La anatomía topográfica del hígado se fundamenta en la identificación de ciertos marcadores externos que permiten delinear su estructura y dividirlo en lóbulos. Esta organización es esencial no solo para la comprensión de la anatomía del órgano, sino también para su función y la identificación de patologías.
Los principales marcadores externos que se utilizan para describir la topografía hepática son el ligamento falciforme, la fisura umbilical, la fosa cística y la fisura hiliar transversa. El ligamento falciforme es una estructura delgada y membranosa que se extiende desde el diafragma y la pared abdominal anterior hasta la superficie del hígado, actuando como un separador anatómico entre los lóbulos izquierdo y derecho. Este ligamento contiene tejido conectivo y elementos vasculares que contribuyen al soporte del hígado.
La fisura umbilical, situada en la superficie anterior del hígado, es un rasgo importante que marca la línea de división entre el lóbulo izquierdo y el lóbulo derecho. Este surco es un remanente de la vena umbilical, que en la vida fetal transportaba sangre oxigenada desde la placenta hacia el feto. Su presencia es un indicador clave en la identificación de los lóbulos hepáticos.
La fosa cística, por otro lado, se encuentra en la cara inferior del hígado, donde se ubica la vesícula biliar. Este espacio es fundamental para el almacenamiento y la concentración de la bilis, un líquido digestivo esencial. La proximidad de la fosa cística al lóbulo derecho del hígado ayuda a definir los límites de este lóbulo y su relación con el sistema biliar.
La fisura hiliar transversa actúa como un punto de referencia adicional en la anatomía del hígado. Esta fisura se relaciona con la hilera del hígado, donde se agrupan los elementos vasculares y los conductos biliares. La fisura hiliar también marca la separación entre el lóbulo cuadrado y el lóbulo caudado. El lóbulo cuadrado, que se encuentra en la parte anterior y medial del hígado, está implicado en la producción de bilis, mientras que el lóbulo caudado, que se sitúa en la parte posterior y superior, tiene un papel relevante en la regulación del flujo sanguíneo a través del hígado.
Con base en estos marcadores, el hígado se divide en cuatro lóbulos principales: el lóbulo izquierdo, que se encuentra medialmente al ligamento falciforme; el lóbulo derecho, que se sitúa lateralmente al mismo ligamento; el lóbulo cuadrado, que está ubicado entre la fisura umbilical y la fosa cística; y el lóbulo caudado, que se sitúa posterior al lóbulo cuadrado y está conectado al lóbulo derecho por el área hiliar. Esta división no solo facilita la comprensión de la anatomía del hígado, sino que también permite una aproximación más eficaz en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades hepáticas.
El hígado es un órgano vital que se encuentra ubicado en la parte superior derecha del abdomen, y su posición en la cavidad abdominal es sostenida por reflejos peritoneales que se originan a partir de la cápsula de Glisson. Esta cápsula es una estructura fibrosa que rodea al hígado y forma parte de su sistema de soporte. La estabilidad del hígado en su localización se logra a través de diversas conexiones anatómicas que se extienden hacia órganos adyacentes, incluyendo el estómago, el duodeno, el diafragma y la pared abdominal anterior.
Las reflexiones peritoneales que contribuyen a mantener el hígado en su posición son esencialmente pliegues del peritoneo que se fijan en estos órganos circundantes. Entre estas estructuras destacan el ligamento falciforme, los ligamentos triangulares derecho e izquierdo, así como el epiplón menor. Cada una de estas estructuras tiene una función particular y un significado clínico importante.
El ligamento falciforme se extiende desde la parte superior del hígado, donde se encuentra el ligamento redondo, y se despliega a lo largo de la superficie anterior del hígado, continuando hacia el diafragma y la pared abdominal anterior hasta alcanzar la región del ombligo. Este ligamento es de particular importancia, ya que actúa como un separador entre los lóbulos derecho e izquierdo del hígado. Además, el ligamento redondo, que forma parte del ligamento falciforme, es un remanente de la vena umbilical, una estructura que en la vida fetal transportaba sangre oxigenada desde la placenta hacia el feto. La existencia de este remanente se convierte en un indicador anatómico de la circulación fetal y su desarrollo.
A medida que el ligamento falciforme se extiende sobre el diafragma, las hojas peritoneales que lo componen se separan en dos estructuras en forma triangular. Este fenómeno tiene un papel significativo en la anatomía del hígado, ya que estas hojas peritoneales cubren la entrada de las venas hepáticas hacia la cava suprahepática. Este cubrimiento es crucial, ya que asegura que la circulación sanguínea que sale del hígado hacia el corazón no se vea comprometida.
Los ligamentos triangulares, tanto el derecho como el izquierdo, son también extensiones del peritoneo que se fijan a los bordes laterales del hígado. Estos ligamentos ayudan a mantener la estabilidad del órgano al anclarlo a la pared abdominal y a las estructuras adyacentes. En conjunto, todos estos elementos proporcionan un soporte mecánico al hígado, permitiendo que mantenga su posición adecuada mientras cumple con sus funciones metabólicas y detoxificadoras.
Además de su función de soporte, estas estructuras anatómicas también tienen relevancia en la cirugía y en la evaluación de enfermedades hepáticas. Conocer la disposición de los ligamentos y su relación con otros órganos es fundamental en la práctica clínica, especialmente en el contexto de intervenciones quirúrgicas que involucran el hígado o el sistema biliar.
A nivel de la vena cava suprahepática, las reflexiones del peritoneo desempeñan un papel crucial en la organización anatómica y el soporte del hígado. A medida que se desplazan lateralmente, estas reflexiones peritoneales se convierten en los ligamentos coronarios derecho e izquierdo. Estos ligamentos son estructuras que envuelven la parte superior y posterior del hígado y establecen una conexión esencial entre este órgano y el diafragma, así como con la pared abdominal posterior.
Los ligamentos coronarios derecho e izquierdo son el resultado de la expansión del peritoneo, el cual es la membrana que recubre la cavidad abdominal. Estas estructuras no solo actúan como soportes mecánicos, sino que también son relevantes para la vascularización y la inervación del hígado. Al llegar a los bordes laterales del hígado, los ligamentos coronarios se extienden y se fusionan con la reflexión posterior del peritoneo, dando lugar a la formación de los ligamentos triangulares, tanto derecho como izquierdo. Estos ligamentos triangulares, a su vez, refuerzan la sujeción del hígado al proporcionar una conexión adicional con el diafragma y las estructuras adyacentes, asegurando así la estabilidad del órgano.
El ligamento coronario derecho tiene una particular relevancia clínica y anatómica, ya que se extiende y se fusiona con el polo superior del riñón derecho, formando lo que se conoce como el ligamento hepatorrenal. Esta estructura es significativa, ya que establece una relación entre el hígado y el riñón, lo que puede tener implicaciones en la patología y en los procedimientos quirúrgicos que involucran ambos órganos. La proximidad del hígado al riñón derecho a través de este ligamento también puede influir en el diagnóstico de enfermedades, ya que el compromiso de uno de estos órganos puede afectar al otro.
Desde un punto de vista funcional, los ligamentos coronarios y triangulares contribuyen a la preservación de la integridad estructural del hígado mientras este órgano realiza sus múltiples funciones, que incluyen la metabolización de nutrientes, la detoxificación de sustancias nocivas y la producción de proteínas esenciales. La disposición de estos ligamentos permite que el hígado se mantenga en su posición adecuada durante la respiración y los movimientos del diafragma, lo que es fundamental para el funcionamiento óptimo del sistema cardiovascular y digestivo.
El epiplón menor es una estructura anatómica que se considera una continuación de la hoja peritoneal derivada de la reflexión posterior del ligamento triangular del hígado. Esta estructura se extiende desde la superficie inferior del hígado hasta la curvatura menor del estómago y abarca los primeros dos centímetros del duodeno, estableciendo así una conexión importante entre estos órganos.
El epiplón menor se divide en dos componentes principales: el ligamento hepatogástrico y el ligamento hepatoduodenal. El ligamento hepatogástrico conecta el hígado con la curvatura menor del estómago, mientras que el ligamento hepatoduodenal se extiende desde el hígado hasta el duodeno. Esta disposición permite que el epiplón menor no solo sirva como una conexión anatómica, sino que también actúe como un conducto para estructuras vasculares y nerviosas que son esenciales para el suministro sanguíneo y la inervación de los órganos adyacentes.
El ligamento hepatoduodenal es especialmente significativo, ya que forma el borde anterior del hiato de Winslow, también conocido como el foramen omental. Este hiato es una apertura crucial en el peritoneo que permite la comunicación entre la cavidad abdominal y el espacio omental, donde se localiza el omento mayor, una estructura que desempeña funciones importantes en la regulación del metabolismo y la respuesta inmunológica. El hiato de Winslow es un punto clave en la anatomía abdominal, ya que permite el paso de estructuras vasculares y nerviosas entre diferentes compartimentos.
En el interior del ligamento hepatoduodenal, se encuentra la vena porta, una de las estructuras vasculares más relevantes en el sistema circulatorio del hígado. La vena porta es responsable de transportar sangre desde el tracto gastrointestinal y el bazo hacia el hígado, donde esta sangre es procesada y detoxificada. La presencia de la vena porta en el ligamento hepatoduodenal subraya la importancia de esta estructura no solo como un soporte anatómico, sino también como un conducto vital para la circulación sanguínea.
Además, el epiplón menor juega un papel importante en la defensa del hígado y en la respuesta a infecciones. La hoja peritoneal que forma el epiplón menor puede contener tejido linfoide, que es fundamental para la inmunidad. De esta manera, el epiplón menor no solo proporciona soporte mecánico, sino que también participa en la protección del hígado frente a patógenos y en la regulación de procesos inflamatorios.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Skandalakis J: Hepatic surgical anatomy. Surg Clin N Am 2004; 84:413-435.
- Graeme J Poston: Surgical management of hepatobiliary and pancreatic disorders. 2a ed. United Kingdom: Informa UK, 2011.
- Launois B: The posterior intrahepatic approach in liver surgery. 1st ed. New York: Springer-Verlag, 2013:1-22.
- R: Clinical and surgical anatomy of the liver: a review for clinicians. Clinical Anatomy 2014:764-769.


Originally posted on 5 de octubre de 2024 @ 10:29 PM