Las infecciones causadas por bacterias anaerobias presentan características clínicas y microbiológicas particulares que las diferencian de aquellas provocadas por microorganismos aerobios. Una de sus principales particularidades es que, con frecuencia, se trata de infecciones polimicrobianas, lo que significa que en ellas participan múltiples especies bacterianas. Esta complejidad microbiológica se debe a que muchas bacterias anaerobias forman parte de la microbiota normal del cuerpo humano, especialmente en zonas como la cavidad oral, el tracto gastrointestinal y el aparato genitourinario, donde coexisten estrechamente con bacterias aerobias y facultativas. En condiciones patológicas, estas comunidades bacterianas pueden ingresar a tejidos estériles y provocar infecciones sinérgicas, en las que la presencia de diferentes tipos de microorganismos favorece la supervivencia y patogenicidad de las anaerobias.
Una característica clínica frecuente en estas infecciones es la formación de abscesos. Estas colecciones localizadas de pus reflejan un proceso inflamatorio intenso, con destrucción tisular y acumulación de detritos celulares, bacterias y células inmunitarias. La naturaleza anaeróbica del entorno del absceso —donde el oxígeno es escaso o inexistente— favorece el crecimiento de estas bacterias, que no solo sobreviven, sino que proliferan activamente en tales condiciones.
El pus y los tejidos infectados por bacterias anaerobias suelen presentar un olor fétido muy característico. Esta fetidez se debe a la producción de compuestos volátiles, como ácidos grasos de cadena corta, aminas y sulfuros, generados por el metabolismo anaerobio. Este hallazgo clínico puede ser una pista diagnóstica importante que orienta al médico hacia la sospecha de una infección por anaerobios.
En algunos casos, estas infecciones pueden complicarse con tromboflebitis séptica —una inflamación de las venas con formación de trombos infectados—, o con infecciones metastásicas, es decir, la diseminación de microorganismos a sitios distantes desde el foco primario. Estas manifestaciones pueden requerir intervenciones quirúrgicas específicas, como incisiones para permitir el drenaje del material purulento acumulado y evitar la progresión del proceso infeccioso.
La identificación microbiológica de estos patógenos presenta retos particulares. Si no se recolectan y transportan las muestras clínicas en condiciones estrictamente anaeróbicas, es probable que los cultivos resulten negativos, ya que estos organismos son extremadamente sensibles a la exposición al oxígeno. Esta limitación diagnóstica subraya la importancia de una adecuada técnica en la toma y manejo de muestras para el cultivo.
Las infecciones anaerobias abarcan una amplia gama de cuadros clínicos, entre los que se incluyen infecciones odontogénicas, peritonitis, infecciones pélvicas, celulitis necrosantes y abscesos cerebrales, entre otros. El tratamiento de estas infecciones suele requerir un abordaje combinado que incluya intervención quirúrgica —como el desbridamiento de tejido necrótico o el drenaje de colecciones purulentas— junto con la administración de agentes antimicrobianos específicos, seleccionados según la susceptibilidad de los patógenos involucrados y la localización anatómica de la infección.
Infecciones de cabeza y cuello
Las infecciones de cabeza y cuello representan un grupo clínico complejo en el que los microorganismos anaerobios desempeñan un papel patogénico fundamental, especialmente en contextos como las infecciones periodontales, sinusitis crónica, abscesos periamigdalinos, otitis media crónica y mastoiditis. Entre los principales agentes involucrados se encuentran especies del género Prevotella, espiroquetas anaerobias, Fusobacterium y Peptostreptococcus. Estas bacterias forman parte de la microbiota habitual de la cavidad oral, donde coexisten en equilibrio, pero pueden convertirse en patógenos oportunistas cuando se alteran las barreras anatómicas o inmunológicas locales, como ocurre con frecuencia en enfermedades dentales o tras infecciones virales del tracto respiratorio superior.
En el caso particular de la faringitis, Fusobacterium necrophorum ha cobrado relevancia como un patógeno emergente, sobre todo en adolescentes y adultos jóvenes. Aunque tradicionalmente esta forma de faringitis se atribuía a Streptococcus pyogenes, se ha reconocido que F. necrophorum puede causar cuadros clínicos similares o incluso más graves. Una de las complicaciones más severas asociadas a este microorganismo es la tromboflebitis séptica de la vena yugular interna, conocida como síndrome de Lemierre. Este síndrome, aunque poco frecuente, puede evolucionar hacia una embolización séptica pulmonar, una situación crítica que requiere diagnóstico y tratamiento urgentes.
El tratamiento eficaz de estas infecciones anaerobias en la región de cabeza y cuello no puede basarse exclusivamente en el uso de antimicrobianos. La intervención quirúrgica, en forma de desbridamiento o drenaje, es con frecuencia necesaria para eliminar el foco infeccioso y permitir una adecuada penetración del antibiótico. Esto es especialmente cierto en situaciones donde existen abscesos o necrosis tisular, que dificultan el acceso del tratamiento farmacológico.
Desde el punto de vista terapéutico, el uso de penicilina sola ha demostrado ser insuficiente en muchos de estos casos. Esto se debe a la creciente prevalencia de cepas productoras de beta-lactamasa entre los anaerobios orales, un mecanismo de resistencia que inactiva a la penicilina y compromete su eficacia. Por ello, se recomiendan esquemas antimicrobianos que combinen un antibiótico beta-lactámico con un inhibidor de beta-lactamasa. En pacientes que requieren tratamiento parenteral, una opción adecuada es la combinación de ampicilina con sulbactam administrada por vía intravenosa. Para el tratamiento ambulatorio, la combinación de amoxicilina con ácido clavulánico por vía oral ofrece una cobertura eficaz frente a la mayoría de los anaerobios orales.
La duración del tratamiento antibiótico debe ajustarse a la evolución clínica del paciente. Generalmente, se recomienda continuar la administración durante algunos días después de la resolución completa de los síntomas y signos de infección. Sin embargo, en infecciones crónicas o de lenta evolución, como la mastoiditis o la osteomielitis, puede ser necesario prolongar el tratamiento durante cuatro a seis semanas o incluso más, empleando agentes antimicrobianos con buena capacidad de penetración ósea.
Infecciones del tórax
En individuos con higiene oral deficiente y enfermedad periodontal crónica, la cavidad bucal alberga una gran carga bacteriana, compuesta tanto por microorganismos aerobios como anaerobios. Bajo estas condiciones, es frecuente que se acumulen secreciones orales densamente colonizadas, y que, durante episodios de microaspiración —como ocurre durante el sueño o en pacientes con deterioro del nivel de conciencia—, estas secreciones ingresen a las vías respiratorias inferiores. Este fenómeno constituye una vía patogénica clave en el desarrollo de infecciones pulmonares graves, como la neumonía necrosante, los abscesos pulmonares y el empiema pleural.
La aspiración de saliva contaminada con bacterias orales introduce al parénquima pulmonar un inoculo mixto de microorganismos, en un ambiente donde la eliminación mucociliar es limitada y la oxigenación reducida, condiciones que favorecen el crecimiento de bacterias anaerobias. En este contexto, es habitual que las infecciones sean polimicrobianas, involucrando una combinación de bacilos anaerobios gramnegativos, como especies del género Prevotella, junto con Fusobacterium y cocos anaerobios grampositivos, como los Peptostreptococcus. Estas bacterias actúan de forma sinérgica, provocando inflamación extensa, necrosis tisular, y formación de cavidades purulentas dentro del tejido pulmonar, es decir, abscesos.
A pesar de su potencial gravedad, muchas infecciones pulmonares por aspiración responden adecuadamente al tratamiento antimicrobiano bien dirigido. Sin embargo, en casos de empiema —una acumulación de pus en el espacio pleural— el drenaje percutáneo mediante tubo torácico o, en ocasiones, intervención quirúrgica, se vuelve esencial para eliminar el material purulento y permitir la resolución de la infección. El manejo solo con antibióticos no suele ser suficiente en estos casos, ya que el pus encapsulado impide la adecuada penetración del fármaco.
En cuanto a la terapia antimicrobiana, los esquemas preferidos incluyen combinaciones que sean efectivas tanto contra anaerobios como contra los estreptococos facultativos que frecuentemente coexisten. La combinación de ampicilina con sulbactam administrada por vía intravenosa, seguida por amoxicilina con ácido clavulánico por vía oral, proporciona una cobertura adecuada contra la mayoría de los patógenos implicados. Alternativamente, puede utilizarse moxifloxacino, que ofrece la ventaja de una dosificación una vez al día y actividad contra ambos grupos bacterianos. La clindamicina constituye otra opción eficaz, especialmente en pacientes alérgicos a los betalactámicos, aunque se debe tener en cuenta su perfil de efectos adversos gastrointestinales.
Cabe destacar que el metronidazol, aunque es altamente activo contra anaerobios estrictos, carece de eficacia frente a los estreptococos facultativos. Por esta razón, si se opta por su uso, debe combinarse con otro antibiótico que cubra adecuadamente a los cocos grampositivos, como ceftriaxona, que puede administrarse por vía intravenosa o intramuscular.
Dado que estas infecciones pulmonares evolucionan lentamente y tienden a formar cavidades o colecciones purulentas, el tratamiento antimicrobiano requiere cursos prolongados. En situaciones complicadas, como abscesos pulmonares grandes o empiemas, es frecuente que se necesiten tratamientos de cuatro a seis semanas, o incluso más, con seguimiento clínico y radiológico estrecho para asegurar la resolución completa de la infección. La duración del tratamiento debe individualizarse en función de la respuesta clínica, la extensión del daño pulmonar y la presencia de factores predisponentes subyacentes.
Infecciones del sistema nervioso
Las infecciones del sistema nervioso central causadas por bacterias anaerobias representan un desafío clínico importante debido a su localización crítica, la dificultad en su diagnóstico precoz y la potencial gravedad de sus manifestaciones. Entre las formas más comunes de compromiso neurológico por estos microorganismos se encuentran los abscesos cerebrales, el empiema subdural y la tromboflebitis séptica de los senos venosos intracraneales. Estas infecciones son generalmente de origen secundario y no se inician en el sistema nervioso central, sino que los patógenos acceden a él desde focos infecciosos contiguos o a través de la diseminación hematógena.
Una vía frecuente de invasión directa ocurre a partir de procesos infecciosos en estructuras anatómicamente cercanas al encéfalo, como los senos paranasales, el oído medio y el hueso mastoides. En estos contextos, las bacterias anaerobias —que son parte de la microbiota normal de estas regiones— pueden invadir el sistema nervioso central, especialmente cuando existe una continuidad inflamatoria o destrucción ósea que facilite su propagación. Alternativamente, en pacientes con infecciones pulmonares crónicas, particularmente aquellas asociadas a abscesos o bronquiectasias, las bacterias pueden acceder al encéfalo por vía hematógena, diseminándose a través del torrente sanguíneo y alojándose en áreas del cerebro donde la perfusión es lenta o turbulenta.
El tratamiento eficaz de estas infecciones requiere un abordaje combinado. Por un lado, la terapia antimicrobiana dirigida es fundamental para controlar la proliferación bacteriana y limitar la extensión de la infección. Regímenes como la combinación de ceftriaxona, un antibiótico de amplio espectro activo contra muchos patógenos aerobios y facultativos, junto con metronidazol, que posee excelente actividad frente a anaerobios estrictos, han demostrado eficacia en el tratamiento empírico de abscesos cerebrales y otras infecciones intracraneales anaerobias. Esta combinación permite cubrir la mayoría de los microorganismos implicados en infecciones polimicrobianas, que son frecuentes en este contexto.
Además del tratamiento farmacológico, en muchos casos es necesario realizar drenaje quirúrgico del absceso o empiema, especialmente cuando las colecciones purulentas son grandes, causan efecto de masa o están asociadas a deterioro neurológico progresivo. Sin embargo, algunos abscesos cerebrales de pequeño tamaño, especialmente si están bien delimitados y el paciente se encuentra clínicamente estable, pueden responder favorablemente al tratamiento médico exclusivo, siempre bajo estrecha vigilancia clínica y con estudios de neuroimagen seriados que confirmen la resolución progresiva del proceso infeccioso.
La duración del tratamiento antimicrobiano debe ser prolongada, habitualmente entre seis y ocho semanas, dado el riesgo de recaída y la necesidad de erradicar completamente la infección en un tejido con limitada capacidad regenerativa. No obstante, el tiempo exacto de tratamiento debe individualizarse, guiado por la evolución clínica del paciente y los hallazgos en estudios de imagen de seguimiento, que permiten evaluar la reducción o desaparición de las lesiones intracraneales.
Infecciones intraabdominales
El tracto genital femenino, en condiciones fisiológicas, alberga una microbiota diversa que cumple funciones protectoras y de regulación del microambiente vaginal y cervical. Entre los microorganismos que forman parte de esta flora normal se encuentran diversas especies anaerobias, como Bacteroides y Peptostreptococcus, además de estreptococos del grupo B, Lactobacillus, bacilos coliformes, y en menor medida, espiroquetas y especies del género Clostridium. Si bien estos microorganismos coexisten en equilibrio bajo condiciones normales, diversos factores —como la ruptura de barreras anatómicas, manipulaciones ginecológicas, parto o aborto— pueden favorecer su proliferación descontrolada y la invasión de tejidos adyacentes, convirtiéndolos en agentes patógenos oportunistas.
Las infecciones del tracto genital femenino y de la pelvis tienen una etiología compleja y, a menudo, polimicrobiana. Aunque agentes de transmisión sexual como Neisseria gonorrhoeae y Chlamydia trachomatis son causas frecuentes de salpingitis aguda, los abscesos tuboováricos y las infecciones pélvicas más extensas suelen involucrar una flora mixta donde los anaerobios desempeñan un papel clave. Estos microorganismos contribuyen a procesos infecciosos crónicos, con formación de colecciones purulentas y destrucción de estructuras anatómicas, particularmente cuando no se tratan de manera temprana y eficaz.
En el contexto del puerperio o tras procedimientos abortivos, la colonización o invasión bacteriana del útero puede progresar hacia infecciones graves del endometrio, miometrio e incluso del espacio peritoneal. Aunque estreptococos y estafilococos aerobios pueden estar implicados, los anaerobios —en especial Clostridium y Bacteroides— están frecuentemente presentes, particularmente en los casos más severos. Estas infecciones posparto o postaborto, cuando se complican con sepsis, tienen un alto índice de mortalidad si no se inicia un tratamiento médico y quirúrgico de manera oportuna. En situaciones críticas, como la sepsis uterina por Clostridium perfringens, puede producirse una necrosis rápida del tejido, liberación de toxinas y compromiso sistémico grave.
El abordaje terapéutico de estas infecciones debe ser integral. Por un lado, es imprescindible iniciar una cobertura antimicrobiana amplia que incluya agentes activos tanto frente a bacterias anaerobias como frente a bacilos gramnegativos entéricos, dada la similitud microbiológica con las infecciones intraabdominales de origen comunitario. Esquemas como la combinación de metronidazol con una cefalosporina de tercera generación (por ejemplo, ceftriaxona) o el uso de carbapenémicos (ertapenem o meropenem) ofrecen una cobertura adecuada. En pacientes con estabilidad clínica, se pueden emplear regímenes orales equivalentes, como ciprofloxacino más metronidazol o moxifloxacino como monoterapia.
Además del tratamiento antibiótico, la resolución de estas infecciones pélvicas complejas suele requerir intervención quirúrgica. La evacuación de abscesos tuboováricos mediante drenaje percutáneo o quirúrgico puede ser decisiva para evitar la progresión de la infección. En los casos más graves, cuando existe compromiso uterino irreversible o necrosis extensa, la histerectomía temprana puede ser necesaria para controlar la infección y evitar la diseminación sistémica.
Bacteremia y endocarditis
Las infecciones anaerobias, aunque a menudo localizadas en cavidades corporales específicas como el tracto gastrointestinal, el aparato genital femenino, la orofaringe o en lesiones por presión, pueden tener consecuencias sistémicas graves cuando los microorganismos responsables logran penetrar en el torrente sanguíneo. Este fenómeno da lugar a bacteriemias, es decir, la presencia de bacterias viables en la sangre, que en ciertos casos pueden progresar hacia formas más graves de infección, como la endocarditis infecciosa.
La endocarditis es una infección del endotelio cardíaco, particularmente de las válvulas cardíacas, y puede desarrollarse cuando bacterias circulantes se adhieren a superficies valvulares previamente dañadas o artificiales (como válvulas protésicas). Aunque los microorganismos anaerobios no son los agentes etiológicos más frecuentes de esta patología, su implicación está bien documentada en casos clínicos, sobre todo cuando la infección primaria se origina en sitios ricos en flora anaerobia. Las bacterias anaerobias pueden alcanzar la circulación sistémica tras intervenciones quirúrgicas, procedimientos ginecológicos, traumatismos mucosos, o como complicación de infecciones profundas mal controladas.
Entre los anaerobios que se han identificado como causantes de endocarditis se encuentran especies del género Propionibacterium (actualmente reclasificadas como Cutibacterium), Clostridium y Bacteroides, así como estreptococos microaerofílicos y anaerobios. Estos últimos, que incluyen especies como Streptococcus anginosus, poseen una capacidad particular para invadir tejidos profundos y formar abscesos, lo cual facilita su diseminación hematógena.
El tratamiento de la endocarditis causada por microorganismos anaerobios representa un desafío terapéutico, debido a su relativa rareza, la variabilidad en los perfiles de susceptibilidad antibiótica y la limitada evidencia clínica disponible. En los casos causados por estreptococos microaerofílicos o anaerobios, se ha demostrado que la administración intravenosa de penicilina G cristalina en dosis elevadas —entre doce y dieciocho millones de unidades al día— durante un período de cuatro a seis semanas puede ser eficaz, especialmente si se inicia de forma temprana y se mantiene la adherencia al tratamiento. No obstante, en muchos casos, la identificación precisa del patógeno y su perfil de sensibilidad antibiótica mediante cultivo y pruebas microbiológicas especializadas es fundamental para optimizar la elección del tratamiento antimicrobiano.
El abordaje clínico de estas infecciones debe ser multidisciplinario, incluyendo no solo terapia antimicrobiana prolongada, sino también una evaluación cardiológica completa con ecocardiografía, seguimiento estrecho de marcadores de inflamación, y valoración quirúrgica en casos de daño valvular significativo o formación de vegetaciones de gran tamaño. La tasa de complicaciones puede ser alta si el tratamiento es tardío o inadecuado, por lo que el reconocimiento temprano del papel de los anaerobios en la patogénesis de la endocarditis es crucial para mejorar los resultados clínicos.
Infecciones de piel y tejidos blandos
Las infecciones cutáneas y de tejidos blandos causadas por bacterias anaerobias representan una categoría clínica particularmente grave, ya que tienden a desarrollarse en contextos donde las defensas locales del huésped han sido comprometidas, como ocurre tras traumatismos penetrantes, cirugías, isquemia tisular o contaminación por flora oral o fecal. Estas condiciones generan un microambiente hipóxico que favorece la proliferación de microorganismos anaerobios, los cuales, al no requerir oxígeno para su metabolismo, encuentran allí un entorno propicio para multiplicarse y causar daño tisular progresivo.
Además de los antecedentes quirúrgicos o traumáticos, existen otros escenarios clínicos que predisponen a este tipo de infecciones, como las mordeduras de animales, las inyecciones subcutáneas en usuarios de drogas intravenosas y las lesiones por presión en pacientes inmovilizados. En todos estos casos, la inoculación de bacterias desde la piel, la cavidad oral o el intestino permite el ingreso de una microbiota compleja compuesta por bacterias aerobias y anaerobias, que actúan de manera sinérgica en la destrucción de los tejidos.
Las manifestaciones clínicas suelen ser agresivas y rápidamente evolutivas. El paciente puede presentar dolor intenso, tumefacción, crepitación subcutánea (en algunos casos), ampollas hemorrágicas, necrosis tisular y un olor pútrido característico, reflejo de la fermentación anaerobia de proteínas y lípidos. Desde el punto de vista clínico, se han descrito distintas entidades dentro de este espectro, incluyendo la gangrena sinérgica bacteriana, la celulitis necrosante sinérgica, la fascitis necrosante y la celulitis crepitante no clostridial. Aunque estas denominaciones reflejan ciertos matices en la microbiología o evolución clínica, en la práctica su diferenciación solo por los hallazgos clínicos iniciales es difícil y, a menudo, irrelevante desde el punto de vista terapéutico, ya que todas comparten un patrón común de destrucción rápida de tejidos y una etiología polimicrobiana.
En general, estas infecciones están causadas por una combinación de bacterias aerobias grampositivas (como Streptococcus pyogenes o Staphylococcus aureus), bacterias gramnegativas entéricas, y anaerobios como Bacteroides, Peptostreptococcus o Clostridium (cuando se trata de infecciones gasógenas). Esta interacción microbiana favorece un entorno enzimáticamente activo, con producción de toxinas, proteasas y enzimas que degradan los tejidos conectivos y facilitan la diseminación de la infección.
El tratamiento efectivo requiere un enfoque quirúrgico y médico combinado. El pilar terapéutico más importante es el desbridamiento quirúrgico agresivo del tejido necrótico, ya que los antibióticos, por sí solos, tienen limitada penetración en áreas desvitalizadas y mal perfundidas. La cirugía debe realizarse de manera urgente y repetirse tantas veces como sea necesario hasta eliminar por completo el tejido comprometido.
Desde el punto de vista antimicrobiano, el tratamiento debe iniciarse de forma empírica con esquemas de amplio espectro que cubran tanto anaerobios como bacterias aerobias grampositivas y gramnegativas. Una combinación efectiva incluye vancomicina (para cubrir Staphylococcus aureus, incluidas cepas resistentes a meticilina), piperacilina con tazobactam (que proporciona una cobertura extensa contra gramnegativos y anaerobios), y clindamicina (que no solo actúa contra anaerobios, sino que también inhibe la producción de toxinas bacterianas, lo cual es especialmente útil en infecciones necrosantes). Una vez que se dispone de los resultados de los cultivos y los estudios de susceptibilidad, el esquema antibiótico puede ajustarse según la sensibilidad de los patógenos aislados.
La duración del tratamiento antimicrobiano debe extenderse por lo menos una semana después de haber controlado la destrucción tisular activa y una vez que los márgenes de la herida se muestran clínicamente estables y sin signos de inflamación progresiva. El seguimiento estrecho, tanto clínico como microbiológico, es esencial para garantizar la resolución completa de la infección y prevenir complicaciones sistémicas o recidivas locales.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.
- de Prost N et al. Therapeutic targets in necrotizing soft tissue infections. Intensive Care Med. 2017;43:1717. [PMID: 28474117]

