Leucemia linfocítica crónica

Leucemia linfocítica crónica
Leucemia linfocítica crónica

La leucemia linfocítica crónica es una neoplasia maligna clonal que afecta a los linfocitos B, un tipo de célula del sistema inmunológico encargada de producir anticuerpos. Esta enfermedad se caracteriza por la proliferación descontrolada de linfocitos B maduros que, a pesar de su longevidad, son funcionalmente anormales. Los linfocitos afectados en la leucemia linfocítica crónica tienen una vida útil prolongada pero carecen de la capacidad para responder de manera eficiente a estímulos antigénicos, lo que genera una deficiencia en la respuesta inmune del organismo.

La leucemia linfocítica crónica generalmente sigue un curso indolente, es decir, tiene una progresión lenta. A medida que la enfermedad avanza, se produce una acumulación progresiva de linfocitos anormales en la sangre periférica, la médula ósea y, en algunos casos, en otros órganos. Estos linfocitos no solo ocupan el espacio en la médula ósea, sino que también invaden otros tejidos, lo que puede causar varios síntomas clínicos relacionados con la disfunción de la médula ósea, la alteración del sistema inmunológico y la infiltración de órganos.

Uno de los principales problemas que genera la leucemia linfocítica crónica es la insuficiencia de la médula ósea, el órgano encargado de producir células sanguíneas. Los linfocitos B anormales se acumulan en la médula ósea y suplantan la producción de células sanguíneas normales, lo que lleva a una disminución en los niveles de glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. Esta pancitopenia, o disminución generalizada de todas las células sanguíneas, es responsable de muchos de los síntomas comunes en los pacientes con leucemia linfocítica crónica, como la fatiga, la susceptibilidad a infecciones y el sangrado o la aparición de moretones con facilidad.

La deficiencia en la producción de anticuerpos por parte de los linfocitos B malignos también provoca una inmunodeficiencia, lo que hace que los pacientes sean más vulnerables a infecciones. El sistema inmunológico no puede generar una respuesta adecuada a los patógenos, lo que facilita la aparición de infecciones recurrentes. Esta insuficiencia inmune es una de las características más importantes de la enfermedad y contribuye significativamente a la morbilidad de los pacientes.

A medida que la enfermedad progresa, los linfocitos malignos pueden infiltrarse en varios órganos, como los ganglios linfáticos, el bazo y el hígado, lo que conduce a la linfadenopatía (aumento de tamaño de los ganglios linfáticos) y esplenomegalia (agrandamiento del bazo). Esta infiltración orgánica puede generar problemas clínicos adicionales, como dolor abdominal, sensaciones de plenitud y disfunción en los órganos afectados. En casos más avanzados, la infiltración de los linfocitos B malignos en los órganos puede provocar daño tisular directo, lo que empeora el estado general del paciente.

En alrededor del 5% a 10% de los casos, la leucemia linfocítica crónica puede complicarse con trastornos autoinmunes, como la anemia hemolítica autoinmune o la trombocitopatía autoinmune. En estas condiciones, el sistema inmunológico del paciente produce anticuerpos que atacan sus propias células sanguíneas, como los glóbulos rojos o las plaquetas. Esto agrava la pancitopenia y puede dar lugar a una mayor fragilidad, más infecciones y un riesgo elevado de sangrados.

Además, en una pequeña proporción de pacientes, aproximadamente el 5%, la leucemia linfocítica crónica puede transformarse en un linfoma de células grandes, conocido como el síndrome de Richter. Esta transformación marca un cambio significativo en el curso de la enfermedad, ya que el linfoma de células grandes es mucho más agresivo que la forma inicial de la leucemia linfocítica crónica. Esta transformación suele asociarse con un pronóstico mucho más desfavorable, debido a la rápida progresión y a la mayor resistencia a los tratamientos convencionales.

 

Manifestaciones clínicas

La leucemia linfocítica crónica es una enfermedad predominantemente observada en pacientes de edad avanzada. Se estima que el noventa por ciento de los casos ocurren en personas mayores de 50 años, con una edad media al momento del diagnóstico de aproximadamente 70 años. Esta predilección por los adultos mayores está relacionada con varios factores biológicos y epidemiológicos, incluyendo los cambios relacionados con el envejecimiento en el sistema inmunológico y la acumulación de mutaciones genéticas que favorecen la proliferación clonal de linfocitos B. La incidencia de la enfermedad aumenta progresivamente con la edad, lo que refleja el impacto de la senescencia celular y los mecanismos alterados de regulación inmunológica que caracterizan el envejecimiento.

En muchos casos, la leucemia linfocítica crónica se descubre de manera incidental, a menudo a través de un análisis de sangre de rutina en el que se observa una linfocitosis, es decir, un aumento en el número de linfocitos en la sangre periférica. Esta linfocitosis, que puede ser asintomática, es uno de los hallazgos característicos de la enfermedad en sus primeras etapas. Sin embargo, en otros pacientes, los síntomas son más evidentes y se manifiestan como fatiga persistente o aumento de volumen de los ganglios linfáticos, conocido como linfadenopatía. Estos síntomas pueden estar relacionados tanto con la acumulación de linfocitos anormales en los ganglios linfáticos como con la disfunción del sistema inmunológico.

Durante el examen físico, un alto porcentaje de pacientes con leucemia linfocítica crónica presenta linfadenopatía difusa. En aproximadamente el ochenta por ciento de los casos, se observa un agrandamiento generalizado de los ganglios linfáticos, lo que refleja la proliferación de los linfocitos malignos en estos tejidos. Además, alrededor del cincuenta por ciento de los pacientes experimentan hepatomegalia o esplenomegalia, es decir, un agrandamiento del hígado o del bazo. Estas condiciones son indicativas de infiltración de las células leucémicas en los órganos, lo que puede causar dolor abdominal, sensación de plenitud o malestar general.

El sistema de clasificación de Rai, que ha sido utilizado durante muchos años para evaluar la gravedad de la leucemia linfocítica crónica y predecir su pronóstico, sigue siendo útil en la actualidad. Esta clasificación divide la enfermedad en varios estadios, desde los más tempranos hasta los más avanzados. El estadio 0 se caracteriza por la presencia de linfocitosis únicamente, sin otras manifestaciones clínicas o anatómicas. En el estadio I, además de la linfocitosis, se presenta linfadenopatía. El estadio II implica la presencia de organomegalia, es decir, un agrandamiento del bazo o del hígado. En el estadio III, la anemia se convierte en un hallazgo importante, indicando que la médula ósea está comprometida en su capacidad de producir células sanguíneas normales. Finalmente, el estadio IV se caracteriza por la presencia de trombocitopenia, lo que refleja una disminución en el número de plaquetas en la sangre, otro signo de insuficiencia medular.

El sistema de clasificación de Rai permite agrupar a los pacientes en diferentes categorías de riesgo. Los estadios 0 e I se consideran de bajo riesgo, ya que en estos casos la enfermedad suele tener un curso indolente y la función de la médula ósea y otros órganos no se encuentra severamente afectada. El estadio II se clasifica como un riesgo intermedio, dado que la presencia de organomegalia indica un mayor grado de infiltración tisular y un posible compromiso del funcionamiento de los órganos afectados. Los estadios III y IV se consideran de alto riesgo, ya que la presencia de anemia y trombocitopenia indica una mayor afectación de la médula ósea y una disfunción más pronunciada en la producción de células sanguíneas.

 

Exámenes diagnósticos

La característica principal de la leucemia linfocítica crónica es la linfocitosis aislada, un hallazgo fundamental en el diagnóstico de esta enfermedad. En la mayoría de los casos, el recuento de leucocitos está elevado, pudiendo alcanzar niveles significativamente altos, incluso en el rango de cientos de miles por microlitro de sangre. Esta elevación se debe principalmente a un incremento en la cantidad de linfocitos, que en la leucemia linfocítica crónica pueden representar entre el 75% y el 98% de las células circulantes en la sangre periférica. Estos linfocitos son generalmente pequeños, de apariencia madura, con cromatina nuclear condensada, lo que les da un aspecto característico. Aunque la mayoría de los linfocitos en circulación son de pequeño tamaño y tienen un aspecto morfológico muy similar al de los linfocitos normales, en ocasiones se pueden observar algunos linfocitos más grandes y activados, aunque en números reducidos.

En términos de otros parámetros hematológicos, el hematocrito y el recuento de plaquetas generalmente se mantienen dentro de los valores normales al momento del diagnóstico, lo que sugiere que, en las etapas iniciales de la enfermedad, la médula ósea sigue siendo capaz de mantener la producción adecuada de células sanguíneas no malignas. Sin embargo, el comportamiento de la médula ósea puede variar, ya que en muchos pacientes se observa una infiltración variable por linfocitos pequeños, lo que indica que la médula está siendo comprometida progresivamente por las células leucémicas.

Desde el punto de vista del pronóstico, la genética de las células leucémicas juega un papel fundamental. De hecho, la presencia de una deleción aislada del cromosoma 13q está asociada con un mejor pronóstico, ya que este hallazgo suele correlacionarse con una forma más indolente de la enfermedad. Por el contrario, las alteraciones genéticas más complejas, como la deleción del cromosoma 17p, que afecta el gen TP53, están asociadas con un pronóstico extremadamente desfavorable. La pérdida de TP53 implica una incapacidad de las células leucémicas para reparar daños en el ADN, lo que conduce a una resistencia a los tratamientos y una progresión más rápida de la enfermedad.

Además, en aproximadamente el 50% de los pacientes con leucemia linfocítica crónica se presenta hipogammaglobulinemia, es decir, niveles bajos de inmunoglobulinas en la sangre, lo que contribuye a una mayor susceptibilidad a infecciones. Esta hipogammaglobulinemia tiende a ser más pronunciada a medida que la enfermedad avanza. En algunos casos, se puede detectar una pequeña cantidad de paraproteína IgM en el suero, lo que sugiere la producción anómala de una inmunoglobulina de tipo M por parte de las células leucémicas.

El inmunofenotipo de las células de leucemia linfocítica crónica es otro aspecto crucial en su diagnóstico y diferenciación de otras patologías. En el caso de la leucemia linfocítica crónica, se observa una coexpresión de marcadores de la línea de linfocitos B, como el CD19, junto con un marcador de linfocitos T, como el CD5. Este hallazgo es característico de la leucemia linfocítica crónica y también se puede observar en algunos casos de linfoma de células del manto, aunque es mucho más común en la leucemia linfocítica crónica. Para diferenciar entre estas dos enfermedades, se debe examinar la expresión de otros marcadores: las células de leucemia linfocítica crónica generalmente expresan CD23, CD200 y LEF-1, mientras que en el linfoma de células del manto se observa una sobreexpresión de ciclina D1 y la translocación t(11;14), lo que no ocurre en la leucemia linfocítica crónica. Además, las células leucémicas en la leucemia linfocítica crónica presentan una baja expresión de inmunoglobulinas en su superficie, así como del marcador CD20.

Otro aspecto importante para el pronóstico de la leucemia linfocítica crónica es la evaluación de las mutaciones somáticas en el gen de la inmunoglobulina (IgVH). Las células leucémicas que tienen variantes patogénicas del gen IgVH, lo que se traduce en una mutación somática de este gen, generalmente corresponden a una forma más indolente de la enfermedad. Estas células suelen expresar niveles bajos del marcador de superficie CD38 y no presentan expresión del proteína asociada a la zeta (ZAP-70), lo que indica una forma menos agresiva de leucemia linfocítica crónica. Por el contrario, los pacientes cuyo linfocito maligno no tiene variantes del gen IgVH y que presentan altos niveles de ZAP-70 en la superficie de las células, tienden a tener una forma más agresiva de la enfermedad que requiere tratamiento más temprano.

El análisis de los cambios genómicos mediante la hibridación in situ con sondas fluorescentes (FISH) proporciona información crucial sobre el pronóstico de los pacientes. La deleción del cromosoma 17p, que afecta al gen TP53, está asociada con el peor pronóstico en la leucemia linfocítica crónica, ya que la pérdida de este gen compromete la capacidad de las células para responder a daños en el ADN, lo que las hace más resistentes a los tratamientos. La deleción del cromosoma 11q, que afecta al gen ATM, también se asocia con un pronóstico menos favorable, ya que interfiere con los mecanismos de reparación del ADN y aumenta la probabilidad de que la enfermedad progrese de manera más agresiva.

 

Diagnóstico diferencial

Aunque la leucemia linfocítica crónica es una enfermedad distintiva, existen algunos síndromes y condiciones que pueden generar confusión debido a ciertos hallazgos clínicos o hematológicos similares. Una de las situaciones más comunes que puede confundirse con la leucemia linfocítica crónica son las infecciones virales que inducen linfocitosis, es decir, un aumento de los linfocitos en la sangre. Sin embargo, estas infecciones virales suelen presentar otros signos clínicos que permiten hacer un diagnóstico diferencial claro. Por ejemplo, en las infecciones virales, la linfocitosis se asocia comúnmente con la presencia de fiebre y otros síntomas específicos de la infección, como malestar general, dolor de garganta o síntomas respiratorios. En contraste, en la leucemia linfocítica crónica, la fiebre podría no ser tan prominente, y cuando está presente, generalmente se debe a una infección bacteriana concomitante, lo que puede generar cierta confusión en la evaluación clínica.

Un ejemplo clásico de una infección viral que puede inducir linfocitosis es la tosferina, que es causada por la bacteria Bordetella pertussis, pero que puede generar un aumento en el número total de linfocitos en la sangre, similar a lo que se observa en la leucemia linfocítica crónica. En estos casos, el número de linfocitos puede ser particularmente alto, lo que podría llevar a una interpretación errónea si no se consideran adecuadamente otros síntomas clínicos, como la tos característica, la dificultad respiratoria y el antecedente de contacto con personas infectadas.

Además de las infecciones virales, existen otras enfermedades linfoproliferativas que pueden presentar características hematológicas y clínicas similares a las de la leucemia linfocítica crónica, como la macroglobulinemia de Waldenström, la leucemia de células peludas o algunos tipos de linfoma, especialmente el linfoma de células del manto o el linfoma de linfocitos pequeños en la fase leucémica. Estas condiciones pueden mostrar linfocitosis en la sangre periférica, pero se distinguen de la leucemia linfocítica crónica mediante un análisis cuidadoso de la morfología de las células y su inmunofenotipo. En el caso de la macroglobulinemia de Waldenström, por ejemplo, los linfocitos suelen ser más grandes y pueden mostrar características específicas como la producción de inmunoglobulina monoclonal, lo que no ocurre en la leucemia linfocítica crónica. De manera similar, la leucemia de células peludas presenta células características con un borde irregular y un citoplasma peludo, lo que la hace fácil de identificar bajo el microscopio.

La distinción entre leucemia linfocítica crónica y linfomas, como el linfoma de células del manto o el linfoma de linfocitos pequeños en fase leucémica, también se realiza a través de un análisis detallado del inmunofenotipo de las células. En la leucemia linfocítica crónica, los linfocitos suelen expresar el marcador CD5, una característica que los distingue de otros tipos de linfomas, que no presentan esta coexpresión de CD5 con los marcadores típicos de linfocitos B, como el CD19. Además, las células leucémicas en la leucemia linfocítica crónica presentan una baja expresión de CD20 y una expresión alta de CD23, lo que también ayuda a diferenciarlas de otros linfomas.

Otro trastorno que se puede considerar dentro del diagnóstico diferencial de la leucemia linfocítica crónica es la linfocitosis monoclonal de células B. Esta condición se caracteriza por un número de linfocitos B circulantes inferior a 5000 por microlitro (5.0 × 10^9/L) y se considera un precursor de la leucemia linfocítica crónica. Aunque la linfocitosis monoclonal de células B implica un aumento en el número de linfocitos, los linfocitos presentes son menos numerosos que en la leucemia linfocítica crónica, y su evolución hacia una leucemia linfocítica crónica no siempre ocurre. Es importante señalar que esta condición, si bien puede evolucionar hacia leucemia linfocítica crónica en algunos casos, generalmente tiene un curso más benigno y no presenta los mismos síntomas graves que se observan en la forma clínica avanzada de la leucemia linfocítica crónica.

 

Tratamiento

El tratamiento de la leucemia linfocítica crónica está experimentando una evolución significativa gracias al desarrollo de varios agentes terapéuticos dirigidos que han transformado el enfoque clínico de la enfermedad. En la actualidad, la mayoría de los casos de leucemia linfocítica crónica indolente, especialmente en sus etapas iniciales, no requieren tratamiento específico. En lugar de intervenciones terapéuticas inmediatas, la práctica estándar para estos casos consiste en la observación cuidadosa del paciente, con el fin de monitorear la progresión de la enfermedad. Esta estrategia de «vigilancia activa» es válida debido al curso típicamente lento de la enfermedad en sus primeras fases, donde los pacientes no presentan síntomas significativos que requieran intervención.

Sin embargo, el tratamiento se vuelve necesario cuando se observan indicaciones clínicas de progresión de la enfermedad. Entre los factores que justifican la intervención terapéutica se incluyen la fatiga progresiva, la linfadenopatía sintomática (aumento de los ganglios linfáticos que causa dolor o malestar), así como la presencia de anemia o trombocitopenia (disminución de los glóbulos rojos o plaquetas en la sangre). Estos síntomas generalmente corresponden a una enfermedad en estadios más avanzados, como el estadio II progresivo con síntomas o los estadios III o IV, según la clasificación de Rai, lo que indica un mayor grado de involucramiento de la médula ósea y otros órganos.

En cuanto al tratamiento específico de la leucemia linfocítica crónica, en la mayoría de los casos se inicia con terapias biológicas dirigidas, que se centran en inhibir los mecanismos moleculares clave implicados en la proliferación y supervivencia de las células leucémicas. Las opciones de tratamiento incluyen inhibidores de la tirosina quinasa de Brutón (BTK), como ibrutinib, acalabrutinib o zanubrutinib, que actúan bloqueando una proteína clave en la señalización celular que favorece la proliferación de las células malignas. Estos agentes son administrados por vía oral y requieren dosis continuas para mantener su eficacia terapéutica. Los inhibidores de BTK suelen ser bien tolerados, aunque pueden asociarse con efectos secundarios como hipertensión, fibrilación auricular y sangrados. Dado que estos medicamentos pueden aumentar el riesgo de hemorragias, se debe tener precaución al utilizarlos junto con anticoagulantes orales directos (DOACs) o en situaciones preoperatorias o posoperatorias.

Otra opción terapéutica es el venetoclax, un inhibidor de la proteína BCL-2 que induce la apoptosis (muerte celular programada) en las células leucémicas al restaurar los mecanismos de muerte celular que están alterados en estas células malignas. El venetoclax se administra de forma titulada, comenzando con dosis bajas que se incrementan progresivamente hasta alcanzar los 400 miligramos diarios. Aunque este tratamiento es eficaz, está asociado con riesgos como el síndrome de lisis tumoral, que se produce cuando las células leucémicas se desintegran rápidamente, liberando su contenido en la circulación, lo que puede llevar a complicaciones metabólicas graves. También se puede presentar neutropenia, una disminución en el número de neutrófilos, lo que aumenta el riesgo de infecciones. Debido a estos efectos, algunos pacientes pueden necesitar hospitalización durante la fase inicial del tratamiento. Es importante que el venetoclax se administre en combinación con un anticuerpo monoclonal anti-CD20, como el obinutuzumab, para mejorar su eficacia. Sin embargo, esta combinación puede causar reacciones de infusión en los pacientes, que requieren un manejo adecuado.

La elección entre el uso de inhibidores de BTK y venetoclax, o entre distintas opciones de anticuerpos monoclonales, se basa no solo en la eficacia terapéutica, sino también en las consideraciones de toxicidad y las preferencias individuales del paciente. La naturaleza de los efectos secundarios y las comorbilidades del paciente pueden influir en la decisión terapéutica, ya que cada opción presenta un perfil de seguridad y tolerabilidad diferente.

En cuanto a las estrategias de tratamiento más tradicionales, la quimioterapia combinada se utiliza solo en casos seleccionados de leucemia linfocítica crónica, típicamente en pacientes con formas más avanzadas de la enfermedad o en aquellos que no responden adecuadamente a terapias dirigidas. En algunos pacientes de edad avanzada o con comorbilidades que impiden el uso de terapias más agresivas, se puede optar por una combinación de clorambucil (un agente alquilante) con obinutuzumab. El clorambucil se administra por vía oral en dosis de 0,6 a 1 miligramo por kilogramo de peso corporal, cada cuatro semanas, y puede ser una opción adecuada para aquellos que no pueden tolerar otros tratamientos más intensivos.

El manejo de la leucemia linfocítica crónica en pacientes que presentan recaídas durante el tratamiento con inhibidores de la tirosina quinasa de Brutón (BTK) requiere un enfoque adaptado para abordar la resistencia o la progresión de la enfermedad. En pacientes que experimentan recaída mientras están bajo tratamiento con un inhibidor de BTK, se debe realizar una prueba genética para identificar posibles variantes patogénicas recurrentes del gen BTK, como la variante C481S. Esta mutación, en particular, ha demostrado estar asociada con la resistencia a los inhibidores de BTK convencionales, pero puede responder favorablemente al uso de pirtobrutinib, un agente novedoso que está diseñado específicamente para superar las mutaciones de BTK que confieren resistencia a otros inhibidores. Este tratamiento proporciona una opción terapéutica para pacientes con leucemia linfocítica crónica que presentan resistencia a los inhibidores de BTK tradicionales, ofreciendo la posibilidad de una remisión duradera en algunos casos.

Por otro lado, cuando los pacientes recaen después de haber sido tratados con venetoclax, un inhibidor de la proteína BCL-2, el tratamiento suele incluir un inhibidor de BTK. Esta estrategia se basa en la posibilidad de que el inhibidor de BTK combata la progresión de la enfermedad mediante la inhibición de las vías de señalización que promueven la supervivencia y proliferación de las células leucémicas. De esta manera, se combina la acción de dos agentes terapéuticos con mecanismos de acción diferentes, lo que puede ser más eficaz en el control de la leucemia linfocítica crónica resistente a un solo fármaco.

Para los pacientes con leucemia linfocítica crónica refractaria o con enfermedad avanzada que no responde a los tratamientos convencionales, la terapia con células T con receptor de antígeno quimérico (CAR T) que dirige el CD19 es una opción terapéutica prometedora. Este enfoque innovador implica la modificación genética de las células T del propio paciente para que expresen un receptor que reconozca y ataque las células tumorales que expresan CD19 en su superficie, lo que incluye a las células B malignas de la leucemia linfocítica crónica. Los pacientes tratados con terapia de células T CAR-CD19 han mostrado obtener remisiones duraderas, lo que representa un avance significativo en el tratamiento de la leucemia linfocítica crónica refractaria. Sin embargo, este tipo de tratamiento es complejo, costoso y no está exento de riesgos, por lo que generalmente se reserva para pacientes con enfermedad difícil de tratar o en situaciones donde otras terapias han fracasado.

Otra opción terapéutica en pacientes con leucemia linfocítica crónica refractaria es el trasplante alogénico de células madre hematopoyéticas, que puede ofrecer una cura potencial en casos seleccionados. Sin embargo, debido a los altos riesgos asociados con esta intervención, como la morbilidad y mortalidad relacionadas con el trasplante, esta opción solo debe considerarse en pacientes cuya enfermedad no se puede controlar con las terapias disponibles y que no tienen otras opciones de tratamiento efectivas.

Es importante señalar que los inhibidores de BTK, aunque son generalmente bien tolerados, pueden estar asociados con un fenómeno conocido como linfocitosis paradójica. Este fenómeno se produce al inicio del tratamiento, cuando las células tumorales, que previamente se encontraban en los ganglios linfáticos, se liberan hacia la sangre periférica. Como resultado, puede observarse un aumento temporal de los linfocitos en circulación, lo cual puede ser un indicador engañoso de una exacerbación de la enfermedad, cuando en realidad está reflejando una redistribución de las células. Este fenómeno se acompaña de una reducción temprana de la linfadenopatía (ganglios linfáticos agrandados), lo que puede dar una falsa impresión de mejora clínica. No obstante, a medida que el tratamiento progresa, los linfocitos en la sangre periférica y la médula ósea suelen disminuir, lo que representa una respuesta terapéutica, aunque la disminución de los linfocitos puede ocurrir de forma más tardía.

En algunos casos, los pacientes con leucemia linfocítica crónica tratada con inhibidores de BTK también pueden desarrollar complicaciones autoinmunitarias, como anemia hemolítica autoinmune o trombocitopenia autoinmune, debido a la reacción del sistema inmunológico contra las propias células sanguíneas del paciente. Estos trastornos pueden requerir tratamientos adicionales, como rituximab (un anticuerpo monoclonal dirigido contra el antígeno CD20 en células B) o prednisona, un corticosteroide que ayuda a suprimir la actividad autoinmune. En algunos casos más graves, donde el tratamiento médico no sea suficiente, la esplenectomía (extirpación del bazo) puede ser necesaria, ya que el bazo es el principal órgano que destruye las células sanguíneas anormales en estos trastornos.

En relación con las infecciones recurrentes, un problema común en pacientes con leucemia linfocítica crónica es la hipogammaglobulinemia, una disminución de los niveles de inmunoglobulinas que deja a los pacientes vulnerables a infecciones bacterianas. Para estos pacientes, la administración profiláctica de inmunoglobulina intravenosa, generalmente a una dosis de 0,4 gramos por kilogramo de peso corporal al mes, puede ser útil para reducir la frecuencia y gravedad de las infecciones. Sin embargo, este tratamiento es costoso, y su uso se justifica solo en aquellos pacientes con infecciones graves y recurrentes que no responden a otros tratamientos.

El manejo de la leucemia linfocítica crónica en pacientes que presentan recaídas durante el tratamiento con inhibidores de la tirosina quinasa de Brutón (BTK) requiere un enfoque adaptado para abordar la resistencia o la progresión de la enfermedad. En pacientes que experimentan recaída mientras están bajo tratamiento con un inhibidor de BTK, se debe realizar una prueba genética para identificar posibles variantes patogénicas recurrentes del gen BTK, como la variante C481S. Esta mutación, en particular, ha demostrado estar asociada con la resistencia a los inhibidores de BTK convencionales, pero puede responder favorablemente al uso de pirtobrutinib, un agente novedoso que está diseñado específicamente para superar las mutaciones de BTK que confieren resistencia a otros inhibidores. Este tratamiento proporciona una opción terapéutica para pacientes con leucemia linfocítica crónica que presentan resistencia a los inhibidores de BTK tradicionales, ofreciendo la posibilidad de una remisión duradera en algunos casos.

Por otro lado, cuando los pacientes recaen después de haber sido tratados con venetoclax, un inhibidor de la proteína BCL-2, el tratamiento suele incluir un inhibidor de BTK. Esta estrategia se basa en la posibilidad de que el inhibidor de BTK combata la progresión de la enfermedad mediante la inhibición de las vías de señalización que promueven la supervivencia y proliferación de las células leucémicas. De esta manera, se combina la acción de dos agentes terapéuticos con mecanismos de acción diferentes, lo que puede ser más eficaz en el control de la leucemia linfocítica crónica resistente a un solo fármaco.

Para los pacientes con leucemia linfocítica crónica refractaria o con enfermedad avanzada que no responde a los tratamientos convencionales, la terapia con células T con receptor de antígeno quimérico (CAR T) que dirige el CD19 es una opción terapéutica prometedora. Este enfoque innovador implica la modificación genética de las células T del propio paciente para que expresen un receptor que reconozca y ataque las células tumorales que expresan CD19 en su superficie, lo que incluye a las células B malignas de la leucemia linfocítica crónica. Los pacientes tratados con terapia de células T CAR-CD19 han mostrado obtener remisiones duraderas, lo que representa un avance significativo en el tratamiento de la leucemia linfocítica crónica refractaria. Sin embargo, este tipo de tratamiento es complejo, costoso y no está exento de riesgos, por lo que generalmente se reserva para pacientes con enfermedad difícil de tratar o en situaciones donde otras terapias han fracasado.

Otra opción terapéutica en pacientes con leucemia linfocítica crónica refractaria es el trasplante alogénico de células madre hematopoyéticas, que puede ofrecer una cura potencial en casos seleccionados. Sin embargo, debido a los altos riesgos asociados con esta intervención, como la morbilidad y mortalidad relacionadas con el trasplante, esta opción solo debe considerarse en pacientes cuya enfermedad no se puede controlar con las terapias disponibles y que no tienen otras opciones de tratamiento efectivas.

Es importante señalar que los inhibidores de BTK, aunque son generalmente bien tolerados, pueden estar asociados con un fenómeno conocido como linfocitosis paradójica. Este fenómeno se produce al inicio del tratamiento, cuando las células tumorales, que previamente se encontraban en los ganglios linfáticos, se liberan hacia la sangre periférica. Como resultado, puede observarse un aumento temporal de los linfocitos en circulación, lo cual puede ser un indicador engañoso de una exacerbación de la enfermedad, cuando en realidad está reflejando una redistribución de las células. Este fenómeno se acompaña de una reducción temprana de la linfadenopatía (ganglios linfáticos agrandados), lo que puede dar una falsa impresión de mejora clínica. No obstante, a medida que el tratamiento progresa, los linfocitos en la sangre periférica y la médula ósea suelen disminuir, lo que representa una respuesta terapéutica, aunque la disminución de los linfocitos puede ocurrir de forma más tardía.

En algunos casos, los pacientes con leucemia linfocítica crónica tratada con inhibidores de BTK también pueden desarrollar complicaciones autoinmunitarias, como anemia hemolítica autoinmune o trombocitopenia autoinmune, debido a la reacción del sistema inmunológico contra las propias células sanguíneas del paciente. Estos trastornos pueden requerir tratamientos adicionales, como rituximab (un anticuerpo monoclonal dirigido contra el antígeno CD20 en células B) o prednisona, un corticosteroide que ayuda a suprimir la actividad autoinmune. En algunos casos más graves, donde el tratamiento médico no sea suficiente, la esplenectomía (extirpación del bazo) puede ser necesaria, ya que el bazo es el principal órgano que destruye las células sanguíneas anormales en estos trastornos.

En relación con las infecciones recurrentes, un problema común en pacientes con leucemia linfocítica crónica es la hipogammaglobulinemia, una disminución de los niveles de inmunoglobulinas que deja a los pacientes vulnerables a infecciones bacterianas. Para estos pacientes, la administración profiláctica de inmunoglobulina intravenosa, generalmente a una dosis de 0,4 gramos por kilogramo de peso corporal al mes, puede ser útil para reducir la frecuencia y gravedad de las infecciones. Sin embargo, este tratamiento es costoso, y su uso se justifica solo en aquellos pacientes con infecciones graves y recurrentes que no responden a otros tratamientos.

 

Pronóstico

La leucemia linfocítica crónica es una enfermedad hematológica caracterizada por la proliferación anómala de linfocitos B maduros, que generalmente tiene un curso indolente en sus primeras etapas, pero que puede progresar hacia formas más agresivas. Durante muchas décadas, el tratamiento de esta enfermedad estuvo limitado principalmente a la quimioterapia, lo que resultaba en una supervivencia moderada, especialmente en los pacientes diagnosticados en etapas avanzadas. Sin embargo, las terapias dirigidas han transformado de manera radical el pronóstico de los pacientes con leucemia linfocítica crónica, proporcionando nuevas opciones de tratamiento que no solo mejoran la supervivencia, sino también la calidad de vida de los pacientes afectados.

Las terapias dirigidas son enfoques farmacológicos que se centran en moléculas o vías específicas involucradas en el desarrollo de la enfermedad, en lugar de atacar de manera indiscriminada a las células cancerosas como ocurre con los tratamientos convencionales, como la quimioterapia. Estos tratamientos incluyen inhibidores de la tirosina quinasa, inhibidores de la proteína BCL-2 y anticuerpos monoclonales, entre otros. La especificidad de estas terapias permite una mayor efectividad y menor toxicidad en comparación con los tratamientos tradicionales.

En los pacientes diagnosticados con leucemia linfocítica crónica en etapas iniciales (etapa cero o etapa uno), la introducción de terapias dirigidas ha tenido un impacto significativo en su pronóstico. Estos pacientes, que anteriormente tenían una esperanza de vida de entre diez y quince años, ahora pueden estar tranquilos, ya que la progresión de la enfermedad se controla de manera efectiva. Aunque el tratamiento puede no ser necesario en las etapas más tempranas de la enfermedad, el monitoreo constante y la opción de iniciar terapias dirigidas en caso de progresión han demostrado ser de gran valor, permitiendo a estos pacientes llevar una vida casi normal, sin los efectos secundarios debilitantes de los tratamientos convencionales.

Por otro lado, los pacientes con leucemia linfocítica crónica en etapas más avanzadas (etapas tres o cuatro) solían tener una esperanza de vida media de menos de dos años con los tratamientos tradicionales. La quimioterapia, en estas fases, no siempre resultaba en remisiones duraderas, y la rápida progresión de la enfermedad limitaba las opciones terapéuticas. Sin embargo, con la llegada de las terapias dirigidas, el panorama ha cambiado de manera drástica. Los tratamientos actuales no solo han aumentado la supervivencia a cinco años por encima del setenta por ciento, sino que también han demostrado ser efectivos para mantener a los pacientes libres de enfermedad durante períodos prolongados. Esto se debe a que las terapias dirigidas son capaces de atacar selectivamente las células malignas y bloquear las vías de señalización responsables de la proliferación de estas células, lo que permite una respuesta clínica más sostenida y reduce la necesidad de tratamientos más agresivos.

Existen, además, subgrupos de pacientes con leucemia linfocítica crónica que presentan características de alto riesgo o resistencia a los tratamientos convencionales. Estos pacientes son más difíciles de tratar debido a la presencia de mutaciones genéticas que les confieren una mayor capacidad de evasión de los tratamientos estándar. En este contexto, el trasplante alogénico de células madre hematopoyéticas ha demostrado ser una opción terapéutica prometedora. Este enfoque consiste en el trasplante de células madre de un donante compatible para restaurar la función hematopoyética del paciente y superar las resistencias a los tratamientos previos. A pesar de los riesgos asociados a este procedimiento, como el rechazo del injerto o la enfermedad injerto contra huésped, se ha observado que en pacientes con formas resistentes o de alto riesgo de leucemia linfocítica crónica, el trasplante alogénico puede proporcionar un control a largo plazo de la enfermedad y mejorar las tasas de supervivencia global, ofreciendo una segunda oportunidad a muchos pacientes que antes tenían un pronóstico sombrío.

 

Homo medicus

 


 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Ahn IE et al. Targeting Bruton’s tyrosine kinase in CLL. Front Immunol. 2021;12:687458. [PMID: 34248972]
  2. Chirino A et al. Resisting the resistance: navigating BTK mutations in chronic lymphocytic leukemia (CLL). Genes (Basel). 2023;14:2182. [PMID: 38137005]
  3. Hampel PJ et al. Chronic Lymphocytic Leukemia Treatment Algorithm 2022. Blood Cancer J. 2022;12:161. [PMID: 36446777]
  4. Lew TE et al. How I treat chronic lymphocytic leukemia after venetoclax. Blood. 2021;138:361. [PMID: 33876212]
  5. Stevenson FK et al. Exploring the pathways to chronic lymphocytic leukemia. Blood. 2021;138:827. [PMID: 34075408]

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