Tratamiento de la tromboembolia pulmonar

La tromboembolia pulmonar es una condición médica crítica que ocurre cuando un coágulo sanguíneo, conocido como trombo, se desprende de su sitio original, generalmente en las venas profundas de las piernas, y viaja a través del sistema venoso hasta los pulmones. Allí, el coágulo puede bloquear una o varias arterias pulmonares, interrumpiendo el flujo de sangre oxigenada al tejido pulmonar. Este bloqueo puede tener consecuencias severas, incluso mortales, si no se trata adecuadamente.
El riesgo de tromboembolia pulmonar es alto debido a varios factores. La inmovilidad prolongada, como durante un viaje largo en avión o tras una cirugía, puede predisponer a la formación de coágulos. Asimismo, traumas recientes, enfermedades crónicas como cáncer o insuficiencia cardíaca, y ciertos factores genéticos que alteran la coagulación también contribuyen a este riesgo. Incluso condiciones como el embarazo y el uso de anticonceptivos hormonales pueden aumentar la probabilidad de desarrollar coágulos.
Es crucial tratar la TEP debido a sus graves implicaciones para la salud. La obstrucción de las arterias pulmonares puede llevar a una disminución drástica en la cantidad de sangre rica en oxígeno que llega al corazón y al resto del cuerpo. Esto puede resultar en un colapso cardiovascular y, en los casos más graves, en la muerte súbita del paciente. La tasa de mortalidad puede alcanzar hasta el 50% en casos de TEP masiva, y alrededor del 20% en casos de TEP de riesgo intermedio.
Además de la amenaza inmediata para la vida, la TEP puede causar daños a largo plazo. El bloqueo de las arterias pulmonares puede elevar la presión en el lado derecho del corazón, lo que lleva a una condición conocida como hipertensión pulmonar. Esta presión elevada puede dañar el corazón y los pulmones, causando problemas crónicos y limitando la capacidad del paciente para realizar actividades físicas. Los sobrevivientes de TEP también pueden experimentar intolerancia al ejercicio, enfermedad tromboembólica crónica y una condición conocida como hipertensión pulmonar tromboembólica crónica, que puede afectar la calidad de vida durante años.
El tratamiento de la TEP se basa en la severidad de la condición. Para la mayoría de los pacientes, los anticoagulantes son el primer paso en el tratamiento. Estos medicamentos ayudan a prevenir la formación de nuevos coágulos y permiten que el cuerpo disuelva los existentes. En situaciones graves, como en casos de TEP masiva, se pueden utilizar medicamentos trombolíticos para disolver el coágulo más rápidamente. Además, se pueden considerar procedimientos como la embolectomía, que implica la eliminación del coágulo directamente, o la colocación de filtros en la vena cava inferior para evitar que futuros coágulos lleguen a los pulmones.
Anticoagulación
El tratamiento de la tromboembolia pulmonar (TEP) y la trombosis venosa profunda (TVP) es crucial debido a la alta peligrosidad que conlleva el riesgo de complicaciones graves, como la embolia pulmonar, que puede ser potencialmente fatal. Para abordar eficazmente la TVP, que se caracteriza por la formación de coágulos en las venas profundas, principalmente en las piernas, la anticoagulación se erige como una estrategia fundamental.
La trombosis venosa profunda ocurre cuando se forman coágulos en las venas profundas, limitando el flujo sanguíneo y generando riesgos de que estos coágulos se desprendan y viajen a los pulmones, causando una embolia pulmonar. Esta situación puede poner en peligro la vida, ya que el coágulo bloquea el flujo sanguíneo a los pulmones, impidiendo el intercambio de oxígeno y causando daños graves en el sistema respiratorio. Por lo tanto, el tratamiento de la TVP debe ser eficaz para evitar la formación de nuevos coágulos y prevenir la complicación de una embolia pulmonar.
La anticoagulación es la terapia estándar para tratar la TVP y prevenir su evolución a una embolia pulmonar. Los anticoagulantes actúan interfiriendo en el complejo proceso de coagulación de la sangre, el cual es fundamental para la formación de coágulos y la detención de hemorragias. Estos medicamentos evitan que las reacciones químicas que llevan a la formación de coágulos se produzcan de manera excesiva o inapropiada. De esta manera, los anticoagulantes no solo ayudan a disolver el coágulo existente, sino que también reducen la probabilidad de que se formen nuevos coágulos, disminuyendo así el riesgo de embolia pulmonar.
Dentro de los anticoagulantes, los anticoagulantes orales de acción directa (ACOD) son actualmente considerados la primera opción para la mayoría de los pacientes con TVP. Estos medicamentos incluyen el rivaroxabán, el apixabán, el edoxabán y el dabigatrán. Los ACOD tienen varias ventajas significativas: se administran en dosis fijas y no requieren ajustes frecuentes, lo que simplifica su uso. Además, tienen un perfil de interacción medicamentosa más sencillo, lo que reduce la probabilidad de interacciones con otros fármacos. La vida media relativamente corta de estos medicamentos permite que se eliminen del cuerpo de manera rápida en caso de necesitar ajustes en la terapia, facilitando así el manejo del tratamiento en función de la evolución clínica del paciente.
En contraste, la heparina no fraccionada, un anticoagulante más antiguo, funciona de manera diferente. Este medicamento se une a una proteína en la sangre llamada antitrombina III, que juega un papel crucial en la inactivación de varios factores de coagulación. Aunque es efectiva en la prevención de la formación de coágulos, requiere un monitoreo constante de los niveles de coagulación y ajustes regulares en la dosis, lo cual puede ser más complicado de manejar. Las heparinas de bajo peso molecular (HBPM), como la enoxaparina, presentan una alternativa moderna con una actividad más predecible y menos necesidad de monitoreo frecuente, siendo igualmente efectivas para tratar la TVP.
La duración del tratamiento anticoagulante para la TVP puede variar según varios factores, como la presencia de factores de riesgo persistentes o la ocurrencia de episodios recurrentes. En general, si el paciente tiene factores de riesgo persistentes, como inmovilidad prolongada, obesidad, embarazo o edad avanzada, o ha experimentado episodios recurrentes de TVP, se recomienda una terapia anticoagulante prolongada. La elección del tratamiento debe ser individualizada, considerando las características del paciente y el equilibrio entre los beneficios de prevenir la formación de nuevos coágulos y los riesgos asociados con la anticoagulación prolongada.
El manejo de la terapia anticoagulante para pacientes con trombosis venosa profunda (TVP) debe ser cuidadosamente adaptado a las circunstancias individuales, especialmente cuando los factores de riesgo que llevaron a la TVP son transitorios o reversibles. Estos factores incluyen condiciones como fracturas de extremidad inferior, cirugía de cadera o rodilla, o hospitalización por insuficiencia cardíaca, fibrilación auricular o infarto de miocardio. En estos casos, la suspensión de la anticoagulación después de tres meses puede ser una opción razonable.
La razón para considerar la suspensión de la anticoagulación en estos pacientes es que los factores de riesgo que causaron la TVP son generalmente temporales. Por ejemplo, una fractura de extremidad inferior o una cirugía mayor puede predisponer a la formación de coágulos durante el período de inmovilidad o trauma, pero una vez que el paciente se recupera y retoma su actividad normal, el riesgo de formación de nuevos coágulos puede disminuir significativamente. De manera similar, una hospitalización por una condición aguda, como un infarto de miocardio, puede haber elevado el riesgo de TVP de forma temporal, pero una vez que la condición subyacente se maneja y el paciente se estabiliza, el riesgo de recurrencia puede ser menor.
La duración del tratamiento anticoagulante debe tener en cuenta varios factores cruciales. La edad del paciente juega un papel importante, ya que los pacientes mayores pueden tener un mayor riesgo de hemorragia, lo que podría influir en la decisión de continuar o suspender la terapia. Además, la probabilidad de hemorragia y las posibles consecuencias deben ser evaluadas cuidadosamente. Los pacientes con antecedentes de hemorragia gastrointestinal, enfermedades coexistentes del riñón o del hígado, o aquellos que están tomando medicamentos que afectan la función plaquetaria, como la aspirina, pueden estar en mayor riesgo de complicaciones hemorrágicas.
Otro aspecto clave es el nivel de D-dímero medido un mes después de la suspensión de la terapia anticoagulante. El D-dímero es un marcador de la degradación de los coágulos y puede ayudar a evaluar si el riesgo de recurrencia de la TVP sigue siendo bajo. Si el nivel de D-dímero se mantiene elevado, puede ser una señal de que aún hay actividad coagulante en el sistema, lo que podría justificar la continuación o reinicio de la anticoagulación. Además, el sexo del paciente puede influir en la decisión, ya que algunas investigaciones sugieren que las mujeres pueden tener un riesgo ligeramente diferente de recurrencia de TVP en comparación con los hombres.
Para aquellos pacientes que deciden continuar con la terapia anticoagulante más allá del período inicial de tres meses, es fundamental realizar una evaluación anual de la relación riesgo-beneficio. Esto implica revisar el equilibrio entre los beneficios de prevenir la formación de nuevos coágulos y el riesgo de hemorragias, que es la complicación más significativa asociada con la anticoagulación. Los factores que contribuyen al riesgo de hemorragia incluyen la intensidad de la anticoagulación, la duración de la terapia, y la administración concomitante de medicamentos que interfieren con la función plaquetaria. La edad avanzada del paciente y las enfermedades coexistentes también son factores importantes a considerar en esta evaluación.
Terapia Trombolítica
La trombólisis es un tratamiento utilizado para disolver coágulos sanguíneos que bloquean el flujo de sangre en los vasos, como ocurre en la tromboembolia pulmonar (TEP). Los agentes trombolíticos como la estreptoquinasa, la uroquinasa y el activador de plasminógeno tisular recombinante (rt-PA, o alteplasa) desempeñan un papel crucial en este proceso al aumentar los niveles de plasmina en el organismo. La plasmina es una enzima que degrada la fibrina, el principal componente de los coágulos de sangre, lo que resulta en la disolución directa de los trombos intravasculares.
La estreptoquinasa y la uroquinasa son trombolíticos más antiguos que actúan activando el plasminógeno en el cuerpo, convirtiéndolo en plasmina. La estreptoquinasa es una proteína producida por el estreptococo y la uroquinasa es una enzima natural que se encuentra en la orina. Ambas promueven la formación de plasmina a partir del plasminógeno, lo que lleva a la disolución del coágulo. Por otro lado, el rt-PA (alteplasa) es un agente trombolítico más moderno que imita el activador natural del plasminógeno en el cuerpo, promoviendo directamente la conversión de plasminógeno en plasmina en el sitio del coágulo.
El uso de estos trombolíticos es especialmente beneficioso en el tratamiento de la TEP, particularmente en casos de alta gravedad. Las guías clínicas recomiendan la trombólisis sistémica para la TEP de alto riesgo o masiva, en la que el paciente está hemodinámicamente inestable. En estos casos, la administración de trombolíticos puede acelerar la resolución de los émbolos y mejorar rápidamente la circulación pulmonar, ayudando a restaurar la estabilidad hemodinámica. La trombólisis sistémica en estas situaciones tiene un bajo riesgo de sangrado comparado con el beneficio que ofrece, lo que la convierte en una opción preferida.
Para pacientes con TEP de riesgo intermedio o submasiva, es decir, aquellos que están hemodinámicamente estables pero presentan signos de estrés en el corazón derecho, la situación es más compleja. Aunque la trombólisis en estos casos no ha demostrado un beneficio significativo en la mortalidad, sí se ha asociado con una disminución en la incidencia de colapso hemodinámico. Sin embargo, la terapia trombolítica en estos pacientes aumenta el riesgo de complicaciones hemorrágicas mayores, incluyendo hemorragia intracraneal, lo que debe ser cuidadosamente evaluado antes de proceder con el tratamiento.
Las contraindicaciones para la terapia trombolítica son estrictas para minimizar riesgos. Las contraindicaciones absolutas incluyen la presencia de sangrado activo y antecedentes de accidente cerebrovascular en los últimos tres meses, ya que estos factores aumentan el riesgo de hemorragias graves. Las contraindicaciones relativas, que son menos estrictas pero aún importantes, incluyen hipertensión no controlada y cirugía o trauma reciente, específicamente en las últimas cuatro semanas. Estos factores pueden predisponer a un mayor riesgo de sangrado si se administra trombolítico.
Una alternativa a la trombólisis sistémica es la trombólisis dirigida por catéter. Este procedimiento implica la administración de una dosis baja de un agente trombolítico directamente en el coágulo a través de un catéter, lo que permite una acción más localizada y directa sobre el trombo. La trombólisis dirigida por catéter puede ser particularmente útil en pacientes con TEP de alto riesgo, aunque conlleva mayores riesgos de sangrado en comparación con la anticoagulación sola. También puede ser considerada para pacientes con TEP de riesgo intermedio que presentan un alto riesgo de colapso hemodinámico. Este enfoque puede invertir la dilatación ventricular derecha más rápidamente que la terapia anticoagulante sola, proporcionando un alivio más inmediato del estrés cardíaco y pulmonar.
Medidas Adicionales
La embolectomía pulmonar mecánica y la embolectomía quirúrgica son intervenciones que se consideran en el tratamiento de la tromboembolia pulmonar (TEP) en circunstancias específicas, especialmente cuando existen contraindicaciones para la trombólisis o cuando esta última no ha tenido éxito. Estas técnicas se reservan principalmente para pacientes con TEP de alto riesgo o de riesgo intermedio con signos de descompensación clínica, y para aquellos con complicaciones adicionales que podrían aumentar el riesgo de embolización.
La embolectomía pulmonar, ya sea mediante técnicas mecánicas o quirúrgicas, está indicada en casos donde la trombólisis no es una opción adecuada debido a contraindicaciones o donde esta ha fallado en resolver la obstrucción. En pacientes con TEP de alto riesgo, que se caracterizan por ser hemodinámicamente inestables y presentar signos de choque o colapso cardiovascular, la embolectomía puede ofrecer una alternativa vital. Esta intervención es especialmente relevante en pacientes con contraindicaciones absolutas para la trombólisis, tales como sangrado activo o antecedentes recientes de accidente cerebrovascular, ya que en estos casos el riesgo de complicaciones hemorrágicas con trombólisis sería inaceptablemente alto.
Por otro lado, en pacientes con TEP de riesgo intermedio o submasiva, la embolectomía puede ser considerada cuando hay signos de descompensación clínica significativa, como hipoxemia severa, disfunción ventricular derecha severa, o taquicardia persistente. Aunque estos pacientes no son tan inestables como los de alto riesgo, la presencia de síntomas graves o evidencias de estrés cardiovascular puede justificar la intervención quirúrgica. La embolectomía en estos casos puede proporcionar un alivio más rápido y efectivo de la obstrucción que la trombólisis sola, aliviando la carga sobre el corazón derecho y mejorando la oxigenación.
La embolectomía se realiza mediante técnicas mecánicas, que utilizan dispositivos especializados para extraer el coágulo, o mediante cirugía abierta, que implica la extracción del trombo a través de una operación invasiva. La elección entre estas opciones depende de varios factores, incluyendo la experiencia del equipo médico, las características del trombo y el estado clínico del paciente.
En el contexto de pacientes con contraindicaciones para la anticoagulación, o aquellos que tienen episodios recurrentes de TEP a pesar de recibir una anticoagulación adecuada, los filtros de la vena cava inferior (VCI) pueden ser una opción importante. Estos filtros se colocan en la vena cava inferior, la principal vena que transporta sangre desde las piernas y otras partes del cuerpo hacia el corazón, para atrapar coágulos y prevenir que lleguen a los pulmones. Su colocación es especialmente relevante para pacientes con trombosis venosa profunda proximal flotante libre, ya que este tipo de coágulo tiene un mayor riesgo de desplazarse y causar embolias pulmonares.
Una vez colocados, los filtros de la vena cava inferior deben ser revisados periódicamente para evaluar la necesidad de su retirada. La indicación para retirar el filtro se basa en la resolución de la condición que llevó a su colocación, como la estabilización de la anticoagulación o la resolución de la trombosis profunda. La retirada del filtro cuando ya no es necesario ayuda a reducir el riesgo de complicaciones asociadas con la presencia prolongada del dispositivo, como la trombosis en el filtro o la obstrucción venosa.
Pronóstico
La tromboembolia pulmonar es una condición médica de gran importancia debido a su impacto significativo en la mortalidad. Se estima que entre 50,000 y 100,000 personas mueren anualmente en los Estados Unidos a causa de esta enfermedad, lo que subraya la gravedad del problema y la necesidad de una detección y tratamiento eficaces.
El pronóstico de los pacientes con TEP varía considerablemente según la gravedad de la condición. Para la mayoría de los pacientes con TEP, especialmente aquellos con formas menos severas de la enfermedad, el pronóstico es relativamente bueno. Sin embargo, el riesgo de muerte aumenta notablemente en casos más graves. En pacientes con TEP de alto riesgo, conocida como TEP masiva, la mortalidad puede llegar a ser tan alta como el 50%. Esta forma de TEP se caracteriza por una obstrucción significativa de la circulación pulmonar, que puede llevar a un colapso cardiovascular agudo y a un choque severo. En comparación, la TEP de riesgo intermedio, o submasiva, que también puede presentar un grado considerable de obstrucción pero con menos gravedad que la TEP masiva, tiene una tasa de mortalidad de alrededor del 20%. Esta forma de TEP a menudo se manifiesta con signos de estrés en el corazón derecho sin causar un colapso cardiovascular completo.
Dado el alto riesgo de mortalidad asociado con las formas graves de TEP, es crucial realizar un diagnóstico temprano, una adecuada estratificación del riesgo y una intervención terapéutica oportuna. El diagnóstico temprano permite a los médicos identificar la enfermedad en sus primeras etapas, cuando el tratamiento puede ser más efectivo. La estratificación del riesgo ayuda a clasificar a los pacientes según la gravedad de su condición, lo que guía las decisiones sobre el tratamiento más adecuado. La terapia puede variar desde anticoagulación inicial hasta trombólisis o embolectomía en casos más severos.
A pesar de los avances en el tratamiento, los sobrevivientes de TEP pueden enfrentar una serie de secuelas a largo plazo. Estas secuelas incluyen intolerancia al ejercicio, enfermedad tromboembólica crónica e hipertensión pulmonar tromboembólica crónica. La intolerancia al ejercicio se manifiesta en una capacidad reducida para realizar actividades físicas debido a la disminución de la función pulmonar y la capacidad cardiovascular. La enfermedad tromboembólica crónica se refiere a la persistencia de trombos en las venas profundas, que pueden causar síntomas prolongados y complicaciones recurrentes. La hipertensión pulmonar tromboembólica crónica es una condición grave en la cual la presión arterial en las arterias pulmonares permanece elevada debido a la obstrucción residual o la cicatrización después de la TEP.
Debido a estas posibles secuelas, el seguimiento continuo de los pacientes sobrevivientes es fundamental. Los médicos deben evaluar regularmente si los pacientes tienen síntomas persistentes o recurrentes, como dificultad para respirar, dolor en el pecho o fatiga extrema. Este seguimiento permite identificar y tratar cualquier complicación residual, así como ajustar el tratamiento según sea necesario para mejorar la calidad de vida del paciente.
Fuente y lecturas recomendadas:
- Konstantinides, S. V., Meyer, G., Becattini, C., Bueno, H., Geersing, G.-J., Harjola, V.-P., & et al. (2020). 2019 ESC Guidelines for the diagnosis and management of acute pulmonary embolism developed in collaboration with the European Respiratory Society (ERS). European Heart Journal, 41(4), 543. https://doi.org/10.1093/eurheartj/ehz405[PMID: 31473594]
- Rivera-Lebron, B. N., Giri, J., & et al. (2019). Diagnosis, treatment and follow up of acute pulmonary embolism: Consensus statement from the PERT Consortium. Clinical and Applied Thrombosis/Hemostasis, 25, 1076029619853037. https://doi.org/10.1177/1076029619853037 [PMID: 31185730]
- Stevens, S. M., Woller, S. C., & et al. (2021). Antithrombotic therapy for VTE disease: Second update of the CHEST Guideline and Expert Panel Report. Chest, 160(6), e545. https://doi.org/10.1016/j.chest.2021.08.060 [PMID: 34352278]
