comprometer la calidad de vida.

Asimismo, los pacientes con quemaduras extensas pueden desarrollar complicaciones neurológicas, cardíacas (como arritmias o insuficiencia), alteraciones cognitivas y trastornos psiquiátricos. Estos últimos incluyen depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, delirium en pacientes en cuidados intensivos y trastornos de la imagen corporal. Estas alteraciones pueden surgir tanto en la fase aguda como en el seguimiento a largo plazo, y con frecuencia son subdiagnosticadas.

Dado el elevado impacto emocional que acompaña a las quemaduras graves, el apoyo psicológico profesional debe considerarse parte del tratamiento integral. Este acompañamiento no solo contribuye a una mejor adaptación del paciente al proceso de recuperación, sino que también mejora la adherencia al tratamiento, la motivación para participar en la rehabilitación y, en muchos casos, reduce la incidencia de complicaciones psiquiátricas.

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Tejiram S et al. The first 24 hours: burn shock resuscitation and early complications. Surg Clin North Am. 2023;103:403. [PMID: 37149377]
  2. Usmani A et al. Prediction of mortality in acute thermal burn patients using the Abbreviated Burn Severity Index Score: a single-center experience. Cureus. 2022;14:e26161. [PMID: 35891871]
  3. Żwierełło W et al. Burns: classification, pathophysiology, and treatment: a review. Int J Mol Sci. 2023;24:3749. [PMID: 36835171]
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