Diarrea aguda
La diarrea aguda de aparición súbita, que persiste por menos de dos semanas, es comúnmente causada por agentes infecciosos, toxinas bacterianas (preformadas o producidas en el tracto gastrointestinal), parásitos o medicamentos. Este tipo de diarrea es frecuente en situaciones en las que se produce una exposición a infecciones contagiosas, lo que sugiere que el origen más probable es infeccioso. Las epidemias comunitarias, como las que ocurren en hogares de ancianos, escuelas o cruceros, son indicativas de una etiología viral, siendo el norovirus uno de los agentes más comunes, aunque recientemente también se ha observado la circulación del SARS-CoV-2 en estos entornos cerrados. En estos casos, el agente infeccioso se propaga rápidamente debido a las condiciones de hacinamiento y la transmisión cercana entre individuos. Estas situaciones también sugieren que puede haber una fuente común de infección, como alimentos contaminados o contacto cercano entre personas infectadas.
Cuando hay enfermedades similares en miembros de la familia, esto refuerza la sospecha de que la causa es infecciosa, ya que las infecciones virales y bacterianas son fácilmente transmisibles entre personas en entornos cerrados. La ingestión de alimentos almacenados o preparados de manera inadecuada es una de las causas más comunes de intoxicación alimentaria, provocada por las toxinas bacterianas. Estas toxinas pueden estar presentes en los alimentos al momento de su ingestión (toxinas preformadas) o pueden ser producidas en el tracto gastrointestinal después de que los alimentos contaminados son consumidos. En el caso de las toxinas preformadas, la bacteria que las produce ya ha generado las toxinas antes de que el alimento sea ingerido, lo que puede provocar síntomas en el huésped de manera casi inmediata. En el caso de las toxinas que se producen dentro del tracto gastrointestinal tras la ingestión, el cuadro de diarrea suele desarrollarse más lentamente.
Las mujeres embarazadas tienen un mayor riesgo de desarrollar listeriosis, una infección provocada por la bacteria Listeria monocytogenes, que puede encontrarse en alimentos contaminados, como quesos blandos, carnes crudas o productos lácteos no pasteurizados. En particular, este riesgo está asociado con la ingestión de alimentos que no se han almacenado o preparado adecuadamente.
Por otro lado, la asistencia a guarderías o la exposición a agua no purificada, como la que se puede encontrar al practicar actividades al aire libre como el camping o nadar en aguas no tratadas, puede dar lugar a infecciones parasitarias. Los parásitos más comúnmente asociados con estos contextos son Giardia y Cryptosporidium, ambos agentes responsables de la diarrea asociada a la exposición a fuentes de agua contaminadas. Además, se han documentado brotes de grandes dimensiones de Cyclospora, un parásito transmitido principalmente a través de productos frescos contaminados, como frutas y verduras mal lavadas.
El viaje reciente al extranjero también es un factor de riesgo importante, ya que puede predisponer a las personas a desarrollar diarrea del viajero, una afección que es comúnmente provocada por bacterias como Escherichia colienterotoxigénica, aunque también pueden estar involucrados virus o parásitos. Esta forma de diarrea suele ocurrir debido a la ingestión de alimentos o agua contaminados en regiones donde las condiciones sanitarias son inadecuadas.
En el caso de las personas que han recibido tratamiento con antibióticos en las semanas previas, existe un aumento en la probabilidad de que la diarrea sea causada por una infección por Clostridioides difficile, una bacteria que prolifera en el intestino cuando la flora bacteriana normal se ve alterada por el uso de antibióticos. La infección por Clostridioides difficile puede provocar una colitis grave, con diarrea acuosa y, en algunos casos, con presencia de sangre en las heces.
Es igualmente fundamental identificar los factores de riesgo para infecciones por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) o enfermedades de transmisión sexual (ETS). La diarrea asociada al síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) es un problema importante que puede estar relacionado con infecciones oportunistas, las cuales son discutidas en detalle en otro capítulo. Además, la proctitis infecciosa, que se caracteriza por la inflamación del recto, puede ser causada por una variedad de infecciones de transmisión sexual. Entre estas infecciones se incluyen gonorrea, sífilis, linfogranuloma venéreo y herpes simple. Las personas que practican relaciones sexuales anales o actividades sexuales orales-anales están en riesgo de contraer estas infecciones, que pueden manifestarse con síntomas como dolor rectal, sangrado y, en algunos casos, diarrea.
La naturaleza misma de la diarrea, su duración, las características de las heces (por ejemplo, si son acuosas, sanguinolentas, con moco, etc.), así como la historia clínica del paciente, son factores cruciales para ayudar a los profesionales de la salud a distinguir entre las diferentes causas infecciosas de la diarrea. La presencia de fiebre, la aparición de sangre o moco en las heces, o la historia reciente de exposición a factores de riesgo, permiten guiar el diagnóstico hacia una posible etiología viral, bacteriana o parasitaria, y a su vez determinar el tratamiento adecuado.
Diarrea no inflamatoria
La diarrea no inflamatoria, caracterizada por heces acuosas y no sanguinolentas, que se asocia con cólicos periumbilicales, distensión abdominal, náuseas o vómitos, sugiere un origen en el intestino delgado. Esta condición puede ser provocada por diversos agentes infecciosos, entre ellos virus, bacterias productoras de toxinas y parásitos, los cuales alteran los procesos normales de absorción y secreción en el intestino delgado.
En los casos virales, los agentes más comunes incluyen el rotavirus, el norovirus, el adenovirus, el astrovirus y los coronavirus, que son conocidos por causar gastroenteritis viral. Estos virus afectan las células del intestino delgado, reduciendo la capacidad de absorción de nutrientes y agua, lo que lleva a la producción de heces líquidas. La diarrea que resulta de estos virus suele ser acuosa, y a menudo se asocia con otros síntomas como náuseas, vómitos y distensión abdominal. En el caso de infecciones virales, la característica predominante de la diarrea es la falta de sangre en las heces, ya que no hay invasión de los tejidos intestinales, lo que excluye la presencia de leucocitos fecales, que son un marcador de inflamación.
Las bacterias productoras de toxinas también pueden ser responsables de la diarrea no inflamatoria. Entre las más relevantes se encuentran Escherichia coli enterotoxigénica, Staphylococcus aureus, Bacillus cereus y Clostridium perfringens. Estas bacterias producen toxinas que alteran el equilibrio de líquidos y electrolitos en el intestino delgado. Por ejemplo, la Escherichia coli enterotoxigénica (ETEC) produce enterotoxinas que estimulan la secreción excesiva de agua y electrolitos en el lumen intestinal, lo que da lugar a heces acuosas. De manera similar, las toxinas preformadas de Staphylococcus aureus y Bacillus cereus, que pueden estar presentes en alimentos contaminados, causan intoxicación alimentaria con vómitos prominentes y diarrea acuosa poco después de la ingestión. Estos patógenos no invaden la mucosa intestinal, por lo que no se observan signos de inflamación ni leucocitos en las heces.
En cuanto a los parásitos, Giardia y Cryptosporidium son dos agentes comunes que pueden ocasionar diarrea no inflamatoria, especialmente en situaciones de exposición a agua no tratada o mal purificada. Giardia lamblia, por ejemplo, es un protozoo que afecta la mucosa del intestino delgado, alterando la absorción de nutrientes y agua, lo que provoca una diarrea acuosa. Cryptosporidium también es un parásito que puede causar una diarrea similar, particularmente en personas inmunocomprometidas.
El vómito prominente, en particular, es una manifestación importante que sugiere un cuadro de gastroenteritis viral o intoxicación alimentaria debido a una toxina preformada, como las que producen Staphylococcus aureus y Bacillus cereus. Estas bacterias son capaces de liberar toxinas en los alimentos antes de que sean ingeridos, lo que ocasiona una rápida aparición de síntomas gastrointestinales, incluidos vómitos y diarrea. En estos casos, el vómito puede ser un síntoma predominante, precediendo a la diarrea.
Aunque la diarrea no inflamatoria típicamente tiene una evolución leve, puede ser voluminosa, lo que lleva a una pérdida significativa de líquidos y electrolitos. Esta pérdida puede resultar en deshidratación, con consecuencias clínicas como hipokalemia (bajos niveles de potasio en sangre) y acidosis metabólica. Un ejemplo clásico de este tipo de diarrea es el causado por el Vibrio cholerae, el agente responsable del cólera. En el cólera, las personas pueden perder grandes cantidades de líquidos debido a la diarrea acuosa, lo que puede provocar un cuadro grave de deshidratación, con alteraciones en el equilibrio de electrolitos y ácido-base.
Es importante destacar que, debido a que no ocurre invasión tisular en la diarrea no inflamatoria, no se encuentran leucocitos en las heces. La presencia de leucocitos fecales es indicativa de un proceso inflamatorio, lo cual no es característico de esta forma de diarrea. Esta distinción es útil para diferenciarla de la diarrea inflamatoria, que se presenta con heces sanguinolentas y con la presencia de leucocitos en las muestras fecales.
Diarrea inflamatoria
La diarrea inflamatoria, que se caracteriza por la presencia de fiebre y diarrea sanguinolenta (disentería), indica daño en los tejidos del colon, causado por la invasión de microorganismos o la acción de toxinas. Entre los agentes infecciosos responsables de esta condición se incluyen bacterias como Shigella, Salmonella, Campylobacter, Yersinia, así como el parásito Entamoeba histolytica (amebiasis). Además, las toxinas producidas por algunas bacterias, como Clostridioides difficile y las cepas productoras de toxina Shiga de Escherichia coli (E coli), también pueden ser responsables de la diarrea inflamatoria.
Cuando los organismos responsables de la infección afectan predominantemente el colon, la diarrea generalmente es de bajo volumen (menos de 1 litro por día) y se asocia con síntomas como cólicos en el cuadrante inferior izquierdo del abdomen, urgencia fecal y tenesmo, que es la sensación de necesidad urgente y dolorosa de evacuar. Esta sintomatología ocurre debido a la inflamación y daño de las mucosas colónicas. La presencia de leucocitos fecales o lactoferrina en las heces es un indicador común de infecciones por organismos invasivos, ya que estos agentes patógenos inducen una respuesta inflamatoria aguda.
Uno de los ejemplos más relevantes de diarrea inflamatoria causada por toxinas es la infecciosa asociada con Escherichia coli productor de toxina Shiga, también conocida como Escherichia coli enteropatógena (O157:H7), que es una bacteria no invasiva, pero que produce una toxina extremadamente potente que puede provocar una colitis hemorrágica aguda, generalmente adquirida por el consumo de carne contaminada. La infección por esta cepa de E coli puede dar lugar a complicaciones graves, como el síndrome hemolítico urémico, que se desarrolla en un 6-22% de los casos y es caracterizado por insuficiencia renal, anemia hemolítica y trombocitopatía.
Por otro lado, en personas inmunocomprometidas, especialmente aquellas infectadas con el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), Citomegalovirus (CMV) puede causar úlceras intestinales y diarrea acuosa o sanguinolenta. Este virus es conocido por inducir infecciones graves en pacientes con el sistema inmune debilitado, que a menudo se presentan con manifestaciones gastrointestinales severas, como dolor abdominal y diarrea inflamatoria.
Otro patógeno relevante en la diarrea inflamatoria es Listeria monocytogenes, que se ha implicado en varios brotes de gastroenteritis alimentaria. Estos brotes se caracterizan por fiebre (en un 60-100% de los casos), diarrea acuosa y síntomas gastrointestinales como náuseas y vómitos. Listeria puede encontrarse en alimentos contaminados como quesos no pasteurizados, carnes crudas o productos lácteos, y es especialmente peligrosa durante el embarazo, ya que puede causar complicaciones graves para la madre y el feto.
Es fundamental diferenciar la disentería infecciosa de otras afecciones que también pueden presentarse con síntomas similares. Un ejemplo es la colitis ulcerativa, que puede iniciar de manera aguda con fiebre, dolor abdominal y diarrea sanguinolenta. Esta enfermedad inflamatoria intestinal no es infecciosa, pero sus manifestaciones clínicas pueden confundirse con las de una infección bacteriana invasiva. Por tanto, un diagnóstico adecuado es crucial para diferenciar entre estas condiciones y orientar el tratamiento apropiado.
Un aspecto importante a tener en cuenta es que la terapia con inhibidores de puntos de control inmunológico, utilizada en el tratamiento de diversas neoplasias malignas, puede inducir efectos secundarios gastrointestinales en un 8-27% de los pacientes. Estos efectos incluyen desde diarrea leve hasta enterocolitis grave, caracterizada por dolor abdominal, diarrea inflamatoria con moco y sangre, y niveles elevados de lactoferrina o calprotectina en las heces, que son marcadores de inflamación intestinal. Además, en la endoscopia, los pacientes pueden mostrar signos de colitis. Estos efectos secundarios son graves y requieren un manejo adecuado para evitar complicaciones mayores.
Cuando la diarrea persiste durante más de 14 días, no se debe atribuir a patógenos bacterianos (excepto en el caso de Clostridioides difficile) y debe considerarse como una diarrea crónica, lo que implica una evaluación más detallada para determinar su causa subyacente. Esta diarrea prolongada puede estar asociada con enfermedades inflamatorias intestinales crónicas, trastornos inmunitarios o incluso neoplasias.
Evaluación de los pacientes con diarrea aguda
En más del 90% de los pacientes con diarrea aguda no inflamatoria, la enfermedad es leve y autolimitada, respondiendo generalmente en un plazo de cinco días a un tratamiento simple de rehidratación o al uso de antidiarreicos. La tasa de aislamiento de patógenos bacterianos mediante cultivos de heces en pacientes con diarrea aguda no inflamatoria es inferior al 3%. Por lo tanto, la investigación diagnóstica no suele ser necesaria, excepto en situaciones de brotes sospechosos o en pacientes con alto riesgo de propagar la infección a otras personas. El objetivo principal de la evaluación inicial de la diarrea aguda es distinguir a los pacientes con enfermedad leve de aquellos con afecciones más graves.
Una evaluación médica urgente está indicada en los siguientes casos: (1) signos de diarrea inflamatoria, manifestada por cualquiera de los siguientes síntomas: fiebre superior a 38.5°C, recuento de glóbulos blancos superior a 15,000/microlitro, diarrea sanguinolenta o dolor abdominal severo; (2) la evacuación de seis o más heces no formadas en un período de 24 horas; (3) diarrea acuosa profusa y deshidratación; (4) pacientes ancianos frágiles o residentes de hogares de ancianos; (5) pacientes inmunocomprometidos (como aquellos con VIH o pacientes postrasplante); (6) exposición reciente a antibióticos; (7) diarrea adquirida en el hospital (cuando la diarrea comienza después de al menos tres días de hospitalización); o (8) presencia de enfermedad sistémica. Durante el examen físico, se debe prestar especial atención al estado de hidratación del paciente, su nivel de consciencia y la presencia de dolor abdominal o signos de peritonitis. Los hallazgos peritoneales pueden estar presentes en infecciones causadas por Clostridioides difficile o Escherichia coliproductor de toxina Shiga (STEC).
La hospitalización está indicada en pacientes con deshidratación severa, fallo orgánico, dolor abdominal intenso o alteración del estado mental. Las muestras de heces deben enviarse para un análisis microbiológico cuando los pacientes presenten disentería (heces sanguinolentas), enfermedad grave o diarrea persistente más allá de los siete días. Hasta hace poco, las muestras de heces se enviaban para microscopía (para evaluar la presencia de leucocitos fecales y protozoos) y cultivos bacterianos. Estos métodos tradicionales proporcionaban un diagnóstico positivo en un 60-75% de los casos de diarrea disentérica, pero requerían de 48 a 72 horas para obtener los resultados.
Actualmente, muchos centros realizan la evaluación microbiológica utilizando técnicas moleculares multiplex, como las pruebas de amplificación de ácidos nucleicos (por ejemplo, ensayos de reacción en cadena de la polimerasa o PCR), que permiten detectar un panel de patógenos, incluidos virus, protozoos y bacterias, en un plazo de 1 a 5 horas. Si el ensayo de PCR detecta un patógeno bacteriano, se recomienda realizar un cultivo de heces para confirmación y pruebas de sensibilidad a los antibióticos. En pacientes hospitalizados o con antecedentes de exposición a antibióticos, se debe realizar una prueba de heces para detectar Clostridioides difficile.
En pacientes con diarrea grave o disentería y un historial conocido de enfermedad inflamatoria intestinal (EII) o de terapia previa con inhibidores de puntos de control inmunológico, es necesario realizar una evaluación rápida que incluya estudios de heces y, en algunos casos, sigmoidoscopía o colonoscopia con biopsia, para excluir posibles infecciones como Clostridioides difficile, otras bacterias o Citomegalovirus (CMV) antes de iniciar tratamiento con corticosteroides intravenosos.
Este enfoque diagnóstico es fundamental para asegurar que el tratamiento sea el adecuado y evitar que una infección no diagnosticada se agrave, especialmente en el contexto de una enfermedad inflamatoria intestinal o un tratamiento inmunosupresor previo, donde la intervención temprana y la exclusión de infecciones gastrointestinales pueden ser cruciales para el manejo exitoso del paciente.
Tratamiento de la diarrea aguda
A. Dieta
La mayoría de los casos de diarrea leve no conducen a deshidratación si el paciente consume líquidos adecuados que contengan carbohidratos y electrolitos. El manejo dietético tiene un papel importante, ya que ciertos alimentos pueden ayudar a aliviar los síntomas y prevenir complicaciones como la deshidratación. Es recomendable evitar alimentos ricos en fibra, grasas, productos lácteos, cafeína y alcohol, ya que estos pueden irritar aún más el tracto gastrointestinal y dificultar la recuperación. En su lugar, los pacientes encuentran más cómodo «descansar» su intestino consumiendo alimentos suaves y fáciles de digerir, como sopas, galletas, plátanos, puré de manzana, arroz y pan tostado. Además, las bebidas recomendadas son aquellas que no irritan el estómago, como el té y las bebidas carbonatadas que se hayan dejado reposar (para eliminar el gas). Estas opciones permiten la ingestión de líquidos sin sobrecargar el sistema digestivo.
B. Rehidratación
En casos más severos de diarrea, la deshidratación puede ocurrir rápidamente, especialmente en niños y adultos mayores frágiles. La deshidratación es una de las complicaciones más graves de la diarrea y puede ser potencialmente mortal si no se maneja adecuadamente. La rehidratación oral es la primera línea de tratamiento cuando es posible, utilizando soluciones que contengan glucosa, sodio, potasio, cloro y bicarbonato o citrato, ya que estos electrolitos son esenciales para la normalización de los fluidos corporales y la función celular. Una mezcla simple y efectiva para rehidratación oral puede consistir en media cucharadita de sal (3.5 g), una cucharadita de bicarbonato de sodio (2.5 g), ocho cucharaditas de azúcar (40 g) y ocho onzas de jugo de naranja (1.5 g de cloruro de potasio), diluida en un litro de agua. Además, soluciones comerciales de rehidratación oral, como Pedialyte o Gatorade, son fácilmente accesibles y eficaces para restaurar el equilibrio de líquidos y electrolitos.
La cantidad de líquido que debe administrarse varía según el estado de hidratación del paciente, pero en general se recomienda un rango de 50 a 100 mililitros por kilogramo de peso corporal por día. En pacientes con deshidratación severa, especialmente si hay signos de shock o alteración del estado mental, se deben administrar líquidos intravenosos, siendo la solución de Ringer lactato la más indicada debido a su capacidad para restablecer de manera efectiva el equilibrio ácido-base y los electrolitos en el cuerpo.
C. Agentes Antidiarreicos
Los agentes antidiarreicos pueden utilizarse de manera segura en pacientes con diarrea leve a moderada para mejorar el confort del paciente y reducir la frecuencia de las deposiciones. Los opioides, como la difenoxilato y el loperamida, son especialmente eficaces en la disminución del número de evacuaciones y la reducción de la liquidez de las heces, lo que también ayuda a controlar la urgencia fecal. Estos medicamentos proporcionan un alivio sintomático significativo y pueden ser muy útiles en el manejo de la diarrea no complicada.
Sin embargo, los antidiarreicos deben evitarse en pacientes con diarrea sanguinolenta, fiebre alta o signos de toxicidad sistémica, ya que en estos casos podría enmascarar una afección subyacente grave, como una infección invasiva. Además, si la diarrea empeora a pesar del tratamiento, estos medicamentos deben suspenderse de inmediato, ya que su uso podría agravar la condición subyacente.
Entre los antidiarreicos más utilizados, la loperamida es generalmente el tratamiento de elección. Se recomienda una dosis inicial de 4 mg por vía oral, seguida de 2 mg después de cada deposición líquida, sin superar los 8 mg al día. Los agentes anticolinérgicos, como la difenoxilato con atropina, deben evitarse en la diarrea aguda debido a su capacidad rara pero grave para inducir megacolon tóxico, una complicación potencialmente fatal que puede afectar a los pacientes con diarrea grave.
D. Terapia antibiótica
1. Tratamiento empírico
El tratamiento antibiótico empírico para pacientes con diarrea aguda adquirida en la comunidad generalmente no está indicado. En la mayoría de los casos, incluso los pacientes con diarrea inflamatoria causada por patógenos invasivos suelen presentar síntomas que se resuelven de manera espontánea en un período de varios días, sin necesidad de antimicrobianos. La diarrea aguda adquirida en la comunidad es habitualmente autolimitada, lo que significa que, en ausencia de complicaciones graves, la intervención antimicrobiana no acelera la recuperación ni mejora los resultados. La mayoría de los casos de diarrea inflamatoria leve o moderada se resuelven con medidas de soporte como la rehidratación y el descanso intestinal.
Sin embargo, en los centros donde no se dispone de pruebas microbiológicas rápidas para el diagnóstico molecular de las heces, puede ser necesario considerar un tratamiento empírico mientras se cultivan las muestras de heces, especialmente si no se cuenta con la posibilidad de realizar un diagnóstico microbiológico rápido. El tratamiento empírico debe considerarse principalmente en pacientes que presentan diarrea no adquirida en el hospital, que presenten fiebre moderada a severa, tenesmo (sensación constante de querer evacuar), heces sanguinolentas y que no tengan sospecha de infección por Escherichia coli productor de toxina Shiga (STEC). Además, el tratamiento empírico también puede ser apropiado en pacientes inmunocomprometidos o aquellos que presenten deshidratación grave, ya que son más susceptibles a complicaciones.
Los medicamentos orales de elección para el tratamiento empírico en estos casos son las fluoroquinolonas, como ciprofloxacino (500 mg dos veces al día), ofloxacino (400 mg) o levofloxacino (500 mg una vez al día durante 1 a 3 días), que son efectivos frente a un amplio espectro de patógenos bacterianos. Otra opción es azitrromicina, que se puede administrar en una dosis única de 1 g o 500 mg diarios durante tres días. Es importante resaltar que estos tratamientos deben ser empleados solo bajo la supervisión médica, ya que el uso indiscriminado de antibióticos puede contribuir al desarrollo de resistencia bacteriana y otras complicaciones.
2. Tratamiento antimicrobiano específico
A diferencia del tratamiento empírico, que busca cubrir una amplia gama de patógenos posibles, el tratamiento antimicrobiano específico se basa en la identificación precisa del patógeno causante de la diarrea. No se recomienda el uso de antibióticos en pacientes con infecciones bacterianas por Salmonella no tifoidea, Campylobacter o Yersinia, excepto en casos de enfermedad grave. En estos casos, el uso de antibióticos no acelera la recuperación ni reduce la duración de la excreción bacteriana fecal, que es un proceso natural de eliminación del patógeno. De hecho, el tratamiento con antibióticos en estas infecciones podría incluso prolongar la excreción bacteriana y aumentar el riesgo de efectos adversos.
Por otro lado, la infección por Escherichia coli productor de toxina Shiga (STEC) no debe tratarse con antibióticos, debido a que este tratamiento puede aumentar el riesgo de desarrollar síndrome hemolítico-urémico, una complicación grave que afecta principalmente a niños y que puede causar insuficiencia renal aguda, anemia hemolítica y trombocitopatía. El uso de antibióticos en este tipo de infecciones ha demostrado empeorar el curso de la enfermedad al favorecer la liberación de toxinas que dañan los glóbulos rojos y los riñones.
Sin embargo, existen algunas infecciones bacterianas que sí requieren tratamiento antibiótico específico debido a su gravedad o al riesgo de complicaciones, tales como:
- Shigelosis: Causada por Shigella, una bacteria invasiva que puede provocar diarrea con sangre, fiebre y cólicos abdominales. El tratamiento con antibióticos acorta la duración de los síntomas y ayuda a prevenir la transmisión.
- Cólera: Causada por Vibrio cholerae, una infección bacteriana que provoca diarrea acuosa profusa y deshidratación severa. El tratamiento antibiótico específico es crucial para reducir la carga bacteriana y la duración de la diarrea.
- Salmonelosis extraintestinal: Esta forma de Salmonella afecta a otros órganos fuera del tracto gastrointestinal y puede causar septicemia o infecciones sistémicas graves. En estos casos, el tratamiento antibiótico es necesario.
- Listeriosis: Infección causada por Listeria monocytogenes, que puede provocar diarrea, fiebre y afectación de sistemas extraparenquimatosos, especialmente en pacientes inmunocomprometidos.
- Clostridioides difficile: Es la causa más frecuente de diarrea asociada al uso de antibióticos. Este patógeno puede causar una colitis grave, y el tratamiento con antibióticos específicos (como metronidazol o vancomicina) es necesario para erradicar la infección.
En cuanto a las infecciones parasitarias, el tratamiento específico es esencial para curar las infecciones causadas por parásitos que provocan diarrea crónica o aguda. Las infecciones parasitarias que requieren tratamiento incluyen:
- Amebiasis: Causada por Entamoeba histolytica, que puede causar diarrea sanguinolenta y colitis. El tratamiento adecuado se basa en antiparasitarios como el metronidazol.
- Giardiasis: Provocada por el parásito Giardia lamblia, que causa diarrea acuosa crónica, dolor abdominal y malestar general. Se trata con medicamentos como el tinidazol o el metronidazol.
- Criptosporidiosis: Causada por Cryptosporidium, este parásito puede provocar diarrea acuosa persistente, especialmente en personas inmunocomprometidas. El tratamiento se basa en medicamentos como la nitazoxanida.
- Ciclosporiasis: Infección provocada por Cyclospora cayetanensis, que puede dar lugar a episodios prolongados de diarrea. El tratamiento adecuado incluye el uso de trimetoprim-sulfametoxazol.
- Infección por Enterocytozoon bieneusi: Un parásito relacionado con la inmunosupresión, que provoca diarrea crónica en pacientes con VIH.
El tratamiento específico de estas infecciones parasitarias es fundamental para evitar complicaciones y erradicar la infección. Por lo tanto, en casos de diarrea crónica o aguda que se sospecha de origen parasitario, se deben realizar los estudios microbiológicos pertinentes para confirmar el diagnóstico y seleccionar el tratamiento adecuado.
Fuente y lecturas recomendadas:
- Marx T et al. A systematic review of tools for predicting complications in patients with acute infectious diarrhea. Am J Emerg Med. 2023;64:78. [PMID: 36469970]
- Siciliano V et al. Clinical management of infectious diarrhea. Rev Recent Clin Trials. 2020;15:298. [PMID: 32598272]