El virus de la encefalitis japonesa (VEJ) es un miembro del género Flavivirus, estrechamente relacionado con otros agentes virales que provocan enfermedades neurológicas como la infección por el virus del Nilo Occidental y la encefalitis de San Luis. Este virus constituye la causa más frecuente de encefalitis viral en el este de Asia, registrándose más de 50,000 casos anuales estimados y aproximadamente 10,000 muertes al año. No obstante, se calcula que únicamente el 10% de los casos reales son reportados, lo cual subraya una significativa subestimación de la carga real de esta enfermedad.
La distribución geográfica del virus de la encefalitis japonesa se concentra predominantemente en Asia Oriental y la región del Pacífico Occidental, siendo China el país que reporta cerca del 50% de todos los casos documentados. Asimismo, la mayoría de los pacientes afectados, en torno al 75%, corresponde a la población pediátrica comprendida entre los 0 y los 14 años de edad. Hasta la fecha, se han identificado cinco genotipos distintos del virus, lo que refleja una diversidad genética relevante con implicaciones potenciales para la vigilancia epidemiológica y el desarrollo de vacunas.
Recientemente, se ha observado la aparición de casos en diversas regiones del norte de Australia, fenómeno que se atribuye en gran medida a factores como el cambio climático, las modificaciones del terreno y las alteraciones en las interfaces entre humanos y animales. Estas transformaciones ecológicas facilitan la expansión de enfermedades virales emergentes, incluida la encefalitis japonesa. La transmisión del virus presenta una marcada estacionalidad, siendo más frecuente durante el verano y el otoño en zonas templadas. Sin embargo, en regiones tropicales y subtropicales, donde las condiciones ambientales permiten una presencia constante de vectores, la transmisión puede mantenerse activa durante todo el año.
Los brotes epidémicos de gran magnitud suelen producirse en ciclos de entre 2 y 15 años, y a menudo se correlacionan con cambios en los patrones de desarrollo agrícola, lo que sugiere una interacción compleja entre el entorno humano y la ecología viral. El virus se transmite principalmente a través de la picadura de mosquitos del género Culex, especialmente Culex tritaeniorhynchus, que se crían en ambientes húmedos y asociados a actividades agrícolas, como los arrozales inundados.
Las zonas de alta endemicidad corresponden, en su mayoría, a regiones de clima templado cálido, semitropical o tropical con elevados índices de precipitación anual. En este ciclo de transmisión, las aves zancudas —como las garzas— y los cerdos desempeñan un papel esencial como reservorios naturales del virus. En contraste, la viremia en humanos es generalmente transitoria y de baja intensidad, lo que impide que las personas sirvan como hospedadores amplificadores para los mosquitos vectores. Por tanto, la enfermedad en los seres humanos es considerada un callejón sin salida epidemiológico, sin contribución significativa a la perpetuación del ciclo viral en la naturaleza.
En los países donde la enfermedad es endémica, la encefalitis japonesa afecta principalmente a la población infantil, ya que los adultos suelen haber adquirido inmunidad a lo largo de la vida tras exposiciones previas. Por otra parte, los viajeros internacionales que permanecen menos de un mes en áreas urbanas de dichas regiones enfrentan un riesgo muy bajo de contraer la enfermedad. Cabe destacar que también se ha documentado la transmisión del virus a través de transfusiones sanguíneas, aunque este mecanismo representa una vía poco frecuente de infección.
Manifestaciones clínicas
El periodo de incubación del virus de la encefalitis japonesa se sitúa, en promedio, entre cinco y quince días tras la exposición al agente viral. Durante este intervalo, el virus se replica silenciosamente en el organismo sin manifestaciones clínicas evidentes. En la mayoría de los individuos infectados, la respuesta inmunológica se activa de manera eficaz, generando una seroconversión asintomática. Es decir, el sistema inmunitario produce anticuerpos específicos contra el virus sin que el paciente desarrolle síntomas clínicos. Este fenómeno es común en infecciones por flavivirus, y en el caso de la encefalitis japonesa, se estima que más del 99% de las infecciones cursan de esta manera subclínica.
Sin embargo, en aproximadamente el uno por ciento de los casos, la infección progresa hacia una enfermedad neurológica manifiesta. Estos pacientes suelen presentar un inicio súbito de síntomas generales inespecíficos, tales como cefalea intensa, náuseas y vómitos, seguidos rápidamente por alteraciones del estado mental que indican afectación del sistema nervioso central. Entre estas alteraciones se incluyen confusión, desorientación, letargia e incluso coma en los casos más graves. En el curso de la enfermedad, también pueden desarrollarse trastornos motores de tipo parkinsoniano, caracterizados por rigidez, bradicinesia y temblores, reflejo de la implicación del sistema extrapiramidal, particularmente de los ganglios basales, que son estructuras anatómicas frecuentemente afectadas por el virus.
En un porcentaje menor de los pacientes sintomáticos —especialmente en la población pediátrica— pueden observarse crisis epilépticas. Estas convulsiones reflejan un compromiso cerebral difuso o focal y, en algunos casos, pueden ser de difícil control, agravando el pronóstico clínico.
Desde una perspectiva clínica, la encefalitis japonesa guarda una estrecha semejanza con otras encefalitis causadas por flavivirus, particularmente la encefalitis de San Luis y la encefalitis por el virus del Nilo Occidental. No obstante, los datos epidemiológicos —como la distribución geográfica, la estacionalidad y el grupo etario más afectado— permiten distinguir con relativa facilidad entre estas entidades en la mayoría de los casos.
Un aspecto relevante en la evolución clínica de la encefalitis japonesa es que los pacientes con antecedentes de infección por el virus del dengue —otro flavivirus— tienden a presentar formas más leves de la enfermedad. Esta observación sugiere la existencia de una respuesta inmunológica cruzada que podría conferir cierta protección parcial, aunque los mecanismos precisos detrás de esta interacción inmunológica aún no se comprenden completamente.
Además del compromiso encefálico típico, se han documentado manifestaciones neurológicas atípicas pero significativas. Entre ellas se encuentran la mielitis con parálisis flácida, cuadro clínico que puede simular una poliomielitis, y el síndrome de Guillain-Barré, una neuropatía periférica autoinmune que se manifiesta por debilidad progresiva y, en ocasiones, insuficiencia respiratoria. También se ha reportado la aparición de distonía, un trastorno del movimiento caracterizado por contracciones musculares involuntarias sostenidas, que puede producir posturas anormales y movimientos repetitivos.
Estas complicaciones neurológicas reflejan el potencial del virus para afectar diversas estructuras del sistema nervioso central y periférico, lo que contribuye a la heterogeneidad de las presentaciones clínicas y a la complejidad del manejo médico.
Exámenes complementarios
La encefalitis japonesa debe sospecharse clínicamente en todo paciente que presente signos y síntomas compatibles con una infección del sistema nervioso central —como fiebre, cefalea, alteraciones del estado de conciencia, convulsiones o signos neurológicos focales— y que haya residido recientemente o visitado una zona endémica. Esta asociación geográfica es fundamental en el razonamiento diagnóstico, dado que la distribución del virus de la encefalitis japonesa está bien definida en regiones de Asia y el Pacífico, con brotes ocasionales en otras áreas influenciadas por cambios ambientales o desplazamientos humanos.
Desde el punto de vista de laboratorio, los hallazgos generales suelen incluir leucocitosis moderada, una anemia leve y una concentración sérica disminuida de sodio, es decir, hiponatremia. Estos parámetros reflejan una respuesta inflamatoria sistémica y, posiblemente, un síndrome de secreción inadecuada de hormona antidiurética, que es común en diversas encefalitis virales.
El análisis del líquido cefalorraquídeo, obtenido mediante punción lumbar, suele revelar una pleocitosis de leve a moderada, caracterizada por un predominio de linfocitos. Este hallazgo es típico de las infecciones virales del sistema nervioso central. Adicionalmente, se observa una elevación discreta de las proteínas totales, mientras que la concentración de glucosa permanece dentro de los límites normales. Este perfil bioquímico ayuda a distinguir las infecciones virales de las bacterianas, las cuales suelen presentar una glucorraquia disminuida y un mayor número de células en el líquido cefalorraquídeo.
La confirmación diagnóstica se realiza mediante la detección de inmunoglobulina M específica contra el virus de la encefalitis japonesa (IgM anti-VEJ) en suero o en líquido cefalorraquídeo, utilizando una técnica de inmunoabsorción ligada a enzimas (ELISA). Esta prueba permite identificar infecciones recientes, dado que la IgM aparece en las fases iniciales de la respuesta inmune. Para establecer un diagnóstico definitivo, se requiere demostrar un aumento de al menos cuatro veces en los títulos de inmunoglobulina G específica para el virus, lo cual se realiza mediante un ensayo de neutralización por reducción de placas, técnica considerada el estándar de oro debido a su alta especificidad.
Es importante destacar que, debido a la baja concentración de virus circulante en sangre durante la fase clínica de la enfermedad —fenómeno conocido como viremia baja—, la técnica de reacción en cadena de la polimerasa con transcripción inversa (RT-PCR) no resulta útil en la mayoría de los casos humanos. Por este motivo, la comunidad científica ha subrayado la necesidad urgente de desarrollar pruebas diagnósticas rápidas, sensibles y específicas que puedan aplicarse en el punto de atención, especialmente en zonas rurales o de bajos recursos donde el acceso a laboratorios especializados es limitado.
Uno de los principales desafíos diagnósticos radica en la reactividad cruzada de los anticuerpos en las pruebas serológicas. Esto ocurre porque el virus de la encefalitis japonesa pertenece al género Flavivirus, al igual que otros agentes como el virus del dengue, el virus del Nilo Occidental y el virus del Zika. Como resultado, los anticuerpos inducidos por una infección previa con cualquiera de estos virus pueden reaccionar en los ensayos serológicos, dificultando la interpretación de los resultados.
En los casos más graves, los estudios de neuroimagen, especialmente la resonancia magnética cerebral, permiten identificar patrones lesionales característicos. Las lesiones en el tálamo son el hallazgo más común y distintivo, aunque también pueden observarse alteraciones en el hipocampo, el mesencéfalo, los ganglios basales y la corteza cerebral. Estas áreas afectadas explican muchos de los síntomas neurológicos observados, como los trastornos del movimiento, las alteraciones cognitivas y los déficits motores.
Tratamiento
El tratamiento de la encefalitis japonesa es, en la actualidad, fundamentalmente de carácter sintomático y de soporte, dado que no se dispone de una terapia antiviral específica aprobada que sea efectiva contra el virus. La atención médica se orienta, por tanto, a mantener la estabilidad clínica del paciente, minimizar las complicaciones neurológicas y apoyar las funciones vitales mientras el sistema inmunológico combate la infección.
Las medidas básicas de soporte incluyen el uso de antipiréticos para controlar la fiebre, analgésicos para aliviar el dolor, reposo en cama y una hidratación adecuada, ya sea por vía oral o intravenosa según el estado clínico del paciente. Estos cuidados generales son esenciales para reducir el malestar del enfermo y evitar el deterioro secundario por fiebre elevada, deshidratación o alteraciones metabólicas.
En determinados casos con manifestaciones neurológicas específicas, como el síndrome de opsoclonus-mioclonus —una entidad poco común caracterizada por movimientos oculares rápidos, irregulares e involuntarios acompañados de mioclonías generalizadas—, se ha observado una mejoría clínica tras la administración de corticosteroides. Estos fármacos actúan como potentes inmunomoduladores, reduciendo la inflamación del sistema nervioso central y atenuando la respuesta inmunitaria aberrante que podría contribuir a la disfunción neurológica.
Paralelamente, se encuentra en curso una amplia gama de ensayos clínicos que exploran el uso de distintos agentes terapéuticos, muchos de los cuales provienen de otras áreas de la farmacología y están siendo reevaluados por su potencial efecto antiviral o inmunomodulador en el contexto de la encefalitis japonesa. Entre ellos se incluyen compuestos antivirales tradicionales como el interferón y la ribavirina, así como antimicrobianos reposicionados, como la minociclina, el curcuminoide (curcumina), la pentoxifilina, la anfotericina, la ivermectina y el micofenolato.
Estos agentes actúan sobre diversas dianas moleculares, ya sea inhibiendo la replicación viral, modulando la respuesta inmune, reduciendo la inflamación o protegiendo las células del daño inducido por el virus. Sin embargo, hasta la fecha, ninguno de ellos ha demostrado de forma concluyente una eficacia suficiente en ensayos clínicos controlados como para ser incorporado a las guías terapéuticas estándar.
Un área de investigación particularmente prometedora es el estudio del papel del retículo endoplásmico en la patogenia del virus de la encefalitis japonesa. Este orgánulo celular desempeña una función clave en la síntesis y el procesamiento de proteínas, y se ha demostrado que el virus lo utiliza para su replicación. La manipulación de este proceso celular podría representar una vía terapéutica novedosa, ya que permitiría interferir en un punto crítico del ciclo viral sin depender exclusivamente de una respuesta inmunológica directa. En este sentido, futuras investigaciones dirigidas a inhibir la interacción del virus con el retículo endoplásmico podrían abrir nuevas perspectivas en el desarrollo de tratamientos específicos y eficaces.
Prevención
La prevención de la encefalitis japonesa se basa en una estrategia integral que combina medidas de protección individual contra las picaduras de mosquitos con la inmunización activa mediante vacunas específicas. Dado que el virus se transmite principalmente a través de la picadura de mosquitos del género Culex, que tienden a picar al anochecer y en áreas rurales o agrícolas, las intervenciones físicas y conductuales constituyen la primera línea de defensa, especialmente en regiones endémicas.
El uso de repelentes de insectos con eficacia comprobada, como aquellos que contienen N,N-dietil-meta-toluamida (DEET), picaridina o IR3535, es fundamental para reducir la probabilidad de picaduras. Estas sustancias deben aplicarse sobre la piel expuesta y renovarse conforme a las indicaciones del producto, especialmente en condiciones de sudoración o tras el contacto con agua. Asimismo, vestir ropa protectora —como camisas de manga larga, pantalones largos y calcetines— constituye una barrera física eficaz que limita el acceso del mosquito a la piel. El uso de ropa tratada con permetrina incrementa aún más la protección.
Otras medidas complementarias incluyen el alojamiento en instalaciones con aire acondicionado, lo cual reduce la exposición a los vectores, así como el empleo de mosquiteros, especialmente impregnados con insecticidas, durante el descanso nocturno. Estas estrategias son particularmente importantes en áreas rurales, campamentos o alojamientos improvisados, donde el riesgo de contacto con mosquitos es elevado.
En cuanto a la inmunización, en los Estados Unidos está aprobada la vacuna inactivada derivada de cultivos celulares de Vero (comercializada como IXIARO), la cual está indicada para la prevención de la encefalitis japonesa en personas no embarazadas desde los 2 meses de edad en adelante. Esta vacuna es especialmente recomendable para los viajeros que planean permanecer más de un mes en zonas endémicas, dado que el riesgo de exposición aumenta proporcionalmente con la duración de la estancia. Sin embargo, también debe considerarse su administración a quienes viajen por periodos más cortos pero que, debido a la estacionalidad, ubicación geográfica o actividades específicas (como visitas a áreas rurales o participación en actividades al aire libre), enfrenten un riesgo elevado de exposición.
El esquema primario de vacunación con IXIARO consta de dos dosis administradas con un intervalo de 28 días, y debe completarse al menos una semana antes del inicio del viaje para garantizar una respuesta inmunológica adecuada. Para adultos que hayan completado la serie primaria hace más de siete años y que se encuentren nuevamente en riesgo de exposición, se recomienda una dosis de refuerzo, dado que la protección inmunológica puede disminuir con el tiempo.
A nivel global, se dispone de al menos ocho tipos de vacunas contra la encefalitis japonesa, lo que refleja un notable desarrollo en la prevención de esta enfermedad. Estas incluyen vacunas inactivadas producidas en cerebro de ratón, vacunas inactivadas obtenidas en cultivos celulares de Vero, vacunas vivas atenuadas y vacunas vivas recombinantes (también conocidas como vacunas quiméricas). Entre estas últimas destaca la vacuna SA14-14-2, desarrollada en China, la cual se está convirtiendo en la más utilizada en países endémicos debido a su eficacia, seguridad y bajo costo. Esta vacuna induce una respuesta inmunológica robusta, con anticuerpos que pueden persistir hasta por siete años, y ha demostrado ser eficaz con una sola dosis.
Estudios realizados en Corea del Sur han evidenciado que una tercera dosis de refuerzo puede ofrecer beneficios adicionales en niños, prolongando la duración de la inmunidad y reduciendo el riesgo de infección a largo plazo. En términos de seguridad, el perfil de las vacunas es favorable: aunque se han reportado reacciones neurológicas poco frecuentes, no existe evidencia concluyente que las relacione causalmente con la vacunación. Además, el riesgo de efectos adversos, incluyendo la posibilidad de encefalitis secundaria a vacunas vivas, es bajo y tiende a disminuir con la edad.
Una alternativa prometedora en investigación es la vacunación mediante parches de microagujas, cuya eficacia fue demostrada en un estudio japonés que utilizó un esquema de dos dosis administradas con tres semanas de intervalo. Esta modalidad ofrece ventajas logísticas importantes, particularmente en contextos de salud pública con recursos limitados.
Cabe mencionar que, hasta la fecha, no existen estudios concluyentes sobre la seguridad del uso de IXIARO durante el embarazo. Por lo tanto, su administración en personas gestantes debe evitarse, salvo en situaciones donde el riesgo de infección supere claramente los posibles riesgos de la vacunación.
Pronóstico
El pronóstico de la encefalitis japonesa ha mejorado significativamente en las últimas décadas, reflejo del avance en las estrategias de prevención, el acceso más amplio a servicios médicos y el mejor conocimiento clínico de la enfermedad. Durante el periodo comprendido entre las décadas de 1960 y 1970, las tasas de letalidad por esta enfermedad se situaban en torno al 26%. Desde el año 2000, sin embargo, estas cifras han disminuido a menos del 20%, lo cual representa un avance sustancial en términos de salud pública. A pesar de esta mejoría, la encefalitis japonesa sigue siendo una infección grave con una elevada morbilidad neurológica entre quienes sobreviven.
Aproximadamente el 46% de los pacientes que sobreviven a la fase aguda de la enfermedad logran recuperar una vida normal, sin secuelas clínicas perceptibles. No obstante, cerca del 49% de los sobrevivientes desarrollan secuelas neurológicas, aunque esta cifra varía ampliamente según los estudios —con rangos reportados entre el 3% y el 86%—, lo cual refleja diferencias en los criterios diagnósticos, los métodos de seguimiento y las características poblacionales.
Las secuelas pueden ser tanto cognitivas como neurológicas o psiquiátricas, y afectan tanto a adultos como a niños. En el plano cognitivo, se han descrito trastornos de la memoria, dificultades en la atención, problemas en el procesamiento de la información y disminución del coeficiente intelectual. En la infancia, estos déficits pueden tener un impacto profundo en el desarrollo académico y social, comprometiendo la calidad de vida a largo plazo. En adultos, la afectación cognitiva puede interferir con la capacidad laboral y la autonomía funcional.
Desde el punto de vista neurológico, las secuelas pueden incluir hemiparesia, trastornos del lenguaje, epilepsia de inicio posterior a la infección, alteraciones del tono muscular y trastornos del movimiento. Entre los cuadros menos frecuentes, aunque clínicamente relevantes, se encuentra el síndrome de opsoclono-mioclono, caracterizado por movimientos oculares erráticos y mioclonías generalizadas, el cual ha sido reportado en casos aislados como consecuencia de la encefalitis japonesa.
En el ámbito psiquiátrico, algunos pacientes presentan alteraciones del comportamiento, trastornos afectivos como depresión y ansiedad, o incluso síntomas psicóticos, los cuales pueden tener una base orgánica secundaria al daño cerebral inflamatorio.
Las secuelas suelen persistir durante uno a dos años después de la infección aguda, aunque en algunos casos pueden prolongarse de manera indefinida o incluso empeorar con el tiempo. El proceso de recuperación es variable y depende de factores como la edad del paciente, la gravedad de la infección inicial, el acceso a servicios de rehabilitación y la presencia de soporte social y familiar adecuado.
Estudios recientes han comenzado a identificar mecanismos biológicos que podrían explicar la aparición de complicaciones graves y secuelas persistentes. En particular, se ha observado que ciertos genes relacionados con el inflamasoma —un complejo proteico intracelular implicado en la activación de respuestas inflamatorias— se encuentran sobreexpresados en casos severos. Esta activación exagerada del inflamasoma podría contribuir al daño neuronal mediante la liberación sostenida de citoquinas proinflamatorias, agravando el proceso encefalítico y perpetuando la disfunción neurológica.

Fuente y lecturas recomendadas:
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