Lupus Eritematoso Sistémico
Lupus Eritematoso Sistémico

Lupus Eritematoso Sistémico

Manifestaciones clínicas

Las manifestaciones sistémicas del lupus eritematoso sistémico son diversas y afectan múltiples sistemas y órganos del cuerpo. Entre los primeros signos que pueden observarse en los pacientes se encuentran los síntomas generales, como fiebre, anorexia, malestar general y pérdida de peso. Estos síntomas son reflejo de la inflamación crónica subyacente que caracteriza a esta enfermedad autoinmune. La piel es uno de los órganos más comúnmente afectados, y la mayoría de los pacientes presenta lesiones cutáneas en algún momento de su enfermedad. Una de las manifestaciones características es el rash en forma de mariposa o eritema malar, que afecta menos de la mitad de los pacientes. Este rash aparece sobre todo en las mejillas y el puente de la nariz, y es uno de los signos más emblemáticos del lupus. Sin embargo, existen otras manifestaciones dérmicas menos comunes, como la paniculitis (lupus profundus), el lupus discoide, que se caracteriza por lesiones redondas y escamosas en la piel, y las lesiones típicas en las yemas de los dedos, que incluyen eritema periungueal, infartos en los pliegues ungueales y hemorragias en astilla.

La alopecia, o pérdida de cabello, es también una manifestación común en los pacientes con lupus, debido a la inflamación de los folículos pilosos. Las lesiones de las mucosas tienden a ocurrir durante los períodos de exacerbación de la enfermedad, lo que las hace más evidentes cuando la actividad del lupus aumenta. El fenómeno de Raynaud, caracterizado por cambios en el color de los dedos de las manos y los pies en respuesta al frío o al estrés, se presenta en aproximadamente el 20% de los pacientes con lupus.

Los síntomas articulares son extremadamente comunes, afectando a más del 90% de los pacientes, y pueden presentarse con o sin sinovitis activa. El dolor articular puede ser uno de los primeros síntomas en manifestarse, y la artritis en el lupus puede provocar deformidades en las articulaciones, como las deformidades en cuello de cisne, que son reversibles. Sin embargo, solo el 10% de los pacientes desarrollan erosiones articulares en las radiografías. En cuanto a las complicaciones renales, pueden ocurrir varias formas de glomerulonefritis, como la glomerulonefritis mesangial, focal proliferativa, difusa proliferativa y membranosa, todas las cuales pueden contribuir al daño renal. Algunos pacientes también pueden desarrollar nefritis intersticial. A pesar de que con el tratamiento adecuado, la tasa de supervivencia para los pacientes con enfermedades renales graves, como la glomerulonefritis proliferativa, es favorable, una proporción significativa de estos pacientes desarrolla enfermedad renal en etapa terminal.

En cuanto a las manifestaciones oculares, se incluyen condiciones como la queratoconjuntivitis sicca, que es la sequedad ocular, vasculitis retinal, episcleritis, escleritis y neuropatía óptica. En el sistema respiratorio, las manifestaciones más comunes son la pleuresía y el derrame pleural, mientras que la neumonitis, la enfermedad pulmonar intersticial y la hipertensión pulmonar son mucho menos frecuentes. La hemorragia alveolar, aunque rara, es una complicación potencialmente mortal del lupus.

En el sistema cardiovascular, el pericardio es afectado en la mayoría de los pacientes, lo que puede resultar en pericarditis. La insuficiencia cardíaca puede desarrollarse como consecuencia de la miocarditis y la hipertensión, y las arritmias cardíacas son una complicación frecuente. La endocarditis verrucosa atípica de Libman-Sacks, aunque generalmente es clínicamente silenciosa, ocasionalmente puede producir insuficiencia valvular crónica o aguda, siendo la regurgitación mitral la más común. Esta afección puede ser una fuente de émbolos sistémicos.

Las complicaciones neurológicas del lupus son variadas y pueden incluir psicosis, deterioro cognitivo, convulsiones, neuropatías periféricas y craneales, y accidentes cerebrovasculares. Una de las complicaciones neurológicas más graves es la mielitis transversa, que representa una emergencia médica. Los pacientes pueden presentar debilidad, disfunción intestinal y vesical, así como un nivel sensorial. Además, la depresión severa y la psicosis a menudo se exacerban por la administración de dosis altas de corticosteroides, que son una parte fundamental del tratamiento para controlar la inflamación en el lupus.

En el ámbito hematológico, las manifestaciones incluyen leucopenia (bajo conteo de leucocitos), anemia hemolítica autoinmune, trombocitopenia autoinmune y púrpura trombocitopénica trombótica, que son manifestaciones de la destrucción de las células sanguíneas propias. Estas alteraciones son una consecuencia directa de la actividad autoinmune en el lupus y pueden llevar a complicaciones graves, como infecciones recurrentes o hemorragias.

Exámenes diagnósticos

El lupus eritematoso sistémico es una enfermedad autoinmune caracterizada por la producción de una amplia variedad de autoanticuerpos. Estos autoanticuerpos son dirigidos contra diferentes componentes celulares y nucleares del propio organismo, lo que resulta en una inflamación crónica y daño en diversos órganos. Uno de los principales autoanticuerpos asociados con el lupus es el anticuerpo antinuclear, o ANA, que se refiere a un grupo de anticuerpos dirigidos contra los núcleos de las células. Las pruebas de ANA utilizando células HEp-2, una línea celular humana que proporciona núcleos para el análisis, tienen una sensibilidad de casi el 100% para el lupus eritematoso sistémico, lo que significa que son muy efectivas para detectar la enfermedad. Sin embargo, esta prueba carece de especificidad, ya que puede dar resultados positivos en personas saludables y también en individuos con otras enfermedades mediadas por el sistema inmune, como la artritis reumatoide, enfermedades tiroideas, esclerosis sistémica y síndrome de Sjögren. En aproximadamente el 20% de los adultos sanos, los títulos de ANA pueden ser bajos y positivos sin que haya presencia de lupus. Por lo tanto, aunque un resultado positivo en la prueba de ANA es altamente sensible para el diagnóstico de lupus, no es suficiente para confirmar la enfermedad por sí sola.

Existen otras pruebas que pueden ofrecer mayor especificidad, como los anticuerpos dirigidos contra el ADN de doble cadena y los anticuerpos Sm (anti-Smith), los cuales son altamente específicos para el lupus eritematoso sistémico, ya que son raramente encontrados en otras enfermedades autoinmunes. Sin embargo, estos anticuerpos no son suficientemente sensibles, lo que significa que no están presentes en todos los pacientes con lupus. Aproximadamente el 60% de los pacientes presentan anticuerpos contra el ADN de doble cadena, mientras que los anticuerpos Sm están presentes solo en el 30% de los pacientes.

Un hallazgo importante en el lupus eritematoso sistémico es la disminución de los niveles de complemento en suero, lo cual es un indicio de actividad de la enfermedad. Los niveles de complemento son proteínas que participan en la respuesta inmune, y su disminución a menudo está asociada con la actividad de la enfermedad, aunque tienden a normalizarse en los períodos de remisión. Asimismo, los niveles de anticuerpos contra el ADN de doble cadena pueden correlacionarse con la actividad de la enfermedad en algunos pacientes, mientras que los niveles de anticuerpos Sm no suelen tener esta correlación.

Además de los anticuerpos mencionados, existen otros autoanticuerpos que son comúnmente encontrados en pacientes con lupus. Entre ellos se incluyen los anticuerpos contra SS-A/Ro, SS-B/La, ribonucleoproteínas (RNP) y fosfolípidos. Los anticuerpos contra SS-A/Ro están especialmente asociados con lupus cutáneo subagudo, una forma de lupus que afecta principalmente la piel, y durante el embarazo, estos anticuerpos pueden atravesar la placenta y dañar el sistema de conducción fetal, lo que puede resultar en bloqueo cardíaco congénito en el recién nacido.

En los brotes de la enfermedad, es común observar un aumento de la velocidad de sedimentación de los eritrocitos (ESR, por sus siglas en inglés), lo que refleja la inflamación generalizada en el cuerpo. Sin embargo, los niveles de proteína C reactiva (CRP) generalmente permanecen normales, a menos que haya presencia de serositis o artritis, que son inflamaciones de las membranas que recubren los órganos internos y las articulaciones. Si la proteína C reactiva se encuentra elevada sin la presencia de estas manifestaciones, se debe considerar la posibilidad de una infección, lo que aumenta la sospecha clínica.

En el caso de lupus eritematoso sistémico con afectación renal, una anomalía en el sedimento urinario, que puede incluir hematuria (sangre en la orina) con o sin cilindros urinarios, y proteinuria (proteínas en la orina, que pueden variar desde niveles leves hasta un rango nefrótico), puede indicar la presencia de nefritis lúpica activa, una complicación grave que afecta los riñones. La nefritis lúpica puede ser una manifestación temprana de la actividad de la enfermedad y requiere un monitoreo cuidadoso para evitar daños renales permanentes.

Diagnóstico diferencial

El diagnóstico diferencial del lupus eritematoso sistémico es amplio, ya que la enfermedad puede presentar manifestaciones clínicas similares a las de otros trastornos autoinmunes, infecciones, reacciones a medicamentos y enfermedades malignas que afectan a múltiples sistemas. Por lo tanto, es fundamental diferenciar el lupus de otras condiciones que pueden compartir síntomas, como fiebre, malestar general, manifestaciones cutáneas, articular o afectación multisistémica. A continuación, se describen algunas de las condiciones que deben ser consideradas en el diagnóstico diferencial.

Una de las principales condiciones a considerar es el lupus inducido por fármacos, que puede ser difícil de distinguir del lupus eritematoso sistémico debido a la similitud de las manifestaciones clínicas. El lupus inducido por medicamentos ocurre como resultado de la exposición a ciertos fármacos, que provocan una respuesta autoinmune similar a la del lupus. Sin embargo, este tipo de lupus suele resolverse una vez que se suspende el medicamento causante, lo que lo diferencia del lupus crónico. Los fármacos comúnmente asociados con esta forma de lupus incluyen procainamida, hidralazina, y otros agentes antihipertensivos y antiarrítmicos.

Otra condición que debe ser evaluada es la artritis reumatoide, que también puede presentar dolor articular y, en algunos casos, inflamación que puede confundirse con las manifestaciones articulares del lupus. Sin embargo, la artritis reumatoide es principalmente una enfermedad crónica caracterizada por la inflamación de las articulaciones pequeñas, particularmente en las manos y los pies, mientras que en el lupus, la afectación articular puede ser más difusa y episódica, sin el daño articular progresivo que se observa en la artritis reumatoide. Además, los factores serológicos, como el factor reumatoide, suelen ser positivos en la artritis reumatoide, mientras que en el lupus el resultado de estas pruebas es generalmente negativo.

La vasculitis sistémica, que involucra la inflamación de los vasos sanguíneos y puede afectar múltiples órganos, también debe ser considerada en el diagnóstico diferencial. La vasculitis puede presentar síntomas similares a los del lupus, como fiebre, lesiones cutáneas, y compromiso renal. Sin embargo, en la vasculitis, la afectación de los vasos sanguíneos es el hallazgo principal, y se pueden observar signos de isquemia o necrosis tisular en los órganos afectados. Las pruebas de laboratorio y los estudios de imágenes, como la angiografía, pueden ayudar a distinguir la vasculitis de otras enfermedades autoinmunes.

El esclerosis sistémica, o esclerodermia, es otro trastorno autoinmune que puede confundirse con el lupus debido a la presencia de manifestaciones cutáneas y sistémicas. La esclerosis sistémica se caracteriza por la fibrosis progresiva de la piel y de los órganos internos, particularmente los pulmones, el tracto gastrointestinal y los riñones. Aunque tanto el lupus como la esclerosis sistémica pueden afectar la piel y los órganos internos, la fibrosis cutánea es más prominente en la esclerosis sistémica, y la presencia de anticuerpos específicos, como los anticuerpos anti-topoisomerasa I, puede ser útil para diferenciar esta enfermedad.

El síndrome antifosfolípido primario es otra condición que puede compartir síntomas con el lupus, especialmente en lo que respecta a la presencia de trombosis venosa o arterial, y abortos espontáneos recurrentes. Aunque este síndrome puede ocurrir en el contexto del lupus, también puede presentarse de manera aislada, sin otros signos característicos del lupus, como las lesiones cutáneas o el compromiso renal. El diagnóstico de este síndrome se basa en la detección de anticuerpos antifosfolípidos en el suero y la historia clínica de eventos trombóticos.

Las miositis inflamatorias, como la polimiositis y la dermatomiositis, también deben ser consideradas en el diagnóstico diferencial, ya que pueden causar debilidad muscular y dolor, síntomas que pueden solaparse con los del lupus. Sin embargo, en las miositis, el principal problema es la debilidad muscular proximal y la elevación de los marcadores musculares en sangre, como la creatina quinasa. Además, en la dermatomiositis, las lesiones cutáneas características, como el eritema heliotropo alrededor de los ojos, ayudan a diferenciarla del lupus.

La hepatitis viral, en particular la hepatitis B y C, puede causar síntomas sistémicos como fatiga, fiebre y dolor articular, que pueden confundirse con los del lupus. La presencia de anticuerpos específicos para el virus en cuestión y los resultados de las pruebas de función hepática permiten diferenciar estas condiciones de un lupus verdadero.

La sarcoidosis es una enfermedad granulomatosa que puede afectar múltiples órganos, incluidos los pulmones, los ganglios linfáticos y la piel. Los síntomas sistémicos, como la fatiga y la fiebre, y las manifestaciones cutáneas pueden ser similares a las del lupus, pero la sarcoidosis se caracteriza por la formación de granulomas no caseificantes en los tejidos afectados. La radiografía de tórax puede revelar linfadenopatía y signos pulmonares típicos de sarcoidosis, lo que ayuda a distinguirla del lupus.

Las reacciones agudas a medicamentos, que a menudo causan fiebre, erupciones cutáneas y otros síntomas sistémicos, pueden imitar un brote de lupus. Es importante revisar el historial de medicación para identificar cualquier fármaco reciente que pueda haber desencadenado esta reacción. Las infecciones, como las virales o bacterianas, también deben considerarse, especialmente cuando los pacientes presentan fiebre y malestar general, ya que estas condiciones pueden provocar síntomas sistémicos similares a los del lupus. En particular, las infecciones crónicas, como la tuberculosis o el VIH, pueden asociarse con manifestaciones multisistémicas y deben ser descartadas.

Finalmente, las neoplasias, especialmente aquellas que afectan múltiples sistemas, como los linfomas o las leucemias, también deben ser consideradas en el diagnóstico diferencial. Estas enfermedades pueden presentar síntomas como fiebre, pérdida de peso, fatiga y linfadenopatía, que son comunes tanto en el lupus como en ciertos tipos de cáncer. Las pruebas de imágenes, biopsias y estudios hematológicos pueden ser necesarios para establecer el diagnóstico adecuado.

Tratamiento

El lupus eritematoso sistémico es una enfermedad autoinmune compleja y heterogénea que afecta a múltiples sistemas y órganos del cuerpo. Dado que las diversas manifestaciones de esta enfermedad influyen de manera diferente en el pronóstico de los pacientes, y que la actividad del lupus puede variar en intensidad a lo largo del tiempo, el tratamiento farmacológico debe ser cuidadosamente ajustado para abordar la gravedad de la enfermedad en cada paciente. La naturaleza fluctuante de la actividad del lupus, que puede presentar períodos de remisión seguidos de brotes, requiere un enfoque terapéutico individualizado para asegurar que se proporcionen los tratamientos adecuados en función de la fase activa de la enfermedad y los órganos involucrados.

El tratamiento farmacológico, la elección de los agentes y la intensidad con la que se utilicen dependen de varios factores, como la extensión y gravedad de las manifestaciones clínicas, la presencia de afectación orgánica grave (como insuficiencia renal o enfermedad cardiovascular) y la respuesta del paciente a tratamientos previos. Para los pacientes con lupus de bajo grado o en fase de remisión, los tratamientos pueden ser menos agresivos, mientras que aquellos con formas más graves de la enfermedad, como el lupus con compromiso renal o neurológico, requieren terapias más intensivas. Los fármacos utilizados en el tratamiento del lupus incluyen antipalúdicos, corticosteroides, inmunosupresores y, en casos más graves, terapias biológicas, que deben ser seleccionados y dosificados con cuidado para maximizar la efectividad y minimizar los efectos secundarios.

Además del tratamiento farmacológico, es crucial que los pacientes con lupus reciban orientación sobre la gestión de los factores ambientales que pueden desencadenar o empeorar los brotes de la enfermedad. Uno de los factores más importantes es la exposición al sol, ya que la radiación ultravioleta puede inducir o exacerbar las manifestaciones cutáneas y sistémicas del lupus. En particular, la aparición de erupciones en forma de mariposa, que afectan las mejillas y el puente nasal, es un hallazgo típico en el lupus y puede agravarse con la exposición a los rayos solares. Por esta razón, se recomienda encarecidamente que los pacientes con lupus eviten la exposición directa al sol, especialmente durante las horas de mayor intensidad radiante. Además, el uso de protector solar de amplio espectro que proteja tanto de los rayos ultravioleta A como B es fundamental para prevenir el daño cutáneo y las exacerbaciones de la enfermedad.

Las manifestaciones dérmicas leves, como los eritemas o las erupciones cutáneas no graves, a menudo pueden manejarse de manera efectiva con el uso tópico de corticosteroides. Estos fármacos, al ser aplicados directamente sobre las lesiones, ayudan a reducir la inflamación y aliviar los síntomas cutáneos. Sin embargo, su uso debe ser monitorizado para evitar efectos secundarios locales, como el adelgazamiento de la piel o la aparición de estrías, especialmente en el uso prolongado.

Por otro lado, los síntomas articulares menores, como el dolor y la rigidez en las articulaciones, que son comunes en los pacientes con lupus, pueden ser tratados eficazmente con medicamentos antiinflamatorios no esteroides, conocidos como AINEs. Estos medicamentos actúan reduciendo la inflamación y aliviando el dolor, lo que proporciona un alivio significativo para los pacientes con síntomas articulares leves. Sin embargo, se debe tener precaución en su uso, especialmente en pacientes con afectación renal o gastrointestinal, debido a los posibles efectos adversos de estos medicamentos en estos sistemas.

La hidroxicloroquina es el tratamiento inicial recomendado para las erupciones cutáneas o los síntomas articulares en el lupus eritematoso sistémico, debido a su eficacia para controlar estas manifestaciones de la enfermedad. Este fármaco, que es un antipalúdico, tiene efectos antiinflamatorios y modula la actividad del sistema inmunológico, lo que ayuda a reducir la frecuencia de los brotes de la enfermedad y a prolongar la supervivencia en los pacientes con lupus. Su acción en el sistema inmune contribuye a la estabilización de las alteraciones inmunológicas subyacentes al lupus, lo que se traduce en una reducción de la inflamación y la prevención de los daños a largo plazo en órganos vitales.

El tratamiento con hidroxicloroquina generalmente se administra en dosis de 200 a 400 miligramos al día por vía oral. La dosis máxima recomendada no debe superar los 5 miligramos por kilogramo de peso corporal al día, ya que se ha demostrado que dosis más altas pueden aumentar el riesgo de efectos adversos. Es fundamental realizar un monitoreo anual de la retina en los pacientes que reciben este medicamento, dado que uno de los efectos secundarios potenciales más graves es la toxicidad retinal, que puede comprometer la visión de manera irreversible si no se detecta a tiempo. Aunque los efectos secundarios de la hidroxicloroquina son relativamente raros, es importante estar atentos a posibles neuropatías y miopatías, que son efectos adversos poco comunes, pero que pueden confundirse con síntomas del lupus, lo que podría generar un diagnóstico erróneo.

Los corticosteroides son necesarios para tratar algunas manifestaciones graves de la enfermedad, como la nefritis lúpica, la anemia hemolítica, la miocarditis, la hemorragia alveolar, el compromiso del sistema nervioso central y la trombocitopenia grave. En estos casos, los corticosteroides son fundamentales para controlar la inflamación sistémica y prevenir daños mayores en los órganos afectados. Sin embargo, los corticosteroides sistémicos rara vez se administran para el tratamiento de erupciones cutáneas leves, leucopenia o anemia asociada con la enfermedad crónica, ya que estos síntomas no requieren generalmente un tratamiento tan intensivo.

Cuando se presentan manifestaciones graves del lupus, el tratamiento inicial incluye el uso de corticosteroides a altas dosis, como la metilprednisolona intravenosa en dosis de 250 a 1000 miligramos diarios durante tres días, o la prednisona oral en dosis de 40 a 60 miligramos al día. El objetivo de este tratamiento inicial es reducir rápidamente la inflamación y controlar la actividad de la enfermedad. Posteriormente, los corticosteroides deben ser reducidos gradualmente a la dosis más baja posible para minimizar los efectos secundarios y, en la medida de lo posible, suspender el tratamiento, ya que el uso prolongado de estos fármacos puede llevar a efectos secundarios significativos, como la osteoporosis, la diabetes y la hipertensión.

Para el control a largo plazo de la enfermedad, se emplean agentes inmunosupresores como el micofenolato mofetil, la azatioprina o el metotrexato. Estos medicamentos ayudan a mantener la enfermedad en remisión, reduciendo la actividad del sistema inmunológico y evitando nuevos brotes. El ciclofosfamida, otro inmunosupresor, se reserva generalmente para los casos de lupus refractario, en los que otras terapias no han sido efectivas para controlar la enfermedad.

En cuanto a los tratamientos biológicos más recientes, el belimumab es un anticuerpo monoclonal que inhibe la actividad de un factor de crecimiento de las células B, y está indicado para el tratamiento del lupus activo, tanto en su forma renal como no renal, en pacientes que no han respondido adecuadamente a las terapias estándar, como los antipalúdicos o los inmunosupresores. Este fármaco ha demostrado ser eficaz en la reducción de la actividad de la enfermedad y en la mejora de la calidad de vida de los pacientes con lupus.

Además, el voclosporin, un inhibidor de la calcineurina novedoso, ha sido aprobado para el tratamiento de la nefritis lúpica activa en combinación con micofenolato mofetil. Este tratamiento dirigido específicamente a la afectación renal del lupus ha mostrado resultados prometedores en la mejora de la función renal y la reducción de la proteinuria, un marcador importante de la enfermedad renal.

El anifrolumab, un antagonista del receptor del interferón tipo 1, ha sido aprobado para el tratamiento de lupus no renal que no ha respondido a las terapias convencionales. Este medicamento actúa inhibiendo la señalización del interferón, que juega un papel crucial en la inflamación y la autoimmunidad asociadas con el lupus. En estudios clínicos, el anifrolumab ha mostrado ser eficaz en la reducción de la actividad de la enfermedad y en la mejora de los síntomas en pacientes con lupus sistémico que no han tenido una respuesta adecuada a los tratamientos estándar.

Terapia de inducción para la nefritis lúpica

La nefritis lúpica es una de las manifestaciones más graves del lupus eritematoso sistémico, y su tratamiento debe ser altamente efectivo para evitar el deterioro irreversible de la función renal. La inducción terapéutica para la nefritis lúpica se enfoca en el control rápido y agresivo de la inflamación renal para prevenir complicaciones a largo plazo, como la insuficiencia renal crónica o la necesidad de diálisis. En este contexto, el tratamiento se basa en el uso de inmunosupresores potentes, siendo el micofenolato mofetil uno de los fármacos de primera línea más utilizados.

El micofenolato mofetil es un inhibidor de la síntesis de purinas que suprime la proliferación de linfocitos, las principales células involucradas en la respuesta autoinmune en el lupus. Su uso en la nefritis lúpica se basa en su capacidad para controlar eficazmente la inflamación renal, reduciendo el daño en los glomérulos y mejorando la función renal. Se administra generalmente a una dosis de 1000 mg a 1500 mg por vía oral dos veces al día, en combinación con corticosteroides para lograr un control rápido de la enfermedad. Los corticosteroides, como la prednisona, ayudan a reducir la inflamación sistémica y renal, acelerando la respuesta inicial y reduciendo los brotes de la enfermedad. La combinación de micofenolato mofetil con corticosteroides se ha demostrado efectiva para inducir la remisión en muchos pacientes con nefritis lúpica, lo que mejora los resultados a corto y largo plazo.

Por otro lado, el ciclofosfamida es otro inmunosupresor utilizado en la nefritis lúpica, con una eficacia equivalente a la del micofenolato mofetil. El ciclofosfamida actúa mediante la inhibición de la replicación celular, lo que reduce la actividad del sistema inmunológico. El régimen más utilizado para administrar ciclofosfamida es el protocolo Euro-Lupus, que implica la administración intravenosa de 500 mg cada dos semanas durante seis dosis. También se puede utilizar el régimen del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, que consiste en administrar pulsos intravenosos mensuales de ciclofosfamida en dosis de 0,5 a 1 g/m2 de superficie corporal. Aunque el ciclofosfamida es eficaz, su uso está asociado con efectos secundarios importantes, como la toxicidad en la médula ósea y el riesgo de infecciones, lo que ha llevado a la preferencia por el micofenolato mofetil en muchos casos debido a su perfil de seguridad relativamente mejor.

La terapia combinada de inmunosupresores ha mostrado ser más eficaz en algunos pacientes, ya que puede potenciar la respuesta renal. Un ejemplo de esto es el uso de belimumab, un anticuerpo monoclonal que inhibe la actividad de un factor de crecimiento de las células B, en combinación con micofenolato mofetil o ciclofosfamida. El belimumab ha demostrado mejorar la respuesta renal en pacientes con nefritis lúpica activa, especialmente en aquellos con enfermedad resistente a otros tratamientos. Este fármaco actúa reduciendo la sobreproducción de autoanticuerpos por parte de las células B, lo que ayuda a modular la respuesta autoinmune y reduce la inflamación renal.

Un fármaco más reciente y prometedor en el tratamiento de la nefritis lúpica es el voclosporin, un inhibidor de la calcineurina. Este medicamento ha demostrado mejorar la respuesta renal cuando se combina con micofenolato mofetil, particularmente en pacientes con síndrome nefrótico. El voclosporin estabiliza los podocitos renales, que son células clave en la barrera de filtración glomerular. Esta acción ayuda a reducir rápidamente la proteinuria, un marcador importante de la actividad de la nefritis lúpica, lo que puede mejorar la función renal a corto plazo. La reducción de la proteinuria es un objetivo crucial en el tratamiento de la nefritis lúpica, ya que está estrechamente relacionada con el pronóstico renal a largo plazo.

Terapia de mantenimiento para la nefritis lúpica

El tratamiento de mantenimiento para la nefritis lúpica se centra en la prevención de brotes de la enfermedad y en la preservación de la función renal a largo plazo, después de la inducción inicial con terapias inmunosupresoras. En este contexto, el objetivo es controlar la actividad autoinmune de forma continua mientras se minimizan los efectos secundarios derivados del tratamiento. Las opciones de tratamiento de mantenimiento más comúnmente utilizadas son el micofenolato mofetil y la azatioprina, que ayudan a mantener la remisión y a evitar recurrencias de la enfermedad renal.

El micofenolato mofetil, un inhibidor de la síntesis de purinas, es efectivo para prevenir la progresión de la nefritis lúpica, ya que reduce la proliferación de células inmunológicas autoreactivas, especialmente las células B y T. Este medicamento es una opción preferida debido a su eficacia en la reducción de la actividad de la enfermedad y a su perfil de efectos secundarios relativamente favorable, comparado con otras terapias inmunosupresoras más potentes. En algunos casos, si el tratamiento inicial se ha realizado con terapias combinadas que incluyen belimumab o voclosporin, estos medicamentos deben continuarse durante al menos uno o dos años, ya que se ha demostrado que su uso prolongado puede mejorar la respuesta renal y reducir el riesgo de recurrencias.

La azatioprina, otro inmunosupresor utilizado en el tratamiento de mantenimiento, también es eficaz para prevenir brotes de nefritis lúpica, aunque su perfil de efectos secundarios puede ser algo más problemático debido a su potencial para inducir leucopenia y otros trastornos hematológicos. Por lo tanto, la elección entre micofenolato mofetil y azatioprina depende de varios factores, incluidos los efectos adversos, la tolerancia del paciente y la respuesta clínica a la inducción del tratamiento.

El tratamiento con corticosteroides, como la prednisona, generalmente se utiliza en dosis altas durante los episodios agudos de la enfermedad, como en los brotes graves de nefritis lúpica, donde se pueden administrar dosis de 40 mg al día o más. Sin embargo, a medida que la enfermedad entra en remisión, los corticosteroides deben reducirse gradualmente a dosis bajas de 5 a 10 mg diarios. La suspensión de los corticosteroides debe considerarse cuando la enfermedad está completamente inactiva, con el objetivo de minimizar los efectos adversos a largo plazo de estos fármacos, como el riesgo de osteoporosis, diabetes y hipertensión.

El seguimiento cercano es fundamental en los pacientes con nefritis lúpica para detectar cualquier signo de recaída de la enfermedad o efectos secundarios relacionados con el tratamiento. El monitoreo regular de la función renal, los niveles de proteína en orina, así como las pruebas de sangre para evaluar la función hepática y hematológica, son esenciales para garantizar la efectividad del tratamiento y la seguridad del paciente. Además, los medicamentos inmunosupresores deben ser administrados bajo la supervisión de médicos con experiencia en su uso, ya que su manejo adecuado es crucial para evitar complicaciones graves.

En casos donde se requieren dosis más altas de ciclofosfamida debido a la falta de respuesta al tratamiento inicial, se deben tomar medidas para proteger la fertilidad en las mujeres. Los análogos de la hormona liberadora de gonadotropinas se utilizan para prevenir la falla ovárica prematura, un efecto secundario potencialmente devastador del uso prolongado de ciclofosfamida, que puede causar infertilidad en mujeres jóvenes.

En situaciones donde las manifestaciones del lupus son potencialmente mortales o amenazan órganos vitales y no han respondido a las terapias convencionales, el rituximab, un anticuerpo monoclonal que depleciona las células B, se considera una opción terapéutica. Este fármaco ha mostrado eficacia en el tratamiento de formas graves de lupus que no han respondido adecuadamente a los tratamientos tradicionales, como los inmunosupresores o los corticosteroides. Sin embargo, el rituximab suele reservarse para los casos más complejos y peligrosos, dada su naturaleza costosa y su perfil de efectos secundarios.

Evolución y pronóstico

El curso clínico y el pronóstico del lupus eritematoso sistémico pueden variar considerablemente entre los pacientes. En términos generales, la tasa de supervivencia a diez años supera el 85%, lo que sugiere que la mayoría de los pacientes con esta enfermedad pueden esperar vivir mucho tiempo si se manejan adecuadamente. No obstante, la enfermedad sigue un curso en forma de recaídas y remisiones en la mayoría de los casos, lo que significa que los pacientes experimentan episodios de exacerbación de los síntomas seguidos de períodos de mejoría o remisión parcial. Sin embargo, en algunos pacientes, la enfermedad puede presentar un curso más virulento, con manifestaciones graves que afectan a órganos vitales como los pulmones, el corazón, el cerebro o los riñones. En estos casos, la enfermedad puede llevar a una discapacidad significativa e incluso a la muerte.

La mortalidad en el lupus eritematoso sistémico sigue un patrón bimodal. Durante los primeros años después del diagnóstico, las infecciones, especialmente aquellas causadas por organismos oportunistas, son la principal causa de muerte. La inmunosupresión utilizada para tratar el lupus, junto con la propia actividad de la enfermedad, aumenta el riesgo de infecciones graves, lo que puede complicar el manejo clínico. Posteriormente, en las etapas más avanzadas de la enfermedad, la principal causa de mortalidad cambia a las complicaciones relacionadas con la inflamación crónica, particularmente la aterosclerosis acelerada. La inflamación persistente asociada al lupus tiene un impacto negativo en los vasos sanguíneos, lo que favorece el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, como la enfermedad arterial coronaria. De hecho, las personas con lupus tienen un riesgo de infarto de miocardio cinco veces mayor que la población general, lo que subraya la importancia de controlar los factores de riesgo cardiovascular en estos pacientes.

Como resultado, se recomienda a los pacientes con lupus evitar fumar, ya que el tabaquismo es un factor de riesgo conocido para el desarrollo de aterosclerosis y enfermedades cardiovasculares. Además, deben tomar medidas para controlar otros factores de riesgo convencionales para la aterosclerosis, como la hipertensión, la dislipidemia y la diabetes, mediante un enfoque integral que incluya cambios en el estilo de vida y, si es necesario, el uso de medicamentos.

En cuanto a la fertilidad, las mujeres con lupus tienen una función reproductiva normal, lo que significa que pueden concebir y tener hijos sin mayores problemas en la mayoría de los casos. Sin embargo, se recomienda que las mujeres que deseen quedar embarazadas lo hagan bajo estricta supervisión médica, especialmente cuando la enfermedad esté bien controlada. Esto se debe a que durante el embarazo, las mujeres con lupus pueden enfrentar riesgos tanto para ellas mismas como para el feto, como el aumento de la actividad de la enfermedad o la presencia de medicamentos teratogénicos (que causan malformaciones en el feto). Un control adecuado de la enfermedad, la suspensión de los medicamentos que podrían dañar al feto y la planificación cuidadosa del embarazo son cruciales para reducir estos riesgos.

Una complicación significativa del lupus es la necrosis avascular ósea, que afecta con mayor frecuencia a las caderas y las rodillas. Esta condición, que implica la muerte del tejido óseo debido a la interrupción del suministro sanguíneo, es una causa importante de morbilidad en los pacientes con lupus. La necrosis avascular puede causar dolor crónico y discapacidad en las articulaciones afectadas, lo que afecta gravemente la calidad de vida. El tratamiento generalmente incluye el control del dolor, la fisioterapia, y en casos graves, la cirugía, como la artroplastia (reemplazo articular).

Tarjeta de repaso: MANIFESTACIONES DEL LUPUS ERITEMATOSO SISTÉMICO
Tarjeta de repaso: MANIFESTACIONES DEL LUPUS ERITEMATOSO SISTÉMICO
Lecturas recomendadas:
  1. Ginzler E et al. Phase III/IV, randomized, fifty-two-week study of the efficacy and safety of belimumab in patients of Black African ancestry with systemic lupus erythematosus. Arthritis Rheumatol. 2022;74:112. [PMID: 34164944]
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Originally posted on 23 de junio de 2022 @ 4:21 AM

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