Aneurismas del aorta torácica

Aneurismas del aorta torácica
Aneurismas del aorta torácica

Los aneurismas de la aorta torácica son una afección médica compleja que implica una dilatación patológica de la aorta, la principal arteria del cuerpo humano. La aorta se extiende desde el corazón y se distribuye por todo el cuerpo, transportando sangre rica en oxígeno. Cuando se forma un aneurisma en la aorta torácica, esto puede poner en riesgo la integridad del vaso sanguíneo y comprometer el flujo sanguíneo a los órganos vitales. Aunque los aneurismas de la aorta torácica son menos comunes que los de la aorta abdominal, constituyen un problema clínico significativo debido a su potencial de ruptura, que puede ser fatal.

La principal causa de los aneurismas de la aorta torácica es la aterosclerosis, un proceso patológico crónico caracterizado por la acumulación de placas de grasa, colesterol y otras sustancias en las paredes de las arterias. La aterosclerosis conduce a un endurecimiento y estrechamiento de las arterias, lo que disminuye la elasticidad de la aorta y aumenta el riesgo de dilatación anormal. Esta condición es particularmente prevalente en pacientes con factores de riesgo como la hipertensión, la diabetes, el tabaquismo y un historial de dislipidemia. En estos casos, la aorta pierde su capacidad para mantener su forma y resistencia, lo que facilita la formación de aneurismas.

La sífilis, aunque rara, también ha sido identificada como una causa de aneurismas aórticos torácicos, especialmente en sus etapas avanzadas. La sífilis terciaria, una fase crónica de la infección causada por la bacteria Treponema pallidum, puede dañar la aorta debido a la formación de una arteritis (inflamación de la arteria). Esta inflamación crónica debilita las capas de la pared de la aorta, lo que puede llevar a la dilatación y, eventualmente, a la formación de un aneurisma. La incidencia de aneurismas aórticos en pacientes con sífilis ha disminuido significativamente desde la era pre-antibiótica, pero aún se encuentra en poblaciones no tratadas o con tratamiento inadecuado.

Por otro lado, las enfermedades del tejido conectivo, como el síndrome de Ehlers-Danlos y el síndrome de Marfan, son causas raras pero importantes de aneurismas aórticos torácicos. Estas afecciones genéticas afectan la producción o la estructura del colágeno y otras fibras estructurales en las paredes de los vasos sanguíneos, lo que reduce la resistencia de la aorta y la hace susceptible a dilatarse de manera anormal. En el síndrome de Marfan, por ejemplo, se observa una debilidad en las fibras elásticas de la pared aórtica, lo que puede predisponer a los pacientes a desarrollar aneurismas, especialmente en la aorta ascendente. El síndrome de Ehlers-Danlos, por su parte, está asociado con una hipermovilidad de las articulaciones y una piel extremadamente flexible, condiciones que también afectan la integridad estructural de los vasos sanguíneos, incluyendo la aorta.

En casos más raros, los aneurismas aórticos traumáticos pueden ocurrir debido a un daño directo a la aorta, generalmente como resultado de un trauma severo, como el causado por accidentes automovilísticos o caídas de alta energía. El mecanismo más común es una lesión por deceleración, en la cual el cuerpo experimenta una desaceleración abrupta, causando una elongación y desgarro parcial de la pared aórtica. Estos aneurismas son conocidos como «falsos aneurismas» porque el sangrado que ocurre debido al desgarro de la pared aórtica se contiene dentro de los tejidos circundantes, formando una especie de bolsa que comunica con la aorta. Estos aneurismas suelen localizarse en la región inmediatamente distal a la arteria subclavia izquierda, en una zona donde la aorta es más susceptible a las fuerzas de tracción durante los traumatismos.

Aunque los aneurismas aórticos torácicos representan una pequeña fracción de todos los aneurismas aórticos, con menos del 10% de los casos localizados en la región torácica, su diagnóstico y manejo adecuado son cruciales debido a las complicaciones que pueden surgir si no se tratan de manera oportuna. La ruptura de un aneurisma aórtico torácico puede resultar en hemorragias masivas, shock y muerte, por lo que es fundamental identificar los factores de riesgo y realizar un seguimiento adecuado en pacientes susceptibles. La gestión de estos aneurismas depende de su tamaño, tasa de crecimiento y el riesgo de ruptura, y puede incluir opciones que van desde la vigilancia clínica hasta intervenciones quirúrgicas, como la reparación endovascular o la cirugía abierta.

Manifestaciones clínicas

Los aneurismas de la aorta torácica, a pesar de su potencial gravedad, suelen ser asintomáticos en las etapas iniciales. La ausencia de síntomas en la mayoría de los casos se debe a la localización profunda de la aorta en el tórax, lo que impide que pequeños aumentos en su tamaño generen manifestaciones clínicas evidentes. Además, la pared de la aorta es bastante elástica y puede acomodar una dilatación gradual sin que se produzcan efectos inmediatos sobre las estructuras circundantes. En consecuencia, muchos aneurismas de la aorta torácica se descubren incidentalmente durante estudios de imagen realizados por otras razones médicas.

Sin embargo, cuando los aneurismas de la aorta torácica alcanzan un tamaño suficiente o crecen a una velocidad significativa, pueden comenzar a ejercer presión sobre las estructuras adyacentes en el tórax, lo que da lugar a síntomas específicos. La ubicación y el tamaño del aneurisma juegan un papel crucial en la aparición de estos síntomas. Los aneurismas de la aorta torácica pueden afectar, entre otras, las vías respiratorias, el esófago y los grandes vasos sanguíneos, y las manifestaciones clínicas resultantes varían dependiendo de qué estructuras estén involucradas y cómo la expansión del aneurisma impacte su función.

Uno de los síntomas más comunes es el dolor en el pecho o en la parte posterior del tórax, que puede irradiar hacia el cuello. Este dolor es generalmente descrito como profundo, sordo o similar a una sensación de presión. El dolor en la región esternal puede ser un signo de que el aneurisma está ejerciendo presión sobre los nervios o las estructuras circundantes. En algunos casos, los pacientes también pueden experimentar dolor en el cuello debido a la compresión de las raíces nerviosas o los vasos sanguíneos en esa área.

Cuando un aneurisma torácico crece lo suficiente como para comprimir la tráquea, el esófago o la vena cava superior, pueden aparecer otros signos y síntomas relacionados con la obstrucción o el compromiso de estas estructuras vitales. La disnea (dificultad para respirar) es un síntoma frecuente, que puede resultar de la compresión de la tráquea, que es la principal vía aérea para el paso de aire hacia los pulmones. Además, si el aneurisma afecta la tráquea, el paciente puede presentar un estridor, que es un sonido respiratorio áspero o sibilante, o incluso una tos metálica, también conocida como tos ronca. Estos síntomas son indicativos de una obstrucción parcial de las vías respiratorias, lo que genera un paso de aire turbulento y ruidoso.

La disfagia (dificultad para tragar) es otro síntoma importante que puede ocurrir si el aneurisma comprime el esófago, dificultando el paso de alimentos y líquidos desde la boca hacia el estómago. Este síntoma, a menudo, se presenta como una sensación de bloqueo o de que los alimentos no descienden correctamente, lo que puede acompañarse de dolor o malestar al intentar tragar.

Además, la compresión de la vena cava superior, una de las principales venas responsables de drenar la sangre desde la parte superior del cuerpo hacia el corazón, puede causar edema en el cuello, la cara y los brazos. La obstrucción de esta vena también puede dar lugar a una distensión de las venas en el cuello, que es visible como venas prominentes o dilatadas en la piel del cuello, un signo clásico de compromiso venoso. En casos graves, esta obstrucción puede interferir con el retorno venoso, lo que lleva a una acumulación de líquidos en la parte superior del cuerpo.

El nervio laríngeo recurrente izquierdo, que es una rama del nervio vago, puede ser estirado o comprimido por la expansión del aneurisma en la aorta, particularmente en el caso de aneurismas de la aorta ascendente. La compresión de este nervio puede causar disfonía o ronquera, un cambio en la calidad de la voz que puede ser notablemente áspera o apagada. Este síntoma es el resultado de la alteración de la función del músculo cricoaritenoideo, que es responsable de la vibración de las cuerdas vocales.

En el caso de los aneurismas de la aorta ascendente, una complicación adicional que puede surgir es la insuficiencia aórtica, también conocida como regurgitación aórtica. Esta condición ocurre cuando el anillo de la válvula aórtica se dilata como resultado de la expansión del aneurisma. La válvula aórtica pierde su capacidad de cerrarse adecuadamente, lo que permite que la sangre fluya de regreso al ventrículo izquierdo del corazón en lugar de ser dirigida correctamente hacia la circulación sistémica. La insuficiencia aórtica puede generar síntomas como falta de aliento, fatiga y palpitaciones, y con el tiempo, puede provocar insuficiencia cardíaca si no se maneja adecuadamente.

La ruptura de un aneurisma de la aorta torácica es una complicación catastrófica y, generalmente, fatal. Esta situación se caracteriza por una hemorragia masiva, ya que el sangrado raramente se contiene en el espacio perivascular, lo que impide cualquier tipo de reparación de emergencia. La ruptura a menudo se presenta de manera súbita y dramática, con un inicio abrupto de dolor torácico severo y dificultad respiratoria. Dado que la ruptura de un aneurisma de la aorta torácica causa un sangrado profuso en el mediastino o la cavidad torácica, las posibilidades de intervención quirúrgica exitosa se reducen considerablemente, lo que convierte esta condición en una de las emergencias médicas más graves.

 

Exámenes complementarios

El diagnóstico de un aneurisma de la aorta torácica se basa en diversas modalidades de imagen que permiten evaluar la dilatación de la arteria y sus características anatómicas, así como identificar complicaciones asociadas y excluir posibles diagnósticos diferenciales. Entre las técnicas más utilizadas para la evaluación de los aneurismas de la aorta, la radiografía de tórax, la tomografía computarizada con contraste, la resonancia magnética y otras modalidades como la ecocardiografía y la cateterización cardíaca desempeñan un papel fundamental en la visualización precisa de la afección.

La radiografía de tórax puede ser útil en la detección inicial de un aneurisma de la aorta torácica, aunque no es la herramienta más específica ni la más detallada para caracterizar la lesión. En este tipo de estudio, uno de los hallazgos más característicos es la calcificación del contorno de la aorta dilatada. La calcificación es un signo de daño crónico en las paredes de la aorta y se observa con mayor frecuencia en los aneurismas secundarios a aterosclerosis. Esta imagen radiográfica puede sugerir la presencia de un aneurisma, pero la radiografía no proporciona información suficiente sobre el tamaño, la localización precisa ni las características de la aorta dilatada. Por esta razón, la radiografía de tórax se utiliza principalmente como un hallazgo incidental o para orientar a los clínicos a realizar estudios de diagnóstico más específicos.

La tomografía computarizada (TC) con realce por contraste es la modalidad de elección para la evaluación detallada de los aneurismas de la aorta torácica. La TC con contraste permite obtener imágenes transversales de alta resolución que proporcionan información precisa sobre el tamaño, la forma, la localización y la extensión del aneurisma. Este estudio es especialmente valioso para evaluar la relación del aneurisma con las estructuras circundantes, como el esófago, la tráquea, la vena cava superior, y los vasos coronarios, que pueden verse comprometidos por la dilatación aórtica. Además, la TC es útil para planificar la intervención quirúrgica, ya que proporciona datos claros sobre la anatomía de la aorta y las posibles complicaciones asociadas. También permite identificar otros hallazgos importantes, como la presencia de hematomas o fugas en el aneurisma. Es la técnica más precisa para medir el tamaño del aneurisma y para observar detalles de la pared aórtica que podrían no ser visibles en otras modalidades.

La resonancia magnética (RM), en particular la resonancia magnética con contraste (MRA, por sus siglas en inglés), es otra modalidad excelente para la visualización de los aneurismas de la aorta, especialmente en pacientes en los que la exposición a la radiación debe ser limitada, como en aquellos que requieren seguimiento a largo plazo. La MRA tiene la ventaja de proporcionar imágenes de alta resolución y es particularmente útil para demostrar la anatomía de la aorta y medir el tamaño del aneurisma. Además, la resonancia magnética permite una evaluación detallada de la aorta sin el riesgo de radiación, lo que la hace ideal para monitorear la evolución de la enfermedad. Un beneficio adicional de la MRA es su capacidad para excluir otras condiciones que pueden imitar a los aneurismas de la aorta, como neoplasias mediastínicas o un bocio substernal, que pueden causar síntomas similares debido a la presión sobre las estructuras cercanas, como la tráquea o el esófago.

A pesar de las ventajas de la tomografía computarizada y la resonancia magnética, actualmente no existe una alternativa económica, como la ecografía o el ultrasonido, que sea adecuada para la detección y vigilancia de los aneurismas de la aorta torácica. El ultrasonido es una herramienta útil para el estudio de los aneurismas de la aorta abdominal, donde la visualización es más fácil debido a la proximidad a la pared abdominal y la menor interferencia de estructuras óseas. Sin embargo, en la aorta torácica, debido a la profundidad de la arteria y las interferencias causadas por las costillas y otros tejidos, el ultrasonido no proporciona imágenes lo suficientemente claras ni precisas para evaluar de manera efectiva la aorta torácica. Por lo tanto, para la detección, el diagnóstico y el seguimiento de los aneurismas torácicos, se requieren modalidades de imagen más sofisticadas y detalladas como la tomografía computarizada o la resonancia magnética.

En algunos casos, la cateterización cardíaca y la ecocardiografía son necesarias para evaluar específicamente la relación de un aneurisma con los vasos coronarios, especialmente en aquellos casos en los que se sospecha que el aneurisma afecta la aorta ascendente. En la cateterización cardíaca, se introduce un catéter en las arterias coronarias para obtener imágenes detalladas del sistema vascular coronario y la aorta. Esta técnica es especialmente valiosa cuando se sospecha que el aneurisma está interfiriendo con el flujo sanguíneo coronario, lo que podría afectar el suministro de sangre al corazón y poner al paciente en riesgo de insuficiencia cardíaca o infarto. La ecocardiografía, por su parte, es una herramienta útil en la evaluación de los aneurismas de la aorta ascendente, ya que permite la visualización en tiempo real del corazón y los grandes vasos, además de evaluar la función de la válvula aórtica y detectar signos de insuficiencia aórtica si el aneurisma afecta la válvula aórtica.

 

Tratamiento

La decisión de intervenir quirúrgicamente un aneurisma de la aorta torácica depende de varios factores clínicos que incluyen la localización de la dilatación, la velocidad de crecimiento del aneurisma, la presencia de síntomas asociados y el estado general de salud del paciente. Cada uno de estos aspectos influye directamente en la evaluación del riesgo-beneficio de la reparación quirúrgica, ya que los aneurismas de la aorta torácica son condiciones potencialmente mortales si no se abordan adecuadamente, pero su tratamiento también conlleva riesgos significativos. La intervención está indicada cuando se alcanzan ciertos umbrales de tamaño, especialmente en aneurismas grandes o cuando el aneurisma comienza a afectar la función de las estructuras circundantes.

Los aneurismas que involucran la aorta ascendente o el arco aórtico son particularmente desafiantes desde el punto de vista quirúrgico debido a la complejidad anatómica de estas zonas. La aorta ascendente es la parte de la aorta que se origina en el ventrículo izquierdo del corazón y se extiende hacia arriba, mientras que el arco aórtico es la porción curva de la aorta que se dirige hacia abajo para continuar con la aorta descendente. Los aneurismas que afectan estas áreas son críticos porque pueden comprometer tanto la circulación a los órganos vitales (cerebro, corazón, pulmones) como la estabilidad hemodinámica general. En estos casos, la reparación quirúrgica se considera cuando el aneurisma alcanza un tamaño de aproximadamente 5.5 centímetros de diámetro, ya que este es el umbral en el cual el riesgo de ruptura o de complicaciones graves aumenta considerablemente.

La intervención en estos aneurismas de la aorta ascendente o arco aórtico generalmente requiere cirugía abierta, que es un procedimiento invasivo en el cual se accede a la aorta a través de una incisión en el tórax. Este tipo de cirugía implica un riesgo considerable de morbilidad, ya que la interrupción del flujo sanguíneo a través del arco aórtico y las arterias principales, como las coronarias y las arterias que irrigan el cerebro, es necesaria para reparar la aorta. La interrupción del flujo sanguíneo puede dar lugar a complicaciones graves, como accidentes cerebrovasculares, lesiones neurológicas difusas (que afectan la función cerebral y motora), y deterioro intelectual, lo que puede impactar de manera significativa la calidad de vida del paciente. Además, debido a la complejidad de la cirugía, los pacientes deben ser cuidadosamente seleccionados, considerando su estado general de salud, la función cardiovascular y otros factores comórbidos.

Los aneurismas de la aorta torácica descendente, que se localizan por debajo del arco aórtico y se extienden hacia la aorta abdominal, son más frecuentes y, a pesar de que también pueden representar un riesgo importante, su tratamiento suele ser menos complejo que el de los aneurismas que afectan el arco o la aorta ascendente. Cuando un aneurisma de la aorta torácica descendente alcanza o supera los 5.5 centímetros de diámetro, se considera que el riesgo de ruptura es suficientemente alto como para justificar la intervención quirúrgica. De hecho, la tasa de supervivencia a cinco años en pacientes no tratados con aneurismas de la aorta torácica descendente de este tamaño es solo del 54%, lo que subraya la gravedad de la afección y la necesidad de reparación temprana.

Para los aneurismas de la aorta descendente, el tratamiento más habitual es la cirugía endovascular mediante la colocación de un injerto endovascular. Este enfoque menos invasivo implica la inserción de un stent o injerto a través de las arterias periféricas, lo que permite reparar el aneurisma sin la necesidad de realizar una cirugía abierta en el tórax. La cirugía endovascular tiene menores tasas de morbilidad comparada con la cirugía abierta, aunque no está exenta de riesgos, como el desplazamiento del injerto, infecciones o complicaciones relacionadas con el acceso vascular.

La reparación de aneurismas del arco aórtico es uno de los procedimientos más complejos dentro de la cirugía de aneurismas aórticos, debido a la delicada ubicación de la aorta en el mediastino y la proximidad a estructuras vitales, como el corazón, los grandes vasos y los nervios. Estos aneurismas son relativamente raros, pero su tratamiento requiere un equipo quirúrgico altamente especializado y experimentado, con una tasa de resultados favorables documentada. Solo en centros de referencia con personal quirúrgico con experiencia en estas intervenciones complejas se debería considerar la cirugía abierta para reparar un aneurisma del arco aórtico. La intervención implica la revascularización de las arterias que salen del arco, como la arteria subclavia y la arteria carótida, lo cual es un desafío adicional, ya que el flujo sanguíneo a estas arterias puede verse comprometido durante el procedimiento.

En la actualidad, existen técnicas avanzadas de reparación endovascular para aneurismas que involucran el arco aórtico o la aorta visceral. Estas técnicas emplean injertos endovasculares complejos, que incluyen injertos personalizados con ramas para restaurar el flujo sanguíneo a las arterias principales que se originan en el arco aórtico, como las arterias subclavia y carótida. Estas reconstrucciones endovasculares son una alternativa para pacientes en los que la cirugía abierta no es una opción viable o que presentan un alto riesgo quirúrgico. Sin embargo, a pesar de los avances en estas técnicas mínimamente invasivas, las indicaciones para la reparación del aneurisma no se modifican. La decisión de intervenir sigue estando determinada por el tamaño del aneurisma, su tasa de crecimiento, los síntomas del paciente y su estado general de salud, sin que la disponibilidad de técnicas endovasculares cambie estos criterios fundamentales.

 

Complicaciones

La reparación de un aneurisma de la aorta torácica, a pesar de los avances en técnicas quirúrgicas y endovasculares, sigue estando asociada con una morbilidad y mortalidad significativamente altas en comparación con la reparación de un aneurisma de la aorta abdominal infrarrenal. Este mayor riesgo se debe principalmente a la complejidad anatómica de la aorta torácica y a la proximidad de estructuras vitales que se pueden ver afectadas durante la cirugía, como el sistema nervioso central y las arterias que irrigan la médula espinal.

Una de las complicaciones más devastadoras asociadas con la reparación de aneurismas torácicos es la paraplejia, que resulta de la interrupción o alteración del suministro sanguíneo a la médula espinal. Esta complicación es especialmente prevalente en los aneurismas que afectan áreas extensas de la aorta torácica. Aunque la reparación endovascular de los aneurismas torácicos, especialmente los aneurismas saculares discretos en la aorta torácica descendente, ha demostrado ser una opción menos invasiva, aún se reporta una tasa de paraplejia en un rango de aproximadamente 4-10% en las series más grandes de pacientes tratados con esta técnica. La razón de este riesgo elevado se encuentra en la vascularización segmentaria de la médula espinal a través de las ramas intercostales de la aorta, cuya interconexión intersegmentaria es variable. Es decir, la médula espinal recibe sangre a través de vasos de cada segmento de la columna, lo que hace que las interrupciones del flujo sanguíneo a lo largo de una porción extensa de la aorta puedan afectar significativamente la irrigación de la médula espinal, provocando daño neurológico y, en casos graves, paraplejia.

El riesgo de paraplejia es directamente proporcional a la extensión del aneurisma. A medida que el aneurisma se hace más grande y abarca una porción más extensa de la aorta torácica, especialmente cuando afecta el arco aórtico y sus ramas principales, el riesgo de interrupción del suministro sanguíneo a la médula espinal aumenta. La reparación de estos aneurismas implica a menudo la manipulación oclusiva de la aorta durante el procedimiento quirúrgico, lo que puede causar un desequilibrio en la perfusión de las arterias segmentarias que nutren la médula espinal.

Además, ciertos factores de riesgo preexistentes también aumentan significativamente la probabilidad de paraplejia. Por ejemplo, los pacientes que han sufrido cirugía abdominal infrarrenal previa, como una reparación de un aneurisma de la aorta abdominal, tienen un mayor riesgo de complicaciones medulares en caso de reparación de un aneurisma torácico. Esto se debe a que en la cirugía abdominal infrarrenal, se pueden haber dañado o modificado las arterias que aportan sangre a la médula espinal, dejando la vascularización de la columna más vulnerable en procedimientos posteriores. Igualmente, la oclusión de la arteria subclavia o de la arteria ilíaca interna, que son arterias principales que contribuyen a la irrigación medular, también incrementa el riesgo de paraplejia. Este riesgo se ve exacerbado por episodios de hipotensión intraoperatoria, que pueden comprometer aún más la circulación sanguínea a la médula espinal, exacerbando los efectos de una circulación interrumpida o reducida.

La reparación de aneurismas que afectan el arco aórtico añade otro nivel de complejidad, ya que el flujo sanguíneo a las arterias principales que irrigan el cerebro también puede verse comprometido durante el procedimiento. En este contexto, el riesgo de accidente cerebrovascular (ACV) aumenta, incluso si el aneurisma no está afectando directamente las arterias carótidas. El arco aórtico es el punto de origen de las arterias que suministran sangre al cerebro, y cualquier alteración en su flujo sanguíneo, ya sea por la manipulación durante la cirugía o por la interrupción temporal del flujo, puede desencadenar un accidente cerebrovascular. Aunque no siempre la cirugía afecta directamente las arterias carótidas, los cambios en la dinámica del flujo sanguíneo en el arco pueden generar embolias o alteraciones hemodinámicas que favorezcan la aparición de un ACV.

 

Pronóstico

Los aneurismas degenerativos de la aorta torácica, aquellos que se desarrollan debido a procesos patológicos como la aterosclerosis o el envejecimiento natural del vaso, tienden a aumentar de tamaño progresivamente con el tiempo. En promedio, estos aneurismas experimentan un crecimiento de aproximadamente 0.1 centímetros por año, lo que implica que, si no se intervienen, continúan agrandándose hasta alcanzar tamaños peligrosos. A medida que el aneurisma aumenta de tamaño, el riesgo de ruptura también crece, lo cual es una complicación devastadora y a menudo fatal. La ruptura de un aneurisma torácico es casi siempre mortal debido a la cantidad masiva de sangrado que ocurre, lo que provoca un shock hemorrágico rápido y difícil de controlar. Debido a este riesgo, los aneurismas torácicos degenerativos generalmente requieren reparación quirúrgica antes de que alcancen un tamaño crítico.

La reparación endovascular ha demostrado ser una opción eficaz y menos invasiva en muchos casos de aneurismas torácicos, especialmente en aneurismas saculares que se localizan en áreas de la aorta más distales, como por debajo de la arteria subclavia izquierda y en la aorta torácica descendente. Estos aneurismas pueden ser tratados mediante la colocación de un injerto endovascular, un dispositivo que se introduce a través de un acceso arterial periférico (generalmente en la ingle) y se despliega dentro de la aorta para reforzar la pared arterial debilitada y prevenir la ruptura. La reparación endovascular de estos aneurismas ha mostrado resultados muy positivos, con tasas de éxito relativamente altas en términos de reparación efectiva y reducción de complicaciones. Esta técnica tiene la ventaja de ser menos invasiva que la cirugía abierta tradicional, lo que implica menos riesgos de infección, menos tiempo de recuperación y menor trauma para el paciente.

Sin embargo, los aneurismas que afectan el arco aórtico son mucho más desafiantes debido a su compleja anatomía y la proximidad a estructuras vitales, como el corazón y las arterias principales que irrigan el cerebro. La resección de aneurismas del arco aórtico es una intervención quirúrgica extremadamente delicada que debe ser realizada por un equipo quirúrgico altamente especializado. La cirugía para estos aneurismas requiere un enfoque minucioso para evitar daños a las arterias carótidas, subclavias y otras ramas principales, así como para asegurar la correcta restauración del flujo sanguíneo a estas estructuras. Esta operación está asociada con una alta morbilidad y requiere que el paciente esté en un estado general óptimo para tolerar los riesgos inherentes. Por lo tanto, la resección de aneurismas del arco aórtico debe ser considerada solo en pacientes de bajo riesgo, aquellos cuya salud general y función cardiovascular les permita soportar la cirugía invasiva.

En los últimos años, el desarrollo de injertos endovasculares con ramas y fenestraciones ha revolucionado el tratamiento de aneurismas complejos, incluidos aquellos que afectan el arco aórtico o que involucran múltiples ramas de la aorta. Estos injertos endovasculares ramificados o fenestrados están diseñados con ramificaciones personalizadasque permiten la preservación del flujo sanguíneo a las arterias importantes que se originan del arco aórtico, como las arterias carótidas y subclavias. Esta tecnología ha permitido tratar aneurismas que anteriormente eran considerados demasiado riesgosos para la reparación endovascular convencional. Al proporcionar soluciones quirúrgicas más precisas y menos invasivas, los injertos ramificados o fenestrados han reducido la morbilidad y mortalidad asociadas con estos procedimientos, ampliando así la elegibilidad para la reparación endovascular de aneurismas torácicos complejos. Los resultados de estos enfoques avanzados son generalmente buenos, con menos complicaciones postoperatorias y un tiempo de recuperación más corto en comparación con la cirugía abierta tradicional.

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Dias-Neto M et al. Outcomes of elective and non-elective fenestrated-branched endovascular aortic repair for treatment of thoracoabdominal aortic aneurysms. Ann Surg. 2023;278:568. [PMID: 37395613]
  2. Upchurch GR et al. Society for Vascular Surgery clinical practice guidelines of thoracic endovascular aortic repair for descending thoracic aortic aneurysms. J Vasc Surg. 2021;73:55S. [PMID: 32628988]

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