La fiebre Q, una enfermedad causada por el bacilo gramnegativo intracelular Coxiella burnetii. Las infecciones por Coxiella ocurren a nivel global, con un creciente reconocimiento en varios países, incluidos Brasil y Corea del Sur. Aunque la enfermedad en los animales es mayormente leve o subclínica, se observa principalmente en ganado vacuno, ovino y caprino. En estos animales, la reactivación de la infección ocurre durante la gestación, lo que puede dar lugar a abortos espontáneos o a la producción de crías con bajo peso al nacer.
Una característica distintiva de Coxiella es su resistencia tanto al calor como al proceso de secado, lo que le permite permanecer infecciosa en el medio ambiente durante meses. Esta capacidad de supervivencia ambiental contribuye a la propagación de la bacteria, que parece estar aumentando tanto en incidencia como en la transición de los modos de transmisión. En las últimas décadas, la transmisión de la fiebre Q ha evolucionado, pasando de una adquisición ocupacional a una más comúnmente comunitaria, lo que refleja cambios en las fuentes de exposición y las formas en las que las personas se infectan.
La infección humana se produce principalmente por la inhalación de bacterias aerosolizadas, presentes en el polvo o en las gotas provenientes de las heces, la orina, la leche o los productos de concepción de animales infectados. También se reconoce la ingestión y la penetración a través de la piel como otras vías de transmisión. Un brote registrado en España en 2017 tuvo una tasa de ataque del 25% (16 de 64 casos), lo que subraya el potencial de propagación de la enfermedad. Las personas que trabajan con animales, como los manipuladores de ganado, los trabajadores de mataderos, los veterinarios y los empleados de laboratorio, se encuentran en un riesgo elevado debido a su ocupación y la exposición a productos de animales infectados.
En los Estados Unidos, más del 60% de los casos de fiebre Q no informan una exposición directa a animales potencialmente infectados, lo que sugiere que la fuente de la infección podría ser menos evidente. Sin embargo, los casos son más del doble de probabilidad de reportar el consumo de leche cruda en comparación con los no casos, lo que resalta la importancia de esta vía de transmisión en ciertas poblaciones.
Investigaciones recientes en Italia han identificado agentes similares a Coxiella en aves, lo que sugiere que estas podrían estar implicadas también en la patogénesis de la infección por Coxiella burnetii. Aunque no se ha demostrado una transmisión de humano a humano, se ha reportado la transmisión materno-fetal, así como infecciones en pacientes que han recibido un trasplante de hígado. Se sospecha que la transmisión por garrapatas es rara en humanos, pero podría ser relevante en la propagación de la bacteria en rumiantes. De hecho, en Europa, se ha encontrado que el 4.8% de las garrapatas están infectadas con Coxiella burnetii, lo que refuerza la idea de que estos artrópodos podrían desempeñar un papel importante en la dinámica de transmisión en los animales.
Manifestaciones clínicas
La infección asintomática es común en la fiebre Q. Para los casos restantes, después de un período de incubación de 2 a 3 semanas, se desarrolla una enfermedad febril, generalmente acompañada de síntomas como dolor de cabeza, bradicardia relativa, postración y dolores musculares. El curso clínico de la enfermedad puede ser agudo, crónico (cuando la duración es de 6 meses o más) o recidivante. En la forma aguda de la enfermedad, las manifestaciones predominantes son la neumonía y la hepatitis granulomatosa, aunque estas pueden variar en su incidencia según la región geográfica. Otras manifestaciones menos comunes incluyen exantemas en la piel (maculopapulares o purpúricos), fiebre de origen desconocido, miocarditis, pericarditis, aneurismas aórticos, meningitis aséptica, encefalitis, orquitis, abscesos en el músculo iliopsoas, neuropatías periféricas (que pueden ir desde la mononeuritis múltiple hasta la plexopatía y el síndrome de Guillain-Barré), espondilodiscitis, tenosinovitis, osteomielitis granulomatosa (más frecuente en niños y rara vez asociada a una recuperación completa de las articulaciones), y linfadenopatías regionales (mediastínicas) o difusas.
Con el fin de evitar confusión, se ha recomendado abandonar el término «fiebre Q crónica» y reemplazarlo por «infecciones localizadas persistentes». La manifestación más común en los pacientes con infecciones localizadas persistentes es la endocarditis negativa en cultivo. Los factores de riesgo para la endocarditis incluyen el estado inmunocomprometido, la presencia de condiciones valvulares preexistentes, el sexo masculino y la edad superior a 40 años. La presencia de una prótesis valvular (ya sea mecánica o bioprótesis) es uno de los factores de riesgo más importantes. En una serie de pacientes sometidos a cirugía cardíaca que desarrollaron endocarditis negativa en cultivo, la fiebre Q se identificó como la causa más común (aproximadamente el 40% de los casos). En una serie de 107 pacientes con endocarditis por fiebre Q en los Países Bajos, con factores de riesgo y serologías positivas, el seguimiento a una mediana de 64 meses después del cribado inicial mostró que el 4.7% desarrolló una infección localizada persistente (un caso, a pesar de una serología intermedia negativa), mientras que el 23.4% se volvió seronegativo, y la mayoría (72%) mostró un patrón de infección resuelta.
Este curso clínico y las manifestaciones variadas de la fiebre Q reflejan la complejidad de la enfermedad y la dificultad en su diagnóstico y manejo, particularmente cuando se presentan formas atípicas o persistentes. La capacidad de la bacteria para causar infecciones tanto subclínicas como graves subraya la importancia de un diagnóstico temprano y un enfoque terapéutico adecuado, especialmente en pacientes con factores de riesgo conocidos, como aquellos con enfermedades valvulares preexistentes o que han sido sometidos a intervenciones quirúrgicas cardíacas. La endocarditis asociada a fiebre Q representa uno de los principales desafíos, dada su tendencia a ser negativa en los cultivos tradicionales, lo que hace necesaria una alta sospecha clínica y el uso de técnicas serológicas específicas para su diagnóstico.
Las manifestaciones clínicas de la endocarditis asociada a la fiebre Q son inespecíficas y, por lo general, incluyen fiebre, sudores nocturnos y pérdida de peso. En casos raros, se han reportado síntomas adicionales como urticaria, edema, eritema nodoso y artralgias. La insuficiencia cardíaca repentina, los accidentes cerebrovasculares y otros aneurismas embólicos y micóticos también pueden desarrollarse, lo que indica la gravedad y la potencial complicación de esta afección. Las infecciones vasculares, particularmente aquellas que afectan a la aorta, como los aneurismas micóticos, así como las infecciones de las prótesis de injerto, representan la segunda forma más común de presentación clínica. Estas infecciones están asociadas con una alta mortalidad, que puede alcanzar hasta el 25%.
Uno de los aspectos más controversiales y menos comprendidos de la fiebre Q es la presencia de un síndrome de fatiga crónica post-fiebre Q. Este síndrome se desarrolla típicamente un año después de la infección aguda y se caracteriza por síntomas persistentes, tales como fatiga extrema, que afectan significativamente la calidad de vida del paciente. La fisiopatología de este síndrome sigue siendo desconocida, lo que dificulta tanto su diagnóstico como su tratamiento. Si bien la terapia cognitivo-conductual ha mostrado ser efectiva para reducir la severidad de la fatiga en los pacientes afectados por el síndrome de fatiga de la fiebre Q, el tratamiento a largo plazo con doxiciclina no ha demostrado ser eficaz en la mejora de los síntomas persistentes.
En los niños, las infecciones osteoarticulares recurrentes pueden ser una manifestación de una infección crónica de fiebre Q. Esta complicación sugiere que la Coxiella burnetii puede establecerse en las articulaciones o los huesos de manera crónica, lo que genera infecciones recurrentes que son difíciles de diagnosticar y tratar.
Durante el embarazo, la fiebre Q puede reactivarse o bien una nueva infección puede ocurrir, con consecuencias graves para el feto. Esta reactivación está asociada con abortos espontáneos, retraso en el crecimiento intrauterino, muerte fetal intrauterina y partos prematuros. La infección por Coxiella burnetii durante el primer trimestre también se ha relacionado con oligohidramnios, que es una condición en la cual el volumen de líquido amniótico es insuficiente, lo que puede comprometer el desarrollo fetal. Estas complicaciones subrayan la importancia de una vigilancia estrecha en mujeres embarazadas que hayan estado expuestas a la bacteria.
Exámenes diagnósticos
El examen de laboratorio durante la fase aguda de la fiebre Q puede revelar un aumento en las pruebas bioquímicas hepáticas, como la transaminasa y la bilirrubina, así como una leucocitosis ocasional, aunque esta no es siempre una característica presente. Estas alteraciones reflejan el impacto inicial de la infección, particularmente en el hígado, que es uno de los órganos más comúnmente afectados. En los pacientes con fiebre Q aguda, la respuesta inmune se caracteriza por la producción de anticuerpos dirigidos contra los antígenos de Coxiella burnetiide fase II. Estos antígenos de fase II son el resultado de la formación in vitro de mutantes avirulentos y, de manera empírica, se encuentran con mayor frecuencia en la enfermedad aguda. Por otro lado, los antígenos de fase I, que se observan tanto en infecciones naturales como en aquellas de laboratorio, están presentes principalmente en la forma de inmunoglobulina G (IgG) y son indicativos de enfermedad crónica.
Para el diagnóstico de la fiebre Q, una subida de cuatro veces entre el suero agudo y el convaleciente, detectada mediante inmunofluorescencia indirecta, es considerada diagnóstica de la infección. Este tipo de prueba serológica permite la detección de anticuerpos específicos y la confirmación de la infección por Coxiella burnetii, siendo una herramienta clave para el diagnóstico en fases avanzadas. Sin embargo, en las primeras etapas de la enfermedad, la reacción en cadena de la polimerasa en tiempo real (PCR) dirigida a detectar el ADN de Coxiella burnetii es útil, ya que permite un diagnóstico temprano. No obstante, a medida que se desarrollan las respuestas serológicas, el ADN de Coxiella burnetii en suero se vuelve indetectable, lo que limita la utilidad de la PCR a las primeras semanas de infección.
La sensibilidad y la especificidad de los anticuerpos contra los antígenos de fase II en la fiebre Q aguda tienen un valor predictivo positivo máximo de aproximadamente el 65%. Además, se ha observado una considerable variabilidad entre las pruebas cuando se evalúan los antígenos de fase II, lo que puede complicar la interpretación de los resultados. Por lo tanto, el diagnóstico de fiebre Q se ha beneficiado de la combinación de diferentes enfoques de pruebas, como la PCR en tiempo real junto con la inmunoabsorción ligada a enzimas (ELISA), una técnica conocida como inmuno-PCR. Este enfoque combinado mejora tanto la sensibilidad como la especificidad en las primeras dos semanas posteriores al inicio de los síntomas, proporcionando una herramienta más precisa para la identificación temprana de la infección.
El diagnóstico de una infección persistente por Coxiella burnetii puede realizarse mediante pruebas serológicas realizadas en intervalos de 3 y 6 meses, especialmente cuando se observa un título de inmunoglobulina G (IgG) contra el antígeno de fase I de 1:800 o mayor. Sin embargo, la sensibilidad de estas pruebas serológicas suele ser baja, lo que significa que el diagnóstico de la fiebre Q frecuentemente se establece de manera clínica, basándose en los signos y síntomas característicos de la enfermedad, así como en la historia del paciente y los factores de riesgo asociados. A pesar de las limitaciones de las pruebas serológicas convencionales, existe un método automatizado de ensayo de epifluorescencia que presenta una sensibilidad superior al 95% para la detección de los antígenos de fase I en infecciones persistentes. Esta alta sensibilidad hace que sea una herramienta valiosa para confirmar el diagnóstico de infecciones crónicas o persistentes por Coxiella burnetii, especialmente en pacientes con formas atípicas de la enfermedad que no presentan una respuesta serológica clara.
En el contexto de la fiebre Q aguda, la presencia de niveles elevados de anticuerpos anticardiolipina tiene un alto valor predictivo positivo para la endocarditis aguda. La endocarditis es una de las complicaciones más graves de la fiebre Q, y su diagnóstico a menudo se realiza durante el reemplazo valvular, utilizando PCR en muestras de tejido afectado. Esta técnica permite la identificación precisa de Coxiella burnetii en las válvulas cardíacas infectadas, confirmando la infección en un sitio crítico y ayudando en la planificación del tratamiento adecuado. Además, la bacteria puede ser aislada de las válvulas afectadas mediante la técnica de «shell-vial», una técnica de cultivo celular que facilita la identificación del patógeno en muestras biológicas.
La infección por Coxiella burnetii también puede involucrar las articulaciones, y el análisis del material articular puede ser facilitado mediante técnicas avanzadas de secuenciación genética, que permiten la identificación precisa del ADN de la bacteria en las muestras obtenidas. Esto es especialmente útil en casos donde la fiebre Q se presenta con manifestaciones articulares, como osteoarticulitis recurrente, que puede ser difícil de diagnosticar mediante métodos convencionales.
En cuanto a la imagenología, las radiografías de tórax pueden mostrar infiltrados pulmonares dispersos, una manifestación típica de la fiebre Q aguda, que a menudo se presenta con neumonía o hepatitis granulomatosa. Es importante que todos los pacientes con fiebre Q aguda sean evaluados para detectar enfermedades valvulares subyacentes mediante ecocardiografía, dada la alta probabilidad de que desarrollen endocarditis. La ecocardiografía es una herramienta clave para identificar valvulopatías asociadas y para el monitoreo de las complicaciones valvulares a largo plazo.
Finalmente, el seguimiento con imágenes de tomografía por emisión de positrones (PET) con fluorodesoxiglucosa (18-FDG) y tomografía computarizada (PET/CT) puede ser de gran utilidad para identificar infecciones crónicas y para monitorear la respuesta al tratamiento. Esta modalidad de imagenología permite observar la actividad metabólica en las áreas afectadas por la infección, lo que ayuda a determinar la extensión de la enfermedad y a evaluar la eficacia de las terapias empleadas, especialmente en infecciones persistentes o recurrentes.
Diagnóstico diferencial
La fiebre Q debe ser considerada dentro del diagnóstico diferencial en diversas condiciones infecciosas que presentan manifestaciones clínicas similares, especialmente aquellas que involucran fiebre, síntomas respiratorios y compromiso multiorgánico. Entre las enfermedades que pueden presentar un cuadro clínico semejante se encuentran diversas formas de neumonía viral, neumonías por Mycoplasma y neumonías bacterianas, que a menudo comparten síntomas como fiebre, malestar general, dolor torácico y dificultad respiratoria. De manera similar, la hepatitis viral, en particular la hepatitis B y C, puede manifestarse con fiebre, malestar y elevación de las enzimas hepáticas, lo que en ocasiones puede confundirse con la fiebre Q, dado que ambas enfermedades afectan el hígado y presentan síntomas sistémicos.
Otras enfermedades infecciosas que también deben ser consideradas en el diagnóstico diferencial incluyen la brucelosis, la cual es transmitida por contacto con animales infectados, y la enfermedad de Legionella, que se caracteriza por una neumonía grave, frecuentemente adquirida en ambientes acuáticos contaminados, y que puede presentar síntomas semejantes a los de la fiebre Q, como fiebre, tos y dificultad respiratoria. En este contexto, la fiebre Q debe ser especialmente considerada en casos de neumonía sin causa clara y en aquellos con cultivos sanguíneos negativos, lo cual es una característica distintiva de la fiebre Q, ya que Coxiella burnetii es difícil de aislar en cultivos convencionales.
Además, enfermedades como el tifus murino o el scrub tifus, transmitidas por ectoparásitos como pulgas o ácaros, respectivamente, pueden presentar un cuadro febril acompañado de otros síntomas sistémicos como erupciones cutáneas, que pueden inducir a error diagnóstico. De manera similar, la enfermedad de Kawasaki, que principalmente afecta a niños y se caracteriza por fiebre prolongada, erupciones cutáneas, conjuntivitis y afectación cardiovascular, puede mimetizar la fiebre Q en su forma aguda, dado que ambas enfermedades pueden comprometer el sistema cardiovascular y presentar síntomas febril-tempranos similares.
La tuberculosis, una infección crónica pulmonar causada por Mycobacterium tuberculosis, también comparte características clínicas con la fiebre Q, como la fiebre, sudoración nocturna y malestar general, especialmente en sus formas extrapulmonares, que pueden simular las complicaciones sistémicas de la fiebre Q. Asimismo, la psitacosis, transmitida por aves, puede inducir fiebre, dolor torácico y neumonía, lo que también la hace parte de este diagnóstico diferencial.
Asimismo, otras enfermedades transmitidas por animales, como el leptospirosis, que es causada por bacterias del género Leptospira y que se adquiere a través del contacto con agua o tierra contaminada por orina de animales infectados, puede presentar síntomas como fiebre, dolor muscular y afectación hepática, similares a los de la fiebre Q. Además, los casos de coinfección por tifus y leptospirosis han sido reportados en algunas regiones, lo que puede complicar aún más el diagnóstico y la identificación precisa de la fiebre Q en escenarios endémicos.
En cuanto a las enfermedades autoinmunes, es relevante resaltar que la fiebre Q puede simular algunas de ellas debido a la respuesta inmune que genera Coxiella burnetii en el organismo. De hecho, se han documentado casos de fiebre Q que mimetizan enfermedades autoinmunes, como el lupus eritematoso sistémico o la artritis reumatoide, especialmente en lo que respecta a las manifestaciones articulares y la presencia de anticuerpos. Este fenómeno puede hacer que el diagnóstico de fiebre Q sea más desafiante, dado que los síntomas articulares y sistémicos pueden confundirse con los de una enfermedad autoinmune primaria.
Por lo tanto, la fiebre Q debe ser considerada especialmente en casos de fiebre inexplicada con cultivos sanguíneos negativos, en los que se observe un cuadro clínico acompañado de manifestaciones cardíacas o embolias. La presencia de estos factores, junto con un cuadro febril sin diagnóstico claro, debe llevar a los clínicos a considerar la fiebre Q dentro del diagnóstico diferencial, realizando las pruebas serológicas y moleculares pertinentes para confirmar o descartar esta infección. El abordaje adecuado y temprano de la fiebre Q es crucial, ya que sus complicaciones, como la endocarditis y las infecciones vasculares, pueden tener un curso grave y una alta mortalidad si no se tratan de manera adecuada.
Tratamiento y pronóstico
La doxiciclina es el medicamento más eficaz para tratar las infecciones causadas por Coxiella burnetii, el agente patógeno responsable de la fiebre Q. Esta tetraciclina actúa inhibiendo la síntesis proteica bacteriana, interfiriendo con la función ribosómica de la bacteria y, por lo tanto, impidiendo su replicación. La resistencia a la doxiciclina es extremadamente rara, lo que convierte a este antibiótico en el tratamiento de primera línea en la mayoría de los casos de fiebre Q. Sin embargo, aunque la resistencia a la doxiciclina es poco frecuente, los aislamientos de C. burnetii siguen siendo susceptibles a otros antibióticos, como la levofloxacina y la moxifloxacina, dos fluoroquinolonas que se emplean en caso de que la doxiciclina no sea tolerada o en situaciones de complicaciones. En menor medida, la ciprofloxacina también sigue siendo efectiva, aunque se encuentra en una posición secundaria en comparación con las otras opciones. Hasta la fecha, no se han reportado casos de resistencia de C. burnetii al sulfametoxazol-trimetoprima, lo que también permite que este fármaco se considere como una opción terapéutica en ciertos escenarios.
En cuanto al tratamiento de la infección aguda por C. burnetii, la recomendación estándar es administrar doxiciclina a una dosis de 100 mg por vía oral dos veces al día durante 14 días, o al menos durante tres días completos después de la desaparición de la fiebre. Este régimen ha demostrado ser efectivo para erradicar la infección aguda y prevenir la progresión a formas crónicas. En pacientes no tratados, la tasa de mortalidad generalmente es baja, a excepción de aquellos que desarrollan endocarditis, una complicación grave que puede aumentar significativamente la mortalidad. La endocarditis asociada a fiebre Q se presenta con mayor frecuencia en pacientes inmunocomprometidos o en aquellos con válvulas cardíacas preexistentes, lo que resalta la importancia de un diagnóstico y tratamiento temprano en la prevención de complicaciones fatales.
En niños menores de 8 años, el tratamiento con doxiciclina está contraindicado debido a los riesgos potenciales de efectos adversos sobre el desarrollo óseo y dental. En estos casos, se prefiere un régimen basado en ciprofloxacina, combinada con rifampicina o sulfametoxazol-trimetoprima, como alternativa terapéutica. Esta combinación se ha mostrado eficaz y segura en el manejo de infecciones por C. burnetii en la población pediátrica, aunque siempre se deben tener en cuenta las particularidades del paciente, como la edad y el peso corporal, al elegir el régimen más adecuado.
En el caso de las infecciones persistentes por C. burnetii, especialmente en aquellos con endocarditis, el tratamiento suele ser más prolongado y requiere una terapia combinada. No existen directrices universales o consenso absoluto sobre el tratamiento para las infecciones persistentes, pero la mayoría de los expertos coinciden en que un régimen combinado de doxiciclina (100 mg dos veces al día) junto con hidroxicloroquina es la opción terapéutica preferida. Este tratamiento debe prolongarse durante aproximadamente 18 meses para endocarditis de válvula nativa y 24 meses para endocarditis de válvula protésica. La hidroxicloroquina, un fármaco antipalúdico con propiedades inmunomoduladoras, potencia la acción de la doxiciclina al interferir con el ciclo de vida intracelular de C. burnetii.
En algunos casos, se pueden considerar regímenes alternativos combinando quinolonas o rifampicina, que han mostrado cierta eficacia en el tratamiento de infecciones persistentes. Estos tratamientos alternativos pueden ser utilizados en pacientes con complicaciones específicas o cuando la terapia estándar no es efectiva o bien tolerada. Sin embargo, debido a la naturaleza crónica de la infección persistente y la necesidad de un tratamiento prolongado, la monitorización continua y la evaluación clínica son esenciales para asegurar la erradicación de la bacteria y la resolución de los síntomas.
El monitoreo de las respuestas serológicas durante y después de la finalización del tratamiento de la fiebre Q es una estrategia útil para evaluar la eficacia del tratamiento y detectar posibles recaídas. Sin embargo, la interpretación de los resultados serológicos debe hacerse con cautela debido a la variabilidad inherente de estas pruebas, lo que limita su utilidad en algunos casos. La variabilidad puede deberse a diferencias en la respuesta inmune individual de los pacientes, lo que hace que las pruebas serológicas no siempre reflejen de manera precisa el estado clínico del paciente. En consecuencia, los clínicos suelen depender en gran medida de los criterios clínicos para guiar el tratamiento y las decisiones terapéuticas, además de realizar un seguimiento continuo.
En general, se recomienda un monitoreo a largo plazo de los pacientes, que puede extenderse durante varios años según la opinión experta, debido al riesgo de recaídas, especialmente en aquellos que han presentado formas persistentes de la enfermedad. Este seguimiento prolongado permite identificar cualquier signo de reactivación de la infección, que puede ocurrir incluso después de un tratamiento aparentemente exitoso. En particular, los pacientes con endocarditis, una complicación grave de la fiebre Q, deben ser monitoreados cuidadosamente, ya que la resolución clínica puede ser posible sin la necesidad de realizar un reemplazo valvular. De hecho, se ha observado que el reemplazo de la válvula cardíaca no está asociado con una mejora significativa en la supervivencia, salvo en aquellos pacientes que presentan una prótesis valvular, donde la intervención quirúrgica puede tener un impacto positivo en los resultados a largo plazo.
Dado lo desafiante que puede ser el tratamiento de la endocarditis por Coxiella burnetii, se recomienda la realización de ecocardiografía transtorácica en todos los pacientes con fiebre Q aguda para detectar valvulopatías predisponentes. Esto es particularmente importante, ya que el daño a las válvulas cardíacas preexistentes puede aumentar el riesgo de desarrollar endocarditis y complicaciones asociadas. En presencia de valvulopatía, se debe ofrecer la misma terapia prolongada (generalmente de al menos 1 año) para prevenir la progresión de la enfermedad y mejorar las posibilidades de cura sin necesidad de cirugía.
En países endémicos, es aconsejable realizar una evaluación serológica para la fiebre Q en todos los pacientes que se someten a cirugía de válvula cardíaca rutinaria, dado que la infección puede estar presente incluso en aquellos sin manifestaciones clínicas evidentes. Si los resultados serológicos son positivos, se debe iniciar el tratamiento adecuado para prevenir la aparición de complicaciones graves, como la endocarditis.
En el caso de las mujeres embarazadas infectadas por Coxiella burnetii, el tratamiento debe ser particularmente cuidadoso, ya que la fiebre Q puede causar complicaciones obstétricas graves, como abortos espontáneos, restricción del crecimiento intrauterino y parto prematuro. Para prevenir estos riesgos, se recomienda la administración a largo plazo de trimetoprim-sulfametoxazol (320/1600 mg por vía oral) durante todo el embarazo, sin exceder las 32 semanas de gestación. Este régimen ha demostrado ser eficaz para reducir el riesgo de complicaciones obstétricas, pero debe administrarse bajo estricta vigilancia médica para asegurar la seguridad de la madre y el feto.
Por último, algunos estudios retrospectivos han sugerido que los pacientes con fiebre Q tienen un riesgo incrementado de desarrollar linfoma difuso de células B y linfoma folicular en comparación con la población general. En particular, aquellos pacientes con infecciones focalizadas persistentes podrían estar en mayor riesgo de linfadenitis crónica y progresión hacia linfoma. Estos hallazgos subrayan la necesidad de un seguimiento a largo plazo no solo para detectar recaídas de la fiebre Q, sino también para identificar signos tempranos de posibles complicaciones hematológicas, como el linfoma, en pacientes con infecciones persistentes. Este aspecto pone de manifiesto la importancia de la vigilancia clínica rigurosa y el monitoreo a largo plazo de los pacientes, en especial aquellos con manifestaciones persistentes o crónicas de la enfermedad.
Prevención
La prevención de la fiebre Q se basa en una estrategia multifacética que abarca desde la detección temprana de la infección en animales de granja hasta la implementación de medidas estrictas para reducir el riesgo de exposición humana. El control de la infección en animales, especialmente en ganado, ovejas y cabras, es esencial para evitar la transmisión a los seres humanos. Se deben implementar medidas para reducir el contacto con animales infectados, particularmente aquellos en el periodo de parto, cuando la excreción de Coxiella burnetii en fluidos corporales como orina, heces y secreciones vaginales es más intensa. Además, el contacto con polvo contaminado, que puede actuar como medio de transmisión del agente patógeno a través de la inhalación, debe ser minimizado mediante el uso de medidas de control ambiental, como la ventilación adecuada y el uso de equipos de protección personal.
Las personas que trabajan en contacto directo con animales, especialmente en áreas como mataderos, granjas o laboratorios, deben adoptar precauciones estrictas al manipular tejidos animales, ya que las infecciones pueden ser adquiridas por la inhalación de aerosoles generados al manipular productos animales contaminados, como partes del cuerpo, fluidos o tejidos. Por lo tanto, es crucial la implementación de prácticas adecuadas de higiene, el uso de equipos de protección (como mascarillas y guantes), y la reducción de la exposición directa a estos materiales. Además, la pasteurización efectiva de la leche es una de las medidas clave para prevenir la transmisión de Coxiella burnetii, ya que la bacteria puede sobrevivir en productos lácteos crudos y ser una fuente significativa de infección.
En cuanto a la prevención vacunal, existe una vacuna contra la fiebre Q disponible en Australia, conocida como Q-VAX, que se emplea en personas con alta exposición al riesgo, como aquellos que trabajan en la industria ganadera o en laboratorios. Sin embargo, la implementación de esta vacuna está limitada por la aparición de reacciones adversas severas, que se asocian con una respuesta reactogénica significativa. Estas reacciones incluyen la formación de nódulos y abscesos en el sitio de la inyección, lo que representa un obstáculo importante para la utilización generalizada de la vacuna. Además, se han reportado fallos de la vacuna en pacientes vacunados más de 15 días después de la administración, y los individuos que han estado expuestos previamente a C. burnetii tienen un mayor riesgo de experimentar efectos adversos. Debido a estos problemas, la vacuna no debe utilizarse como un refuerzo en individuos previamente vacunados o expuestos.
A pesar de estos desafíos, los avances en la investigación están llevando al desarrollo de nuevas vacunas para la fiebre Q, con el objetivo de mejorar su seguridad y eficacia. Estos nuevos enfoques incluyen vacunas subunitarias que utilizan proteínas inmunogénicas, particularmente aquellas presentes en el citoplasma y en las membranas interna y externa de la bacteria. Además, se están desarrollando vacunas basadas en ADN multiepítopos y péptidos sintéticos que imitan los antígenos del lipopolisacárido (LPS) de Coxiella burnetii. Estas nuevas tecnologías ofrecen la promesa de mejorar la inmunogenicidad de las vacunas y reducir los efectos secundarios asociados con las vacunas actuales.
En los entornos de laboratorio, la manipulación de Coxiella burnetii requiere precauciones estrictas debido a la alta transmisibilidad del agente, lo que obliga a utilizar instalaciones con un nivel de seguridad biológica 3 (BSL-3). Coxiella burnetii también se clasifica como un agente de bioterrorismo de categoría B debido a su capacidad para causar brotes rápidos y generalizados a través de la inhalación de aerosoles infectados, lo que representa una amenaza potencial en el contexto de un ataque bioterrorista.
En el caso de una exposición conocida al agente patógeno en un escenario de bioterrorismo, se recomienda iniciar la profilaxis postexposición con doxiciclina, a una dosis de 100 mg por vía oral dos veces al día durante 5 a 7 días, preferentemente dentro de un plazo de 8 a 12 días desde la exposición. Esta medida ayuda a prevenir la infección y reducir la gravedad de la enfermedad en individuos expuestos. Para las mujeres embarazadas, que no pueden recibir doxiciclina debido a los riesgos potenciales para el feto, el trimetoprim-sulfametoxazol puede ser administrado como una alternativa segura para la profilaxis postexposición.
En resumen, la prevención de la fiebre Q se basa en una combinación de estrategias que incluyen el control de la infección en animales, medidas de protección para trabajadores de alto riesgo, la pasteurización de productos lácteos y el uso de vacunas. A pesar de los desafíos asociados con la vacuna actual y la necesidad de nuevas alternativas, las medidas de prevención son fundamentales para reducir la carga de enfermedad en poblaciones de riesgo. En escenarios de bioterrorismo, la profilaxis postexposición es esencial para mitigar los efectos de la exposición y prevenir brotes a gran escala.

Fuente y lecturas recomendadas:
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- Ullah Q et al. Q fever—a neglected zoonosis. Microorganisms. 2022;10:1530. [PMID: 36013948]