Encefalitis por arbovirus
Encefalitis por arbovirus

Encefalitis por arbovirus

Los arbovirus constituyen un grupo diverso de virus patógenos transmitidos por artrópodos hematófagos, principalmente mosquitos y garrapatas, que pueden generar manifestaciones clínicas significativas en seres humanos, particularmente encefalitis, una inflamación del encéfalo de etiología viral. El término «arbovirus» es un acrónimo de arthropod-borne virus, lo que destaca su mecanismo de transmisión vectorial.

Dentro de los virus transmitidos por mosquitos se identifican tres principales familias virales de relevancia médica: los togavirus, los flavivirus y los ortobunyavirus. En el grupo de los togavirus, destaca el género Alphavirus, que incluye agentes etiológicos responsables de encefalitis equinas del Este, del Oeste y de Venezuela, además de otras enfermedades febriles como el virus chikungunya y el virus Mayaro. Estas infecciones suelen manifestarse con fiebre, artralgias y, en casos más graves, compromiso neurológico.

Los flavivirus comprenden una gama amplia de patógenos neurotrópicos y sistémicos como el virus del Nilo Occidental, el virus de la encefalitis de San Luis (cuya epidemiología ha evidenciado un desplazamiento hacia el oeste de los Estados Unidos), el virus de la encefalitis japonesa, el virus de la encefalitis del Valle Murray, y virus de alta morbilidad y mortalidad como el del dengue, Zika, fiebre amarilla y el virus Rocio. Estos virus pueden provocar desde cuadros febriles leves hasta encefalitis severa y complicaciones hemorrágicas o neurológicas.

Los ortobunyavirus incluyen el grupo serológico de California, con virus como Jamestown Canyon, La Crosse y Keystone. Estas infecciones presentan una distribución geográfica específica dentro de Estados Unidos: Jamestown Canyon se observa predominantemente en estados del noreste, mientras que La Crosse es más frecuente en el medio oeste superior y la región del Atlántico medio.

Por otra parte, los virus transmitidos por garrapatas también son etiologías reconocidas de encefalitis. Entre ellos, destacan los flavivirus como el virus Powassan, endémico del noreste de Estados Unidos y la región de los Grandes Lagos, y el virus de la encefalitis transmitida por garrapatas, prevalente en Europa y Asia. Además, el reovirus de la fiebre de la garrapata de Colorado representa otra causa relevante de encefalitis en América del Norte.

El virus del Nilo Occidental constituye la principal causa de enfermedad arboviral adquirida localmente en los Estados Unidos, una situación atribuible a una combinación de factores ecológicos, epidemiológicos, virológicos y climáticos que favorecen su persistencia y diseminación en territorio norteamericano. Esta infección representa una condición de notificación obligatoria a nivel nacional, lo que permite una vigilancia sistemática y una caracterización precisa de su comportamiento epidemiológico.

Durante el año 2020, se notificaron 713 casos de infección por el virus del Nilo Occidental en 45 estados, de acuerdo con datos preliminares de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. La mayor carga de enfermedad neuroinvasiva se concentró en los estados del oeste y suroeste del país, siendo California el más afectado con 179 casos. Esta distribución geográfica se alinea con patrones ecológicos propicios para la proliferación del mosquito vector, particularmente especies del género Culex, que encuentran en estas regiones temperaturas cálidas, cuerpos de agua estancada y hábitats urbanos que favorecen su reproducción y supervivencia.

Una característica notable de la infección por virus del Nilo Occidental es la elevada tasa de seroconversión asintomática. Es decir, la mayoría de las personas infectadas no desarrollan síntomas clínicos evidentes, lo que sugiere que los casos reportados representan solo una fracción del total de infecciones. Este fenómeno de subregistro contribuye a la persistencia silenciosa del virus y a la dificultad de predecir con precisión la magnitud de los brotes.

La estacionalidad de los brotes de virus del Nilo Occidental en los Estados Unidos es bien conocida, con un pico de incidencia entre mediados de julio y principios de septiembre. Este patrón está estrechamente vinculado con variables climáticas como el aumento de la temperatura media y las precipitaciones, factores que influyen directamente en la densidad de mosquitos vectores y en la replicación viral dentro de estos. En contextos de temperaturas elevadas, el período de incubación extrínseca del virus en el mosquito se acorta, incrementando la eficiencia de la transmisión.

La ecología del virus del Nilo Occidental se basa en un ciclo zoonótico entre aves y mosquitos. Las aves actúan como hospedadores amplificadores: al infectarse, desarrollan una viremia elevada que permite la transmisión efectiva del virus a nuevos mosquitos al ser picadas. Este ciclo biológico explica tanto la persistencia del virus en la naturaleza como la ocurrencia de brotes explosivos en ciertas regiones. La alta mortalidad aviar observada en algunos brotes también ha sido un marcador epidemiológico importante.

Los seres humanos y otros mamíferos, en cambio, se consideran hospedadores terminales o “callejones sin salida” en el ciclo de transmisión, ya que, aunque pueden infectarse y desarrollar la enfermedad, la viremia que presentan no es suficiente para que un mosquito se infecte al picarlos. Esto limita la diseminación del virus entre humanos por vía vectorial. Sin embargo, se han documentado casos de transmisión entre humanos a través de transfusiones sanguíneas y trasplantes de órganos, lo que subraya la importancia de medidas de control en bancos de sangre y programas de donación.

Nuevas evidencias apuntan a un posible papel ecológico del venado de cola blanca en la circulación del virus del Nilo Occidental y otros arbovirus, aunque esta hipótesis aún está en fase de estudio. Esta observación sugiere que algunos mamíferos silvestres podrían tener una participación más activa en el mantenimiento del virus en el ecosistema de lo que anteriormente se pensaba.

A nivel global, el virus del Nilo Occidental ha sido aislado en humanos, animales y vectores en al menos 28 países africanos hasta diciembre de 2022, lo que refleja su amplia distribución y capacidad de adaptación a diversos entornos ecológicos.

Manifestaciones clínicas

La infección por el virus del Nilo Occidental presenta un período de incubación que oscila entre 2 y 14 días, un intervalo que refleja la dinámica de replicación viral inicial, la respuesta inmune del huésped y la cinética de diseminación del virus desde el sitio de inoculación hasta los tejidos blanco. Este período representa el tiempo necesario para que el virus, tras ser inoculado por la picadura de un mosquito infectado, se replique localmente, invada el sistema linfático y, posteriormente, la circulación sistémica. A partir de allí, puede alcanzar distintos órganos, incluyendo el sistema nervioso central en los casos más graves.

La infección es clínicamente sintomática en aproximadamente un 20% de los individuos infectados, mientras que menos del 1% desarrolla enfermedad neuroinvasiva. Esta baja tasa de complicaciones graves se explica por la eficacia del sistema inmunológico en contener la infección en la mayoría de los casos. No obstante, cuando la respuesta inmune es inadecuada o disfuncional —como ocurre en personas mayores, inmunocomprometidas o con comorbilidades— el virus puede atravesar la barrera hematoencefálica y causar daño neurológico severo.

En su forma sintomática más leve, el virus del Nilo Occidental produce un síndrome febril agudo inespecífico, caracterizado por fiebre, malestar general, cefalea, mialgias y, en algunos casos, un exantema maculopapular no pruriginoso. Este exantema es variable en su aparición y suele afectar el tronco y las extremidades.

La enfermedad neuroinvasiva puede manifestarse como meningitis, encefalitis o parálisis flácida aguda. La meningitis viral causada por el virus del Nilo Occidental es clínicamente indistinguible de otras meningitis de etiología viral y se presenta con fiebre, rigidez de nuca, fotofobia y pleocitosis en el líquido cefalorraquídeo. La encefalitis, en cambio, se caracteriza por fiebre acompañada de alteración del estado mental, que puede ir desde confusión leve hasta coma. Se pueden observar signos neurológicos focales como temblores, convulsiones, parálisis de nervios craneales, parálisis de Bell y reflejos patológicos, lo que refleja el tropismo viral por regiones específicas del encéfalo.

Una manifestación distintiva y temida de la infección por virus del Nilo Occidental es la parálisis flácida aguda, que simula clínicamente una poliomielitis. Esta forma de presentación se caracteriza por debilidad muscular asimétrica de inicio súbito, que puede comprometer músculos respiratorios y faciales, lo que aumenta significativamente el riesgo de complicaciones respiratorias y mortalidad. Esta forma de parálisis es poco común en otras infecciones arbovirales, lo que la convierte en un marcador clínico relevante para sospechar esta etiología.

En algunos pacientes, el virus también puede desencadenar un síndrome de Guillain-Barré, una enfermedad autoinmune del sistema nervioso periférico caracterizada por radiculopatía, debilidad progresiva y arreflexia. Esta complicación representa una interacción patológica entre la infección viral y la respuesta inmunitaria del huésped.

La expresión clínica de la enfermedad está fuertemente influenciada por la edad. En individuos jóvenes, predominan el síndrome febril agudo y síntomas neurológicos leves. En personas de mediana edad, son más frecuentes las formas de meningitis aséptica y las síndromes similares a la poliomielitis. En adultos mayores, es más común la encefalopatía franca, reflejando una mayor susceptibilidad del sistema nervioso central al daño viral con el envejecimiento.

Las personas inmunocomprometidas presentan un riesgo especialmente elevado de desarrollar formas neuroinvasivas graves, acompañadas de una mayor mortalidad. Otras condiciones que incrementan el riesgo de enfermedad grave y desenlace fatal incluyen la raza negra, la diabetes mellitus, la enfermedad renal crónica y la infección por el virus de la hepatitis C. Estas comorbilidades probablemente actúan modulando negativamente la respuesta inmunitaria antiviral.

Adicionalmente, la susceptibilidad a la infección sintomática y a la progresión a enfermedad grave está influenciada por factores genéticos del huésped, particularmente aquellos relacionados con la vía de señalización del interferón, un componente clave de la respuesta inmune innata contra infecciones virales. Variaciones genéticas en esta vía pueden comprometer la capacidad del huésped para contener la replicación viral en las etapas iniciales de la infección.

Por último, aunque este fenómeno ha sido mejor documentado en el contexto de la encefalitis equina del Este, la existencia de cuasiespecies dentro del huésped —es decir, poblaciones virales con variabilidad genética menor pero significativa— podría también desempeñar un papel en la virulencia y la capacidad del virus del Nilo Occidental para adaptarse y evadir la respuesta inmune, lo que contribuiría a la diversidad de manifestaciones clínicas observadas.

Exámenes diagnósticos

En la infección por virus del Nilo Occidental y otras encefalitis causadas por arbovirus, el hemograma periférico suele mostrar un recuento normal de leucocitos. Esta observación se debe a que, a pesar de la activación inmunológica sistémica, la respuesta inflamatoria inicial tiende a concentrarse en el sistema nervioso central, sin desencadenar necesariamente una leucocitosis periférica significativa. La ausencia de alteraciones marcadas en el conteo de glóbulos blancos en sangre no excluye, por tanto, una infección viral activa ni una afectación neurológica grave.

A nivel del líquido cefalorraquídeo, el hallazgo más característico es una pleocitosis linfocítica, es decir, un aumento en el número de células mononucleares, en especial linfocitos. No obstante, en las fases tempranas de la enfermedad, puede observarse un predominio de células polimorfonucleares, lo que puede generar confusión diagnóstica al semejar infecciones bacterianas. Este patrón de cambio celular en el tiempo es típico de muchas infecciones virales del sistema nervioso central y refleja la evolución dinámica de la respuesta inmunitaria local.

El diagnóstico de las encefalitis por arbovirus se basa fundamentalmente en métodos serológicos. En el caso particular del virus del Nilo Occidental, la técnica más utilizada es el ensayo inmunoenzimático de captura de inmunoglobulina M (IgM) en suero o líquido cefalorraquídeo. Este ensayo es altamente sensible y, en la mayoría de los casos, arroja resultados positivos al momento de la presentación clínica de la enfermedad. La detección de IgM en el líquido cefalorraquídeo tiene especial importancia, ya que constituye un marcador de infección neuroinvasiva, dado que la inmunoglobulina M no cruza la barrera hematoencefálica con facilidad; su presencia en el sistema nervioso central implica síntesis intratecal secundaria a infección local activa.

Para todos los arbovirus, la documentación de un aumento de al menos cuatro veces en los títulos de inmunoglobulina G (IgG) entre muestras obtenidas en la fase aguda y la convalecencia es confirmatoria de infección reciente. Sin embargo, los anticuerpos IgG contra arbovirus pueden persistir durante toda la vida del individuo. Por tanto, la detección de IgG aislada, sin un aumento concomitante de IgM o sin seroconversión, sugiere una exposición pasada y no necesariamente una infección activa.

Las pruebas serológicas están disponibles tanto en laboratorios comerciales como en departamentos de salud estatales y locales. Sin embargo, uno de los retos diagnósticos más relevantes es la reactividad cruzada que existe entre diferentes flavivirus, como el virus del Nilo Occidental, el virus de la encefalitis de San Luis, el virus del Zika y otros. Esta reactividad puede dificultar la interpretación de los resultados serológicos, especialmente en zonas donde coexisten múltiples arbovirus. En estos casos, puede ser necesario recurrir a técnicas más específicas como el ensayo de reducción de placas, que permite diferenciar entre infecciones por distintos flavivirus mediante la cuantificación de la capacidad neutralizante de los anticuerpos.

Las pruebas de reacción en cadena de la polimerasa (PCR) también desempeñan un papel importante, particularmente en las fases tempranas de la enfermedad, cuando los títulos de anticuerpos aún no son detectables. Estas pruebas permiten la identificación directa del ácido ribonucleico viral en muestras de suero, líquido cefalorraquídeo o tejido, y son especialmente útiles en pacientes inmunocomprometidos, cuya respuesta humoral puede estar comprometida o retardada. La detección de material genético viral mediante PCR ofrece un diagnóstico temprano y específico, lo cual es esencial para la toma de decisiones clínicas y de salud pública. En el contexto de la seguridad transfusional, el tamizaje de productos sanguíneos mediante ensayos de amplificación de ácidos nucleicos constituye el método más efectivo para prevenir la transmisión del virus del Nilo Occidental por vía hemática.

Desde el punto de vista de la neuroimagen, la resonancia magnética cerebral puede ofrecer hallazgos sugestivos pero no patognomónicos. Las secuencias ponderadas en T2 pueden mostrar hiperintensidades que reflejan edema e inflamación en regiones específicas del encéfalo, como las leptomeninges, los ganglios basales, el tálamo o las zonas periventriculares. Estas áreas son particularmente vulnerables a la infección por arbovirus neurotrópicos. La combinación de estas alteraciones puede ayudar al diagnóstico diferencial frente a otras causas de encefalitis, aunque su ausencia no excluye la enfermedad.

Diagnóstico diferencial

El diagnóstico diferencial de las encefalitis por arbovirus, particularmente en sus formas leves, requiere una evaluación clínica y etiológica minuciosa, dado que sus manifestaciones iniciales pueden superponerse con múltiples entidades infecciosas y no infecciosas que afectan el sistema nervioso central. Las formas leves de encefalitis, por ejemplo, deben diferenciarse de la meningitis aséptica, de la coriomeningitis linfocítica y de la poliomielitis no paralítica. Estas entidades comparten características comunes, como fiebre, cefalea, rigidez de nuca y pleocitosis linfocítica en el líquido cefalorraquídeo, lo que complica su distinción sin apoyo serológico o molecular.

Las formas graves de encefalitis por arbovirus deben diferenciarse de un amplio espectro de causas infecciosas y no infecciosas de encefalitis aguda. Entre las infecciones virales, destacan el virus del herpes simple, el virus de las paperas, el poliovirus y otros enterovirus, así como el virus de la inmunodeficiencia humana. Estas etiologías pueden producir encefalitis fulminante con alteración del sensorio, convulsiones y déficits neurológicos focales, similares a los observados en infecciones arbovirales neuroinvasivas.

Asimismo, deben considerarse las encefalitis que acompañan a enfermedades exantemáticas infantiles, como el sarampión, la varicela, la mononucleosis infecciosa por el virus de Epstein-Barr y la rubéola. Estas infecciones pueden dar lugar a complicaciones neurológicas postinfecciosas, especialmente en niños y adolescentes, y suelen manifestarse con un patrón de encefalitis difusa.

Otro grupo relevante en el diagnóstico diferencial lo constituyen las encefalitis de tipo desmielinizante que ocurren tras infecciones o vacunaciones. Este tipo de encefalitis se ha observado con ciertas vacunas, como las de la rabia, el sarampión y la tos ferina, y se caracteriza por una inflamación difusa del encéfalo con destrucción de la mielina, lo cual puede simular clínicamente una encefalitis viral aguda.

También deben descartarse causas tóxicas, como la encefalopatía inducida por fármacos, drogas ilícitas o toxinas bacterianas. Un ejemplo clásico es la encefalitis tóxica causada por la toxina del Shigella dysenteriae tipo 1, que puede inducir una encefalopatía severa acompañada de síntomas gastrointestinales.

Dentro de los síndromes no infecciosos que pueden imitar una encefalitis por arbovirus se encuentra el síndrome de Reye, una encefalopatía aguda con disfunción hepática que afecta principalmente a niños y adolescentes y que puede presentarse con signos neurológicos agudos similares a los de una encefalitis viral.

En el diagnóstico diferencial deben incluirse también eventos neurológicos estructurales graves como el accidente cerebrovascular, los tumores cerebrales y los abscesos intracraneales, todos los cuales pueden causar alteraciones del estado mental, convulsiones y déficits neurológicos localizados. Además, procesos autoinmunes como la cerebritis lúpica pueden causar una encefalopatía inflamatoria con hallazgos clínicos y radiológicos similares a los de una encefalitis infecciosa.

Un hallazgo emergente en la evaluación de pacientes con encefalitis es la encefalitis mediada por autoanticuerpos, en particular la encefalitis anti-receptor de N-metil-D-aspartato (anti-NMDAR). Este trastorno autoinmunitario se ha identificado como una de las principales causas de encefalitis en población pediátrica y juvenil. En el contexto del Proyecto de Encefalitis de California, se observó que la encefalitis anti-NMDAR era más común que las etiologías virales tradicionales en pacientes de 18 años o menos, representando el 65% de los casos de encefalitis en este grupo etario. Este subtipo de encefalitis se manifiesta con síntomas psiquiátricos, movimientos anormales, crisis epilépticas y disautonomía, lo que puede inducir a errores diagnósticos si no se consideran causas autoinmunes en el abordaje clínico inicial.

Complicaciones

Las complicaciones sistémicas y secuelas a largo plazo asociadas con la infección por el virus del Nilo Occidental, particularmente en su forma neuroinvasiva, reflejan la gravedad del compromiso multisistémico que esta enfermedad puede inducir, especialmente en pacientes con edad avanzada, inmunosupresión o comorbilidades previas. Entre las complicaciones agudas más relevantes se encuentran la neumonía bronquial, la retención urinaria e infección del tracto urinario, la debilidad prolongada y las lesiones por presión. Estas manifestaciones no solo son consecuencia directa del daño neurológico, sino también del deterioro funcional global que conlleva una hospitalización prolongada y una disminución del nivel de conciencia.

La neumonía bronquial se presenta con frecuencia en pacientes con encefalitis severa debido a la alteración del reflejo de deglución, la hipoventilación y la inmovilidad prolongada. Estos factores facilitan la aspiración de secreciones orofaríngeas y la colonización bacteriana del tracto respiratorio inferior, lo que predispone al desarrollo de infección pulmonar. Esta complicación puede agravar aún más el pronóstico en pacientes críticamente enfermos, especialmente si se asocia con sepsis o necesidad de ventilación mecánica.

La retención urinaria es otra complicación común en pacientes con disfunción neurológica, especialmente aquellos con compromiso de los nervios sacros o del tronco encefálico. La acumulación de orina en la vejiga favorece el sobrecrecimiento bacteriano y, por consiguiente, la infección urinaria, la cual puede progresar a pielonefritis o incluso a bacteriemia en individuos vulnerables. Además, el uso de sondas vesicales, muchas veces necesarias en pacientes con alteración del nivel de conciencia, incrementa el riesgo de infecciones del tracto urinario asociadas a dispositivos.

La debilidad prolongada tras la infección por virus del Nilo Occidental, especialmente en aquellos que presentan parálisis flácida aguda, es una complicación bien documentada. Esta debilidad puede persistir durante meses o años, y en muchos casos no se logra una recuperación funcional completa. La afectación directa de las neuronas motoras en el asta anterior de la médula espinal produce una denervación muscular irreversible en ciertos pacientes, lo que da lugar a secuelas motoras crónicas, similares a las observadas en la poliomielitis.

Como consecuencia de la inmovilidad prolongada y del estado catabólico inducido por la enfermedad aguda, los pacientes también pueden desarrollar lesiones por presión. Estas se originan por la isquemia de los tejidos blandos comprimidos entre prominencias óseas y superficies externas, y se ven favorecidas por la disminución del estado de conciencia, la pérdida de la sensibilidad, la incontinencia y la desnutrición. Estas úlceras representan no solo un riesgo de infección secundaria, sino también un indicador de deterioro funcional severo.

En el contexto de secuelas a largo plazo, la retinopatía ha sido identificada en aproximadamente el 24% de los pacientes con antecedente de infección por virus del Nilo Occidental. Esta retinopatía, que se presenta en forma de lesiones puntiformes hipopigmentadas o cicatrices coriorretinianas, se asocia de manera significativa con casos de encefalitis. Este hallazgo sugiere que el virus no solo tiene tropismo por el sistema nervioso central, sino también por estructuras oculares, lo que refuerza su carácter neuroinvasivo y multisistémico.

Un hallazgo particularmente relevante en la investigación reciente sobre las secuelas crónicas de la infección por virus del Nilo Occidental es la persistencia de material genético viral en los riñones. Estudios han demostrado la presencia de ácido ribonucleico del virus en la orina de pacientes hasta seis años después de la infección aguda. Esta persistencia viral sugiere la existencia de una infección renal crónica subclínica, con potencial para inducir inflamación progresiva y daño renal. Esta patología renal podría manifestarse clínicamente como proteinuria, disminución de la función renal o nefritis intersticial crónica, especialmente en pacientes predispuestos.

Tratamiento

Aunque no existe una terapia antiviral específica ampliamente disponible para la mayoría de los virus que causan encefalitis arboviral, las medidas de soporte intensivo continúan siendo la piedra angular del manejo clínico y pueden influir decisivamente en el pronóstico del paciente. Este enfoque se basa en estabilizar las funciones vitales, prevenir complicaciones secundarias y brindar tratamiento sintomático mientras el sistema inmunológico del huésped combate la infección.

Las intervenciones de soporte incluyen el manejo cuidadoso de la vía aérea, la ventilación asistida en casos de depresión del centro respiratorio o parálisis de los músculos respiratorios, el control de las convulsiones, la reducción del edema cerebral, el mantenimiento del equilibrio hidroelectrolítico, y la prevención de complicaciones como infecciones nosocomiales, tromboembolismo venoso y úlceras por presión. Estos cuidados intensivos son particularmente importantes en pacientes con encefalitis neuroinvasiva, quienes suelen requerir hospitalización prolongada, muchas veces en unidades de cuidados intensivos.

En relación con terapias inmunomoduladoras, algunos estudios preliminares han sugerido beneficios potenciales con el uso de inmunoglobulina intravenosa enriquecida con anticuerpos específicos contra el virus del Nilo Occidental. La lógica de esta intervención se basa en proporcionar inmunidad pasiva mediante anticuerpos neutralizantes que puedan limitar la replicación viral, especialmente en pacientes con inmunocompromiso o con una respuesta humoral deficiente. No obstante, un ensayo clínico aleatorizado y controlado no logró demostrar una mejoría significativa en los desenlaces clínicos, lo que limita por el momento su uso rutinario y plantea la necesidad de investigaciones adicionales con diseños más refinados y poblaciones seleccionadas.

En cuanto al desarrollo de tratamientos antivirales dirigidos específicamente a los arbovirus encefalíticos, se ha intensificado la investigación en los últimos años, especialmente para los virus de la encefalitis equina del Este, del Oeste y Venezolana (EEEV, WEEV y VEEV, respectivamente). Estos virus comparten mecanismos conservados de patogénesis que los convierten en candidatos ideales para terapias antivirales de amplio espectro dentro del grupo de los Alphavirus. La conservación de ciertas proteínas estructurales y no estructurales, así como de mecanismos de replicación y evasión inmune, sugiere la posibilidad de desarrollar fármacos con actividad cruzada frente a varios de estos virus.

Uno de los compuestos más prometedores en este campo es CID15997213, una molécula de tipo quinazolinona que ha demostrado eficacia in vitro contra los virus de la encefalitis equina Venezolana y del Oeste. Este compuesto actúa interfiriendo con procesos esenciales de la replicación viral, lo que sugiere un potencial terapéutico importante. Sin embargo, su eficacia contra el virus de la encefalitis equina del Este ha sido limitada, lo que pone en evidencia la necesidad de diversificar las estrategias antivirales, posiblemente mediante combinaciones terapéuticas o desarrollo de moléculas dirigidas a blancos alternativos.

El desarrollo de antivirales eficaces para los arbovirus encefalíticos enfrenta múltiples desafíos, incluyendo la rapidez del curso clínico, la limitada ventana terapéutica para iniciar el tratamiento, la diversidad antigénica de los virus, y la necesidad de penetración adecuada al sistema nervioso central. A pesar de estas dificultades, los avances en virología molecular, cribado de compuestos y modelos animales están acelerando la identificación de candidatos prometedores para ensayos clínicos.

Prevención

La prevención de las encefalitis causadas por arbovirus, especialmente aquellas endémicas en América del Norte, se basa fundamentalmente en medidas orientadas a evitar el contacto con los vectores, es decir, los mosquitos, que son los principales transmisores de estos virus. Dado que no existen tratamientos antivirales específicos ni vacunas aprobadas para uso humano frente a la mayoría de los arbovirus circulantes en la región, las estrategias de prevención adquieren una importancia crítica en la salud pública.

El uso de repelentes tópicos, como los que contienen dietiltoluamida (DEET), picaridina o aceite de eucalipto limón, ha demostrado ser eficaz para reducir la exposición a picaduras de mosquito. Estas sustancias actúan interfiriendo con los receptores olfativos del mosquito, dificultando que localicen a sus huéspedes humanos. Además, el uso de ropa protectora, que cubra la mayor parte del cuerpo, así como la permanencia en ambientes cerrados o protegidos con mallas o mosquiteros durante los horarios de mayor actividad del vector (generalmente al amanecer y al anochecer), son medidas adicionales que contribuyen a minimizar el riesgo de infección.

La fumigación ambiental con insecticidas, ya sea mediante aplicaciones aéreas o terrestres, se utiliza como medida de control poblacional del vector en áreas de alta transmisión o durante brotes epidémicos. Este tipo de intervención requiere coordinación con autoridades sanitarias y monitoreo entomológico para garantizar su efectividad y minimizar impactos ecológicos. También se promueve la eliminación de criaderos de mosquitos, como recipientes con agua estancada, donde los vectores depositan sus huevos.

En el ámbito de la investigación biomédica, aunque no se dispone aún de vacunas licenciadas para uso humano contra los principales arbovirus endémicos de América del Norte, se están desarrollando estrategias vacunales prometedoras.

Adicionalmente, una vacuna viva atenuada de tipo quimérico contra el virus del Nilo Occidental ha demostrado ser segura e inmunogénica en adultos sanos en ensayos clínicos de fase 2. Esta vacuna combina material genético del virus del Nilo Occidental con un vector viral atenuado que no causa enfermedad en humanos, y representa una de las alternativas más avanzadas en el desarrollo de inmunización específica contra arbovirus en América del Norte.

A pesar de estos avances, aún no se dispone de tratamientos con licencia que confieran protección específica frente a las encefalitis arbovirales. Por ello, las medidas de prevención siguen siendo fundamentales, especialmente en poblaciones de riesgo como personas mayores, inmunocomprometidas, o residentes en áreas endémicas.

Por otra parte, debido a la posibilidad documentada de transmisión del virus del Nilo Occidental a través de transfusiones sanguíneas, se recomienda que todos los productos derivados de sangre sean evaluados mediante técnicas de amplificación de ácidos nucleicos para detectar la presencia de material genético viral. Esta medida es esencial para evitar la transmisión iatrogénica del virus, especialmente en receptores vulnerables como pacientes con inmunodeficiencias, receptores de trasplantes, o neonatos.

Finalmente, se debe tener en cuenta que todos los patógenos arbovirales deben manejarse con precauciones estrictas en el laboratorio. La manipulación de muestras potencialmente infectadas requiere el uso de cabinas de bioseguridad, equipo de protección personal y protocolos de contención biológica para evitar la exposición accidental del personal de salud o la diseminación del agente.

Pronóstico

Aunque la mayoría de las infecciones por arbovirus son leves o incluso asintomáticas, el pronóstico clínico debe considerarse reservado en todos los casos, particularmente en los extremos de la vida, es decir, en lactantes y adultos mayores. Esta precaución se justifica por la posibilidad de una evolución hacia formas neuroinvasivas de la enfermedad, las cuales están asociadas con una morbilidad significativa y una mortalidad considerable, especialmente cuando el sistema inmunológico del huésped es inmaduro o está debilitado.

El virus de la encefalitis equina del Oeste, aunque en muchos casos produce enfermedad leve o autolimitada, puede manifestarse con una virulencia extrema en pacientes pediátricos, particularmente en menores de un año. En este grupo, la tasa de mortalidad alcanza hasta el 90%, lo que resalta la susceptibilidad particular del sistema nervioso en desarrollo ante la infección viral y su inflamación asociada. Esta alta letalidad se relaciona con el rápido deterioro neurológico, convulsiones incontrolables y edema cerebral severo que pueden presentarse en lactantes con encefalitis aguda.

Por otro lado, el virus de la encefalitis equina del Este exhibe una letalidad elevada incluso en adultos inmunocompetentes, con una tasa de mortalidad promedio del 30%, que puede llegar hasta el 70% en algunos brotes epidémicos. Esta agresividad virológica se debe a la alta neurovirulencia del virus, su capacidad para inducir inflamación cerebral difusa y necrosis neuronal extensa, y la limitada eficacia de los tratamientos disponibles. La mayoría de los fallecimientos se producen en el contexto de enfermedad neuroinvasiva, donde el virus penetra el sistema nervioso central, ocasionando encefalitis, meningitis o parálisis flácida aguda.

En contraste, los pacientes que presentan formas no neuroinvasivas de la infección por el virus del Nilo Occidental, como la fiebre del Nilo Occidental o la meningitis sin afectación encefálica, generalmente se recuperan completamente. Sin embargo, incluso en estos casos relativamente benignos, puede persistir un síndrome prolongado caracterizado por fatiga, malestar general y debilidad, que puede durar semanas o meses. Esta sintomatología postinfecciosa refleja una disfunción inmunometabólica y neuronal transitoria que afecta la calidad de vida, aunque sin compromiso estructural evidente.

En los casos de encefalitis o poliomielitis por virus del Nilo Occidental, la recuperación neurológica puede ser incompleta. Es común la aparición de déficits motores residuales, como debilidad asimétrica, atrofia muscular o parálisis persistente, derivados de la destrucción de las neuronas motoras en la médula espinal. Además, el proceso de rehabilitación puede extenderse durante seis meses o más, dependiendo de la extensión del daño neurológico y de factores individuales como la edad, el estado nutricional y el acceso a cuidados especializados.

Las secuelas a largo plazo de la infección por virus del Nilo Occidental pueden incluir un síndrome tipo poliomielitis, trastornos cognitivos, alteraciones del movimiento como temblores o parkinsonismo, epilepsia de nueva aparición y trastornos del estado de ánimo, incluyendo depresión. Estas manifestaciones pueden emerger tardíamente, incluso después de una aparente recuperación clínica, lo que sugiere un proceso patológico prolongado o un daño neurológico subclínico persistente.

Un fenómeno adicional que complica el pronóstico es la entidad conocida como “infección no primaria”, en la cual los pacientes presentan niveles elevados de inmunoglobulina G en ausencia de inmunoglobulina M, junto con la detección ocasional de ácido ribonucleico viral en sangre o líquido cefalorraquídeo. Este patrón serológico puede reflejar una reactivación viral o una respuesta inmunológica anómala y se ha asociado con trastornos psiquiátricos subyacentes, hospitalización fuera de los períodos estacionales típicos de transmisión del virus del Nilo Occidental, presencia de fiebre y una mayor mortalidad intrahospitalaria. Este hallazgo plantea interrogantes sobre la posible persistencia viral en reservorios ocultos o una disfunción inmunológica crónica inducida por la infección.

Comparativamente, el pronóstico a largo plazo es más favorable en los pacientes con encefalitis por virus de la encefalitis equina del Oeste que en aquellos infectados por el virus de la encefalitis equina del Este o el virus de la encefalitis de San Luis. Esta diferencia puede atribuirse a variaciones en la patogenicidad viral, la carga inflamatoria inducida y la capacidad de regeneración del tejido neurológico afectado.

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
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