Los intervalos de tiempo especificados en los criterios diagnósticos de la fiebre de origen desconocido (FOD) son arbitrarios y han sido establecidos con el propósito de excluir a aquellos pacientes que presentan enfermedades autolimitadas pero prolongadas, las cuales tienden a resolverse espontáneamente sin necesidad de una intervención diagnóstica extensa. Estos criterios también buscan proporcionar un margen temporal suficiente para la realización e interpretación de estudios diagnósticos convencionales, como exámenes radiográficos, pruebas serológicas y cultivos microbiológicos.
Se considera que un cuadro clínico cumple con los criterios diagnósticos de FOD cuando, tras al menos dos consultas ambulatorias o tres días consecutivos de hospitalización, no ha sido posible establecer una causa precisa para la fiebre. Esta definición clásica ha sido adaptada con el tiempo para incluir nuevos contextos clínicos asociados con los avances en el sistema de salud y el manejo de pacientes inmunocomprometidos, lo cual ha dado lugar a la creación de subcategorías de FOD.
Una de estas subcategorías es la fiebre de origen desconocido asociada a la hospitalización, la cual se refiere a pacientes hospitalizados que presentan fiebre igual o superior a 38.3 °C en múltiples ocasiones, causada por un proceso que no estaba presente ni en periodo de incubación al momento del ingreso. En estos casos, los cultivos iniciales resultan negativos y el diagnóstico continúa sin esclarecerse tras una semana completa de investigación.
Otra categoría es la fiebre de origen desconocido en pacientes neutropénicos. Esta afecta a individuos que presentan fiebre de 38.3 °C o más en varias ocasiones, acompañada por una neutropenia significativa (menos de 500 neutrófilos por microlitro). A pesar de que los cultivos iniciales son negativos, la causa de la fiebre sigue sin identificarse luego de tres días de evaluación diagnóstica intensiva.
Asimismo, se reconoce la fiebre de origen desconocido asociada al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Esta se presenta en pacientes seropositivos que han experimentado fiebre persistente durante cuatro semanas o más en el ámbito ambulatorio, o durante al menos tres días en el hospital, sin que se logre establecer una causa tras tres días de estudios diagnósticos, incluyendo un mínimo de dos días para la incubación de cultivos microbiológicos.
Aunque no se consideran formalmente como categorías independientes, existen contextos clínicos adicionales en los que la FOD es frecuente y que poseen perfiles diagnósticos diferenciados. Entre estos se encuentran la fiebre de origen desconocido en receptores de trasplantes de órganos sólidos y la fiebre en viajeros que regresan de zonas endémicas. Ambos escenarios requieren un enfoque diagnóstico particular debido a la diversidad de agentes etiológicos involucrados y a las características inmunológicas o epidemiológicas específicas de estos pacientes.
Factores predisponentes
Las causas más frecuentes de fiebre de origen desconocido suelen corresponder a presentaciones atípicas de enfermedades comunes, más que a patologías raras o exóticas. En este contexto, enfermedades como la tuberculosis, la endocarditis, las patologías de la vesícula biliar y la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana —tanto en su fase primaria como en forma de infecciones oportunistas— son causas significativamente más prevalentes que entidades infrecuentes como la enfermedad de Whipple o la fiebre mediterránea familiar. Este principio subraya la importancia de considerar primero diagnósticos comunes con manifestaciones inusuales antes de buscar condiciones excepcionales.
La edad del paciente es un factor determinante en la etiología de la FOD. En adultos, las infecciones y las neoplasias representan, cada una, entre el 25 y el 40 por ciento de los casos. En cambio, en la población pediátrica, las infecciones constituyen la causa más frecuente, abarcando entre el 30 y el 50 por ciento de los casos, mientras que las neoplasias son considerablemente menos comunes, representando entre el 5 y el 10 por ciento. Las enfermedades autoinmunes tienen una prevalencia relativamente similar en ambos grupos etarios, con una frecuencia estimada entre el 10 y el 20 por ciento; sin embargo, las entidades específicas varían. En los niños, es frecuente la artritis idiopática juvenil, mientras que en los adultos predominan el lupus eritematoso sistémico, la granulomatosis con poliangeítis y la poliarteritis nudosa. Existen enfermedades autoinmunes que ocurren casi exclusivamente en adultos, como la enfermedad de Still del adulto, la arteritis de células gigantes y la polimialgia reumática. En adultos mayores de 65 años, los síndromes inmunomediados multisistémicos adquieren una relevancia aún mayor, siendo responsables de hasta el 30 por ciento de los casos de FOD. Entre ellos se destacan la arteritis temporal, la polimialgia reumática, la sarcoidosis, la artritis reumatoide y la granulomatosis con poliangeítis.
La duración de la fiebre también modifica de manera sustancial el perfil etiológico de la FOD. En pacientes que han estado febriles durante seis meses o más, las causas clásicas —infección, neoplasia o enfermedad autoinmune— explican solamente alrededor del 20 por ciento de los casos. En estos contextos prolongados, otras entidades cobran protagonismo, tales como enfermedades granulomatosas (por ejemplo, la hepatitis granulomatosa, la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa), así como la fiebre facticia. Este último diagnóstico es particularmente importante, ya que hasta una cuarta parte de los pacientes que refieren fiebre persistente por más de seis meses no presentan en realidad fiebre verdadera ni enfermedad subyacente. En muchos casos, la variación fisiológica circadiana de la temperatura corporal —que puede fluctuar entre 0.5 y 1°C, siendo más alta en la tarde que en la mañana— es malinterpretada como un signo patológico. Los pacientes con fiebre episódica o recurrente, es decir, aquellos que cumplen criterios de FOD pero presentan períodos afebriles de al menos dos semanas, muestran un perfil etiológico similar al de los pacientes con fiebre prolongada. En ellos, las infecciones, neoplasias y enfermedades autoinmunes representan apenas el 20 al 25 por ciento de los casos, mientras que enfermedades diversas, como la enfermedad de Crohn, la fiebre mediterránea familiar y la alveolitis alérgica extrínseca, constituyen otro 25 por ciento. A pesar de la exhaustividad de las investigaciones, aproximadamente la mitad de los casos permanece sin diagnóstico definitivo; sin embargo, la mayoría de estos tienen una evolución benigna, con resolución espontánea de los síntomas.
Finalmente, el estado inmunológico del paciente es un determinante clave en la evaluación de la FOD. En pacientes con neutropenia, las infecciones fúngicas y las infecciones bacterianas ocultas constituyen causas frecuentes de fiebre persistente. En aquellos bajo tratamiento inmunosupresor —como los receptores de trasplantes de órganos— las infecciones por citomegalovirus son una causa relevante, junto con otras infecciones oportunistas como las micosis invasivas, la nocardiosis, la neumonía por Pneumocystis jirovecii y las infecciones por micobacterias. El compromiso inmunológico, por tanto, obliga a una vigilancia diagnóstica más intensiva y a una consideración amplia de agentes infecciosos inusuales.
Clasificación de las causas
La fiebre de origen desconocido representa un desafío diagnóstico complejo, dado que su etiología puede abarcar un espectro muy amplio de enfermedades. No obstante, la mayoría de los casos pueden clasificarse dentro de cinco grandes categorías clínicas: infecciones, neoplasias, enfermedades autoinmunes, causas misceláneas y fiebre sin diagnóstico definitivo. Esta clasificación proporciona un marco útil para orientar la evaluación clínica y priorizar estudios diagnósticos, según las características individuales del paciente.
1. Infecciones:
Las infecciones, tanto sistémicas como localizadas, constituyen una de las causas más frecuentes de FOD. Dentro de las infecciones sistémicas, destacan la tuberculosis y la endocarditis infecciosa como las entidades más comúnmente implicadas. No obstante, otras infecciones de origen viral, micótico, parasitario o bacteriano también deben ser consideradas. Entre ellas se incluyen enfermedades como la mononucleosis infecciosa por el virus de Epstein-Barr, la infección por citomegalovirus, la toxoplasmosis, la brucelosis, la fiebre Q, la enfermedad por arañazo de gato, la salmonelosis y la malaria, entre muchas otras. En pacientes inmunocomprometidos, especialmente aquellos con infección por el virus de la inmunodeficiencia humana o con síndrome de inmunodeficiencia adquirida, las infecciones oportunistas —particularmente las micobacterianas— pueden presentarse como FOD.
En cuanto a las infecciones localizadas, los abscesos ocultos constituyen una causa importante. Estos pueden localizarse en órganos como el hígado, el bazo, el riñón, el cerebro o los huesos, y su diagnóstico puede ser especialmente difícil si no existen signos clínicos localizadores. También pueden formarse colecciones purulentas en cavidades como el espacio peritoneal, subdiafragmático, subhepático o paracólico. Otras infecciones como la colangitis, la osteomielitis, las infecciones del tracto urinario, los abscesos dentales y la sinusitis también pueden generar fiebre persistente.
2. Neoplasias:
Diversas neoplasias pueden manifestarse inicialmente como fiebre persistente sin causa aparente. Entre las más frecuentes se encuentran los linfomas, tanto de tipo Hodgkin como no Hodgkin, así como las leucemias agudas. En pacientes inmunosuprimidos, como los receptores de trasplantes, los trastornos linfoproliferativos postrasplante también pueden presentarse con fiebre como síntoma principal. Otras enfermedades que afectan los ganglios linfáticos, como el linfoma angioinmunoblástico y la enfermedad de Castleman, deben considerarse en el diagnóstico diferencial. Los tumores hepáticos, tanto primarios como metastásicos, así como el carcinoma de células renales, son neoplasias frecuentemente asociadas con fiebre. Un tumor cardíaco benigno, el mixoma auricular, es una causa poco frecuente pero importante de FOD. En contraste, enfermedades como la leucemia linfocítica crónica y el mieloma múltiple raramente cursan con fiebre, por lo que su presencia en estos casos debe motivar la búsqueda de una infección concomitante.
3. Enfermedades autoinmunes:
Las enfermedades autoinmunes también representan una causa significativa de FOD. Entre las más frecuentes se encuentran la enfermedad de Still del adulto, el lupus eritematoso sistémico, la crioglobulinemia y la poliarteritis nudosa. En pacientes mayores de 50 años, la arteritis de células gigantes y la polimialgia reumática son diagnósticos clave, con frecuencia asociados a una velocidad de eritrosedimentación marcadamente elevada (mayor a 40 mm/h). Estas entidades deben considerarse especialmente cuando la fiebre se acompaña de síntomas sistémicos inespecíficos y elevación de reactantes de fase aguda.
4. Causas misceláneas:
Existe un grupo heterogéneo de enfermedades menos frecuentes que también pueden manifestarse como FOD. Este grupo incluye entidades endocrinas como la tiroiditis subaguda, enfermedades inflamatorias como la sarcoidosis, patologías infecciosas raras como la enfermedad de Whipple y trastornos hereditarios como la fiebre mediterránea familiar. Otras causas incluyen fenómenos tromboembólicos recurrentes (como los émbolos pulmonares de repetición), hepatitis alcohólica, reacciones febriles a medicamentos y fiebre facticia, en la cual el paciente manipula su propia temperatura o refiere síntomas de forma no auténtica. Estos diagnósticos requieren una evaluación cuidadosa del contexto clínico y, en ocasiones, una alta sospecha por parte del médico tratante.
5. FOD sin diagnóstico definitivo:
A pesar de estudios diagnósticos exhaustivos, hasta el 50 por ciento de los casos de FOD pueden permanecer sin una etiología claramente definida. En aproximadamente tres cuartas partes de estos pacientes, la fiebre cede espontáneamente sin intervención específica y sin que se logre identificar la causa subyacente. En los casos restantes, los síntomas persisten o progresan, y con el tiempo pueden aparecer manifestaciones clínicas más características que permitan establecer un diagnóstico retrospectivo. Esta categoría, aunque frustrante desde el punto de vista clínico, suele tener un pronóstico favorable, siempre que el paciente sea cuidadosamente monitorizado para detectar la evolución de signos o síntomas que orienten hacia una enfermedad subyacente.
Manifestaciones clínicas
La evaluación de un paciente con fiebre de origen desconocido representa un proceso complejo que demanda tiempo, recursos diagnósticos avanzados y, en muchas ocasiones, hospitalización prolongada. Por este motivo, resulta fundamental confirmar de manera objetiva la presencia de fiebre antes de iniciar estudios exhaustivos. Este paso preliminar tiene un valor diagnóstico crucial, ya que permite descartar situaciones en las que la fiebre es facticia, es decir, inducida deliberadamente por el propio paciente mediante manipulación externa del termómetro o autoadministración de sustancias pirogénicas. Para descartar esta posibilidad, se recomienda observar directamente al paciente durante la toma de temperatura, asegurando así la veracidad del dato clínico que da origen a toda la investigación.
La fiebre verdadera suele estar acompañada de una serie de manifestaciones fisiológicas que reflejan la activación del eje hipotalámico y la respuesta inmunoinflamatoria del organismo. Entre los signos acompañantes más frecuentes se encuentran la taquicardia, los escalofríos y la piloerección, todos ellos reflejo de la termorregulación endógena. Su presencia respalda la existencia de un proceso febril auténtico y ayuda a distinguirlo de situaciones simuladas o de interpretaciones erróneas de variaciones normales de la temperatura corporal.
Una vez confirmada la fiebre, la piedra angular del abordaje diagnóstico sigue siendo una historia clínica meticulosa y dirigida, que debe extenderse más allá de los antecedentes médicos convencionales. Es imprescindible indagar en aspectos familiares, en busca de enfermedades hereditarias inflamatorias o infecciosas. La historia ocupacional puede orientar hacia exposiciones a agentes infecciosos o tóxicos específicos del entorno laboral. Los antecedentes sociales deben incluir prácticas sexuales, el uso de drogas por vía parenteral y otros comportamientos de riesgo que predisponen a infecciones crónicas o sistémicas, como el virus de inmunodeficiencia humana, hepatitis virales o endocarditis infecciosa.
La anamnesis dietética también puede proporcionar información clave, especialmente en relación con el consumo de productos lácteos no pasteurizados, carnes crudas o alimentos de origen dudoso, que pueden estar vinculados a zoonosis o enfermedades transmitidas por alimentos. Asimismo, las exposiciones a animales domésticos o silvestres, así como a productos químicos, deben ser exploradas de forma detallada, ya que pueden estar asociadas a enfermedades como la toxoplasmosis, la brucelosis, la leptospirosis o las fiebres por rickettsias. Finalmente, el antecedente de viajes recientes —especialmente a regiones endémicas de enfermedades infecciosas tropicales— es fundamental para considerar diagnósticos como malaria, fiebre tifoidea, amebiasis hepática o infecciones por arbovirus.
Además de la historia clínica, el examen físico debe repetirse con frecuencia y llevarse a cabo con atención minuciosa. Muchos signos clínicos relevantes en el contexto de la FOD pueden ser sutiles, transitorios o evanescentes, y por lo tanto solo detectables mediante una evaluación repetida a lo largo del tiempo. Lesiones cutáneas fugaces, soplos cardíacos nuevos, linfadenopatías discretas, hepatoesplenomegalia leve, artritis subclínica o rigidez matinal, entre otros hallazgos, pueden ser pistas diagnósticas clave. En este sentido, el ojo clínico entrenado, la paciencia y la perseverancia del médico son herramientas tan esenciales como los estudios de laboratorio o imagenología avanzada en la elucidación de la causa subyacente de la fiebre.
Exámenes diagnósticos
La evaluación diagnóstica de un paciente con fiebre de origen desconocido (FOD) requiere un enfoque sistemático, progresivo y cuidadosamente dirigido, dado que la búsqueda de la causa subyacente puede ser prolongada, costosa y demandante en términos de recursos médicos. Para maximizar el rendimiento diagnóstico y evitar intervenciones innecesarias, es fundamental integrar hallazgos clínicos con pruebas de laboratorio, estudios de imagen y, cuando sea necesario, procedimientos invasivos como biopsias. A continuación, se detallan los fundamentos científicos y clínicos que justifican este abordaje integral.
A. Estudios de laboratorio y microbiológicos
Los estudios de laboratorio de rutina constituyen el primer paso en la evaluación de la FOD, pero deben complementarse siempre con hemocultivos, los cuales son esenciales dado que muchas infecciones sistémicas, en particular la endocarditis y la bacteriemia por gérmenes de crecimiento lento, pueden manifestarse exclusivamente con fiebre prolongada. Es importante obtener estos cultivos en momentos en que el paciente no ha recibido antibióticos por varios días, para aumentar la probabilidad de detección de microorganismos. Además, los hemocultivos deben conservarse en el laboratorio durante al menos dos semanas, ya que algunos patógenos, como Brucella o Bartonella, pueden requerir tiempos prolongados de incubación.
Si se sospecha la implicación de microorganismos poco comunes, como Legionella, Bartonella o estreptococos nutricionalmente deficientes, es necesario solicitar cultivos en medios especializados que permitan su crecimiento. Por otro lado, las serologías inespecíficas utilizadas como pruebas de “tamizaje” —como los aglutinantes febriles— han demostrado un rendimiento diagnóstico bajo y no deben emplearse rutinariamente. En contraste, las serologías dirigidas, indicadas cuando la historia clínica o el examen físico sugieren una etiología específica, pueden ser útiles si muestran un aumento o disminución de cuatro veces en los títulos de anticuerpos, lo cual indica infección activa o reciente.
Dado que la infección sigue siendo la causa más común de FOD, debe realizarse el cultivo de otros líquidos biológicos, como orina, esputo, heces, líquido cefalorraquídeo y aspirado gástrico matutino (especialmente si se sospecha tuberculosis pulmonar o extrapulmonar). En ciertos casos, el diagnóstico puede establecerse mediante el examen directo de frotis de sangre, que permite detectar parásitos como Plasmodium (malaria) o Borrelia (fiebre recurrente).
B. Estudios de imagen
Las herramientas de imagenología juegan un papel central en la búsqueda de la causa subyacente de la FOD. Una radiografía de tórax debe realizarse en todos los pacientes, ya que puede revelar signos de tuberculosis, neumonía, neoplasias o enfermedades intersticiales del pulmón. Otros estudios más específicos, como la tomografía computarizada (TC) de senos paranasales, tubo digestivo superior, intestino delgado, colon o vesícula biliar, se reservan para pacientes cuyos síntomas, antecedentes o examen físico sugieran afección en estas regiones.
La tomografía computarizada de abdomen y pelvis se utiliza con frecuencia por su alta sensibilidad para detectar abscesos, masas tumorales, linfadenopatías o lesiones en hígado, bazo y retroperitoneo. Cuando la TC muestra hallazgos anormales, estos suelen conducir a un diagnóstico específico. Sin embargo, una TC normal no excluye la enfermedad y, en ausencia de hallazgos, puede ser necesario recurrir a procedimientos más invasivos, como biopsias guiadas o incluso laparotomía exploradora.
Aunque el papel de la resonancia magnética (RM) en la FOD no ha sido ampliamente estudiado, se reconoce su superioridad frente a la TC en la evaluación del sistema nervioso central y en la detección de lesiones inflamatorias o vasculíticas. La ecografía, por su parte, es útil en la identificación de lesiones en riñones, páncreas y sistema biliar. La ecocardiografía está indicada cuando se sospecha endocarditis o mixoma auricular, siendo el estudio transesofágico más sensible que el transtorácico. No obstante, incluso una ecocardiografía transesofágica negativa no excluye completamente la endocarditis, dado su índice de falsos negativos, cercano al 10 %.
Cada vez se acumula más evidencia sobre el valor de los estudios por radionúclidos, como la tomografía por emisión de positrones (PET), especialmente cuando las tomografías convencionales no son concluyentes. La PET puede ayudar a localizar áreas de infección, inflamación o neoplasia que no son detectables con otros métodos.
C. Procedimientos invasivos y biopsias
Las biopsias diagnósticas se convierten en una herramienta esencial cuando los estudios no invasivos no permiten establecer un diagnóstico definitivo. Todo hallazgo anómalo debe ser investigado con determinación. Por ejemplo, un paciente con cefalea persistente debe someterse a una punción lumbar para descartar meningitis u otras enfermedades del sistema nervioso central. Del mismo modo, la presencia de una erupción cutánea debe motivar una biopsia de piel, que podría revelar signos de enfermedades autoinmunes o infecciosas. Los ganglios linfáticos aumentados de tamaño deben ser aspirados o biopsiados, tanto para el estudio histopatológico como para cultivo, dada la posibilidad de linfoma, tuberculosis u otras infecciones.
La biopsia de médula ósea, aunque con un rendimiento diagnóstico limitado (entre 15 y 25 % en la población general), es especialmente útil en pacientes con infección por el virus de inmunodeficiencia humana, ya que en este grupo es frecuente la infección micobacteriana diseminada. Dado su bajo riesgo y relativa facilidad técnica, la biopsia de médula ósea debe considerarse cuando otras pruebas no han conducido a un diagnóstico, sobre todo si existen anomalías hematológicas.
La biopsia hepática, por su parte, permite establecer un diagnóstico específico en un 10 a 15 % de los casos de FOD, y debe indicarse cuando hay alteraciones en las pruebas de función hepática, aunque el hígado tenga un tamaño normal. Finalmente, aunque los avances en imagen han reducido la necesidad de realizar laparotomías exploradoras, estas siguen teniendo un lugar en pacientes con deterioro clínico progresivo y sin diagnóstico tras estudios no invasivos.
Tratamiento
El tratamiento de la fiebre de origen desconocido plantea un reto clínico que debe ser abordado con prudencia, estrategia diagnóstica sólida y, sobre todo, evitando intervenciones empíricas precipitadas. Uno de los errores más comunes en la práctica clínica es iniciar un tratamiento antimicrobiano empírico sin contar con una etiología identificada. Aunque en algunas circunstancias excepcionales puede considerarse este abordaje —por ejemplo, en pacientes con deterioro clínico rápido o con compromiso inmunológico severo—, lo cierto es que, en la mayoría de los casos, este tipo de intervención resulta de escasa utilidad diagnóstica y terapéutica.
El uso empírico de antibióticos en pacientes con FOD puede entorpecer la identificación de infecciones subyacentes al reducir la sensibilidad de los cultivos microbiológicos, especialmente los hemocultivos. Este efecto puede enmascarar patógenos importantes, como Brucella, Bartonella o Mycobacterium tuberculosis, cuyo diagnóstico depende en gran medida del aislamiento microbiológico en medios especializados y tras incubaciones prolongadas. Además, el tratamiento empírico con antimicrobianos puede inducir una aparente remisión de los síntomas sin resolución definitiva del proceso patológico, lo que contribuye a diagnósticos falsamente tranquilizadores y retrasa intervenciones adecuadas.
Por este motivo, la administración de antibióticos, antifúngicos o antivirales debe estar restringida a situaciones donde exista una fuerte sospecha clínica de infección grave o donde el estado del paciente haga inviable la espera de resultados diagnósticos sin iniciar tratamiento. En el resto de los casos, lo más apropiado es continuar con la vigilancia clínica estrecha y avanzar de forma sistemática en el algoritmo diagnóstico.
La derivación a un especialista en enfermedades infecciosas se recomienda en situaciones clínicas que exceden los recursos diagnósticos habituales o cuando se requiere interpretación de pruebas serológicas especializadas. Deben referirse al especialista todos aquellos pacientes con FOD acompañada de pérdida de peso progresiva u otros signos constitucionales marcados, como astenia severa, sudoración nocturna o anorexia. Estos síntomas pueden ser indicativos de una enfermedad subyacente grave, como un linfoma, tuberculosis diseminada, infecciones subagudas o enfermedades autoinmunes sistémicas.
Asimismo, todos los pacientes inmunocomprometidos, incluyendo aquellos con infección por el virus de inmunodeficiencia humana o receptores de trasplante de órganos sólidos o de médula ósea, deben ser valorados por un especialista en enfermedades infecciosas. En estos casos, las causas de FOD son diferentes en frecuencia y naturaleza a las de la población general, y requieren una evaluación mucho más específica.
La hospitalización está indicada en pacientes con FOD que presentan un deterioro clínico rápido, especialmente si este se manifiesta con pérdida significativa de peso, signos de desnutrición o alteración del estado general. El ingreso hospitalario permite acelerar los estudios diagnósticos mediante la coordinación de múltiples especialidades, acceso a pruebas de imagen avanzadas, monitoreo estrecho y posibilidad de realizar procedimientos invasivos de manera segura y rápida.
La fiebre de origen desconocido en pacientes inmunocomprometidos constituye una indicación absoluta de hospitalización, especialmente si se trata de pacientes neutropénicos como consecuencia de quimioterapia reciente o en los primeros seis meses tras un trasplante. En estos contextos, la posibilidad de infecciones invasivas, oportunistas y de rápida progresión —como las infecciones fúngicas, micobacterianas, virales (como citomegalovirus) o por Pneumocystis jirovecii— es elevada, y el margen de maniobra para esperar resultados es mucho más estrecho. La evaluación de estos pacientes debe ser urgente, multidisciplinaria y orientada por especialistas con experiencia en enfermedades infecciosas en inmunocomprometidos.


Fuente y lecturas recomendadas:
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